miércoles, marzo 09, 2016

Lodazal












Pensé que había muerto, pero su presencia aquí, en el restaurante, casi al lado mío, histriónico y como siempre muy conversador, recordaba la sobada frase de la yerba mala que nunca iba a morir. Por supuesto que los años ya le habían propinado una golpiza, que las canas, las entradas, las arrugas y la barriguilla correspondían ahora a sus setenta. Conservaba, eso sí, la posición bien erguida, el cuello siempre tirante de los chaparros y el porte estudiado que reforzaba con el saco esport y la camisa sin corbata. Jamás olvidé “sus secretos”, la técnica persuasiva que alguna vez, hace treinta años, quiso enseñarme. “Mira, Rosalío, lo primero que debemos hacer es cambiarte el nombre. Un líder así llamado jamás avanzará lo suficiente”, fue lo primero que recomendó al aceptarme como adepto. Me sugirió un nombre ordinario, luego una inicial enigmática y al final mi verdadero apellido. “Puedes llamarte Carlos Y. Ortega”, dijo. Luego me explicó el truco: “Carlos es un nombre sencillo, y luego viene la ‘Y’ que desconcierta: por supuesto que te preguntarán y tú dirás que significa ‘Ybrahim’, pero que no te gusta usarlo, y así tus discípulos sentirán que acceden a tu mundo íntimo, que se adueñan de una ‘clave’”. El Maestro había creado un sistema de mensajes sutiles para convencer a la juventud sin que ella lo notara. “El uso del saco esport te da autoridad, pero jamás lo complementes con corbata. Los jóvenes perciben al hombre de corbata como remoto, como inalcanzable. El saco te deja a medio camino entre lo lejano y lo próximo, el sitio ideal en el que debe colocarse todo gran líder, Rosalío”. Su teoría de la Gran Conversión atravesaba sin solución de continuidad como diez o quince religiones alarmistas a las que aderezó con preceptos de su delirante cosecha. Por supuesto que la ensalada era aberrante, pero de eso me di cuenta algo después, cuando abandoné el grupo y comencé a leer. Siempre impartidas en cafés sombríos, las clases de Maestro —él las llamaba “iluminaciones”— buscaban adherentes a una causa que jamás me quedó clara y que obviamente no prosperó. Hoy el Maestro no podría reconocerme, y al oírlo cerca de mi mesa no puedo sino asombrarme de su parálisis, de su estancamiento en aquel lodazal de ideas pedestres. Ya casi anciano, oí que instruía a su discípulo: “El uso del saco esport te da autoridad, pero jamás lo complementes con corbata. Los jóvenes perciben al hombre de corbata como remoto, como inalcanzable. El saco te deja a medio camino entre lo lejano y lo próximo, el sitio ideal en el que debe colocarse todo gran líder, Carmelo”.