miércoles, junio 28, 2017

La era de las ladys















Una modalidad mexicana del video viral es la de las “ladys” y su correlato masculino de los “lords”. Se trata, como sabemos, de generalmente breves secuencias captadas con celular en las que personajes más bien desconocidos saltan a la repentina fama gracias, sobre todo, a sus modales. Entre más clasistas, racistas, sexistas, machistas, homofóbicos, violentos, pedestres y demás linduras sean, mejor para el respetable público que devora con avidez de zopilote esa carroña audiovisual.
Confieso, no sin sonrojo, que he visto varios, tal vez muchos más de los que un psiquiatra pueda determinar como peligrosos. He tratado de verlos, y sobre todo oírlos, porque en ellos se cifra un breve y trágico cristal de la índole de los cavernícolas antiguos, ya que indefectiblemente exponen facetas harto lamentables de la condición humana. Aquél, por ejemplo, viralizado como #ladychile, en el que una señora de su casa exhibe a la trabajadora doméstica por hurtar un delicioso chilazo en nogada. O ese otro de #ladyIMSS, donde una señito con vocabulario de Pedro Weber Chatanooga suministra una andanada de insultos de alto voltaje porque no le pueden surtir un medicamento. También memorable es #ladysoriana, seño que en la caja del supermercado atizó sin piedad a la cajera, a quien calificó como “pinche gorda”. No menos impresionante es el de la chica oriental, #ladytakataka, que fue catapultada a la popularidad cuando la exhibieron vendiendo productos caducos; y por último, entre las inolvidables de este burdo género, el de #lady100pesos que le dio la vuelta a México ya que la protagonista, visiblemente guapa y briaga, quería sobornar a la autoridad con miserables cien pesos, y ya se sabe que cien varos no sirven en esta época para sobornar a un buen oficial de policía o de tránsito.
El fenómeno de las ladys —y en menor medida el de los lords— explica a trasmano la brutal caída de los ratings televisivos. Géneros de televisión hay, como los cómicos, que en los años recientes se han desplomado gracias al éxito del humor involuntario diseminado por las redes. Ahora bastan un celular y una plataforma de internet para que un video corra con buena suerte. Pero enmiendo, eso no es suficiente: también son necesarias ladys que sean capaces de sonrojar al más prominente de los carretoneros. Cuando todo eso se conjuga, la viralización está garantizada.

sábado, junio 24, 2017

Semana del espionaje














Así suelen llamarse algunos programas de Discovery o Nat Geo, como esta entrega de Ruta Norte. Desde el lunes pasado hasta hoy y no sé hasta cuándo, el tema central de las secciones políticas y editoriales en noticieros y periódicos fue el de la denuncia que varios periodistas, activistas y defensores de derechos humanos hicieron para apuntar que hay evidencias de que son espiados por el gobierno. Mi amigo y paisano Enrique García Cuéllar, periodista radicado en Chiapas, ha anotado casi desenfadadamente que esto no debería extrañarnos, y le doy la razón: el gobierno mexicano siempre (siem-pre) ha investigado todo lo que pueda ser investigado, principalmente a sus reales y/o potenciales enemigos. Esto se ha dado, reitero, siempre, y si alguien se dedica a alguna actividad que el gobierno considere delicada, será carne de expediente.
Lo que ha cambiado es el método. Aún recuerdo, por ello, las viejas épocas de los agentes de Gobernación que asistían a los mítines y eran tan conocidos que hasta los oradores los mencionaban en público y ellos, serios como un interventor de concurso, levantaban la mano para agradecer la deferencia. Supongo que además de esa chamba aquellos pardos burócratas hacían preguntas en corto, conseguían soplones y sintetizaban contenidos de periódicos y revistas. Hoy eso ha pasado a mejor vida gracias a las nuevas tecnologías, pues se ha hecho posible rastrear los movimientos, las opiniones y la vida privada de quien sea que tenga un dispositivo móvil o inmóvil conectado a internet, y es difícil, por no decir imposible, que un periodista, un activista o un defensor de derechos humanos no se sirva de esas herramientas de conexión ubicua. O sea, nada más fácil hoy, con o sin Pegasus mediante, que voyeurizar la vida de quien se atraviese.
Tal fue pues la gran mentira de Peña Nieto: afirmar categóricamente que su gobierno no espía. Por supuesto que espía, y por lo tanto no se diferencia un ápice de lo que han hecho otros gobiernos desde don Porfirio (nomás por citar un punto de partida) a la fecha. Igualmente lo hacen el norteamericano, el cubano, el argentino, todos los gobiernos, pues parte de la supervivencia de un grupo de poder radica en contar con información siempre actualizada, lista para madrugar en caso necesario. El asunto es saber qué tanto, a quiénes y específicamente para qué, no si espía o no, pues eso es un hecho.

