sábado, julio 25, 2015

Política cultural y deporte

















Tuve el miércoles pasado una larga conversación con Franco Vitali, secretario de políticas socioculturales del Ministerio de Cultura del gobierno argentino. Franco es argentino, aunque nació en México durante el exilio de sus padres motivado por la dictadura. La charla avanzó por muchos temas y uno de los que nos detuvo fue, como casi siempre acá, el del futbol. Él es hincha de Boca, es socio del club y está, como la inmensa mayoría en su país, siempre pendiente del calendario en todos los torneos que desahoga su equipo y la selección.
Apilado junto a un muro, había en su oficina un buen número de lienzos trabajados, creo, con la técnica del acrílico. Por lo que pude apreciar, todos habían sido creados por manos de buenos artistas, tanto que los cuadros no desentonarían en las mamparas de cualquier museo. Pregunté por esos cuadros y recibí una explicación digna de ser escuchada. Antes de compartirla debo enfatizar que acá no hay prurito de los artistas, de los intelectuales, de los políticos, de los empresarios y de nadie para vincular su posición en la sociedad con el deporte, principalmente el futbol. O sea, no existe un ápice de temor o vergüenza en decir, por ejemplo, que el tenor o el filósofo o el diputado son además hinchas de Huracán o de Racing o de Lanús o del equipo que sea.
Aclarado el punto, Franco me explicó que los lienzos habían sido pintados en diferentes estadios y por diferentes artistas. La idea fue que durante un partido de futbol, es decir, durante noventa minutos, un pintor trabajara desde cero un cuadro con motivo futbolístico. El resultado me saltaba a la vista, y era más que afortunado. Pregunté por el destino final al que llegarían los cuadros y el joven funcionario me explicó que cada uno sería donado a una escuela o centro cultural.
Luego de recibir esta información pensé que es, mutatis mutandis, una idea muy interesante. Dado que el deporte suele tener más prensa y por ello más penetración social, no suena desdeñable establecer, allí donde sea posible, una vinculación entre ambos rubros. En esto los mexicanos tenemos un menú más amplio, pues hay afición marcada por varios deportes como el box, la lucha, el beisbol y otros. No está de más echarle cabeza y ver si el arte puede acompañar al deporte, o al revés, que da lo mismo.

miércoles, julio 22, 2015

El avatar no hace al monje




















En uno de sus muchos y hermosos ensayos, Montaigne reflexionó sobre el dedo pulgar. Independientemente de lo que haya dicho (busquen el número 600 de la colección Sepan cuantos…, de Porrúa, y allí está ese ensayito), fue simple el mensaje del genio francés en aquel caso: todo es materia ensayable. Gracias a ese ejemplo, siempre he aceptado trazar algunas líneas sobre cualquier asunto, por mínimo que parezca. Así entonces, hoy me ocuparé del avatar, es decir, de la imagen que usamos en tuiter, en Facebook y en otros espacios como complemento de nuestro nombre. Prescindiré pues de los avatares institucionales o grupales, pues suelen usar simples logos.
Como el universo es amplio y diverso, haré una clasificación de, al menos, diez tipos destacables de avatar. No son todos los que están ni están todos los que etcétera. Van.

