viernes, agosto 28, 2015

Entrevista en la revista Literal













Editada por Rose Mary Salum, la revista Literal publicó en agosto una entrevista que me hizo Paul Medrano (@balaprodrida). Agradezco a Rose Mary y a Paul este generoso diálogo.

A la sombra de Muñoz Vargas
Paul Medrano

Jaime Muñoz Vargas es mi escritor de culto en México. A comienzos del año 2000, cuando junto con mi palomilla leímos El principio del terror (Joaquín Mortiz, 1998), quedamos prendados de la soltura narrativa de una novelita que si bien es breve, por su alto octanaje debería estar en vías de canonización.
Pasaron los años y la casualidad me dio la oportunidad de saludarlo. A veces, es mejor no conocer a nuestros ídolos, porque nos desilusionan. Al igual que uno, son seres llenos de ego, errores y vicios, con la diferencia de que ellos tienen cierta fama. No fue el caso con Muñoz Vargas.
Gracias a este encuentro, pude hacerme de más libros que solo reafirmaron mi interés por la obra de este duranguense avecindado en Torreón desde hace décadas.
El primero fue Leyenda Morgan (premio nacional de cuento San Luis Potosí 2005), que por momentos parece novela y en otros un libro de cuentos que relata las aventuras del comandante Morgan, un tipo deshonesto, pero valiente; macuarro, aunque perseverante; despiadado, pero no cobarde. El libro cambia de clave de una página a otra: del género policiaco muta al realismo sucio y de ahí salta al comic. Como bien lo define Carlos Velázquez: “Leyenda Morgan es un manual para héroes o canallas”.
Luego, tocó el turno a Juegos de amor y malquerencia (premio nacional de novela Jorge Ibargüengoitia 2001), un título sobre el dolor, la pobreza y mucho beisbol ambientado a comienzos del siglo XX, que da cuenta de la amplitud que poseen los horizontes narrativos Muñoz Vargas, quien reconoció que esta obra surgió a raíz de observar una foto antigua.
Y finalmente leí Parábola del moribundo (premio nacional de novela Rafael Ramírez Heredia 2009), quizá una de las mejores sátiras del ambientillo literario en México. Aquí se cuenta las penurias económicas de un poeta que sueña con la fama, sin embargo, debe emplearse con un mequetrefe que le paga por escribir versos amorosos a algunas mujeres. Un verdadero deleite porque, además del cúmulo de referencias bibliográficas, retrata a la perfección a los poetas que se creen incomprendidos pues consideran que han sido tocados por el noveno anillo de Saturno. Algo que abunda muchísimo en la fauna del arte.
Gracias a Leyenda Morgan, escribí una novela policiaca. Y a Parábola del moribundo, una novela satírica. El culto está ahí.
Ojos en la sombra es su más reciente libro de cuentos. El pozo en el que abrevan estas historias es el oficio literario y el fracaso. Ambos, factores de riesgo siempre presentes en los que trabajamos con palabras.
Las diez historias están divididas en tres tiempos cuyos nombres son de los más sugestivos: Frustración, Apetencias y Puentes. Raymond Carver afirmó: “la ambición y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. Pero también hay que tener talento”. Estos tres rasgos los cumple el duranguense.
La prosa de Muñoz Vargas es fresca y cristalina, como el agua de un bebedero público, que además, es cómodo. Esto lo consigue sin necesidad de pertenecer a una estrategia editorial (la mayoría de su obra pertenece a publicaciones del Estado); sin pirotecnia narrativa innecesaria; sin campañas mediáticas a su favor y, mejor aún, sin prosa críptica que solo intriga, pero no dice nada.
En una entrevista a comienzos de este año, Guillermo Saccomanno sentenció: “Escribir y publicar un libro no es ninguna hazaña, el asunto es si tenés algo que decir. Esto es un oficio de paciencia y un escritor no puede estar mirando los suplementos todo el tiempo. No puede estar pendiente del último autor recomendado ni de los festivales. Hoy yo veo que los escritores van a un festival tras otro, como si los festivales fueran lo más importante que le puede pasar a un escritor, en vez de conseguir lectores. Te das cuenta de que muchos festivales son pura rosca, pareciera ser que son todos escritores que andan con la valija lista, están viendo en qué puerta embarcan en vez de qué publican. Yo trabajé cuarenta años en publicidad y cuando estuviste tantos años ahí te das cuenta de que el marketing y todo esto que se chamuya ahora no es ninguna novedad. Lo sabe el que fabrica mayonesa, el que fabrica zapatos y las editoriales están en manos de gente que puede hoy fabricar libros como mañana puede fabricar salchichas: el tema es vender”.
Muñoz Vargas se toma su tiempo para publicar, para leer e incluso para opinar desde su cuenta de Twitter. Esto se nota también al momento de leer sus cuentos: las historias avanzan sin prisa, pero con eficacia. Todos los cuentos nos dejarán a sus personajes rondando en la cabeza, cumpliendo a cabalidad aquel consejo que exige a los escritores: “al final del cuento hay que hacer sangrar al lector”.
Sin embargo, el momento cumbre del libro está en la parte central, en el apartado Apetencias, integrada por tres cuentos. El primero, “Tras el rastro del orgullo”, cuenta cómo un profesor de literatura, hundido en la semipobreza, es contratado por un millonario para dar con los responsables del secuestro de su padre, mediante el análisis del lenguaje que usan los captores. El millonario le da una gran paga y le hace ver que su ayuda será vital. De ese modo, el profesor inventa cualquier clase de argumentos para no verse como un idiota.
“Papa Matías”, en cambio, narra la historia de Carmelita, quien se ve en la triste situación de meterse a trabajar como mesera en un tugurio, luego del despido de su padre. Carmelita es llevada y traída por el anciano en una bicicleta. En el tugurio conoce a un escritor de pacotilla quien comienza a escribir una historia muy similar a la de Carmelita. El final, un homenaje a la metaficción, es trepidante.
“Transmisión diferida” es tan exacto, que lo mismo puede ser una crónica o una noveleta. Dos jóvenes con ganas de comerse el mundo son contratados para narrar diferido el Super Bowl en una televisora local de Los Mochis. El viaje, las situaciones por las que atraviesan y la transmisión convergen al final de una historia que, de tan verosímil, nos hace pensar que acaso fue cierto. Lo cual no sería extraño.
Una característica a destacar de Ojos en la sombra es su atemporalidad. Todas sus historias pudimos disfrutarlas hace 10 años y podremos hacerlo en otros 10, sin que eso afecte su vigencia. Literatura sin fecha de caducidad, dijera por ahí.