miércoles, junio 21, 2017

Sed del bosque













A estas alturas uno supone que vive en la civilización, pero esto no es tan cierto: hay mucho de barbarie en nuestra vida cotidiana. Porque barbarie es, y de la grande, habitar en una zona semidesértica, tener un bosque que sirve de pulmón y no hacer nada, o hacer muy poco, mientras pasan semanas y semanas, meses incluso, y ver que los árboles sufren de sed al grado de tener sus vidas en peligro. Eso ha estado pasando, precisamente, con la flora del bosque Venustiano Carranza, la más amplia joya verde en el entorno torreonense.
Un grupo de asiduos visitantes al bosque ha denunciado la negligencia pero al parecer la autoridad municipal no tiene mucho apuro en invertir lo que se debe y evitar el riesgo de que mueran árboles. Esto significa que se han buscado remedios que son apenas paliativos, pues mientras la población arbórea no reciba las cantidades adecuadas de agua se estará jugando con la salud de un área fundamental en nuestro municipio.
El bosque es, lo sabemos, el lugar al que concurre la mayor cantidad de torreonenses con deseos de ejercitarse mediante la práctica de la caminata y del trote. Contiene además uno de nuestros más importantes museos, el Regional de La Laguna. Es, por ello, un símbolo de nuestra ciudad y quizá por todo lo anterior también es el punto en el que año tras año deriva el más famoso maratón organizado en la comarca lagunera, el Lala.
No puede ser entonces que se le mantenga en el estado de precariedad de las semanas recientes, con la noria descompuesta y sin una solución inmediata que dé viabilidad a la perfecta irrigación de los árboles que no esperarán mucho tiempo antes de comenzar a sucumbir. Urge pues que el alcalde ponga sus ojos en el problema y sin más destine el presupuesto que sea necesario para que nada amague la cabal satisfacción de las necesidades que presenta el Venustiano Carranza.
Mal haría el ayuntamiento, en suma, si en lugar de atacar el problema lo sigue minusvalorando como si la vida de cientos de árboles no fuera un asunto de alta prioridad. Deseo confiar en que ya pronto será restablecido el funcionamiento de la noria y el bosque tenga el agua que necesita. Es por los árboles, es por Torreón. El medio ambiente no juega con los tiempos políticos, y si el bosque demanda atención ya, ya debe tenerla. Ni un día más sin abundante agua para él.

