Es más fácil predecir un meteorito que el resultado de la
actual metralla cruzada entre el PRI y el PAN. Como muchos, me declaro
incompetente para pronosticar el porvenir cercano de los dos candidatos, pero
eso no quiere decir que eluda las delicias de la conjetura. Este escenario de
guerra sobrevino luego de que ambos partidos atravesaron un amplio romance que
los llevó a pactar no sólo reformas, sino la mismísima presidencia cuando
Calderón desahució a Josefina y dejó la vía libre al clan de Atlacomulco, como bien
lo documentó El amasiato, libro de
Álvaro Delgado.
Mientras sirvió a sus intereses, Anaya jugó cerca del PRI,
y esto lo demuestran muchos videos de YouTube que lo exhiben como apapachador de
las reformas y, en particular, de Meade, “un mexicano del que nos sentimos
profundamente orgullosos”, el único que ocupó tres secretarías de estado “en
dos gobiernos emanados de distintos partidos políticos”. Tales logros del
abanderado priísta, dijo Anaya, son una consecuencia “de su preparación y de su
solidez técnica”, y sobre todo son una “consecuencia natural de su verticalidad
y de su extraordinaria calidad humana”. Estas palabras no son ahora nada
útiles, pues el equipo del mismo al que elogió, apoyado por el gobierno de Peña
Nieto, está tirando a matar para desbancarlo del segundo sitio antes de que
arranque formalmente la campaña.
Por su lado, Anaya ha hecho verdaderas acrobacias para
quitarse de encima el bombardeo simultáneo de todo el aparato priísta y oficial
en pinza. Visiblemente acompañado por Diego Fernández, personaje que en
términos de imagen no ayuda mucho si uno quiere deslindarse de acusaciones
relacionadas con negocios y dinero manejado en cifras millonarias, el joven
queretano ha insistido en los pasivos de Meade como padre del gasolinazo y de varios
desvíos en la Sedesol, ya no como el secretario destacado por su “su
preparación” y “su solidez técnica”, además de acusar a la PGR de actuar para
favorecer al candidato del PRI. El pleito a derivado incluso en el chismorreo
tuitero. A una gracejada del panista en la que señala ver por el retrovisor al
candidato priísta, Meade respondió: “No soy yo, Anaya, es Barreiro”, en alusión
al cuate no reconocido por Anaya.
A estas alturas, pues, el PRI hundirá su cuchillo hasta donde
quepa. Apenas hay tiempo ya para ubicarse, así sea mañosamente, en el segundo
puesto y operar luego un reto mayor: ponerse un poco por debajo de AMLO antes
del 1 de julio. Lo demás se resolvería con taxis y tribunales a la medida.