Alguna vez escribí esto
sobre Rogelio Ramos Signes (San Juan, Argentina, 1950). He tenido la suerte de
conservar su amistad y esto lo atribuyo a dos razones: a que Rogelio es un tipo
que se deja querer con harta facilidad y a que lo admiro como escritor, tanto
que desde hace cerca de quince años no he perdido su contacto. Gracias a las
nuevas tecnologías y a dos de sus libros he podido leerlo ya como poeta, ya
como articulista, ya como micronarrador. Lo que me había perdido es su
narrativa de largo aliento, pero eso quedó subsanado en el amanecer de 2017 con
la llegada a La Laguna, enviada por él desde el noroeste argentino, de una
novela: La sobrina de Úrsula
(Culiquitaca Ediciones, San Miguel de Tucumán, 2015, 215 pp.).
Este libro aterrizó en
Torreón junto con Cuadermo Laprida,
compilación colectiva de variaciones sobre un mismo motivo:
reinterpretar/reescribir/homenajear un microrrelato de David Lagmanovich; sobre
este libro, organizado por Rogelio junto con Julio Estefan, haré luego, espero
que pronto, el comentario que bien merece aunque yo mismo esté presente allí
con una variación. Ahora, sin
embargo, quiero detenerme en La sobrina
de Úrsula.
Lo primero que asalta
mi atención es lo evidente: La sobrina…
sostiene en más de 200 páginas a un narrador-personaje en primera persona que
no es un narrador-personaje, sino una narradora-personaje. Se trata de Isabel
Suárez, profesora universitaria de lengua española y literatura argentina,
quien despliega sus cartas desde las primeras páginas: la novela se erige como una
memoria (“simples apuntes”) en la que Isabel nos contará su historia, la
historia de su pasión por Francisco Díaz Boynol, nombre en el que advierto
cierta simetría con el del autor, dicho esto sólo al paso, como frívola
curiosidad.
Isabel cuenta la vida
de su tía Úrsula Merini, una belleza a la que no conoció pues murió muy joven,
cuando la narradora de la novela tenía apenas dos años. La tía es pues en la
vida de Isabel un fantasma familiar, una de esas querencias que sobreviven a
sus días y atraviesan generaciones gracias a la memoria. La inteligente
trabazón de las historias personales no me permite, sin menoscabo de la
sorpresa, adelantar mucho sobre la trama, así que me ubico a trazos gruesos en
una zona que da idea del conjunto sin anticipar demasiado.
Un día cualquiera
Isabel lee cierto cuento en una revista. Esa historia la obsesiona al grado de
pensar en la inclusión de tal relato en sus clases de literatura y, más allá,
conocer al autor, conseguir su bibliografía. Para su mala suerte, los libros de
Díaz Boynol son elusivos, así que termina recurriendo a los servicios de
Santiago Yago Perete, un vendedor
trashumante de libros capaz de conseguir hasta los títulos que todavía no han sido
publicados. Yago no sólo conoce al
escritor y arquitecto Díaz Boynol, sino que es su amigo y termina por vehicular
esa amistad, también, hacia Isabel. El librero consigue los volúmenes deseados
por su clienta y amiga, y sirve además como puente para que ambos se conozcan.
La narración avanza entre Rosario, donde radica Isabel, y Tucumán, donde vive
el escritor.
En este punto es fácil
conjeturar que Isabel se enamora de Díaz Boynol, y él de ella. Por una serie de
situaciones que implican la presencia de otras mujeres (Francisco es
divorciado, como Isabel), ella debe hacerse a un lado pese a que jamás ha
sentido algo similar por otro hombre. Sigue su carrera de maestra, y pasan
quince años de tortuoso y silencioso distanciamiento hasta que se da el
reencuentro y, por qué no decirlo de esta forma, la felicidad. El problema, el
conflicto, no está en la novela, sino en el capítulo final no escrito, como nos
advirtió la narradora desde el principio.
Es, para mí,
impresionante, por el desafío literario y flaubertiano que implica, meterse en
el pellejo de un personaje femenino y lograr ser persuasivo pese a que el
paratexto autoral nos indica que es un hombre quien escribió todo esto. Isabel
es convincente como mujer aunque su mundo no es simple y estereotípico, sino complejo,
no convencional, pues es muy culta. Esta mujer ilusoria tiene (he aquí una de
las mayores virtudes de La sobrina de Úrsula)
un estilo de pensamiento reflexivo que opera muchas veces en sentencias, en
abundantes y luminosos aforismos sobre todos los grandes y pequeños asuntos que
rodean su introspectivo destino: “cada uno convive con su sufrimiento como
puede”; “Pero los recuerdos también viajan; viajan en la cabeza precisamente, y
la cabeza siempre viaja con uno”; “todos vamos por el mundo arrastrando el
cadáver de algún antepasado”; “Las cosas simples de la vida son las que
terminan arropándonos”…
La
sobrina de Úrsula consta de siete capítulos. En los siete
deambula, con una prosa a un tiempo dúctil y poética, el pensamiento de una
mujer valiente que sin embargo no ha encarado todavía su mayor desafío: el
desafío que suponemos debe habitar el capítulo VIII —escrito sólo en la imaginación de cada lector— de esta hermosa y
profunda novela de Rogelio Ramos Signes.