sábado, junio 17, 2017

Equidad de géneros














Adrede usé el plural, eso de “géneros”, porque me refiero a los literarios, no a los de nuestra sexualidad. Sabido, muy sabido es que la novela acapara desde hace años la atención de (no sabemos quién fue primero, como el huevo o la gallina) editores y lectores, y que otros géneros han pasado a convertirse en satélites que a veces ni siquiera tienen cabida en el sistema de mercado. No por otra razón alguien ha dicho que la poesía (puedo agregar al ensayo y casi también al cuento) es una de las pocas cosas, acaso la única, que no le interesan al comercio, una especie de derrota con extraño sabor a triunfo.
Pues bien, tal no ha sido el caso de la novela, género lucrativo si los hay. Esto ha provocado que, como en el mundo capitalista se le tiene bien apapachada, los lectores y hasta los mismos escritores y no se diga los editores, crean que es un género per se más importante, el único que pone la vara alta. En mi escala de gustos, que no importa pero de todos modos es mía, aprecio, y mucho, la novela, pero a fuerza de contacto con otros moldes también les tengo ley. No tan secretamente leo bastante poesía, siempre estoy metido con el cuento, admiro a los ensayistas y me encantan géneros en apariencia menores como la crónica y la entrevista. O sea, me cuadra el bufet, no un platillo único.
Fue un placer, por ello, toparme con una entrevista de Piglia a Rodolfo Walsh. En ella, el gran maestro RW declara lo siguiente, que es cierto, por su aspiración a la equidad de géneros, aunque se refiera a un contexto muy distinto al actual (1970): “Un periodista me preguntó por qué no había hecho una novela con eso, que era un tema formidable para una novela. Lo que evidentemente escondía la noción de que una novela con ese tema es mejor o es una categoría superior a la de una denuncia con ese tema. Yo creo que esa concepción es una concepción típicamente burguesa (…) Porque evidentemente la denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, no molesta para nada, es decir, se sacraliza como arte. (…) al mismo tiempo creo que gente más joven que se forma en sociedades distintas, en sociedades no capitalistas o en sociedades que están en proceso de revolución, gente más joven va a aceptar con más facilidad la idea de que el testimonio y la denuncia son categorías artísticas por lo menos equivalentes y merecedoras de los mismos trabajos y esfuerzos que se le dedican a la ficción”.

miércoles, junio 14, 2017

Cómo mirar a los hijos














El encabezado es ambiguo. Puede leerse como propuesta didáctica: “así debemos mirar a los hijos”, o como exclamación: “¡cómo es posible mirar a los hijos si uno es así!”. He pensado la frase en su segundo sentido: cómo es posible mirar a nuestros hijos cuando sabemos que todo o casi todo lo que les damos es producto del robo y la mentira, de la corrupción en suma. Premoderno como soy y todavía con lastres éticos atados al tobillo, siempre me ha intrigado esa relación: cómo mira un padre corrupto a sus hijos y cómo lo miran sus hijos a él. Supongo que ha de ser difícil. No sé. Tampoco me gustaría estar sonando fariseo, pero bueno, no es lo mismo andar por la vida bajo el anonimato de la normalidad salarial, como uno, que ser Romero Deschamps o Javier Duarte, por citar sólo dos casos de corrupción magnífica y perceptible a simple vista.
Dado el clima de época en el que vivimos —metalizado hasta el vómito—, es muy probable que los hijos de esos formidables canallas amen a sus padres, y que sus padres en efecto no sólo les den privilegios de toda índole, sino el amor que hasta las víboras prodigan a sus retoños. Así pues, rencor o recelo no deben sentir esos hijos, sino admiración y agradecimiento.
No abundan los casos de odio de un hijo a sus padres. Recuerdo el de Pirí Lugones, nieta de Leopoldo Lugones, acaso el más grande escritor de la primera mitad del siglo XX argentino, e hija del jefe de policía homónimo a quien se atribuye la invención y el uso metódico de la picana. Ella aborrecía tanto a su padre que se presentaba de esta forma: “Pirí Lugones, nieta del poeta, hija del torturador”. Pero insisto, los hijos suelen no ver de dónde provienen sus fortunas, si las tienen, y menos en esta era de cinismo ubicuo.
Si a los hijos no les queda claro qué son sus padres y de dónde han sacado lo que tienen, a los padres sí, sí les queda claro, no puede no quedarles claro. Sospecho que ante esto se inventan todo un andamiaje íntimo de autojustificaciones: por la familia, lo que sea; si no era yo, era otro; qué tanto es tantito; hay tipos peores. No sé, reitero. Lo único que sé, o al menos deseo imaginarlo literariamente, es que a la hora de mirar a sus hijos sólo les destella en los ojos el brillo del amor y la tranquilidad autoexculpada: los hijos merecen el sacrificio de enmierdarse; su felicidad justifica cualquier abyección.

