miércoles, septiembre 30, 2015

A un año del 26/9
















He asistido dos años seguidos, en 2014 y 2015, al congreso de literatura detectivesca en español organizado por Texas Tech University y la UNAM. Ambos han sido organizados casi en las mismas fechas, de manera que pasé los 26 de septiembre de los dos años en el DF. En 2014 no supe sino hasta después, como casi todo México, que ese 26 había ocurrido algo grave, lo que ya sabemos, en Iguala. Ahora, un año después, el sábado, estaba en la capital del país cuando mi actividad recién había concluido.
Asistí pues a la marcha y a ras de suelo pude comprobar lo que ya sospechaba: que el talente de los manifestantes es harto mayoritariamente pacífico, que la ciudadanía canaliza su legítima indignación en una tesitura que los fachos de siempre se niegan a ver y, a partir de algunos vándalos reales o creados en laboratorio, se generaliza la idea de “los violentos”, “los anarcos”, para criminalizar la protesta.
Las fotos, mis fotos, no me mienten. No ver la marcha desde un edificio o en alguna fotografía ulterior impide que uno se haga una idea clara de la cantidad de personas que acudieron al llamado de reclamo. Frente a frente, codo con codo en medio de la manifestación no es posible ver el bosque, pero a cambio hay una ventaja: es posible ver los árboles, a las personas de carne y hueso recortadas en su individualidad.
¿Y qué árboles vi? Lamento contradecir a los hitlercillos de bisutería que ven en quienes marcharon una masa amorfa de violentos y revoltosos, o, en el más sereno de los casos, de ociosos atraídos por cualquier oportunidad para romper la rutina. Lo que yo vi y fotografié, con mi ojo algo extrañado de provinciano en la urbe, fue a hombres y mujeres de todas las edades, desde niños en carreola hasta ancianos en silla de ruedas. Vi también, por supuesto, numerosos contingentes de estudiantes, trabajadores sindicalizados, colectivos feministas, grupos artísticos, organizaciones campesinas, maestros. Por los trapos pude apreciar que no todo era raza del barrio o del campo. La manifestación también abrazó a ciudadanos que a leguas dejaban apreciar una condición económica más desahogada.
Enfatizo que todos, o la mayoría para no generalizar, gritaban, llevaban un cartel, las mejillas pintadas, el rostro convencido por la inquietud de protestar en paz. Así pues, no sé qué puede entenderse como reclamo civil legítimo y atendible. Si esto no lo es, ignoro qué pueda serlo.

domingo, septiembre 27, 2015

Razones (posibles) de la campeonitis




















Tarde, pero va también aquí mi texto de esta semana para la web de ESPN.

El fenómeno conocido en el futbol mexicano como “campeonitis” tiene ese nombre de burlona enfermedad porque en efecto los campeones suelen padecer una suerte de caída estrepitosa. Luego de triunfar, luego de hacerse de la copa, comienzan la siguiente temporada como sonámbulos, como víctimas de una especie de resaca después de la borrachera festiva. Ni siquiera es necesario el paso de mucho tiempo entre la consecución del campeonato y los primeros traspiés de la siguiente temporada: un mes o un mes y medio después, el monarca de una temporada es casi (o sin casi) el hazmerreír en la siguiente, y eso es un misterio que ninguna ciencia ha podido resolver.
El caso más fresco de campeonitis —y aguda— es el de Santos Laguna. Aunque aterrizó un poco de milagro en la liguilla, todos vimos cómo cerró la temporada anterior: llegó en octavo, o sea en último, y poco a poco fue mejorando su desempeño dentro de la cancha. Pasó encima de todos sus rivales, y dio dos partidos en los que sin duda pareció una máquina destructiva: el que ganó a Guadalajara en el Omnilife (donde el Avión Calderón anotó un golazo de larga distancia) y el de ida en la final contra Querétaro, aquel partido de ensueño para el Chuletita Orozco. Por una razón extraña, Santos fue un buen equipo en el cierre de la temporada anterior y eso le bastó para conseguir una estrella más para su escudo.
Luego del festejo, del sorpresivo festejo, pues nadie daba nada por Santos Laguna al inicio de la liguilla, vino el descanso y la Copa América en Chile. En México los equipos se rearmaron y como siempre hirvieron las especulaciones. Tigres hizo una contratación brutal, América trajo a Ambriz, Cruz Azul en el mismo blablablá de siempre, Monterrey estaba a punto de inaugurar su nuevo estadio, y así todos los equipos. Santos no tuvo contrataciones de tronido y todo parecía marchar bien con la continuidad de Pedro Caixinha en el timón. El torneo comenzó y el equipo de La Laguna tuvo su primer tropiezo contra León. Luego dos derrotas más, un triunfo apretado contra Gallos Blancos y en la quinta jornada la debacle contra el América que marcó tres derrotas seguidas en casa y la salida un tanto intempestiva, por razones que jamás quedaron muy claras, del portugués Caixinha. La llegada de Pako Ayestarán, hace tres fechas, no ha significado un vuelco en la pésima racha del campeón, racha que impresiona más si vemos el récord de Santos en casa: cinco derrotas consecutivas, para la historia.
La pregunta que cabe en esta circunstancia, más allá de la coyuntura santista, es la siguiente: ¿por qué los campeones en México suelen comenzar mediocremente, y a veces hasta menos que eso, el torneo siguiente? Es decir, por qué se da la campeonitis que hoy es, en el Santos Laguna, más que evidente. Tengo tres respuestas, pero no creo que deben verse aisladamente, sino combinadas: la campeonitis es un coctel de factores en los que de seguro pesa todo esto en diferentes grados:
Los campeones siempre piden más. Sospecho que tras quedar campeones, los jugadores de cualquier equipo se autocotizan más alto. Puede ser que tengan ya un ingreso firmado, y ganen lo ya establecido, pero en la mentalidad gravita el triunfo como algo que los pone, al menos ilusoriamente, por encima del sueldo ya determinado. En otras palabras, un jugador que es campeón y gana lo mismo no se siente conforme aunque ya tenga un buen sueldo, mucho menos uno que es campeón y debe renovar contrato, lo que muchas veces fuerza su salida. Esto incluye a los entrenadores.
La relajación luego del éxito. Este segundo factor es común luego de los grandes esfuerzos (ganar un campeonato demanda esos grandes esfuerzos) y la obtención de logros. Viene un rebote de distensión que abre las puertas a la vulnerabilidad.
El rival hace lo suyo. Puede ser un factor menor, pero importa. Los equipos rivales le juegan con mayor intensidad al campeón, lo desafían de otra manera y con frecuencia lo humillan.
Sean o no sean estas las razones de la campeonitis, es obvio que alguna debe haber. De otra manera cómo explicar el desastre de ver a ciertos equipos en la gloria y unas semanas después, como si fuera normal, haciendo el papelón.