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 A continuación, una breve charla con Muñoz Vargas a propósito de Ojos en la sombra, la literatura y sus malquerencias.

Estos cuentos nunca antes vieron la luz en forma de libro, como menciona en sus apuntes finales. ¿Este volumen usted lo propuso o se lo propusieron?
Esa nota refiere que algunos de los cuentos de Ojos en la sombra aparecieron primero en revistas y libros colectivos. Luego los organicé en un solo racimo y en 2007 fueron publicadas por la Universidad Autónoma de Coahuila en su primera edición. Siete años después los propuse a la colección El Guardagujas y por suerte fueron dictaminados a favor, lo que abrió la puerta a una segunda edición que le ha dado una mayor presencia en el país.

¿Por qué este libro y no reeditar alguna de sus estupendas novelas?
A dos de mis tres novelas ya les está llegando la hora de la reedición, pero esto para mí todavía no es una prioridad. Ya llegará la oportunidad, aunque más bien he estado pensando en seguir con nuevos emprendimientos en este género más que en reediciones.

Noto demasiada similitud en las voces de los protagonistas con los personajes de Parábola del moribundo. ¿Acaso fueron escritos en la misma época?
Escribí Parábola del moribundo entre 1998 y 1999. Luego la dejé guardada durante diez años y apareció en 2010. Los cuentos de Ojos en la sombra (como los cuentos de Las manos del tahúr y Leyenda Morgan) los escribí entre 2000 y 2005, mi etapa más productiva en este género. En esos cinco años escribí pues cuatro o cinco libros de cuentos, dos de los cuales siguen inéditos. En efecto, es muy probable que todo este material se parezca en la prosa y en el tono y hasta en las temáticas, pues nacieron en un caldo de cultivo muy similar.

