sábado, noviembre 28, 2015

Un breve experimento













Hago un experimento. “En las debilidades del Estado moderno”, artículo de Umberto Mazzei, este politólogo italiano describe algunas características del actual estado mexicano. Por claro y contundente, lo cito in extenso: “El problema central del Estado moderno es la representación de la voluntad popular. Con los sistemas actuales de sufragio periódico, el elector delega su voluntad política con el voto y la soberanía popular se desplaza a sus representantes. En realidad, se desplaza a los partidos políticos, que suelen ser poco democráticos y por eso vemos perpetuarse las camarillas de los mismos en el poder, jugando a las sillas ministeriales.
Esa perversión existe por la pérdida del sentido comunitario, que es la base implícita de la representación; en su lugar ahora se consulta a masas desconectadas, amorfas, fáciles de manipular, como dice José Ortega y Gasset en La rebelión de las masas. La representación y la base social amorfa, promueven una clase de políticos profesionales que se constituye en una oligarquía que defiende por igual intereses propios o de particulares, en un clima de confusión irresponsable, como dice Alain de Benoit. Son gobiernos elegidos que no trabajan por los intereses de la gente y del país; son gobiernos de Partidocracia, como ya decían en los 60 Giuseppe Maranini, Georges Burdeau, Maurice Duverger y otros sociólogos políticos. La partidocracia siempre servirá intereses propios y no de esa mayoría que engatusa con cuentos ideológicos, slogans, promesas mentirosas y onerosos espectáculos de movilización.
En el estado moderno, las telecomunicaciones son el principal instrumento para orientar esa opinión pública informe y llevarla hacía los objetivos que se desean, al punto de que se convirtieron en importante arma de guerra. Arma para la guerra cultural y psicológica, la de desinformación y propaganda; cuyo último frente operativo son Internet y las redes sociales”.
Bien. Mi experimento consiste, o consistió ya, en simular que el texto citado se refería a México. Mazzei habla en general, ciertamente, pero al leerlo me pasó lo que quise compartir con el breve simulacro: tuve la impresión de que en muchos puntos describía a México, sobre todo en el referido a nuestros gobernantes: “una clase de políticos profesionales que se constituye en una oligarquía que defiende por igual intereses propios o de particulares”. Casi nada. Más claro ni el agua o las trapacerías del Verde Ecologista.

miércoles, noviembre 25, 2015

Gorilismo mediático












Con mayor o menor claridad, en México no hemos dejado de sentir jamás el peso de la represión volcada desde el Estado a quienes lo contradicen. Un simple corte temporal de los setenta para acá nos trae el horrendo recuerdo, en ambos extremos del lapso, de la guerra sucia echeverrista a las matanzas solapadas por el gobierno actual, todo sin alguna pausa sexenal que merezca consideración. Cuántas vidas ha costado perpetuar al mismo régimen y cuánta ausencia de castigo hemos tenido. En síntesis, aquí podrá haber masacres una y otra vez; memoria, justicia y castigo, no.
Gran parte de la desmemoria y de la injusticia pasa por el relato de los medios que borran o achican los excesos de bestialidad, si es que la bestialidad no contiene en sí la palabra exceso. Esto, sin embargo, no es privativo de México, aunque aquí sea casi incontestable el poder del corpus mediático. En la Argentina, por ejemplo, se dio la rareza de que los medios hegemónicos quedaran en la acera de enfrente con respecto del gobierno. Caso rarísimo en la actualidad latinoamericana, casi un alebrije si pensamos que en general los gobiernos necesitan de los medios para hacerse del poder y después legitimarse. Esto costó, durante doce años, una embestida feroz, diaria, contra todas las medidas emprendidas por el gobierno, muchas de ellas visiblemente contrarias a los intereses del poder económico.
¿Y cómo se demuestra que el kirchnerismo operó sin respiro contra la ferocidad de los medios —es decir, de los voceros del capital— y en favor de las clases populares? Fácil. Apenas perdió el candidato oficial en la jornada electoral del domingo 22, el editorial del periódico La Nación, representativo de la derecha ganadora, propuso meter reversa a los juicios (una “venganza”, arguyeron) contra los represores prohijados por la dictadura.
Eso no fue lo extraordinario, ya que La Nación, Clarín y muchos medios afines sólo se dedicaron a golpear/mentir durante doce años, sino la reacción que provocó inmediatamente: el repudio no sólo del lector mayoritario, sino también de los trabajadores del periódico que organizaron una foto colectiva en una de las salas de redacción: allí aparecen con carteles que expresan “Yo repudio el editorial”. “Tan brutal es el texto que varios periodistas y otros trabajadores del mismo diario lo cuestionaron en asamblea y redes sociales”, comentó Mario Wainfeld, analista político. En suma, estos medios cavernarios ya no informan y/u opinan; ahora ordenan y quieren decidir sin pudor, sin eufemismos, sin descanso.

