sábado, abril 29, 2017

Vivir siempre mermados















Enrique Serna publicó recién en Letras Libres un texto estremecedor titulado “Explotación del consumidor”. Pese a su brevedad, puedo considerarlo ya el último clavo que pongo en el ataúd de mi relación con el consumo. No quiero decir (no estoy loco) que dejaré de comprar todo cuanto habita en la publicidad y los aparadores, pero sí que radicalizaré mi ya de por sí severa relación con muchos productos y servicios que constituyen en México una forma torrencial de ganancias para muchos delincuentes famosos por su respetabilidad.
“La explotación del consumidor es un fenómeno mundial, pero en países con altos índices de impunidad, como nuestra suave patria, está cobrando visos de pesadilla. Teléfonos de México, por ejemplo, acumula enormes botines con los cobros de servicios no solicitados por su clientela”, dice Serna, y en seguida pasa a reseñar algunos de esos casi invisibles cobros que los bancos y otras empresas encajan a los clientes y terminan siendo verdaderas alfaguaras de riqueza.
En un país como el nuestro, arrasado por la susodicha impunidad, es pan diario ser asaltado sin violencia. De a pesito en pesito, los tiburones de innumerables empresas hincan los colmillos en la clientela, y cuando algo puede ser regulado sucede que los dueños del balón —los bancos son expertos en esto— hacen el lobby que no puede hacer la ciudadanía representada por legisladores entreguistas, fácilmente comprables.
Mi deseo, pues, es no firmar más contratos, sacar la vuelta a la letra chiquita como si tuviera peste negra, y comprar sólo lo estrictamente necesario. Y más allá de los contratos, es irritante saber, por ejemplo, que unas palomitas grandes en el cine cuestan más de cincuenta pesos y en la vida real no costarían ni cinco, o que una camisa valga dos mil pesos sólo porque ostenta la estupidez de una marca, o que un coche nuevo se deprecie 30% cuando se recibe la factura, antes incluso de conducirlo por primera vez.
Aun radicalzado, sin embargo, es imposible escapar del abuso. Hace poco un joven grabó el robo del que fue víctima en una gasolinera: pidió tanque lleno y le surtieron 56 litros; luego, manual en mano, demostró que a su coche sólo le cabían 46, diez menos. Fue un caso de agandalle extremo, pero si lo hubieran esquilmado con medio litrito no lo habría notado, dejaba la ganancia extra y fin. Así nos merman con el gas, la luz, todo, en este país patasparriba.