La caricaturización (aunque en sí, el oficio de escritor es una caricatura per se) del oficio literario no es un campo virgen, pero sí poco explorado. ¿A qué cree que se debe que la escritura mexicana satiriza todo, menos a si misma?
No es tan infrecuente la literatura con temas literarios. Para mí siempre ha sido atractivo escribir sobre la circunstancia de los escritores periféricos, casi invisibles, de la provincia. Pero no sólo sobre ellos, sino sobre todos los personajes con los que de alguna manera he convivido e incluso “he sido”, como poetas, maestros de literatura, funcionarios culturales, periodistas, editores, diseñadores gráficos y demás. Es un espacio que conozco bien y me parece siempre interesante porque combina varios rasgos propicios para ser convertidos en literatura: la soberbia, el afán de trascendencia, la envidia, la frustración, el celo profesional y, en muchos casos, la mediocridad y el genuino talento que se queda a medio camino. El mundo cultural en provincia, ese mundo lejano a los principales centros productores de cultura, crea siempre realidades picarescas, pequeñas e interesantes tragicomedias.

En su “Palabra final”, manifiesta su gusto por el “cuento clásico”, ¿a qué cree que se deba que ahora pululan los relatos, pero no los cuentos?
Siempre he sido respetuoso de lo que elige cada quien al escribir, del género, estilo, influencia y demás que cada escritor adopta para expresarse. Es decir, lo que yo he asumido es funcional a mis propósitos o gustos y jamás he querido imponerlo a otros. En el caso del cuento, creo que es un género que plantea de entrada una serie de reglas mínimas de juego y a partir de allí uno puede buscar rutas, caminos, brechas para la experimentación o la ruptura del molde. Creo, sin embargo, que ese molde es a veces tan desafiante que muchos cuentistas lo eluden y escriben cuentos que solo son cuentos por su brevedad, deshuesados o invertebrados, sostenidos solo en vagas andanzas de los personajes, en la vistosidad de la prosa y ajenos al armado de una estructura y a las malicias que en teoría son consustanciales al que llamo “cuento clásico”.

¿Qué opina sobre lo fácil que es publicar ahora, comparado, digamos con hace 20 años? ¿Eso ha sido positivo para la literatura?
Creo que desde hace muchos años no ha sido tan difícil publicar en México. Por supuesto que las puertas de las editoriales privadas no están abiertas para todos, pero en nuestro país hay muchas válvulas de escape en las instituciones públicas. Quizá en México no sea fácil para nadie publicar en Mondadori o Tusquets, pero con algo de talento, insistencia y suerte, e incluso sin ellos, cualquier escritor puede publicar en colecciones de universidades, municipios, estados o en dependencias culturales como el Conaculta o Tierra Adentro. Tengo una relación estrecha con la realidad editorial argentina, un país con gran y abundante literatura, y puedo asegurar que los espacios editoriales de allá son tan escasos que muchos escritores tienen que autofinanciar sus libros o publicarlos casi en modalidades artesanales. Sería impreciso no reconocer que publicar en México es relativamente fácil.

¿Usted se percibe como el escritor venerado que es? Debe saber que su obra ha influido a no pocos jóvenes. ¿Cómo calificaría Jaime Muñoz Vargas la obra de Jaime Muñoz Vargas?
Estas preguntas son de muy difícil o imposible respuesta. Si digo que sí he influido, sonaré soberbio. Si digo que no, sonaré falsamente modesto. Si digo que no sé, sonaré ignorante. Ahora bien, acá entre nos, me percibo como escritor bien conocido en la Comarca Lagunera, regularmente conocido en Durango y Coahuila, y pobremente conocido en México. Puede ser que algunos lectores/escritores vean con aprecio mi trabajo, pero de eso a influir hay mucha distancia. Mi autoestima, como la de cualquiera, se afirma cuando llega un elogio, una felicitación, pero eso no es frecuente. Lo bueno es que no escribo para cosechar piropos. Tampoco puedo decir que escribo porque escribir me hace feliz. Escribir no me hace feliz, siempre me produce incomodidad y hasta disgusto. Lo que sí me gusta es terminar de escribir, acabar un cuento, por ejemplo. Terminar de escribir me gusta mucho, lamentablemente para terminar de escribir primero tengo que atravesar la molestia de escribir.