sábado, noviembre 21, 2015

Domingo argentino















Los argentinos amanecerán el lunes con el nombre de quien será su nuevo presidente. Las elecciones de mañana domingo, una segunda vuelta o “ballotage”, presentan a dos candidatos claramente definidos en su trayectoria y en los intereses que representan. Por un lado está Daniel Scioli, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y por el otro Mauricio Macri, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ambos llegaron primero y segundo, respectivamente, en la primera vuelta electoral que no marcó entre ambos una distancia suficiente, lo que por ley forzó la segunda vuelta de mañana.
Más que estos dos hombres colocados en la recta final de un agitado proceso eleccionario, los que están en disputa son dos modelos claramente diferenciados aunque Macri, en los días recientes, se haya cargado discursivamente al otro lado para allegarse votos de indecisos. Para nadie es un misterio que Macri es la derecha, el neoliberalismo, la apuesta por una adscripción ceñida a las reglas del mercado. En la otra acera, Scioli encabeza el proyecto de continuidad que allá es llamado “kirchnerista” y lleva ya doce años en el control del gobierno federal.
En vez que analizar el pasado inmediato, o sea, el pasado “K”, y el presente electoral con todos sus dimes y sus diretes polarizados, habría que asomarse a la situación previa para entender por qué muchos vemos como meritorio el trabajo de cirugía mayor emprendido en la Argentina desde que Néstor Kirchner accedió al poder, esto en 2003. Antes de este año bisagra, aquel querido país sudamericano se encontraba no en la lona, sino enterrado en prácticamente todos los renglones de su vida pública. El grado de deterioro en los planos económico, social y político era tan escandaloso que sólo un milagro podía sacarlo del hoyo. Nadie, ni los que lo hicieron posible, esperaban que ese milagro se diera, pero se dio, asombrosamente. Con Néstor y luego con Cristina, la Argentina reconfiguró su agenda de prioridades y a los tumbos, con errores y tropiezos, ha logrado avances impensables en 2002. Son muchos e innegables, pero la prensa hegemónica los borra o los minusvalora porque precisamente ha sido, entre otros, uno de los sectores tocados en sus intereses.
Nadie puede afirmar que el kirchnerismo fue la panacea y que ha gobernado a la perfección, pero es mezquino regatearle mérito cuando fue esta corriente política la que rehidrató algo de esperanza al país devastado. Mañana hay pues dos sopas en aquella hermana república: tirar los difíciles logros obtenidos en doce años o abrir otro periodo no entreguista a los propósitos de una minoría rapaz. 

