miércoles, octubre 26, 2016

Dimensiones




















Caí preso por un fraude del que no me excusaré. Tampoco negaré que odio el encierro, la reclusión en este espacio gris, ajeno a cualquier mínima forma de la alegría y la misericordia. Es una cárcel mexicana al fin, y las cárceles mexicanas no se parecen a las gringas. En los documentales he visto que allá son también horribles, pero al menos parecen limpias, ventiladas, casi como severos hospitales. Acá no. Acá son opacas, pringosas, tienen el mobiliario siempre roto y huelen a sudor revuelto con desesperanza. Son muy tristes, y casi todos los que aquí habitan llegan mal, muy mal, y terminan peor, muy peor, a veces locos. Por eso, cuando vi que debajo de la cama el piso estaba flojo, rasqué con una cuchara y asombrosamente logré que se desmoronara la delgada plantilla de cemento. Tenía apenas un centímetro de grosor y por allí pasaba un túnel. Fue fantástico. Estaba muy oscuro, pero me la jugué. Logré colar mi cuerpo en el hoyo y de inmediato recorrí a gatas la penumbra. Supongo que avancé como cien metros o poco más, hasta que llegué a la salida, un hueco que resplandecía con violenta luz. Tuve miedo, pensé que del otro lado podría estar, no sé, el patio de la cárcel o algo así, quizá fusiles listos para acribillarme. Pero el horror al encierro fue más grande y me atreví a salir. Extrañamente, asombrosamente, me vi en un espacio abierto, fresco, pleno de árboles y flores. A lo lejos, un arroyo emitía el ruido de agua golpeando sobre rocas. Olía a paz. Pensé que era un sueño, y que pronto iba a despertar a la pesadilla de la cárcel, pero no: el hecho de pensar que era un sueño me hacía comprender que no era un sueño, que aquella fantasía era ahora la realidad. Sentí hambre y al lado apareció una mesa bien servida con mis platillos favoritos. Sentí frío y en mi espalda apareció un saco grueso, protector. Deduje que todo surgía nomás con pensarlo. Tuve ganas de ya saben qué, y apareció Bárbara Mori. Le dije que me esperara, que al menos permitiéramos el arribo de la noche. Se me ocurrió un plan: aparecerme a mí mismo, hacerme una réplica y mandarla a la celda. Y apareció mi otro yo, y lo mandé al túnel, a la cárcel. Mientras ese fantasma purgaría mi condena, yo iba a disfrutar de este nuevo mundo y lo compartiría con Bárbara. Sonreí.