—Ordinario. Es una foto cualquiera, muy ocasional, del dueño de la cuenta. Mira o no a la cámara, luce espontáneo y relajado. Es el más simple de los avatares personales.
—Jocoso. Busca hacernos reír con una composición en la que aparece el dueño de la cuenta en alguna pose chusca, disfrazado, con algún objeto grotesco en la mano o en la cabeza. Obviamente, con frecuencia son fallidos.
—Caricatural. Se trata del dibujo generado por algunas páginas a partir de los rasgos que ingresamos a un programa. Suelen ser meras aproximaciones a la realidad, versiones edulcoradas del rostro verdadero. Algunos usan caricaturas o dibujos hechos a mano.
—Afantasmado: Es el huevito que se carga automáticamente cuando no se añade imagen al perfil; también puede ser una imagen de un objeto o de un paisaje cualquiera. No dice nada, sólo está allí, en el cuadro disponible, como si el usuario no quisiera mostrar ni la más mínima seña de su identidad. Ahora bien, cuando muestra la cara, siempre la estorba con algo: un sombrero, una cachucha, el pelo, un acomodo de perfil muy sesgado, la mano abierta sobre el mentón, un filtro de desafoque, lo que impide cualquier posibilidad de identificación.
—Turístico. Foto en algún sitio visiblemente conocido, como la torre Eiffel, las pirámides, una cascada famosa. Con ella el usuario quiere dejar claro que se ha movido en lugares importantes, que lo fundamental en su avatar no es tanto él, sino el background.
—Tributario. En vez de una imagen personal, el usuario toma una de un famoso, casi como si se tratara de un tributo. Firma con su nombre (“Pedro Pérez”, por ejemplo), pero en el cuadrito aparece John Lennon, o Gandhi, o Napoleón, o Pelé, o Pessoa, o cualquier personaje de ese calibre.
—Autoestimado. Una de las más socorridas. El usuario (aunque es más común que sean usuarias) se toma una foto a sí mismo. La más autestimativa es la que se toma casi de cuerpo entero, de frente o de retaguardia, tirando un beso en los espejos de un baño público o privado.
—Oferente. No aparece la cara, pero en el caso de las mujeres, sí un poco de teta, unas piernas cruzadas y bonitas, un cacho de tanga asomando del pantalón o el pelo en caída libre sobre los hombros desnudos. Si se trata de un hombre, el plexo de lavadero o unos bíceps quizá ajenos y labrados a punta de gimnasio.
—Retrospectivo. Es la foto de una etapa notablemente pasada, sobre todo de la niñez o la adolescencia, lo que equivale a no identificarse.

sábado, julio 18, 2015

Víctor Hugo atacado
















La mejor crónica del mejor gol de Maradona la hizo el relator uruguayo Víctor Hugo Morales. Si no la conocemos, es en parte ésta: “pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del futbol mundial, y deja el tercero y va a tocar para Burruchaga. Siempre Maradona, genio, genio, genio, ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... y gol, gol... quiero llorar, dios santo, viva el futbol, golazo, Diegol Maradona, es para llorar perdónenme... Maradona en corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos, barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste? Para dejar en el camino tanto inglés, para que el país sea un puno apretado, gritando por Argentina”.
Víctor Hugo había llegado en 1981 a Buenos Aires. Pronto destacó por su extraordinaria voz y, sobre todo, por dos virtudes raras en el mundo de la locución: un manejo espectacular del castellano y una erudición que le permitía vincularse con el mundo del futbol y al mismo tiempo tener programas radiales y televisivos sobre política o música clásica. Otro rasgo lo destacó: su permanente distancia del grupo mediático más poderoso de la Argentina: Clarín, lo cual no es poco decir.
Años y años han pasado y Clarín, lejos de cooptar a Víctor Hugo para alguno de sus medios, ha visto cómo el relator se ha identificado, hasta donde su profesión lo permite, con el modelo llamado kirchnerista, inevitable enemigo del consorcio mediático. Esto ha acarreado el odio de Clarín, un odio de emporio que acá no se anda con medias tintas. Baste como ejemplo lo que pasó el jueves. Luego de varios años en los que el monopolio de las transmisiones futboleras en televisión perteneció al Grupo Clarín, esto al grado de codificarlo e impedir que hasta las repeticiones de los goles fueran vistas por los aficionados si no pagaban antes por ellas, el Estado argentino nacionalizó, por decirlo así, la señal y creó algo llamado Futbol para Todos. Así, desde hace siete u ocho años la difusión del fut es asunto de Estado, no de un monopolio, y esto es parte de lo que ha provocado la furia de Clarín.
Pues bien, hay un viejo litigio del grupo contra Víctor Hugo: data del año 2000 y en él lo acusan de haber transmitido un gol (¡un gol!) cuyos derechos no le pertenecían. Eso es al menos lo que dicen, pero todos acá saben que el pleito va por otro lado: por la identificación de Víctor Hugo con las medidas de gobierno que, en general, ha impulsado el kirchnerismo. Ayer, con prepotencia legal, le allanaron el departamento. Fue un papelón, pero muestra lo que el capital mediático herido es capaz de hacer, acá y donde sea, para recuperar sus millonarios privilegios.