miércoles, noviembre 18, 2015

Barbarie y solidaridad










A lugar común ha llegado la opinión que tenemos sobre las noticias de cada día: la mayoría trata sobre desastres, calamidades, hecatombes, cataclismos, crímenes, delitos, política local e internacional. No parece haber rincón del globo sin saqueos, ecocidios e inagotables derramamientos de sangre. Pero hay de noches a noches, como la del viernes 13 que fue particularmente brutal por los atentados en París y la resonancia mediática que inmediatamente tuvieron.
Es imposible no sentir una mezcla de irritación, asco e impotencia al ver las imágenes de los actos terroristas. Si la violencia es repudiable, más lo es aquella que ataca indiscriminadamente, es decir, la que dispara o hace estallar explosivos sin calcular la presencia de inocentes, muchos de ellos jóvenes, niños y ancianos que simplemente están allí, ajenos por completo a los conflictos políticos y religiosos.
No creo ilegítima la solidaridad expuesta en las redes sociales (la más recurrente desde el viernes es la que exhibe fotos de perfil con la bandera de Francia o la estilización del signo “amor y paz” con la torre Eiffel), aunque parece más movida por el efecto de shock catapultado desde los medios que por una genuina identificación con las víctimas. Dada la importancia de Francia, país ejemplar en muchísimos sentidos, no falta que en automático queramos manifestarle apoyo así sea con una modesta foto de perfil en Facebook. Reitero que esa solidaridad al país agredido es legítima y no podemos tomarla a broma.
Lo que también me parece legítimo es reclamar iguales muestras de indignación y solidaridad ante los hechos que no necesariamente difunden los medios hegemónicos, como las permanentes intromisiones y agresiones cuasi (o sin cuasi) terroristas de países como Estados Unidos en otros que en teoría son “enemigos de la libertad”. A esos países los han golpeado por décadas, han diezmado su población y destruido sus economías sin que la comunidad internacional repare en su calidad de víctimas. Igualmente, los preocupados y ya casi resignados por la violencia que no aplasta más de cerca, como la mexicana, somos casi exclusivamente nosotros mismos. Miles de muertos en México no han motivado una denuncia internacional en forma, y tal parece que a los países con intereses económicos en México les importa más el gobierno mexicano que los mexicanos. No se trata, claro, de regatear la solidaridad, sino de hacerla congruente, más pareja, y México necesita mucha.

sábado, noviembre 14, 2015

HNSF quince años después




















Las iniciales que encabezan este texto significan Hoy no se fía, libro que recién, en septiembre, cumplió quince años. Quince años que, ahora lo veo así, se han ido en un parpadeo. Recuerdo que ese libro fue el segundo que organicé con material del taller literario de la Universidad Iberoamericana Torreón, entonces y ahora la universidad que más publica en La Laguna. El primer libro del taller llevaba un título sugerente: Alba de la semilla, una metáfora que se me ocurrió para insinuar que la semilla (es decir, el joven escritor) apenas estaba amaneciendo, apenas veía el alba.
Hoy no se fía fue un libro más hecho en formato y, principalmente, en contenido. Reunió al club de Toby que en aquel entonces era el mencionado taller, y al revisar sus páginas advierto que todos, para mi nada secreto orgullo, siguieron el camino de la escritura. Los menciono a la carrera. Miguel Báez Durán, quien radica en Montreal desde hace más de diez años, ha publicado ya varios libros de narrativa y crítica de cine (Miel de maple, Vislumbre de cineastas...); sé, porque sigue siendo mi amigo cercano, que su trabajo todavía inédito es amplio, y en esto incluyo su crítica “ocasional” de cine, tan bien escrita e informada que no desencajaría en recipiente de libro. Daniel Herrera ha trabajado con ganas y hoy es ya un narrador más que estimable; sus libros Polvo rojo, Melamina y (recientísimo) Quisiera ser John Fante acreditan su vena como constructor de ficciones agrias y divertidas. De Daniel Lomas puedo decir que me gusta todo lo que ha publicado; no es mucho, pero tiene una calidad digna de observación; su poemario Una costilla de la noche, su novela Morena de mar y su libro de cuentos Tres balas de juguete testimonian una bien afinada vena creativa. Rodrigo Pérez Rembao acaba de ser integrado a la antología Norte, de cuentos, preparada por Eduardo Antonio Parra y publicada con el sello de Era; le perdí un poco la huella, vive en el DF, trabaja como periodista en revistas especializadas y sé que también sigue escribiendo narrativa. Por su lado, Enrique Sada es columnista en este diario y no deja de estar cerca de su principal interés: la historia de México en el siglo XIX, sobre todo en la franja que se refiere a nuestra independencia. Por último, Édgar Salinas Uribe, quien ha dedicado sus afanes de escritura al periodismo de opinión (también colabora en este diario), el ensayo histórico-sociológico y la narrativa.
Todos, pues, siguen en esto, escribiendo. Hace quince años yo deseaba que fuera así, y así fue.

