miércoles, septiembre 06, 2017

Cinismo de sobra













Día tras día, sin freno, “espalda con espalda” como dicen en el beisbol cuando hay jonrones consecutivos, los escándalos de corrupción perpetrados por el gobierno de Enrique Peña Nieto se derraman por las redes sociales y, a veces más, a veces menos, llegan a los medios tradicionales. Entre el lunes y el martes de esta semana, por ejemplo, todavía no digeríamos el bocado del Ferrari del procurador Raúl Cervantes cuando ya teníamos otro encima y no bocado, sino bufet: los contratos establecidos por varias dependencias del gobierno federal con empresas fantasma, enjuague que abrió un socavón de 3.4 mil millones de pesos, cifra que ni escrita puede dimensionar una cabeza habituada a los salarios mexicanos.
Así como el agujero del Paso Exprés fue propiciado por la basura acumulada en un desagüe y así como lo del Ferrari ya fue atribuido a “un error”, el caso de los numerosos contratos con empresas de cartón piedra puede terminar en un mar de excusas o, a lo mucho, con algunos funcionarios menores en la picota. Nunca pasa nada ante las más contundentes revelaciones ni ante la evidencia palmaria del saqueo de los recursos públicos. Es impresionante.
Frente a los hechos, no queda otro camino más que pensar en lo que se sabe desde siempre: la vocación del PRI que recuperó el gobierno federal es el latrocinio, el robo descarado, la succión de la riqueza que en términos hipotéticos debería servir para crear obras de infraestructura y lubricar programas sociales. Hace tiempo se acabaron los tapujos, la simulación: ahora son exhibidos, desnudados en plena plaza pública, y articulan un discurso autoexcuplatorio que tiene mucho del “yo no hice nada” de los niños descubiertos en una travesura. Pero no es eso, una travesura, sino la más brutal rapiña que registre la historia del país, y en qué tiempos.
Si la vocación es robar, no es corrupción. La corrupción es una anomalía, un engrane enmohecido del sistema, un hecho que impide la operación óptima de una máquina. Lo que vemos ahora es una conducta programada, casi un Plan Nacional de Saqueo perfectamente explícito en sus directrices. No se trata entonces de un Bejarano agarrando billetes con ligas o de un burócrata de ventanilla pidiendo moche para agilizar el trámite, sino de una operación federal orquestada para canalizar recursos del país hacia bolsillos de particulares. Pero no pasará nada. Para esto y para todo lo demás hay cinismo de sobra.