El policial: espejo de la realidad












Acaba de terminar la V Cilde (Conferencia Internacional de Literatura Detectivesca en Español) organizada por la Universidad de Texas Tech y la Universidad Nacional Autónoma de México. Su sede fue el salón de actos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y tuvo presencia de académicos de Estados Unidos, Bélgica, España, Puerto Rico, Colombia y México. Yo participé otra vez como representante de la Universidad Iberoamericana Torreón.
Exitosa en términos de mercado, la literatura policial, detectivesca y todos sus derivados no lo ha sido tanto en el área de los estudios académicos. Su fama es la de una rama literaria frívola, llena de tics y productora de obras de consumo masivo. En los años recientes, sin embargo, la literatura de este tipo ha ganado simpatizantes en el mundo crítico, lectores y estudiosos que han visto el valor de la creación policial como espejo de las sociedades en las que vivimos. La corrupción, la violencia, la impunidad, el narco, el cinismo político, la ineptitud de las autoridades y otros tantos lastres de nuestra realidad han ingresado a las páginas de la literatura policial que por ello se ha convertido en un espejo de nuestras sociedades. No todo es valioso, por supuesto, pero tampoco todo es despreciable, y lo que ha tratado de hacer la Cilde es poner sobre la mesa de debate académico el rumbo de las letras con olor a pólvora y sangre.
En la Cilde recién concluida tuvimos la suerte de participar tres laguneros. Garardo García Muñoz, quien es maestro universitario en la ciudad de Houston, hizo un largo análisis sobre la novela Círculo de fuego, del escritor cachanilla Gabriel Trujillo Muñoz; Gerardo García destacó el rasgo de la conspiración y la podredumbre judicial en la novela de Trujillo. Por su lado, el joven (todavía venturosamente joven) narrador, periodista y crítico Vicente Alfonso ofreció una conferencia magistral sobre Mark Twain, escritor a quien le ha dedicado ya varios años de estudio. El autor de Partitura para mujer muerta resaltó un flanco poco conocido de Twain: su vertiente como precursor de la literatura detectivesca. Fue, en general, un congreso rico en ponencias, un espacio para reafirmar que no todo lo policial es desdeñable.

Nota. En la foto aparezco junto a Vicente Alfonso, Ricardo Figueras (español, murciano radicado en Ciudad Juárez, Chihuahua) y Gerardo García Muñoz.

miércoles, septiembre 23, 2015

70.10















Sigo sin entender por qué toleramos a estos ladrones y asesinos en el poder. Mientras contemplamos la fantasmagoría de gobierno que representan, el hombre “de pata en el suelo”, como diría Yupanqui, se debate ya no en la angustia por comprar unos zapatos nuevos o levantar otro cuarto en el patio para los niños que van creciendo, sino en lo elemental: en comer. El hijodeputismo que trasuda el nuevo salario mínimo sigue siendo la mejor muestra de que el país está roto, partido en dos: en un lado están ellos; en el otro, los trabajadores diariamente expoliados.
La Constitución dice lo que todos sabemos: “Los salarios mínimos generales deberán ser suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el orden material, social y cultural y para proveer a la educación obligatoria de los hijos”. Con 70.10 pesos es imposible mantener no a una familia, sino a una persona, incluso si esa persona es el niño más austero del mundo. No es necesario hacer cuentas: es imposible convencer a alguien (a menos que ese alguien sea un cínico o un criminal) de que el salario mínimo alcanza siquiera para alimentar a una persona, de suerte que es vulgar y ofensivo argumentar desde el poder la viabilidad siquiera limitada e irrisoria del salario mínimo.
Ya sabemos que la Constitución dice una cosa y la realidad otra. Estamos en México, y en México lo más común es disociar la letra legal de los hechos cotidianos. La conclusión que saco de esto es, creo, la más simple y por ello la menos visible: nuestros gobernantes salen todos los días a convencernos de que están trabajando por los mexicanos, cierto; nosotros podríamos dudar y al final concederles el beneficio de esa duda. Pero lamentablemente no hay margen para la vacilación. Es imposible dudar de su ineptitud y su protervia en todos los sentidos. Si no han sido capaces de garantizar lo elemental, es decir, el abasto de comida suficiente y digna para una familia gracias al salario mínimo, ¿cómo van a garantizar otros derechos más complejos como la educación, la salud, la justicia y demás?
Los 70.10 pesos diarios de salario mínimo (4.10 dólares diarios) para el trabajador y sus dependientes son el agravio más grande que se le puede hacer a los mexicanos. Es un crimen que arrasa con todo mientras los cínicos que nos gobiernan todavía se atreven a hacer declaraciones.
El hambre no admite palabrerío. El hambre es un crimen.