miércoles, noviembre 11, 2015

Solazos y resolanas, 51 evocaciones










Este viernes a las seis de la tarde en la Plaza Mayor de Torreón será presentado Solazos y resolanas, la comarca vista desde fuera por laguneros de palabra, libro que imaginé en 2007 y en el que trabajé desde entonces a muy diferentes ritmos, con pausas y celeridades dependientes del azar y de mi tiempo disponible. Como lo explico detalladamente en la nota preliminar, mi propósito inicial fue enviar un cuestionario a diez o quince escritores, periodistas y filósofos cercanos a mi afecto y radicados fuera de La Laguna. Las preguntas, todas sencillas, buscaban esculcar en sus recuerdos sobre la comarca y, claro, en sus experiencias fuereñas.
Como siempre pasa cuando uno investiga algo y levanta las antenas, los datos comenzaron a brotar de todos lados y muy pronto descubrí laguneros de palabra que por una razón u otra no conocía o había tratado poco, y decidí incluirlos. Así, a los pocos nombres iniciales se sumaron varios más y para 2013 tenía ya cerca de cincuenta. Al principio deseaba financiar la impresión del libro, pero esto se tornó imposible cuando vi que el material rasguñaba las 400 páginas. Tuve que esperar hasta 2015 para hallar un auspicio y lo encontré en el área de literatura de la Secretaría de Cultura de Coahuila.
En total, pues, son estos 51 entrevistados: Rafael Acosta, Francisco Aldama Nalda, Vicente Alfonso, Gerardo Amancio Armijo, Pablo Arredondo, Nancy Azpilcueta, Miguel Báez Durán, Josué Barrera, David Beuchot, Mauricio Beuchot, Wenceslao Bruciaga, Salvador Castañeda, Raúl de León, Fernando del Moral, Paulina del Moral, Enriqueta del Río, Frino, Luis García Abusaíd, Enrique García Cuéllar, Gerardo García Muñoz, Norma Garza Saldívar, Esperanza Gurza, Gerardo Hernández, Jaime Hernández López, Marisa Iturriaga, Antonio Jáquez, Carlos Lara, Idoia Leal Belausteguigoitia, Alfredo Loera, Enrique Lomas, Miguel Luna, Fernando Martínez, Juan Morales de la Garza, Ignacio Morales Pámanes, Margarita Morales, Gerardo Moscoso, Enriqueta Ochoa, Rodrigo Pámanes, Mirna Pineda, Gilberto Prado Galán, Javier Prado Galán, Teresa Rodríguez, Sergio Rojas, Saúl Rosales, Inés Sáenz, Salvador Sáenz, Fernando Fabio Sánchez, Jorge Valdés Díaz-Vélez, Édgar Valencia, Rogelio Villarreal y José Juan Zapata.
Todos ellos tienen en común que son laguneros de oriundez o crianza y escriben y han publicado literatura, periodismo, filosofía, historia…; también, que radican o radicaron en varias ciudades de México y del mundo como, entre otras, Roma, Valencia, Eindhoven, París, Dunkerque, Houston, Montreal, Rabat y Buenos Aires.

