sábado, noviembre 03, 2018

Elogio del cuartaforrista




















Algún día alguien, quien sea, incluso yo, debe dedicar unos párrafos a ponderar el valor de las cuartas de forros o contratapas (esa parte de los libros que los lectores de a pie suelen llamar "contraportadas"). Sin darme cuenta, sin valorar lo suficiente su gravitación en mi entusiasmo, he leído contratapas tan buenas que de inmediato me han llevado a comprar o a leer el libro. Por supuesto no han sido pocas las ocasiones en las que, luego de conocer el contenido del libro, las palabras de "la cuarta" se antojan excesivas, lo que de ninguna manera le resta mérito al autor, generalmente anónimo, de esos breves textos, pues él hizo su chamba al persuadirnos.
Aunque no lo creamos, tal jale supone cierto grado de especialización. Esto significa que no cualquiera que se sienta buen escritor tiene en automático las aptitudes para escribir buenas contratapas. Quien se anime a abrazar el oficio, creo, debe tener buena prosa, capacidad de síntesis, poder de convencimiento y, lo más importante, malicia para elogiar sin parecer lambiscón, pues es obvio que estos textos deben ponerse al servicio del libro, pero es recomendable, por obvio buen gusto, que no se excedan en azucarados elogios o lluvias de confeti.
Hay libros que no tienen nada en la contratapa o cuando mucho exhiben, hoy, el código de barras. Otros contienen allí la semblanza del autor, una pequeña cita textual del contenido o algunas palabras de reseñistas (del New York Times, El País, Reforma o La Gaceta de Parácuaro…) sobre las virtudes ya observadas en el autor. Algunos libros combinan todo esto y otros añaden lo que aquí estoy tratando de considerar: las palabras bien escritas de un cuartaforrista a sueldo. La prueba de que es bueno, lo reitero, radica en que logre entusiasmar, en que nos urja sutilmente a ingresar en las páginas.
No lo había pensado, pero lo pienso ahora: mi respeto a los escritores de contratapas que seguramente por unos cuantos pesos (o dólares o libras esterlinas o maravedíes de supervivencia) nos convidan con elegancia, sin apapachos desmedidos, a leer. Su firma jamás figura en los libros, nadie los toma en cuenta, pero ellos beben el trago acérrimo de escribir contratapas con las que incluso no necesariamente deben estar de acuerdo. Pese a todo eso, allí andan rodando en el mundo editorial, solos y olvidados, cuidando en casa, tal vez entre apuros alimenticios, que queden impecables unos renglones puestos a vivir sin huella digital.