miércoles, febrero 03, 2016

Reencuentro


















A diez metros estaba Nancy escogiendo sus legumbres, su fruta de la temporada. Omar la miraba con los ojos casi pegados a la visera, fija la gorra de beisbolista en el cráneo que dejaba escapar unas patillas cortas y un poco de melena sobre la nuca. Notó que le seguía gustando, que había ganado kilos, como todos, pero tenía aún ese aire distinguido que tanto lo maravilló cuando ambos entraron a la escuela de administración. Habían pasado 25, 30 años, daba lo mismo, era mucho tiempo sin verla. Quiso abordarla en seguida, sorprenderla con un toquecito en el hombro, esperar que diera la vuelta y estallara en un gesto de desconcierto y luego una sonrisa de alegría, de esas sonrisas un poco incrédulas de los reencuentros inesperados. Omar buscó otro ángulo, simuló que calculaba la madurez de una sandía mientras ella apretaba levemente la consistencia de unos tomates. La indecisión de abordarla sin más demora tenía varias razones. La primera era simple: ¿y si en cualquier momento aparecía el esposo o el novio o lo que fuera? Omar no quería verse forzado a saludar hipócritamente, a que lo presentaran como amigo de la universidad y luego dos o tres frases más de trámite hasta llegar al “bueno, un gusto verte”, de despedida. La segunda razón era más difusa y se perdía en el recuerdo de un malentendido. Él le ofreció noviazgo, ella dijo espérame, él se hizo mientras de otra novia y cuando ella estuvo lista él ya no reaccionó; luego el trabajo fuera de La Laguna y más de dos décadas sin saber de ella hasta esa mañana en el supermercado. Seguía linda, cómo no, lo confirmó cuando, a cinco metros y colocado tras una barricada de papas y de precios fosforescentes, la vio de espalda. Unos jeans ajustados, bien embutidos, una blusa sobria y la cola de caballo muy juvenil, pese a la edad. ¿Estaba sola? ¿Tenía hijos? ¿Terminó la carrera? ¿Trabajaba? La ropa delataba que no le iba mal, y para confirmarlo ahí estaba el carrito bien cargado de víveres. Logró aproximarse un poco más, mirarla de perfil. La blusa se levantaba firme en el pecho mientras ella, muy concentrada, calculaba ahora el punto de los aguacates con sus hermosas manos blancas de siempre. No aparecía el esposo o el novio, Nancy andaba sola. Había llegado el momento de abordarla. Omar avanzó cinco pasos y le dio los golpecitos en el hombro. Al voltear, dijo el nombre mágico como afirmación, no como pregunta: “Nancy”. Ella dibujó una sonrisa educada: “No, no soy ella, señor”, dijo y siguió con los aguacates.