domingo, noviembre 08, 2015

Elogio de los tacos






















“En el séptimo día, dios creó los tacos, vio que estaban bien sabrosos y se echó otra orden”, pudo haber quedado escrito en el Génesis. Así de esencial me parece el taco, tanto que no me hubiera extrañado su maravillosa aparición en la Biblia. Pero el taco no está allí, en el libro por antonomasia,  porque es americano, más específicamente, mesoamericano, y más todavía, mexicano. Tan mexicano es que si me apuran un poco puedo afirmar, categórico, que no hay nada más nuestro que este animal gastronómico, esta especie de alebrije para el estómago: humilde y a la vez delicioso, sencillo y a la vez sofisticado, inocente y a la vez temible por los kilos que puede añadir en nuestro organismo.
El taco, por ello, merecía algo más que fauces al acecho, merecía un libro. Claro que era difícil escribir algo sobre el taco, pues, como la carta robada de Edgar Allan Poe, de tan evidente es casi invisible para nosotros. Esta laguna, sin embargo, ya ha quedado subsanada con La tacopedia, obra maestra de la investigación histórico-gastronómico-intestinal que le debemos a Alejandro Escalante, experto tacólogo.
Contra lo que podríamos pensar, no es un libro ligero ni por su contenido ni por su peso en papel. Voluminosa, tamaño carta para que las fotos luzcan y los tacos retratados casi huelan, La tacopedia es en efecto un periplo enciclopédico por el fascinante universo del taco, y como el taco es sinónimo de México, este libro puede ser considerado, desde ya, epítome de mexicanidad.
Fui, lo confieso, de los que se fueron y seguramente seguirán yéndose con la finta sobre la idea en teoría jocosona que insinúa el título. Antes de degustar sus páginas pensaba que se trataba, claro, de una idea original con un abordaje en el que predominaría cierto tono divertido y populachero. Tiene, por supuesto, muchas pinceladas de tal tono, pero si consideramos su valor como documento histórico, sociológico, antropológico y anexas, nos llevaremos la sorpresa nada ingrata de que La tacopedia nos atiende en todos estos sentidos.
Luego del excelente preámbulo de Jorge F. Hernández (titulado “Un pase de taquito”), La tacopedia arranca con la explicación de Escalante acerca de la importancia del taco, de su sencillez y de su compejidad, de su ubicua residencia en la panza de los mexicanos (“Un taco se compone , simplemente, de tortilla, contenido y salsa: la santísima trinidad de México”). Con una prosa que avanza, a decir del prologuista, como “quien se echa un taco”, Escalante no entra de golpe al tema del taco en sí. Antes de eso describe con muy pertinente información la materia prima de este producto impar, el ingrediente sin el cual los tacos no serían posibles: el maíz.
Maravillados quedaremos, de veras, cuando sepamos que esta ojiva con dientes fue construida como la conocemos no por la naturaleza, sino por el ingenio de los agricultores mesoamericanos que tras muchos siglos de paciente observación y mixtura consiguieron mazorcas adecuadas para la ingesta de comunidades enteras. Después, otro portento: la nixtamalización con cal viva, proceso mediante el cual a cada grano se le anulan la cutícula y el pezón para luego hacer la masa. Ya con la pasta lista, lo siguiente, muy bien documentado por el investigador, fue su torteo y su colocación en el comal, y en uno o dos minutos el milagro: nace la tortilla, la cuchara que se come, ese círculo perfecto en forma, temperatura, tamaño (ergonómico), flexibilidad, resistencia, tenue olor y sabor no recargado. Además, por si fueran pocas las susodichas formas de la perfección, en precio.
La tortilla fue, digamos, el hágase la luz del taco. Sobre su grácil superficie puede caber buena parte del universo comestible. Y es lo que sigue, la parte más amplia, en La tacopedia: los demasiados ingredientes (minerales, animales y vegetales solos o combinados) que al aterrizar en la tortilla transforman nuestro apetito en cosa del pasado, en necesidad sofocada. Todos o casi todos los tacos emblemáticos del país desfilan en estas páginas. De cerdo, de res, de pollo, de pescado, de verduras como la papa o el aguacate, dorados, al pastor, de mil guisos barrocos, de insectos como grillos y escamoles, de todo, incluso “primos” del taco, así los llama Escalante, como las enchiladas, las quesadillas, las flautas, los sopes, las tlayudas, los tlacoyos, las gorditas e incluso, parientes más lejanos, los tamales. Capítulo aparte, obvio, tiene el toque mágico de todo taco bien nacido: las salsas, ese satélite sin el cual la galaxia taqueril no estaría completa.
No es costumbre traer anécdotas personales a una reseña como ésta, pero haré una pertinente excepción. Cuando recién cayó La tacopedia en mis manos era ya la hora de comer, y mi hambre calaba hondo. Al leer el prefacio de Jorge F. Hernández pensé que estas palabras eran una generosa hipérbole: “Todo lector de este libro asume el desafío de recorrer sus páginas sin la inevitable reacción de salivar a cada párrafo”. Pensé, reitero, que se trataba de una divertida exageración, pero a medida que me adentraba en La tacopedia ocurrió lo peor, o lo mejor, según se vea: comencé a salivar, a sentir horrendas ganas de chingarme unos de suadero, de adobada, dorados, de tripas, de lo que fuera con tal de mitigar el hambre que me entraba por los ojos a cada descripción, a cada foto de este libro infernal si uno lo agarra con el intestino despoblado. Los tacos son omnipresentes, afortunadamente, y a la mano tenía tortillas, queso, aguacate y salsa, así que tatemé, partí, embarré y para adentro, aplaqué de manera provisional el demonio del antojo inducido skinnereanamente por La tacopedia.
No todos, por supuesto, pero sí muchos de los ingredientes y de los tacos que compendia Alejandro Escalante en La tacopedia están al alcance de nuestros depredadores bigotes laguneros. Para mí, creo, el taco emblemático de nuestros barrios y de nuestros ejidos es el dorado que manos de señora experta elaboran en tortilla “para tacos”, más chica y delgadita; estos tacos suelen ser servidos bajo una montaña de lechuga o repollo picados, tomate, cueritos y remate a gol de crema líquida. Fueron algo desplazados del gusto lagunero por los de estilo La Joya (de suadero y adobada, aunque he visto que ya le están metiendo de buche y pella), tacos que nos llegaron del DF en los setenta y aquí se aclimataron tan bien que ya casi todos los laguneros tenemos una taquería de esta índole a la vuelta de la casa. No me alargo más en la autorreferencialidad de tacófilo lagunero. Sólo añado que hace algunos años me entrevistó en Argentina la Internacional Microcuentista y, entre otras, me hizo estas rápidas preguntas al final de la conversación:

Un cuento: “La intrusa”.
Una película: Los olvidados.
Una canción: “Coplas del payador perseguido” de Yupanqui.
Una frase: “Un amigo es uno mesmo en otro pellejo”.
Tu mayor logro como escritor: Tener la sospecha de que, pese a todo, sigo siéndolo.
Una comida: Los tacos.

Como puede apreciarse, no escondo mis veneraciones, y entre ellas está el taco en todas sus variantes. En suma, Déborah Holtz, Juan Carlos Mena, varios fotógrafos, varios diseñadores y un recomendador de taquerías, además de Alejandro Escalante en el eje del ataque, han hecho un exquisito favor a nuestra cultura: colocar al taco en el pináculo que merece, ser el password gastronómico que todo mexicano, independientemente de su edad, sexo, condición social, ideología, religión, pasión futbolera, profesión y demás, no puede eludir, el taco al que dentro de un ratito le hincaremos el diente, alabado sea el maíz, en este restaurante. Sepárenme una orden de suadero, por favor.

Comarca Lagunera, 8, noviembre y 2015

Comentario leído en la presentación de La tacopedia. Enciclopedia del taco, Trilce-Conaculta-Salas de Lectura, Alejandro Escalante, México, 2012, 319 pp., celebrada el 8 de noviembre en la taquería La Joya, Torreón, en el marco del Festival de la Palabra Enriqueta Ochoa 2015 organizado por la Secretaría de Cultura de Coahuila y varias instituciones públicas y privadas más. En la siguiente foto, con Alejandro Escalante.