sábado, septiembre 19, 2015

Terminar de escribir













Hace poco el escritor Paul Medrano me entrevistó para la revista Literal. Las preguntas giraron alrededor de Ojos en la sombra, mi libro más reciente aunque en realidad se trata de una reedición auspiciada por el Conaculta. Fue un diálogo, para mí, grato, pues me permitió mostrar algo de mi cocina de escritor, es decir, ciertos procedimientos que un poco por lecturas y un poco por intuición he ido afinando para guisar textos.
En una de las respuestas dije esto: “Tampoco puedo decir que escribo porque escribir me hace feliz. Escribir no me hace feliz, siempre me produce incomodidad y hasta disgusto. Lo que sí me gusta es terminar de escribir, acabar un cuento, por ejemplo. Terminar de escribir me gusta mucho, lamentablemente para terminar de escribir primero tengo que atravesar la molestia de escribir”. No mentí ni me escurrí por peteneras con una boutade. En efecto, creo en lo que dije, y es una conclusión a la que llegué luego de muchos años de oscuridad al respecto.
Me preguntaba, en esos ratos que cualquiera tiene para hablar consigo mismo con sinceridad, sin dobles caras: ¿por qué sigo escribiendo si esto no es agradable? Creo que alguna vez leí una opinión de ¿Carlos Fuentes? al respecto: para el homo erectus, escribir es un oficio raro e incómodo desde la posición física que debe asumir para sacar adelante su labor. El animal se sienta, se encorva, levanta un poco las manos y comienza a golpear teclas durante algunos minutos o algunas horas. Su intención es convertir su pensamiento en un código entendible, legible, para los demás, para un sujeto que no tiene rostro y se supone lo interpretará.
Cuando leí eso estuve de acuerdo. Sentarse a escribir tiene siempre algo de ingrato, y tal vez por eso Nabocov lo hacía de pie, en un atril. Leer es más cómodo, y no digo ver la tele, caminar, jugar tenis, pescar, boxear. Digo que es cómodo en un sentido peculiar: unas actividades son muy descansadas y otras exigen la destreza y la fortaleza del cuerpo humano, un gasto de energía para el que nuestra especie se entrenó desde las cavernas a la fecha.
¿Pero escribir, sentarse a pujar para que casi de la nada salgan ideas? No es agradable. Fue entonces cuando descubrí, muchos años después de escribir con una rara sensación de ansiedad, angustia y desesperación, que no me gusta escribir, pero me encanta, me fascina, me complace a tope terminar de escribir, llegar al último teclazo, cerrar textos. Por eso escribo pues, siempre para terminar de escribir. Como aquí, en este punto final.

Texto rescatado sobre el sismo del 85














Hace diez años —el 16 de septiembre de 2005— publiqué en mi columna este comentario sobre el sismo y la muerte que más vinculo con aquel desastre. Apareció en mi casi recién fundada columna Ruta Norte del periódico La Opinión Milenio (la había inaugurado en marzo de 2005), pero no aparecía aquí porque este blog lo abrí un año después, durante el proceso electoral de 2006 que derivó, como ya lo sabemos y lo padecimos, en el fraude que impuso al genocida Felipe Calderón en la presidencia de la república.

