sábado, febrero 20, 2016

Supongamos












Supongamos que un tipo al que llamaremos Juan llega un día cualquiera a la oficina. Supongamos también que afuera ha estacionado un coche de lujo último modelo. Supongamos que lo acaba de comprar, que luego de muchos sacrificios ha reunido la cantidad suficiente para pagar el enganche y sacarlo de la agencia. Supongamos que tendrá muchas dificultades para pagar los abonos, pero si no hay contratiempos —una enfermedad, un accidente, cualquier imprevisto de los que nunca faltan en este país acuchillado siempre por el azar— logrará pagarlo en tres sacrificados años. Supongamos ahora que un compañero de oficina, llamémosle Luis, lo envidia de inmediato porque es lógico envidiar a un compañero de trabajo que de sorpresa trae un último modelo y además porque entre los dos hay, supongamos, una rivalidad inconfesa, todavía no declarada. Supongamos que ambos se tienen recelo porque los dos han mantenido en pie una misma aspiración: conquistar a Ruth, una compañera de oficina supongamos muy bonita. Ahora pasemos a suponer que Juan se adelanta porque un coche nuevo no sólo sirve para avanzar en las calles, sino también en cualquier otro ámbito de la vida. Ruth da la impresión, supongamos, de que muestra alguna preferencia por Juan, y es entonces cuando, supongamos, Luis se engalla y decide pisar a fondo el acelerador (en su caso metafórico, pues no tiene auto). No sabe qué hacer, sólo sabe que de golpe lo invadió una desesperación que no conocía: el coche nuevo de Juan fue el detonante de una angustia definitiva. Nota que Juan confía demasiado en su joya de metal y es allí donde Luis, supongamos, pone en marcha un plan. La suerte lo favorece, supongamos: descubre por accidente que Ruth va los sábados a un curso de repostería fina, y en tres días Luis estudia todo lo que se debe saber sobre ese tema. El mismo sábado llega al curso, se inscribe, y cuando aparece Ruth se encuentran como por accidente. Sin que ella lo note, Luis le demuestra que conoce el asunto, sabe de ingredientes y utensilios, termina la sesión y al rato salen a un café. A partir de allí, supongamos, Ruth va siendo enamorada por Luis, quien no necesita un último modelo para desbancar a su rival. Termina así, supongamos, como novio de Ruth. Ahora bien, supongamos que nadie cree esta historia. Supongamos que en realidad Juan conquista a Ruth con apabullante facilidad y Luis es brutalmente marginado. Supongamos que de nada sirven las clases de repostería, ni la fe de Luis ni el buen corazón de los lectores. Supongamos que un BMW lo mata todo.