miércoles, julio 15, 2015

Ficción del Chapo













Cuando lo atraparon pensé, quizá como muchos, que se trataba de una ficción. No he dejado de creerlo porque en México todo es posible, incluso que se diga la verdad. Como me quedé con esa idea en la cabeza (que la captura del Chapo había sido una ficción, una más entre las muchas que todos los días disemina nuestro gobierno para mantenernos entretenidos) sentí pertinente que yo también tenía derecho a escribir una. Se me ocurrió entonces la obvia: un hombre es chupado por las fuerzas de seguridad para representar el papel del c(h)apo.
Escribí el cuento unas semanas después de la “captura” en Mazatlán y lo tengo archivado, inédito porque en el fondo no me agrada el tema. Ahora, desde el sábado pasado, estoy en Buenos Aires y acá los noticieros han hecho eco de la fuga. Lo que me asombra es la imprecisión o la vaguedad que cunde en los mensajes, como eso de que Toluca es un estado. Para los informativos de acá todos los boletines oficiales mexicanos son verdad, casi como si los redactara dios. Yo, entretanto, leo y oigo atravesado por el peor de los escepticismos, el mismo escepticismo que en su momento me llevó a escribir un cuento sobre la extraña detención. He aquí, nomás, el segundo párrafo de mi relato:
Ni siquiera tomó la precaución de lanzar una mirada previa hacia la calle. Abrió la puerta de repente y así como la abrió, sin decir ni siquiera buenas tardes, unos gorilas entraron a su encuentro y lo rodearon. Otros os buscaron a la señora y la hallaron de pie, en su habitación, temblando, llorando contenidamente. Uno de los gorilas le hizo seña de silencio y otro movió las manos abiertas de arriba hacia abajo, rítmicamente, para indicarle que se calmara. Otro habló. No se preocupen. Somos elementos de seguridad nacional y no les haremos nada. Nomás cooperen.
Sentaron a Samuel en un sillón de la salita y dos gorilas lo flanquearon. Antes de que pudiera decir algo, uno de los que se mantuvo de pie, el que parecía de mejor facha, medio güero, de mostacho grueso, con saco azul marino y botones dorados, sin corbata, habló. A su derecha quedó un tipo flaco, de suéter verde claro y lentes redonditos a la Lennon, y un sujeto un tanto frágil, el único delicado de todo el lote. Desde este momento les aseguramos que no pasa nada, no se preocupen. Mis hombres y su servidor no venimos a golpear, ni a secuestrar, ni a extorsionar, ni a robar. Al contrario, venimos a traerles un beneficio…
El cuento llega más lejos, claro, como el Chapo ahora que ¿escapó?

sábado, julio 11, 2015

Para cuentear














Leí un cuento en el Encuentro Internacional de Escritores de Durango organizado por el Instituto de Cultura del estado de Durango; al final dos colegas preguntaron sobre mi preceptiva. Contesté que no tengo eso, una idea fija sobre el género, pero sí algunas nociones básicas. Para compartirlas también aquí, uso dos respuestas que di a una reciente entrevista de Sylvia Georgina Estrada:
En general obedezco una receta algo laxa para escribir un cuento, pero no tengo ningún método para cazarlo, para acercarme a un tema “cuentístico”. Digamos que no busco cuentos deliberadamente, sino que los cuentos me encuentran, llegan a mí de la manera más imprevisible. A veces es una frase, a veces es un personaje, a veces es una anécdota, a veces es una mera situación, el caso es que, cuando se aproxima, no estoy seguro de tener un cuento a la vista, pero sí lo sospecho, lo vislumbro como caminando desde muy lejos hacia mí, decidido a encontrarme. Cuando llega, comienzo a escribirlo con cierta vaguedad, sin tener muy claro cómo avanzará, pero casi seguro de su final, punto que es decisivo, a mi parecer, en la estructura de este género. En el trance de escribir un cuento ocurre algo misterioso: van surgiendo detalles, trazos que no estaban predeterminados y sin embargo sirven para apretar la trama. Esto que digo no aspira a ser una fórmula, en todo caso es apenas, y de manera harto general, la manera en la que procedo. En este sentido, el cuento es un poco como el poema; nadie dice: “Voy a escribir un poema de tal forma y con tal tema”. El poema aparece y el poeta obedece, escribe. El cuento es parecido: llega y uno lo atiende. La novela y el ensayo son menos hijos del azar, pues uno dice: “Voy a escribir un ensayo sobre la representación de Oriente en la poesía de Octavio Paz”, o “Voy a escribir una novela policiaca ubicada en Saltillo”, es algo más predeterminado.
Y ¿cuáles son los elementos que debe tener un cuento para atrapar lectores? Creo que son básicamente los siguientes: buena prosa, enigma inicial, desarrollo en el que notamos un conflicto, cierta ambigüedad en el trazado de la anécdota, pormenores con “proyección ulterior” (cómo quería Borges) y, si es posible, una resolución sorpresiva y congruente. Pero esto no es tampoco una receta. En todo caso, esos elementos no sirven para atrapar a los lectores en general, sino para atrapar a un lector en particular: yo.

