miércoles, diciembre 02, 2015

El Gauchito, brutalidad y belleza




















Hace un año leí El retobado. Vida, pasión y muerte del Gauchito Gil (Continente, 2011, 91 pp.), de Orlando Van Bredam. La palabra “retobado”, y el sobrenombre y el apellido del protagonista quizá digan poco, o nada, en México. Retobado, según el lexicón de la RAE, es indómito, obstinado, y en una tercera acepción marcada como coloquialismo de Perú, Paraguay y Argentina, es enojado, airado, enconado. En cuanto al apodo, obviamente es diminutivo de gaucho, y Gil es el apellido de Antonio Mamerto, personaje nacido en Payubre, provincia de Corrientes, Argentina, alrededor de 1840.
Las dos fechas retienen la vida de un sujeto que sin querer, porque el destino a veces es así, pasó a la historia y se convirtió en leyenda popular. El Gauchito Gil o “el Gauchito” a secas, como se le conoce en la Argentina, es una especie de santo no oficial venerado en aquel país, un personaje que motiva santuarios, peregrinaciones, estampas, oraciones y todo lo que habitualmente se le dedica a un intercesor. Las versiones sobre su existencia no se ponen de acuerdo en muchos detalles, pero eso es precisamente parte de lo que convierte en mito al mito: no tener una versión única del personaje y sus hechos, lo que alimenta la imaginación popular.
Apresado y degollado luego de mil andanzas que mezclan lo delincuencial con lo político, se cuenta que el Gauchito dijo a su verdugo unas palabras: reza por mí y tu hijo enfermo se salvará. El verdugo, luego de matar a Gil, rezó y su hijo continuó vivo. A eso, claro, siguió una creciente veneración, inmensa hoy.
Encarado con garra, este relato sobre el Gauchito Gil es una novela intensa y bien articulada sobre un personaje histórico e icónico de la Argentina. Más allá, sin embargo, de su carnadura real y de los supuestos milagros que obra, el Gauchito Gil es aquí una especie de pretexto literario; lo que El retobado reconstruye es pues, en el fondo, la atmósfera violenta del siglo XIX argentino que es el siglo XIX latinoamericano y acaso los siguientes siglos, pues la violencia no ha cesado y en ella se confunden fácilmente la realidad y la superstición. Escrita con un estilo a un tiempo áspero y poético, hermosa dentro de la fiera rusticidad del ambiente que coagula, la novela de Van Bredam ficcionaliza un tema en cuyo centro está, en efecto, el drama de Antonio Mamerto Gil, pero también el hombre —cualquier hombre— echado a caminar en la oscuridad, entre la ignorancia, el arrojo y la barbarie.
Es en suma una novela que impresiona por eso: por su capacidad para extraer belleza allí donde sólo parece haber brutalidad, sangre sin fin.