El sismo y dos décadas sin Rockdrigo

Jueves 19 de septiembre de 1985, 8 am. Recuerdo con absoluta claridad ese momento, lo veo como si ocurriera en un presente ya perpetuo. Estoy en un aula del Iscytac, escuela donde rumio la carrera de comunicación y voy en el penúltimo semestre. El Iscytac está todavía en la colonia Bellavista, de Gómez, allá por donde sigue el Francés. Uno de mis maestros de periodismo, Juan Noé Fernández Andrade, llega al aula para dar su clase y las primeras palabras que nos dispara, sin “buenos días” mediante, son abrumadoras: “Acaba de temblar muy fuerte en la ciudad de México; parece que hay miles de muertos”.
Todos en el salón escuchamos esa mala nueva sin demasiado azoro; tuvimos la primera clase a las 7 de la mañana, así que todavía no carburábamos lo suficiente como para digerir una noticia de tamaña dimensión. Después de todo, con triste frecuencia los periódicos y la tele emiten noticias sobre temblores en la capital. Por supuesto, los alumnos de Juan Noé —Adrián Valencia, Saúl Vargas, Chuy Sánchez, Carlos Ezquerra, Ana Zúñiga, Mary Tere Murra, Rocío Lazalde, Cecy Santibáñez, Roberto Fernández, Valentín Botello, Juan Carlos Cabello, Margarita Morales, Mary Montelongo, Araceli Espinoza y yo— no sospechamos que aquella era una nota estremecedora, un parteaguas en la historia del México moderno, pues a partir de allí muchos estudiosos de nuestro país desprenden el surgimiento de la llamada “sociedad civil”.
Unos minutos bastaron para que dimensionáramos con precisión el quebranto sufrido por la capital. La naturaleza había hecho de las suyas con violencia incomparable y el DF era un caos de sangre, lágrimas y desesperación, pero también de valentía y en no pocos casos de heroicidad. Pronto, demasiado pronto si hacemos una comparación con lo recientemente acontecido en Nueva Orleáns, los anónimos actores de la sociedad civil se organizaron y pusieron manos al rescate. Como en el actual régimen de la Casa Blanca frente al desastre de Katrina, en Los Pinos de De la Madrid la reacción ante el siniestro fue morosa, negligente, absurda (poco menos de un año después, en la inauguración del Mundial 86, el Estadio Azteca le dedicaría al atolero propulsor de la “Renovación moral” una inmensa rechifla transmitida en cadena mundial, acaso la más cerrada de la historia y sólo comparable a la que pudiera recibir Judas Iscariote si se presentara en público).
Aquellos estudiantes de comunicación vimos en la cafetería del Iscytac, borroso en la pantalla de una anciana tele, el terror sembrado por el sismo, y entonces comprendimos bien que la naturaleza había excedido la violencia tolerada por las obras humanas, por los edificios y sus moradores. Calles enteras, avenidas completas mostraban a sus costados el estrago de aquel sacudimiento tectónico. Era el Desastre, con mayúscula, como con mayúscula lo es ahora el cataclismo del Golfo. Nunca más, desde entonces, creo, he tomado a la ligera las noticias relacionadas con la furia de la naturaleza, y hasta hoy lamento profundamente la falta de previsión y la ineptitud de las autoridades a la hora de socorrer las víctimas.
Luego de aquel sacudimiento pasó un par de años, y allá por el 88 o el 89, en una reunión de amigos, el futuro jesuita Javier Prado Galán, que tocaba bien la lira, se echó unas rolas que llamaron sensiblemente mi atención. Pregunté de quién eran, y Prado detalló que las había compuesto un tal Rockdrigo González, apodado El Profeta del Nopal, oriundo de Tamaulipas, muerto muy prematuramente en el sismo del 85. Poco tiempo después, gracias a mi amigo Miguel Teja, voraz consumidor de casetes con música de artistas marginales, me hizo una copia (todavía la conservo) de los únicos discos que pudo grabar Rockdrigo, todos en condiciones casi artesanales.
Así lo pude oír completo, o casi completo, pues abiertamente me confieso profano en rock, en cualquier rock. Pese a mi falta de mejores referentes, la voz, la guitarra, la “trompeta” (el cogote), la armónica y el ingenio letrístico de Rockdrigo pronto se adueñaron de mi más profundo aprecio. ¿Y qué encontré en ese tipo? Todo lo que se le puede pedir a un auténtico artista popular. Fuera del mercado, distante a kilómetros-luz de la publicidad que enceguece y plastifica, sin un centavo de éxito comercial, el gran Rockdrigo era capaz, es capaz, de hacer lo insólito: matar a su público con una espina, pintar hermosos frescos sin pintura y con los dedos, sembrar flores en la piedras. No por nada, el suyo se erigió de inmediato en el mejor, ¿en el único?, emblema del “rock rupestre”, un rock que no necesita de aracles ni performancismos opulentos, un rock que no demanda luces ni sonido para imponer su ley, la ley de la calle, la ley del artista que nada tiene y sin embargo edifica maravillas, émulo del trovador que embrujaba con el laúd y la palabra en los mercados del Medievo.
Muchas muertes, pues, todas dolorosas y terribles, dejó el sismo del 85. Dejó también herido de muerte al sistema que en el 88 naufragó con la derrota del PRI y el triunfo del ingeniero Cárdenas, presidente de la república al que le fracturaron el triunfo Bartlett, Salinas, Fernández de Cevallos y otros rufianes que hasta la fecha siguen sin pisar la bartolina. En ese México que cambiaba, en ese México inconforme y todavía muy bronco, las rasposas letras de Rockdrigo evidenciaban a sus casi secretos admiradores que la composición de letras para el rock y el blues no necesariamente debía ser surrealosa y solemne o humorística y pendeja. Rockdrigo fue, verso tras verso, un compositor en el que convergió la idiosincrasia del mexicano casi en pleno, desde el humor ácido y salaz (“Rock del Ete”, “Asalto chido”, “El feo”), hasta el vuelo existencial con sabor a borrachera en el lóbrego tugurio (“Vieja ciudad de hierro”, “Distante instante”, “Acerca de ti, acerca de mí”, “No tengo tiempo”), pasando por el hábil pincelazo coloquial (“Susana de la mañana”, “Metro Balderas”, “Los intelectuales”, “Buscando trabajo”) y la crítica social sin excesos de panfletarismo (“La máquina del tiempo”, “Balada del asalariado”, “Ratas”).
La página web http://www.rockdrigo.com.mx/ consigna que para el veinte aniversario de su muerte se sucederán homenajes y tributos en varios foros del DF. Será una merecida forma de reconocer el misterioso talento de ese genio callejero y de reiterar que aquel 85 de triste y a la vez noble memoria es una fecha ya imborrable para México.
Pese al dolor, dolor que él experimentó en muchas ocasiones, Rockdrigo no hubiera estado contento con la solemnidad de este apunte, por eso bien puede terminar con la arenga improvisada que se aventó alguna vez en una de sus tocadas. Aunque a veces esas palabras han sido tomadas en serio, vistas como lo que son, el irónico preámbulo de una rola, parecen insuperables, ajenas completamente al misticismo almidonado de muchos rockeros que se la creen y que componen letras vaporosas, tan malditas como malitas, tan deshuesadas como inservibles. Venga, pues, Rockdrigo, cierre la puerta de esta Ruta Norte: “Ha llegado la hora de apausar el tiempo, de detener las estructuras para hacer una entrada dimensional hacia los mensajes del sacerdote del rock, aquel que se preocupa por el bienestar y la salud mental de todo el personal… El padre rockanrolero les manda unos mensajes desde su iglesia cósmica… para todos aquellos chavos acelerados y a todas las personas que creen que el rockandroll es nada más vicio, violencia, sexo, anarquía.... no es cierto... el rock renace últimamente como un sistema espiritual, lástima que todavía no salga nadie que le haya agarrado la onda, pero… ahi les va…”.