sábado, noviembre 07, 2015

La pregunta adecuada




















Sabemos bien que en muchas entrevistas hay preguntas de cajón y respuestas de cajón, cliché puro. Por ejemplo, al escritor: ¿cómo se inspira para escribir? O al futbolista al final de un juego: ¿qué le pareció este partido? También sabemos cuando la entrevista podría ser incómoda para el entrevistado y, al contrario, es un merengue; el ejemplo que me viene a la cabeza es la ya legendaria pregunta-afirmación-lambisconeo de Lilly Téllez a Peña Nieto: “¿Por qué usted sí se atrevió a apostar todo su capital político por esta reforma energética, que creo es la más importante, la que transforma al país?” Es casi imposible ponerse más a modo de tapete.
La importancia de las preguntas en fundamental a la hora de entrevistar, claro. De hecho, preguntar, o hacerse preguntas, buscar la pregunta fundamental, es clave en el proceso de investigación. Tal es precisamente la hipótesis presente en cualquier trabajo que pretenda alcanzar una verdad, por mínima que parezca. Todo parte pues de la pregunta adecuada, no de cualquier ocurrencia más o menos interesante.
Traigo un buen ejemplo de pregunta adecuada. Nexos publicó una vieja entrevista a García Márquez; la hizo Orlando Castellanos hacia 1976 en Radio Habana, y en una de sus partes el escritor colombiano se refiere al reportaje El relato de un náufrago. Cuenta quien poco después de aquel diálogo sería premio Nobel que luego de que el náufrago llegó a la costa colombiana, todo el periodismo local lo abrumó y convertido en héroe nacional aparecieron decenas de notas deshilachadas, sin ton ni son. El tema, por supuesto, se agotó en seguida, el lector perdió interés en el famoso náufrago y el acontecimiento se vio condenado al olvido.
El náufrago, sin embargo, quería hacer un poco más de plata con su historia y para lograrlo se presentó en el periódico donde trabajaba García Márquez. Fue atendido por el director, quien recibió la oferta: por tres mil pesos colombianos el sobreviviente contaba toda la historia. El director dudó, casi dijo que no pero se arrepintió y de inmediato dijo que sí. Luego buscó a García Márquez y le soltó: “Tú haz lo que puedas con él”. El novelista —formado en el periodismo, en la calle—, concluyó: “Entonces yo me hice una pregunta que era fundamental en este caso: ‘Este hombre estuvo catorce días en el mar… ¡Algo tuvo que hacer en estos 14 días. No se puso a dormir ni a mirar el cielo. Algo tuvo que hacer para sobrevivir!’”. Lo que hizo el náufrago es, también lo sabemos, un portento de reportaje firmado por GGM.

miércoles, noviembre 04, 2015

Norte cuentístico




















Junto a Daniel Herrera y Julián Herbert, este viernes a las siete de la tarde presentaré Norte, una antología, libro organizado por Eduardo Antonio Parra y publicado este año por editorial Era. Como lo advierte su título, Norte es una compilación en este caso de cuentos escritos, todos, por narradores oriundos de esa tremenda zona de México que abarca más o menos desde Durango y Sinaloa hasta la frontera con Estados Unidos.
La voluminosa compilación suma 49 autores, y arranca con los ateneístas Guzmán, Reyes y Torri, es decir, con escritores que comenzaron su producción literaria hace casi exactamente un siglo. La selección pasa luego a autores de la revolución como Campobello y Muñoz, y así, poco a poco (Revueltas, Valadés, Gardea, Campbell, Ramírez Heredia, Solares, Montemayor, Rascón Banda, López Cuadras, Sada…) llegamos a escritores nacidos en los sesenta y por ello todavía activos como Toscana, Crosthwite y Rivera Garza, entre otros. En términos de edad, la lista de convocados por Eduardo Antonio Parra llega hasta la década de los setenta con, también entre otros, JJ Rodríguez, Herbert, Pérez Rembao, Pesina, Blum, Lomelí, Ramos Revillas, Vicente Alfonso y Boone.
La Laguna cuenta con dos autores en esta nómina de cuentos: Vicente Alfonso, de Torreón, y Salvador Castañeda, de Matamoros. Nuestro estado tiene a seis (si contamos a los dos anteriores): Torri, Magolo Cárdenas, Herbert —quien nació en Guerrero, pero ha radicado casi toda su vida en Coahuila— y Boone. El estado con mayor número de presencias es Nuevo León, con doce, y lo sigue Chihuahua, con ocho. Estos criterios numéricos, por supuesto, sólo sirven para la curiosidad, casi como los “numeritos finales” en un partido de beisbol.
El contenido, no podía ser de otra manera dados los nombres ya citados, es muy atractivo. No es posible esperar unidad temática y menos de estilo, pese a que tendamos a pensar que por ser “norteños” algo habrá de común denominador. Al menos yo no creo que esto sea posible, es decir, encontrar en este conglomerado tan grande de escritores ciertos rasgos que los unifiquen más allá de que hayan nacido en el norte y se dediquen a la literatura. Lo importante en todo caso, y he aquí lo que debemos agradecer a Parra y a Era, es ver arracimados tantos buenos cuentos en este libro probatorio de una fortaleza: la del cuento en el norte mexicano. Los espero en Gandhi Torreón.