sábado, junio 10, 2017

Una distopía inconclusa














Por estos días he estado escribiendo un cuento que ya se me trabó. Se trata de una breve distopía, casi un juego. En general esos relatos jamás han sido de mi agrado, pues tiendo a disfrutar más lo que parece próximo a mi experiencia como ser humano de a pie, a mi inmediatez concreta de transeúnte. Sin embargo, y no sin algo de pudor, puse manos a la obra y pensé en un relato que vislumbrara una sociedad posible a partir de lo que hoy está pasando. En toda distopía bien nacida, como en la ciencia ficción, debe haber elementos que no surjan del mero capricho autoral, sino de una determinada realidad alcanzada en el presente. Si no se procede de esta manera, se incurre en la fantasía pura. Supongo que he tratado de seguir la pauta anterior, pero a veces es difícil atar a la imaginación y cuando eso pasa se filtran al relato situaciones delirantes.
Mi historia comienza con la descripción de un pueblo sometido por varios gobernantes despóticos cuyo método para sostenerse en el poder es básicamente el mismo: se supone que practican una sana hermandad y que se suceden sólo entre ellos para que nunca llegue un gobernante que intente castigarlos, pero cada uno de los que van saliendo y entrando quedan amarrados no tanto por el afecto y el agradecimiento, sino por un tácito pacto de complicidad: todos saben demasiado sobre todos y operan como potencias en la guerra fría, es decir, que no se hacen daño porque acabarían con todo si lo intentan.
En mi distopía hay, obvio, un pueblo que los aborrece, que sabe de sus fechorías, que ha padecido sus descomunales atracos, pero que se muestra impotente ya no para castigarlos, sino para al menos quitárselos de encima. Mi narración pinta un mural atroz: los gobernantes conocen todo lo que se mueve en su espacio y controlan todas las instituciones dedicadas en teoría a velar por los intereses de los ciudadanos. Para aparentar que hay libertad se ha creado un risible sistema electoral. Un día, por ello, es convocada una elección y más por casualidad que por otra cosa, gana un personaje distinto. Casi sin quererlo, la gente ha votado por otro. Pese a eso, o precisamente por eso, el sistema se cierra, altera flagrantemente el aparato de votación, e impone al gobernante que garantiza la continuidad.
En eso va mi distopía, pero ya no supe cómo seguir para hacerla menos absurda.

lunes, junio 05, 2017

Proyecto del Colectivo Desmesurados



















El Colectivo Desmesurados tiene un proyecto interesante: invita a un artista a escribir o pintar sobre otro, y así va creando una cadena de relaciones que a la larga puede generar lazos de amistad inesperados. Así entonces, me convidaron a escribir algo sobre el argentino Germán Vachino, y esto salió. Luego, se supone, alguien escribirá algo sobre mí, pero eso ocurrirá más adelante. Va pues mi texto sobre Vachino, quien por cierto ya entró en contacto conmigo aunque no nos conozcamos en persona:

"Caripelas" del Negro Vachino

Contra la opinión mayoritaria, discrepo de quienes perciben como fácil cierto estilo artístico de perfil barroco, en apariencia caótico y en cierta medida infantilista. Me refiero, por citar sólo un par de ejemplos, a las creaciones ubicadas en la órbita de Joan Miró y Jean-Michel Basquiat. Cada cual a su manera, ambos dotados de una fuerza misteriosa e implacable, estos pintores demostraron en el siglo XX que uno de los mejores retratos de la vida actual se obtiene de la más radical espontaneidad: Miró con rasgos que de alguna forma celebran el colorido de la vida, Basquiat —una especie de grafitero salvaje, si esto no es un pleonasmo— igual de colorido pero temáticamente en la cara opuesta, la trágica.
A su manera, Germán Negro Vachino, artista argentino nacido en La Pampa y radicado en Tigre, cerca de la Capital Federal, se inscribe en esa estética: sus dibujos conglomeran imágenes y colores que siempre parecen nacidos luego de un vistazo a la realidad, como desenfadados pero al mismo tiempo sutilmente atentos al detalle.
El Negro ha declarado alguna vez que sus temas los elige aquí y allá, en la calle, en cualquier sitio, mientras camina o anda en bicicleta. En sus trotes —tal palabra es aquí literal, insisto— capta los signos, “picotea de todos lados” lo que después convertirá en, como él las llama, “caripelas”, obras que promiscuan con pasmoso buen resultado el dibujo con la literatura.
Porque el Negro, hay que enfatizarlo, no sólo es un ojo observador, sino también un oído atento a los rumores verbales de la calle, de los libros y de la música. El resultado de su andanza se sintetiza en esos objetos, las caripelas, que a mi parecer están a medio camino entre Miró y Basquiat; de ambos comparte la frescura del trazo, el color ruidoso, y en el “asunto” la sonrisa del catalán y el desgarramiento del neoyorkino.
He leído los poemas de Vachino y los he visitado asimismo en su representación gráfica. En una de ellas, la que se refiere al texto “4 personajes 4”, aparecen los cuatro sujetos sobre un fondo moteado con pequeñas manchas —seña estilística del Negro— y allí se desliza sinuosamente el poema que así comienza:

la princesa del mambo nunca una pareja,
jamás un beso,
desdichada,
y de ponerla ni hablar,
vive en bella vista y se cachondea con novelitas por televisión,
y cuando te habla es como si pasara un tren por el desierto,
nadie la escucha aunque este vestida para matar,
tiene el pelo azabache y culo de mandril,
se llama florencia...

Esta suma no hace difícil sentir entusiasmo, o al menos inquietud, con la obra de Vachino: síntesis de trazo brutal, color atrayente y palabra espesa de vitalidad.

sábado, junio 03, 2017

Biblioteca de monstruos












La Real Academia Española anunció recién la publicación de uno más de los libros que ha venido editando, mediante el sello de Alfaguara, para homenajear, con el bienvenido pretexto de ciertas fechas, a escritores imprescindibles de nuestra lengua. Así, lo que comenzó en 2005 con el Quijote multiprologado y de tiraje bestial, continuó los doce últimos años con García Márquez, Fuentes, Mistral, Neruda, Vargas Llosa, otra vez Cervantes, Darío, Cela y ahora, en este 2017, Borges.
Se trata pues de una más de las “ediciones conmemorativas” que la RAE, en coordinación con las academias de la lengua española de todo el mundo, arma con el fin de alcanzar un objetivo específico: poner a la mano de muchísimos, en el impiadoso mercado, algunas obras editadas sin tacha y hacerlo con un soporte crítico que permita revisualizar la importancia de esos autores en el contexto de nuestra lengua y de la literatura mundial.
El libro que ya comenzó su andanza es Borges esencial (título que me recuerda el de Borges oral), “que incluye los textos introductorios y ensayos escritos ex profeso, una cuidada selección de lo más representativo de su poesía, ensayo y narrativa, además de la publicación íntegra de las que quizá sean sus dos obras más emblemáticas: El Aleph y Ficciones”, dice el cable. Esta reunión de textos estaba planeada para aparecer en 2016, año en el que se conmemoró el treinta aniversario luctuoso del genio argentino, pero se rezagó, costumbre del trabajo editorial, y hasta ahora fue puesta en circulación. Aseguran que se trata de una joya, pero eso equivale a no asegurar nada, pues el apellido Borges sólo produjo eso: joyas. Desde ya, hay que preparar la faltriquera para cuando Borges esencial llegue a nuestro desierto.
Quiero aprovechar el último párrafo de esta entrega para alentar el voto en la jornada electoral de mañana. Más allá de las sutiles o no tan sutiles campañas disuasorias o derrotistas, nuestra participación es fundamental. Entre más copiosa sea la votación, más certeza tendremos de que quienes lleguen a los puestos de elección sean los verdaderamente elegidos por la mayoría, no los que con artimañas de toda índole juegan el mafioso juego de la compra de votos y la adulteración de resultados. A votar y a invitar a votar a toda la parentalia. Entre más seamos, mejor.