miércoles, julio 08, 2015

Escritores en El Baluarte




















Las ferias del libro y los encuentros de escritores suelen hoy contar con regiones, países o comunidades invitados. La FIL 2014, por ejemplo, convidó a Argentina, o la FILA 2015 (organizada en Arteaga, Coahuila) fue anfitriona de Puebla. Este año también, el Encuentro Internacional de Escritores de Durango ha invitado a Luxemburgo como país y a Sinaloa como estado.
El Encuentro comenzó ayer a mediodía y terminará el viernes. Tuvo ayer una inauguración peculiar: bajo un pequeño toldo instalado sobre la carretera Durango-Mazatlán y al lado del puente El Baluarte, los escritores invitados celebraron su primera reunión. Se pronunciaron los discursos de bienvenida y hubo una breve lectura de poesía. Poco antes, en el trayecto, pude admirar el portento de ingeniería que es esa carretera. La mayor sorpresa, sin embargo, fue la foto colectiva que los organizadores planearon para ese momento. Con la ayuda de autoridades de caminos fuimos instalados un instante en el centro del puente, un coloso que aturde los sentidos por su belleza y la grata apariencia de solidez.
Como iban escritores extranjeros supuse que, acostumbrados como están a ver obra civil descomunal, no iban a ser impresionados por El Baluarte. Me equivoqué: ellos y ellas se hacían fotos y selfies con el entusiasmo de cualquier fanático de las redes sociales, felices por estar allí y ver lo que veían.
Organizado por el Instituto de Cultura del Estado de Durango, el Encuentro contiene, sobre todo, lecturas de poesía y narrativa. Yo participaré el jueves al mediodía en una mesa que compartiré con los mexicanos Ana Clavel y David Ojeda y el español Imanol Caneyada.
No está de más agregar que el Encuentro lleva el nombre, no podía ser de otra manera, de José Revueltas, y en su marco se le rendirá un homenaje a Élmer Mendoza, quien el miércoles 8 dictará una conferencia sobre su decisión de escribir novelas policiales.

sábado, julio 04, 2015

Aquellos días en Lerdo














No había publicado estas breves palabras. Las leí en la ceremonia de reconocimiento que inmerecidamente me hicieron algunas autoridades de Ciudad Lerdo. Eso ocurrió el 28 de abril de 2015:

Buena parte de mi adolescencia, de los 12 y los 15 años, la pasé en Ciudad Lerdo, pues allí estudié en la federal Flores Magón. Creo que fui muy feliz en aquella época, y sospecho que esto se debe a que por tales años descubrí el significado de la libertad en su sentido más estricto. En 1976, cuando entré a la secundaria, mi familia todavía vivía en Gómez, así que hice desde GP un par de semestres de recorridos a Lerdo. Junto con mi hermano —que cursaba el tercer año en la misma escuela— me levantaba a las seis, me arreglaba y a eso de las seis cuarenta salíamos de nuestra casa, ubicada en la avenida Madero, y caminábamos al mercado José Ramón Valdés. Allí esperábamos el Verde que nos dejaba en las puertas de la escuela, sobre el bulevar Miguel Alemán.
Luego, en 1977, mi familia, es decir, mis padres y sus siete hijos, se mudó a lo que entonces era una orilla de Torreón, a la colonia Nogales aledaña al seminario, por el rumbo del Canal 9 de televisión. Pude cambiar de escuela, e ignoro por qué no lo hice, pero seguí en la Flores Magón. Mi hermano ya había terminado la secundaria, de manera que mi solitaria rutina a los catorce años era la siguiente: ponía el despertador a la cinco, me arreglaba yo solo y a las seis, en la oscuridad, tomaba el camión ruta Jacarandas hacia el mercado Juárez. Allí tomaba el Verde directo a Lerdo y llegaba justo a las 7, hora en la que comenzaban las clases. Dos años hice eso casi sin conciencia de que hacía eso, así que de milagro saqué la secundaria como viajero frecuente de la zona metropolitana Torreón-Gómez-Lerdo-Gómez-Torreón.
Pese a que parece terrible, no sé por qué recuerdo aquella época con profunda alegría. Supongo que esto se debe a la libertad recién estrenada, al hecho simple de saber, o intuir, que podía moverme sin trabas. Buena parte de esa libertad la disfruté, por ello, en esta ciudad a la que quiero no sólo por su nieve y por sus exquisitos tortillones —motivo suficientemente grande para quererla—, sino porque fue el primer entorno en el que pude caminar con la sensación, valiosísima en la adolescencia, de que todo el mundo era mío.
En otra parte he contado anécdotas relacionadas con Lerdo, los viajes sabatinos a Raymundo, la primera novia conquistada no sé cómo al lado del restaurante Las Breñas (por el Issste), los muchos amigos que tuve en un tiempo en el que Facebook era de carne y hueso, las películas que vi en el cine López, los incontables juegos de futbol en unos campos de tierra que, si no recuerdo mal, tenían un nombre ad hoc: el Tercer Mundo. A los quince años, hace 35, salí de la secundaria y me alejé de Lerdo sólo físicamente, pues a mi modo siempre lo cargo en la memoria y vuelvo cada que se puede, como hoy.
Muchas gracias a todos por renovarme la alegría de estar aquí. Gracias a la Fundación José Santos Valdés, a la Dirección de Educación y Cultura, gracias al profesor Gabriel Castillo, gracias a los profesores que me invitaron y gracias y disculpas, sobre todo, a los jóvenes que leyeron algunas cuartillas mías. Hace mucho que no soy adolescente, pero hagan de cuenta que los veo y de alguna manera soy ustedes leyendo a un señor desconocido que hace mucho dejó su corazón, al menos buena parte de su corazón, en Ciudad Lerdo.

Ciudad Lerdo, 28, abril y 2015

viernes, julio 03, 2015

Fernando Martínez Sánchez o la poesía reincidente




















A continuación, el prólogo que escribí para el libro Decir el ansia urgente, de Fernando Martínez Sánchez, Conaculta, Secretaría de Cultura de Coahuila, colección Arena de poesía, Saltillo, 2014, 126 pp.

