jueves, junio 30, 2016

Cuánto más












¿Cuánto más durará la Tierra? Esta es una pregunta que me hago con frecuencia y sólo puedo responder precariamente dado mi amateurismo en materia de ambientalismo. Las opiniones que he encontrado son muy desiguales, pero todas coinciden en asegurar que ya no queda mucho tiempo, que la cáscara del globo y el oxígeno que la arropa se encuentran cada vez más deteriorados, a punto casi de su extenuación definitiva.
Los humanos de a pie, los habitantes del mundo que no nos dedicamos a la investigación sobre estos temas, solemos asustarnos un poco, sí, pero no hacer profundo caso a las advertencias que en relatos y en imágenes nos dibujan el cercano apocalipsis. ¿Cómo creer —pensamos— que esto se va a acabar si al lado de selvas devastadas, animales extintos, ríos contaminados y ciudades asfixiadas por el aire gris podemos seguir apreciando imágenes de cascadas, de selvas, de ríos y montañas esplendorosos que no una ni dos, sino cientos de veces podemos encontrar en todos los medios al alcance de la vista?
En efecto, miles de lugares hay que sirven para acercarnos postales de sitios maravillosos. Abrir una revista especializada —National Geographic, por ejemplo— nos alienta a imaginar, a creer cándidamente, que el mundo sigue así, bello de todos sus costados. Lo cierto es que en verdad quedan muchos espacios paradisiacos, algunos intocados por la devastadora mano del hombre. La depredación, sin embargo, ya da trazas de haber llegado al límite en muchos sitios del planeta, principalmente en las ciudades cuya población se ha desbordado. Tendemos a pensar —es un deseo optimista e ingenuo— que sólo son esos espacios, las grandes metrópolis, los lugares que han llegado al borde de la destrucción, pero no es así, o no es sólo así. Las grandes concentraciones de población están contaminadas, es cierto, y entre sus patas se han llevado ecosistemas enteros, dado que para mantener a las ciudades de gran dimensión es necesario producir, en otros cientos de lugares, infinitos bienes y servicios que sin remedio arrasan y provocan lo que ya estamos padeciendo: espacios en los que reina el agotamiento/acabamiento de recursos y, a la larga, el famoso calentamiento global que ha encendido focos rojos todavía poco alarmantes para la mayoría.
Aquí llego al meollo de mi preocupación: para detener el deterioro y luego para mejorar lo deteriorado no sólo es necesaria la alerta roja que nos lleve a “cuidar el medio ambiente” con medidas más o menos sencillas, como no gastar tanta agua, usar menos el coche, reciclar y todo eso. Para, de verdad, cambiar la inercia del mundo es necesaria hoy una conversión que pasa menos por lo cultural que por lo político-económico; si hoy la vida amenaza con extinguirse se debe en términos muy generales al capitalismo en su expresión extrema: el neoliberalismo cuyo motor es exclusivamente la ganancia basada en la promoción irreductible del consumo en el mercado como único dogma, como soporte de un sistema al que no le importa cuánto dure la Tierra, sino cuánto dure el comprador comprando productos necesarios y, sobre todo, innecesarios.
Sé que no respondí mi pregunta inicial. Ignoro cuánto durará el mundo y cuánto mundo nos queda. Lo único que percibo con alguna seguridad es que no tenemos el menor ánimo de detener la destrucción.