miércoles, septiembre 30, 2015

A un año del 26/9
















He asistido dos años seguidos, en 2014 y 2015, al congreso de literatura detectivesca en español organizado por Texas Tech University y la UNAM. Ambos han sido organizados casi en las mismas fechas, de manera que pasé los 26 de septiembre de los dos años en el DF. En 2014 no supe sino hasta después, como casi todo México, que ese 26 había ocurrido algo grave, lo que ya sabemos, en Iguala. Ahora, un año después, el sábado, estaba en la capital del país cuando mi actividad recién había concluido.
Asistí pues a la marcha y a ras de suelo pude comprobar lo que ya sospechaba: que el talente de los manifestantes es harto mayoritariamente pacífico, que la ciudadanía canaliza su legítima indignación en una tesitura que los fachos de siempre se niegan a ver y, a partir de algunos vándalos reales o creados en laboratorio, se generaliza la idea de “los violentos”, “los anarcos”, para criminalizar la protesta.
Las fotos, mis fotos, no me mienten. No ver la marcha desde un edificio o en alguna fotografía ulterior impide que uno se haga una idea clara de la cantidad de personas que acudieron al llamado de reclamo. Frente a frente, codo con codo en medio de la manifestación no es posible ver el bosque, pero a cambio hay una ventaja: es posible ver los árboles, a las personas de carne y hueso recortadas en su individualidad.
¿Y qué árboles vi? Lamento contradecir a los hitlercillos de bisutería que ven en quienes marcharon una masa amorfa de violentos y revoltosos, o, en el más sereno de los casos, de ociosos atraídos por cualquier oportunidad para romper la rutina. Lo que yo vi y fotografié, con mi ojo algo extrañado de provinciano en la urbe, fue a hombres y mujeres de todas las edades, desde niños en carreola hasta ancianos en silla de ruedas. Vi también, por supuesto, numerosos contingentes de estudiantes, trabajadores sindicalizados, colectivos feministas, grupos artísticos, organizaciones campesinas, maestros. Por los trapos pude apreciar que no todo era raza del barrio o del campo. La manifestación también abrazó a ciudadanos que a leguas dejaban apreciar una condición económica más desahogada.
Enfatizo que todos, o la mayoría para no generalizar, gritaban, llevaban un cartel, las mejillas pintadas, el rostro convencido por la inquietud de protestar en paz. Así pues, no sé qué puede entenderse como reclamo civil legítimo y atendible. Si esto no lo es, ignoro qué pueda serlo.