sábado, junio 30, 2018

Cuatro formas de votar











Entre los mensajes que llegaron con más rezago al cierre de las campañas electorales se insistió mucho en no votar bajo los efectos del enojo. La rabia, la ira, la cólera o como queramos llamar a esa pasión humana, se dijo, no es buena consejera a la hora de cruzar un casillero de la boleta. La recomendación qué más hicieron sus propagadores fue que procediéramos con la razón, que pensáramos bien a quién le daríamos nuestro voto. Por ello es lógico pensar que en general votamos por una mezcla difusa de motivaciones, pero si pudiéramos separarlas, aislarlas, veríamos que hay cuatro formas más o menos claras de votar, éstas:
1. La del voto que parte del convencimiento. Muchos ciudadanos se mueven en la zona del voto duro que los partidos y/o los candidatos conservan pase lo que pase. Son votos inamovibles, sufragios que no dependen de las campañas ni de los ataques enemigos. A ellos hay que sumar los que en el camino fueron advirtiendo la necesidad de apostar por una opción y al final llegarán a su casilla muy seguros del logo que tacharán.
2. La del enojo. Ciertamente muchos ciudadanos se manifiestan irritados por los magros logros del actual gobierno. Prácticamente se han agudizado todos los problemas que viene arrastrando el país desde tiempos que ya parecen remotos. La corrupción, la inseguridad y la desigualdad son tan visibles que, para muchos, la hora de las urnas es la hora del desquite. La baja popularidad del actual mandatario es evidencia de un rechazo categórico que sin duda hace pensar en votos de disgusto o de franca ira que capitalizará, sobre todo, el frente encabezado por Morena.
3. La de la duda. Muchos sufragios van a dar a las urnas con marcados componentes de escepticismo. Un buen número de ciudadanos, estoy seguro, acudirá a su casilla con la sensación de que una vez más va a apostar por el misterio: ¿cambiará de veras algo en el gobierno venidero? ¿Seguiremos igual? ¿Empeoraremos? No tiene respuesta, pero votará.
4. La de la esperanza. El votante esperanzado en un cambio real, grande o chico, quizá no es mayoritario, pero existe. Irá a la casilla con pizcas de enojo, tal vez también con algo de duda, pero en él primará la fe casi mística en un cambio. A este votante ya se le cerraron muchas puertas en el pasado y espera que de esta elección surja, por fin, algo digno.
Sea como sea, convencidos, con enojo, duda o esperanza, como sea, mañana hay que votar. Llegó la hora.