miércoles, agosto 10, 2016

Llamadas




















Ya instalados en la reunión del viernes no fue nada difícil que llegáramos a la misma conclusión: había perdido la cordura. Éramos cuatro matrimonios y cada mes organizábamos un encuentro sin duda gratificante. No llevábamos comida lujosa y la bebida no pasaba de la cerveza para los hombres y el vinito tinto de medio pelo para las mujeres, pero esa materia prima daba para pasarla bien con la charla sobre los hijos y la chamba. El tema salió un poco al azar, nada premeditadamente. No nos habíamos reunido para hablar sobre eso, pero sin quererlo el rollo atravesó toda la noche. Las cuatro mujeres habían recibido esa semana una llamada de Virginia, la misteriosa Virginia. Todos en la reunión la conocíamos bien y sabíamos que cuando inauguró su sorpresiva viudez se le agudizaron las muestras de locura. Tal vez no era locura, sino depresión o algo parecido, aunque lo más fácil es etiquetar a alguien de loco cuando su comportamiento se desliza hacia lo que juzgamos, no sin ligereza, como anormal. Virginia iba con su marido a las reuniones, pero desde que lo perdió, apenas tres años después de haberse casado, inició un proceso hasta cierto punto entendible de no arrimarse a nada que le recordara su tragedia. Lo extraño es lo que dijo durante el sepelio: “Yo lo presentí, sabía que iba a morir con una semana de anticipación”. Ya viuda dejó de asistir a las reuniones, aunque de todos modos era convocada a tiempo. Ella sabía, pues, qué día exacto se daba el encuentro mensual, y esa semana no fue la excepción. No asistió, pero hizo algo que dio materia prima para la charla. O sea, toda la noche estuvo presente. De lunes a jueves distribuyó unas llamadas alarmantes: “Hola, Claudia. No te preocupes, ya supe lo que pasó con Luis y estoy contigo, querida amiga”. Por supuesto que a Claudia le estalló el corazón y de inmediato buscó a Luis por el celular. Luego él, en la oficina, le aseguró que no pasaba nada, que tenía mucho trabajo y que ignoraba de dónde había salido lo que dijo Virginia. Y lo mismo en las cuatro llamadas. Todas las mujeres, por supuesto, tras comprobar que no pasaba nada se comunicaron con Virginia para reclamarle la imprudencia; ella se disculpó con un débil argumento: “Lo que pasa es que lo oí en la calle, supe que a Luis le había ocurrido algo grave”. Era imposible comprobar si se trataba de un rumor cierto o inventado por ella, y le exigieron que no volviera a telefonear esos mensajes. Ya estábamos en el resumen de la conversación y hasta reíamos cuando sonó el teléfono de Claudia. Era Virginia: “Disculpa, amiga, por la llamada del martes. A Luis no le pasó nada esta semana, pero cuidado, puede pasarle algo la semana que entra. Cuenta conmigo para lo que se ofrezca”.