Fernando Martínez Sánchez o la poesía reincidente

Jaime Muñoz Vargas

El vago azar o las precisas leyes que rigen este sueño, el universo, me permitieron gozar la generosa y festiva amistad de Fernando Martínez Sánchez (Torreón, Coahuila, 21 de septiembre de 1936-10 de enero de 2014). Pese a la diferencia de nuestras edades (soy del 64), mi relación con Fer, como siempre le dije, duró casi 25 años, poco más o poco menos. Como muchos en La Laguna, lo conocí en alguna actividad cultural de las muchísimas que aquí organizó, esto a finales de los ochenta o principios de los noventa. Ya entonces él radicaba totalmente en La Laguna luego de su larga estancia en la capital del país, donde egresó por la UNAM de contaduría pública.
Las anécdotas que puedo contar luego de mi convivencia con Fernando son numerosas. Casi todas ocurrieron en Torreón, pero por razones de trabajo literario algunas se dieron en Saltillo y el D.F. Fernando fue siempre un tipo incansable, un hiperactivo de ésos a los que nunca les ajusta el día para despachar las mil y una actividades en las que se involucran. Jamás, pues, lo vi quieto, o sólo dos veces: cuatro meses antes de su muerte, cuando por el deterioro de su salud debía mantenerse sentado, y la otra justo un día antes de su partida, cuando ya estaba inconsciente en una cama de hospital. Pude, pues, despedirme de este querido amigo, tocar su mano pálida e inmóvil, verlo vivo por última vez luego de muchísimas conversaciones y carcajadas.
Nunca dejó de asombrarme su vitalidad. Yo tenía poco más de veinte años cuando trabamos nuestros primeros diálogos. Recuerdo que aquellos acercamientos iniciales de Fernando se debieron al gustoso asombro que le provocó la irrupción del grupo literario Botella al Mar, en el que participé. Me dijo con estas o parecidas palabras que había notado un timbre especial, fresco y lúcido a la vez, en escritores como Gilberto Prado y Pablo Arredondo. Creo que en ese elogio me incluía, así que pronto nuestro primer contacto derivó en encuentros cada vez más frecuentes y en intercambio de ideas, de libros y proyectos.
Mi amistad con Fernando se extendió a María Caliano, su esposa, y a sus cuatro hijos: Fernando, Gerardo Joel, Mireya y Cristián. Lo extraño de esto es que jamás sentí que entre Fernando y yo hubiera casi treinta años de diferencia. Con su actitud, con su desenfado, con su risa y su ímpetu vital lograba ser un joven de tiempo completo. Era un obseso del trabajo, pero lo era más de los placeres que eligió y nunca dudó en darse a manos llenas, sin límites visibles: los libros, el cine, el teatro, la música, la buena mesa y los viajes. Por ello, Fernando no podía ganar un peso sin que ya estuviera pensando en qué libro, película, teatro, disco, restaurante o destino turístico lo gastaría.
Además de su buena memoria, esta es la razón por la que sus referencias bibliográficas, cinematográficas, teatrales y demás parecían no tener coto, casi como si fuera un internet viviente en las materias de su interés. Las sobremesas con Fernando eran entonces memorables. Si uno, por ejemplo, mencionaba una trama del abundante Simenon, Fernando la conocía y daba minuciosos detalles; si otro recordaba vagamente el nombre de una actriz perdida en los créditos de cualquier film alemán, Fernando mencionaba las películas y los roles en los que participó. Así era, un océano de experiencias artísticas, un gozador empedernido de la creatividad humana.
En medio de sus innumerables trajines laborales y hedónicos Fernando no dejó, además, de escribir. Lo hizo siempre, casi hasta el ocaso de su vida, en periódicos y revistas, y en menor escala, pero suficiente, como narrador y poeta, en libros. El número de sus títulos no es alto, pero creo que la calidad de su obra, sobre todo la poética, es harto estimable, tanto que a mi juicio —y se lo dije en varias oportunidades— él fue esencialmente un poeta, un hombre tocado por la magia del verso. La prueba que verifica esta afirmación podemos hallarla, si no me equivoco, en Decir el ansia urgente, la selección reunida en estas páginas.
