Entre los horrores más
frecuentes del escritor está el horror a la página en blanco. Así lo llamaban
antes, “a la página en blanco”, pero hoy podría ser “al monitor en blanco”.
Suena menos poético, pero igual da: se trata de una sequía imaginativa por
supuesto que involuntaria, un cerco que por alguna razón harto misteriosa
impide que fluyan las palabras, que a la hora de la hora, frente al teclado,
algo se frene, se contenga, se atrofie.
Dije “sequía imaginativa”
y matizo. No es exactamente eso. La imaginación, por lo general, sigue su
curso, las ideas se mantienen en ebullición y parece que están a punto de
estallar, pero sólo parece. El escritor experimenta un raro estado de ansiedad,
tiene materia prima en la cabeza pero al momento de sentarse a modelarla ocurre
lo inesperado: no avanza, escribe un párrafo, dos, algunas cuartillas, pero
algo en el fondo le indica que no es por allí, que las palabras están
mintiendo, que no hay una coincidencia entre lo pensado y lo escrito. Por eso
el horror, esa sensación a despertar cualquier día y presentir la llegada del
bloqueo. Generalmente piensa: es pasajero. ¿Pero si no? Y es en la ansiedad de
no saber hasta cuándo durará que comienza a extenderse a veces meses, a veces años,
a veces décadas, a veces toda la vida. Tal vez eso le pasó a Rulfo luego del
55, tras publicar Pedro Páramo.
He pensado y repensado
la razón de ese bloqueo y no tengo una explicación quizá porque no hay una
sola, sino muchas. Aventuro dos posibilidades en el caso hipotético de dos
escritores que ya hayan escrito y publicado algo. Ese escritor imaginario, en
efecto, publica uno, dos, cinco o seis libros. Luego, un día, comienza a
sospechar que debe hacer algo mejor y se fija un objetivo más desafiante, salir
de territorio conocido y dominado. Comienza a ver que la máquina no funciona,
que las palabras no cuajan. Tras la primera frustración sobreviene la segunda,
la tercera, hasta que se instala el miedo y luego escribir se torna muy
difícil, casi una disfunción.
El otro caso es el del
escritor que se repite, el que nota que se autoplagia y en vez de resignarse a
sus temas, busca otros, indaga nuevas rutas, y se pierde en borradores
inconclusos, en material que sólo le acarrea insatisfacción. Puede llegar un
momento en el que si no regresa a lo suyo, quedará extraviado e impotente, fijo
en el silencio.
Las razones del bloqueo
literario son muchas y siempre misteriosas. Y aunque muchos escritores las
padecen alguna o varias veces en sus vidas, hay excepciones, claro, que también
son misteriosas.