miércoles, septiembre 16, 2015

Cinco décadas del Tec Laguna














Podemos escribirlo como queramos: cincuenta años, diez lustros, cinco décadas o medio siglo, porque da lo mismo; el orden de los factores no altera el producto, en este caso la alegría. El Tecnológico de La Laguna cumple esos años y claro que todos los laguneros debemos ser copartícipes del festejo. No lo digo sólo porque es una de las instituciones emblemáticas de nuestra región, y, entre las educativas, de las más productivas en calidad y cantidad de egresados, sino porque todos aquí, lo sepamos o no, directa o indirectamente, tenue o marcadamente, hemos sido beneficiados por esta escuela pública.
El mejor ejemplo que tengo a la mano es el mío. Muy lejos estuve de ingresar al Tec, pues mi perfil vocacional arrojó siempre resultados que me apartaban de esas aulas. Si se me hubiera ocurrido entrar allí, no hubiera pasado ni del examen de admisión. Podría decir entonces que no le debo nada al Tec, que es un espacio que siempre me quedó a remota distancia. Pero no, no lo digo porque sería falso.
Durante muchos años he vivido en el convencimiento de que el Tec es un excelente espacio académico, insisto que de los mejores que tenemos a la mano en la comarca. Lo sé por dos razones, una indirecta y otra no tanto. La indirecta es su bien ganado prestigio, un prestigio que corre a voces abiertas en toda la región y fuera de ella. Creo que jamás, no sé si me equivoco, he oído la palabra incompetencia asociada a un egresado del Tec. Se trata de una escuela con tan alto nivel formativo que difícilmente se puede salir de allí sin méritos probatorios, sin competencia en cada una de sus especialidades. El Tec es el Tec, valga la expresión, y nadie le regatea mérito.
La razón directa tiene que ver con varios de mis amigos y pariente. Durante mis años de formación me tocó tener cerca a ex alumnos del Tec, de su prepa o de sus carreras. Todos, no sé por qué, eran, son, brillantes. Gilberto y Javier Prado Galán estuvieron allí; mi cuatote Adrián Valencia, igual, e incluso jugó en la línea ofensiva de los Gatos Negros. Mis queridos Antonio y Maricela Rodríguez Valenzuela también cruzaron sus aulas, lo mismo que Ígor Rosales, hijo de Saúl. Mi sobrino Luis Rogelio Muñoz Ramírez es hoy un profesionista exitoso gracias a lo aprendido en ese plantel. Además cuento aquí a los que fueron alumnos y/o maestros del Tec Laguna, también amigos míos: Gerardo García Muñoz, Paco Valdés Perezgasga y Ricardo Coronado (autor del libro conmemorativo, por cierto).
Querámoslo o no, mucho o poco, todos en La Laguna tenemos cerca al Tec. Recordemos pues su rico pasado, compartamos el festejo de su cincuenta aniversario y miremos su futuro con el optimismo fundado en los miles de egresados que no dejan mentir acerca de su valor, de su enorme valor. (Mañana jueves a las siete, presentación del libro conmemorativo en el Museo Arocena).

sábado, septiembre 12, 2015

Toros y polémica












El jueves 10 fue organizado un debate sobre tauromaquia en la Ibero Torreón. Participaron Luis Gurza, Arturo Gilio y Javier Eduardo Roel; el primero estuvo del lado de quienes apoyan la prohibición de las corridas en Coahuila, y los dos últimos del de quienes desean que todo siga igual, que haya “fiesta brava”. La moderadora fue Marcela Pámanes, y hubo una ausencia, la del diputado Shamir Fernández.
Como estoy a favor de la prohibición, escuché atento a los polemistas taurinos. Salvo en un punto (que la medida es más caprichosamente política y coyuntural que respetuosa de la vida) discrepo de los taurinos. Más: noté que sus argumentos presuponen consecuencias demasiado obvias o colocan en contradicción situaciones que no necesariamente chocan entre sí. Dado el poco espacio del que dispongo, procedo rápido y por puntos breves:
“Si hay peleas de gallos, de perros, box, lucha, por qué prohibir sólo las corridas de toros”. El hecho de acabar con la tauromaquia no significa no avanzar contra otras actividades semejantes, e incluso luchar para que acabe la crueldad contra especies que sirven como alimento del hombre. Mezclar aquí el box y la lucha es improcedente. En el box los rivales pelean voluntariamente y hay énfasis en la equidad; la lucha libre es una coreografía en la que muy, muy esporádicamente hay daños fatales para alguno de los contendientes (el ejemplo del Perro Aguayo es muy poco afortunado).
“Los toros de lidia desaparecerán como especie si desaparece la tauromaquia, pues esos animales sólo sobreviven en los países donde hay corridas”.  Nadie puede asegurar eso. Es como pensar que ni un solo grupo conservacionista intervendría si fuera necesario. Asimismo, ¿conservarlos como especie justifica torturarlos? ¿No es una contradicción?
“La desaparición de la tauromaquia provocaría que se perdieran muchas fuentes de trabajo”. Seguro no son tantas como para colapsar el índice de empleo. Además, con ese argumento también podemos defender el armamentismo o la trata de blancas.
“Los toros son parte de ‘nuestra’ cultura”. Esta es una de las falacias principales, pero si así fuera, creer que “la cultura” es un ente petrificado, inmóvil, no dinámico, es un error mayúsculo. De ser cierto, podríamos proponer que en nuestro país reviva la cultura del sacrificio azteca o que la cultura del narco, hoy tan nuestra, tan distintiva de México, sea institucionalizada y forje una bonita tradición.
En suma, hay que aspirar a un ideal, por remoto que nos parezca: acabar con cualquier signo de barbarie.

miércoles, septiembre 09, 2015

Volver sin fin a Diego




















Colaboración de hoy en ESPN México:

Uno de mis ritos habituales —reservo los viernes en la noche para celebrarlo— es depositar todo el cansancio de la semana en la cama y en esa cómoda trinchera ponerme a leer, tuitear, escuchar música y/o ver lo que se pueda en YouTube. Mientras el mundo se divierte en cines, restaurantes y antros yo procuro hacer un alto, tomar aire, aplacar un poco la fatiga en el ejercicio de placeres simples e inmóviles. En realidad siempre termino vagabundeando en la red y en la red siempre termino en la exploración de videos de todo. Muchos documentales, alguna película muy de vez en cuando, entrevistas a escritores y, claro, videos de deportistas admirados.
Mis videos favoritos relacionados con el deporte (y creo que también de los diególatras) son los de Maradona en acción. Supongo que no los he visto ni los veré todos, pero sí puedo afirmar que son ya muchos lo que he podido seguir de orilla a orilla: compilaciones de goles, largometrajes como el de Kusturica, compendios con dribles y pases, diálogos en programas de televisión, cortos donde muestra dominio de balón (y naranja y pelota de golf y botella de plástico). En suma, no me canso de ver a Diego porque Diego para mí es lo más parecido a la perfección que he visto sobre una cancha de futbol.
Comento dos videos. El primero, una especie de reportaje de la televisión italiana en el que entrevistan a varias figuras. El periodista les pregunta sobre Maradona, y ninguno titubea al afirmar que ha sido el mejor que han visto jamás. El diálogo se detiene en Zinedine Zidane, el monstruo francés. Relajado, sentado en el césped en un día con mucho sol, Zizu explica lo que siente sobre Diego. Habla sobre su precisión. Da un ejemplo. Recuerda que alguna vez vio un entrenamiento en el que Maradona se colocaba en el borde del área chica y de frente a la portería. De ahí pateaba suavemente el balón con el fin de impactar el travesaño y lograr que regresara, como si se tratara de una pared de frontón. Zidane apuntó que la zurda del argentino era capaz de rebotar el balón así en tres o cuatro intentos seguidos, lo que parece imposible. El periodista desafía a Zidane y le pide que se cale en ese jueguito. El francés acepta. “¿No temes quedar en ridículo?”, pregunta el entrevistador. “No sería yo el único que pueda quedar en ridículo al intentar esto”, responde Zidane.
En la siguiente escena vemos lo difícil, acaso lo imposible que es acometer algo semejante. Parece descabellado. Zidane patea la pelota, pone toda su atención en la fuerza y en el destino de sus lanzamientos, pero suma quince golpeos y nada, no funciona. Por allí, casi de casualidad, un balón choca en el travesaño y vuelve a él, lo patea con el fin de repetir el choque en el larguero, pero el esférico se escurre. El experimento es un fracaso, un alegre fracaso, pues Zindane termina riendo: él tenía razón, ese jueguito es uno de los mayores desafíos para probar la puntería de un pateador.
Ese video lo comparo ahora con otro donde, en efecto, vemos la precisión del argentino. Maradona llega por primera vez al estadio de Nápoles, pisa la cancha y se persigna. No hay público, sólo prensa y acompañantes que suponemos son parte de la directiva napolitana. El 10 argentino viste conjunto azul celeste, el color de su nuevo equipo. Se ve joven, sonriente, fuerte, en su mejor momento. La playera (que los argentinos llaman remera) dice Puma en el pecho. Por allí le sueltan un balón y Maradona avanza con él hacia una portería. Diego camina, coloca el balón con los pies, desenfadadamente, como a cinco o seis metros del área grande. Amaga patear con la derecha pero de inmediato se arrepiente. Cambia de perfil. No se ve ni siquiera concentrado, pues todo lo hace con el cuerpo suelto, sin tensión. La cámara está a su espalda. Ya perfilado de zurda, saca un disparo que dibuja una comba perfecta, elegante, hermosa. La comba termina ingresando por el ángulo superior izquierdo del arco, y en el video se oyen los aplausos y el asombro.
Vuelvo con frecuencia a esa jugada fuera de partido, sin público pero con una cámara detrás. Me gusta por todo, principalmente porque al final, cuando el balón ya tocó la red, Maradona se da vuelta, ríe y tira un manotazo al aire como diciendo lo que aquí repito para terminar este elogio: “¡Se acabó!”.

Renovadas largas al asunto















El mecanismo de procuración de justicia en México es un engranaje perfectamente lubricado para entorpecer, embrollar, dilatar, opacar y, al final, desaparecer toda posibilidad de encontrar culpables sobre todo cuando hay indicios de participación del Estado o intereses del grupo mafioso habitualmente conocido en México como gobierno. Lo ha demostrado en muchas ocasiones: ocurre algo —por ejemplo el asesinato perpetrado contra Colosio— y el engranaje actúa de inmediato: se resguarda a los implicados, se altera la escena del crimen, se emiten datos a cuentagotas, se siguen líneas de investigación que sólo tienen de serio llamarse “líneas de investigación”, se adulteran los peritajes forenses, se invoca al narco y se eligen “fiscales especiales” que equivalen a muppets con corbata.
El caso de la masacre en Iguala no es la excepción. Cuando el procurador (hoy ex) Murillo Karam dio a conocer las conclusiones a las que llegó el trabajo de la PGR, es decir, la famosa “verdad histórica”, era obvio que se trataba de una versión torcida, pues su dato esencial, la incineración de los cuerpos, no se atenía técnicamente a nada, salvo a la más siniestra ficción. La lógica lo contradecía: cremar un cuerpo, convertirlo en cenizas, requiere condiciones peculiares y tan ceñidas a cierto procedimiento que pensar en la incineración de 43 al aire libre parecía, porque lo es, un dislate macabro y una falta de respeto criminal a los mexicanos.
La idea del gobierno se apegó a la lógica anotada en su manual de operaciones: dar una versión que pareciera concluyente, la que fuera, para sofocar la irritación social en ascenso, luego remover al procurador, apuntalar mediáticamente la fabulación y ganar tiempo, todo el tiempo que fuera posible y con la fe puesta en el olvido, ese olvido que en México suele curar todos las dolencias políticas.
Por la gravedad de los hechos y lo grotesco de su “solución”, sin embargo, miles de mexicanos siguieron inconformes tanto en las calles como en algunos medios periféricos y en las redes sociales. Ayotzinapa no se apagó con el carpetazo disfrazado de Murillo Karam. Ahora, tras el informe del GIEI, terminó el tiempo ganado gracias a la “verdad histórica”, y el engranaje ha vuelto a operar: el señor presidente de los Estados Hundidos Mexicanos ya ordenó que sean tomados en cuenta los “elementos” de la investigación independiente que al final, de todos modos, cierto que tiene diferencias con respecto de la oficial, pero nada que no pueda ser “superado” sobre todo si se le dan renovadas largas al asunto.

