miércoles, abril 04, 2018

Desastre de banquetas



















Ignoro si todavía existen programas de gobierno que atiendan esta necesidad, pero supongo que no. Me refiero a la instalación ciertamente asistencialista de banquetas (o aceras o “veredas” para los sudamericanos) en colonias que lo requieren, por lo general populares, periféricas. Cuando vi que existía eso reparé en la importancia de tales arterias citadinas. En efecto, las banquetas, aunque ya no las notemos porque las tenemos a diario bajo nosotros, son fundamentales para la ciudad, herramientas básicas en cualquier urbe que se precie de civilizada.
Por eso, y porque me gusta caminar y ver lo que recorro, cada vez he puesto más atención en las banquetas torreonenses, que son las que deambulo con mayor frecuencia, casi a diario. ¿Qué opinión me merecen? ¿Qué calificación les pondría? Evidentemente sacan del apuro, pero su calidad anda muy por debajo de lo los estándares óptimos para transitar, a pie, sin problemas. Una pisada joven y ágil puede moverse por ellas sin conflicto, pero todo es que quiera caminarlas otro tipo de persona para que surjan las incomodidades.
Un viejo, una embarazada, una mujer con bebé en brazos o en carreola, una persona en silla de ruedas o con muletas, todos batallarían —o batallan— el doble o el triple para recorrer nuestra ciudad. Lo digo con la certeza que me ha dado recorrer cuadras y cuadras y encontrar banquetas desiguales a cada diez metros, o trechos destruidos por el tiempo, levantados por raíces de árboles, remozados pero con amplios desniveles, resbalosos, cacarizos, sin rampas de acceso en las esquinas, de tierra irregular o con obstáculos de todo tipo como cascajo de construcciones en marcha o vehículos estacionados “en batería”.
Sin una política municipal firme y visible en este sentido, las banquetas de Torreón, y supongo que las de La Laguna entera, son un caos. Para empezar, gracias a las remodelaciones individuales su diseño obedece al criterio del burro sin mecate: cada quien le mete el aspecto y los materiales que se le antojan o se le acomodan, lo que da como resultado una imagen urbana desigual, despojada de un rasgo que la caracterice o la defina en este rubro. Cierto que la banqueta representativa de nuestra ciudad es la que todavía podemos ver y pisar en muchas manzanas del centro, la de cemento cuadriculado. Lamentablemente, este estilo ha sido roto por el tiempo, la arbitrariedad y el descuido, lo que añade un rasgo de fealdad a la ya de por sí ingrata diversidad de nuestras casas y nuestros edificios plagados de anuncios.
Sé que es difícil reconfigurar la uniformidad de las banquetas citadinas y con ello obtener dos frutos: facilitar la movilidad de quienes caminan y adecentar el aspecto de la urbe, pero también sé que el tiempo sigue caminando y poco a poco podría ser instalada una política oficial de cuidado a estos espacios públicos tan útiles como las mismas carreteras. Comenzar por el centro, lanzar un plan oficial que persuada a la ciudadanía sobre la importancia de tener banquetas dignas, limpias y parejas. Quienes caminamos a diario lo agradeceremos con los pies y con la vista.