martes, septiembre 08, 2015

CILDE V














“Textos criminales modernos: perspectivas del género negro actual”

organizada por la

UNIVERSIDAD DE TEXAS TECH UNIVERSITY

Con el apoyo y la colaboración de la

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS UNAM

PROGRAMA

JUEVES 24 DE SEPTIEMBRE
APERTURA: Dr. Israel Ramírez Cruz, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Colegio de Letras Hispánicas (10:00 hrs.)
CONFERENCIA MAGISTRAL: Ricardo Vigueras: “Arquetipos de Frontera y Ciudad Juárez en la literatura criminal” (10:15–11:30)

MESA 1:  POLICIACA EN LA PANTALLA (11:45-13:00)
Matthew Bush, Lehigh University:  “A través de la pantalla: habitando los medios masivos con Mario Levrero”.
Mark Couture, Western Carolina University: “Cantinflas’s Multivalent Parody in El signo de la muerte”.
Fernando Fabio Sánchez, California Polytechnic State University: “Psicoanálisis, el policial y la narrativa cinematográfica en Paraíso robado y El hombre sin rostro”.
Ainhoa Vásquez Mejías, Universidad Nacional Autónoma de México: “Cuando los héroes fracasan. Los policías de las narcoseries”.

MESA 2: TÉCNICAS NARRATIVAS  (13:00-14:15)
Gerardo García Muñoz, Prairie View A&M University: “Círculo de fuego: los subterráneos de la conspiración”.
Lori Oxford, Western Carolina University: “Dark places, noir spaces: Intellectual heterotopia as escape in Padura’s detectivesca”.
Ann Rosen, University of California, Irvine: “Embotados cerebros e hígados intoxicados. Food and Disillusion in the Detective’s Representation”.

RECESO (14:15-16:15)

MESA 3: GÉNERO Y TRANSGENERIDAD EN LA POLICIACA (16:30–17:45)
Alberto Centeno-Pulido, Western Carolina University “La MetAstasis videotópica de Breaking Bad: Una mirada híbrida a la ficción televisiva del género negro”.
George Cole, Texas Tech University: “Letal como un solo de Charlie Parker: recreando el hardboiled en la novela histórica detectivesca del siglo XXI”.
Arturo Dávila, Laney College, Oakland: “Poesía policiaca: el caso de Luis Rogelio Nogueras”.
Felipe Oliver, Universidad de Guanajuato: “Geografía del narcotráfico. Una visión panorámica sobre la 'narconovela' en Iberoamérica”.

MESA 4: CRIMEN, PSICOLOGÍA Y HORROR (17:45-19:15)
Raúl Carrillo Arciniega, College of Charleston: “Lo peor del horror: nota roja como narración de la interioridad humana”.
Jaime Muñoz Vargas, Universidad Iberoamericana Torreón: “77, novela de Guillermo Saccomanno: viaje al centro del pavor”.
Greg Schelonka, Louisiana Tech University: “Los peligros de mirar: la novela negra y la visualidad”.
Jelena Mihailović, The Graduate Center, CUNY: “Crimen, complicidad y silencio en la novela El secreto y las voces, de Carlos Gamerro”.

VIERNES 25 DE SEPTIEMBRE
CONFERENCIA MAGISTRAL: Vicente Alfonso: “Mark Twain, Detective: una lectura de Pudd’nhead Wilson” .(10:00-11:15)

MESA 5: REFLEXIONES EN TORNO A LA NARCO NOVELA NORTEÑA (11:15-12:30)
Juan Carlos Ramírez-Pimienta, San Diego State University: “Los corridos de narcotráfico y narcotraficantes como un antecedente de la narconovela fronteriza”.
José Salvador Ruiz-Méndez, Imperial Valley College: “El narcopolicial gore en la novela norteña”.
Gerardo Castillo, Universidad Autónoma de Puebla: “La función del personaje letrado en la narcoficción”.

MESA 6 : MUJERES QUE ESCRIBEN, MUJERES QUE MATAN (12:30-14:30)
Liliana Hernández Ramos, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla: “Configuración del personaje de la Madre en Cartucho y Las manos de Mamá de Nellie Campobello”.
Samuel Manickam, University of North Texas: “La anti-heroína mexicana en La esquina de los ojos rojos”.
María Carpio-Parra, The University of Oklahoma: Simbolismos, metáforas y lenguaje poético en el neopolicial  de Rafael Ramírez Heredia”.
Cathy Fourez, Université des Sciences Humaines et Sociales-Charles De Gaulle-Lille3: “De mujer de narco a narcomujer: la mujer violentada y violenta en Perra brava (2010) de Orfa Alarcón”.
Rubén Varona, Texas Tech University: ¿Cómo se hornea una ficción criminal? La hora del cheesecake: presentación de una novella”.

Nota: la foto que encabeza este post corresponde a la CILDE IV. Fue tomada en la UNAM el 26 de septiembre de 2014. En ella aparecemos, entre otros, David Hancock, Gerardo García, Gerardo Castillo, Jelena Mihailović, Filemón Zamora, Rodrigo Pereyra y José Salvador Ruiz.

sábado, septiembre 05, 2015

Doctorados en cinismo












¿Por qué Korenfeld e Hinojosa estuvieron en palacio durante la tercera pachanga ceremonial de EPN? La respuesta obvia es esta: por cínicos. Pero creo que detrás de esa respuesta hay una extra, algo que apuntala o soporta, como arbotante, la presión que hoy amaga a esos personajes: el sentimiento de invulnerabilidad. Explico.
Un cínico es aquel que se burla de sus enemigos pero sabe que en cualquier momento debe replegarse, arriar un poco la bandera y hasta, llegado el caso, negociar. Un cínico perfecto, contumaz, es el que se desentiende de cualquier amenaza o contragolpe porque sabe que nada podrá hacerle daño, que nadie logrará tumbarlo de su pedestal, es decir, es un sujeto que es o se siente invulnerable y por tanto no claudica en su cinismo, sino que lo exhibe y hasta se pavonea frente a quienes lo malquieren.
En el México del siglo pasado había, claro, cinismo, pero una regla no escrita del régimen era buscar que las aguas se calmaran cuando algo, lo que sea, ocurría y ponía en peligro al sistema. Esa era en esencia, por ejemplo, la política del destierro a las embajadas: sacar un tiempo de la jugada al político en desgracia o con demasiada cola visible para pisar, colocarlo en un lugar distante para protegerlo y para, a su vez, evitar que su mala imagen salpicara a los demás.
Hoy no es necesario desterrar a nadie ni sacarlo de la jugada. A lo mucho, removerlo un poco, como a Korenfeld, pero sin prohibirle que, a cuatro meses de su cómoda decapitación, se deje ver incluso en actos públicos tan importantes, se supone, como el mensaje a la patria emitido por el presidente para beneplácito de sí mismo. Eso era impensable en el pasado porque todavía “se cuidaban las formas”, había un sentido de autodefensa que empezaba por evitar la exposición pública y la cercanía ostensible del apestado en relación a los espacios de poder.
Eso era ayer, muy ayer. Hoy, plenos de impunidad, saben que ninguna acechanza (tuiter, las marchas, los periodicazos, las grabaciones indiscretas, alguna huelguita y los balconeos en la prensa foránea) será capaz de derrumbarlos; conocedores de los antídotos para todo, son invulnerables y muestran su cinismo casi como si se tratara de una condecoración.
Los cínicos de antes —parafraseo a un cardenal entregado a las delicias del poder— eran poquiteros. Los de hoy ya hicieron el doctorado.

miércoles, septiembre 02, 2015

Darse el autopase



Nunca hemos sido una región muy dada a publicar libros. En nuestras mejores épocas no llegamos ni a tres mensuales, así que siempre hay un déficit en la balanza de lo que se publica con respecto de lo que se escribe. Ahora, para los escritores, es menos traumático el asunto, ya que los blogs y las redes sociales (y en algunos casos hasta las cadenitas de mail) son válvulas que ayudan a paliar en algo la necesidad de hallar al menos unos cuantos lectores.
México, sin embargo y asombrosamente, es en general un país que facilita las oportunidades de publicar. He comentado hace poco que con algo de suerte, algo de talento y algo de relaciones (y a veces sin nada de eso) es posible encontrar alguna institución capaz de recibir originales y mandarlos a la imprenta. Por eso no prospera tanto aquí, como en otros lugares, la edición de autor, es decir, el libro autofinanciado y a veces hasta autoeditado, una especie de autopase, para decirlo con un término futbolístico. En 2004  vi un caso de esta naturaleza en Argentina. Tanto me impresionó que lo convertí en este breve relato titulado “Por la libre”:
En mi primer viaje argentino tuve la suerte de pasar una semana en Tucumán, la ciudad donde radica David Lagmanovich, entrañable amigo y admirado maestro. En ese lugar fui recibido cálidamente por la Asamblea de escritores, grupo de artistas que encabeza el propio David y que reúne a buena parte de los autores tucumanos que han decidido sumar esfuerzos para producir bienes artísticos. La Asamblea organiza conferencias, exposiciones, lecturas y, acaso lo más importante, iniciaba por aquel momento la publicación de libros. Uno de los anfitriones, el dibujante, pintor y poeta Leonardo Iramaín, me regaló un gordo libro que cargué desde allá y que conservo con aprecio y agradecimiento. Se trata de Dibujos de una sola línea, compendio de dibujos elaborados con una sola línea. Realmente es un libro estimable, pese a la austeridad de su acabado. Lo que primero me llamó la atención, claro, fue la portada. Allí, un dibujo “de una sola línea” anticipa el contenido del volumen; abajo, en la zona donde se ubica el sello editorial, aparece la sigla EDUM. Deseoso de saber el significado de las sigla que resumía el nombre de la institución editora del libro, le pregunté a Leonardo.
—¿Y qué institución es EDUM? ¿Una universidad?
La respuesta me dejó maravillado. Ése solo detalle, que hubiera valido la eterna conservación del libro, agregó un plus a la belleza de los dibujos.
—¡No, amigo, cuál universidad! —dijo Leonardo, sonriente—. EDUM significa “Ediciones De Uno Mismo”.