Para armarla convoqué todos los libros con poesía del autor. Uno de ellos, Nada y ave (Pléyade, 1963) es en realidad un libro con prosa poética y cuentística, pero asombrosamente abre con un poema químicamente puro. Digo que esto es asombroso porque parece una tardía confirmación de lo que siempre le comenté a Fernando, incluso antes, mucho antes, de que yo pudiera establecer contacto con Nada y ave: “Eres poeta, Fer, la poesía es lo tuyo”. Pues bien, ahora que pude conseguir el libro lo primero que allí destaca es que “Nido de palabras”, un poema, sirvió como primera escala en un material prosístico y de alguna manera inauguró la carrera literaria de su autor. Es difícil —o imposible, más bien— saber por qué Fernando no marginó ese poema, pero dado lo que sucedió luego es inevitable asociar la carrera estrictamente poética de autor con aquel poema de juventud. Fernando tenía entonces 27 años, era un adulto ya, estaba en el DF y sé que al margen de la chamba alimenticia exploraba espacios literarios con reconocidos escritores como los mexicanos Ermilo Abreu Gómez y Emmanuel Carballo, y el peruano Edmundo de los Ríos. Pese a la juventud de Fernando, “Nido de palabras” es ya un poema cuajado de aciertos, yo diría que hasta impecable. Siento que en sus imágenes todavía late el influjo de las vanguardias, y por allí le sospecho, por ejemplo, al mejor Maples Arce. Es lo de menos. Lo de más es que el poema se deja leer de un jalón y permite —o permitió en su momento— advertir la llegada de un buen poeta.
El anuncio de aquella obra cristalizó en Suma presencia (Ediciones Oasis, 1967), primer poemario-poemario de Fernando y a mi juicio su libro más logrado. El autor tenía 31 años y allí, en esas breves páginas, dejó caer poemas de un notable encanto expresivo, tanto que Emmanuel Carballo resaltó en sus diarios la pericia expresiva del lagunero. En esta selección he creído importante acopiar un número importante de piezas de Suma presencia. La razón es simple: sólo tuvo aquella edición, la del 67, pese a que se trata de un libro más que bien articulado.
Los caminos de la creación artística son inescrutables, por eso no sé cómo explicar el silencio poético de Fernando luego de publicar Suma presencia. Aventuro la hipótesis de la hiperactividad: Fernando se echaba tantas tareas a cuestas y disfrutaba hasta el fanatismo de tantas manifestaciones artísticas que pospuso y pospuso y pospuso lo que a mi parecer, insisto, fue su mayor virtud: la escritura de poemas. La pospuso, sí, pero siempre reincidió, y eso a fin de cuentas es lo que debemos subrayar. Imagino ahora que si hubiera sacrificado otras actividades, si no hubiera sido devorado por la cinefilia o el teatro o la promotoría cultural, el lapso que corrió entre su publicación del 67 y la siguiente no sería tan amplio como lo fue. Por limitaciones de espacio no es posible traer aquí toda su Suma presencia, pero de una vez deseo imaginarle una edición íntegra, incluso en fascímil.
En 1980 apareció Reincidencias (Macondo-Ayuntamiento de Torreón), el segundo libro de poemas de Fernando. La edición es modesta, pero su contenido ratifica la calidad del artista. Los versos mantienen la musicalidad y el brillo metafórico, y los temas siguen siendo la mujer, el amor, el abandono y la desdicha que jamás condesciende a la autoflagelación. Tiene unas palabras prologales de José Muñoz Cota, quien afirmó: “Fernando Martínez es un varón correcto. Bien educado, de maneras suaves y discretas. Así son las líneas de su poesía. No levantan el tono ni mueven las manos con exageración. No gritan. No agonizan”.
Tuvieron que pasar 28 años para tener Al filo de la ausencia (Iberia Editorial, 2008), nuevo libro de Fernando. Aprovechando la coyuntura de un homenaje, yo hice y pagué la edición, y lo preparé como un regalo secreto para mi amigo. En el Teatro Nazas presentamos esa noche su novela Mi nombre es lluvia, y allí, sin que él supiera nada, le hice entrega de ejemplares que regaló al público. Con perdón por la autocita, una parte de mi prólogo explica todo aquello:

De los géneros literarios encarados por Fernando Martínez Sánchez (…), su poesía destaca, a mi juicio, con hipnótica fosforescencia. Es, creo, un escritor tocado por la maestría para articular en verso su pensamiento y su emoción, de ahí que por su mano fluyan con extremosa facilidad las imágenes y el ritmo, la música de las palabras vertida sobre la partitura en blanco que es la cuartilla del poeta. Esa es la razón por la que aprovecho el justo homenaje que Martínez Sánchez ha recibido el 20 de febrero de 2008 para mostrar, convocado en este libro, un lote de poemas que hace algunos años tuvo la generosidad de acercarme sin mayor propósito que el de compartir sus “originales”, textos ya pulidos y listos para una potencial edición.
Los sonetos reunidos en Al filo de la ausencia han pasado pues un lapso no muy largo, aunque innecesario, de silencio. Los mantuve celosamente hospedados en un archivo digital porque sabía que tarde o temprano se iban a conjugar las circunstancias para darles continente de libro y ofrecerlos al lector. Ese momento ha llegado, y me honra saber que tengo aquí la suerte de difundir estos hermosos sonetos de Martínez Sánchez en ocasión tan propicia: un homenaje, su homenaje.

También tuve algo que ver con Silabario de Eros (UA de C, 2009), su último libro de poesía. Había comenzado el declive de su salud y me confió aquel libro. Lo propuse a la UA de C y trabajé con Gerardo Segura y Claudia Berrueto para que la edición fuera perfecta. Este libro incluye algunos poemas que Fernando había publicado en Las voces del tranvía (Ayuntamiento de Torreón, 2007); la compilación es de Rossana Conte y tiene dos prólogos, uno de Eduardo Langagne y otro de Gilberto Prado Galán, quien señala lo que a mi juicio puede también notarse en los cuatro poemas que seleccioné de Silabario de Eros: “La poesía de Fernando Martínez Sánchez ha transitado de la mesura y corrección formales, como se aprecia en el soneto ‘Deseos’, hasta la puesta en marcha de poemas irreverentes, coloquiales y apasionados como ‘Silvana: estrella en blanco y negro’. Esta poesía oxigena el territorio lírico al ignorar la mojigatería y el recato”.
Recapitulo. De Nada y ave tomé el único poema que allí habita. De Suma presencia, una buena parte por los motivos ya expuestos: su brevedad y su precoz fortuna literaria. De Reincidencias, la mayor parte de su contenido, pues es un libro también breve y eficaz, casi una plaquette. Igual hice con Al filo de la ausencia, y de Silabario de Eros elegí pocas piezas dado que es un libro todavía disponible si uno lo busca en las instancias editoriales de la UA de C.
Debo confesar por último un problema. Fernando retrabajó algunos de sus poemas y de una edición a otra llegó incluso a modificarlos casi hasta convertirlos en productos nuevos. Enfrenté pues la disyuntiva que seguramente han arrostrado otros seleccionadores en similar trance: ¿cuál versión dejar de “un mismo” poema? Por un momento pensé en elegir la más reciente, la retrabajada con el paso de los años por el autor, pero opté por el otro camino: incluir los poemas de la primera versión disponible, esto por tres razones: 1) porque la primera versión es innegablemente buena; 2) porque (principalmente en el caso de Suma presencia) resulta evidente que el autor ya era un poeta formado desde su primer libro, y 3) porque la selección cronológica nos permite apreciar mejor la evolución del escritor.
Fernando Martínez Sánchez murió la tarde del 10 de enero de 2014, en Torreón. Al día siguiente le dediqué una columna cuyo cierre también me sirve en esta presentación: “Pese a nuestra diferencia de edad, conviví con él en incontables/imborrables momentos. Edité dos de sus libros y recibí como regalo muchos de su enorme biblioteca. Gracias a él tengo, por ejemplo, el Tesoro de la lengua castellana de Sebastián de Covarrubias, una joya. No olvidaré (supongo que muchos en La Laguna podrán decir lo mismo) a don Fernando Martínez Sánchez. Yo lo recordaré principalmente por las que fueron, creo, sus dos máximas virtudes: la poesía y la risa”.
Sea.

miércoles, julio 01, 2015

Regreso de Acequias al papel




















Acequias, revista de divulgación académica y cultural de la Ibero Torreón, ha llegado en 2015 a 18 años de vida. No es, como puede suponerse, poco tiempo para una publicación de su tipo. Aunque la mayor parte de esos casi veinte años fue distribuida en soporte de papel y digital, en los cuatro años recientes sólo estuvo disponible, con acceso siempre libre, en la página web de la Ibero Torreón, y hoy a las 7:30 de la tarde en el Teatro Nazas será presentada la edición número 66 con esta novedad: la revista vuelve a contar con ejemplares físicos.
Por Acequias ha pasado una cantidad ya significativa de colaboradores, la mayoría de La Laguna. Y así sigue ocurriendo, por suerte, dado que nuestra región no ha dejado de ser buena mata de escritores. Los presentadores de Acequias 66 seremos Raúl Blackaller, Daniel Lomas y yo, los tres vinculados al consejo editorial de la publicación.
Este número contiene una amplia dotación de colaboraciones en al menos cuatro géneros. El apartado ensayístico abre la revista, y en él aparece un comentario de la maestra Claudia Guerrero sobre el aprendizaje rizomático, es decir, la forma de aprender multiplicada gracias a los hipertextos de la WWW. Luego, de Sergio Espinosa, un ensayo filosófico en torno a las tres preguntas que la Grecia clásica acuñó para que la humanidad intentara responderlas: qué sé, qué hago y qué espero.
En un tono muy distinto, el escritor argentino Fabián Vique nos convida un análisis socarrón sobre lo que significan hoy los paneles televisivos. El doctor Sergio Antonio Corona examina un fleco no poco importante de la realidad nacional: el de la evasión gubernamental de su responsabilidad histórica ante el sostenido deterioro de la calidad de vida material de los mexicanos.
De Gerardo García y Eve Gil, ambos escritores nacidos en el norte de México, traemos sendos ensayos literarios, uno sobre la novela El camino de Ida, de Ricardo Piglia, y otro sobre la escritora suiza Fleur Jaeggy. Después, un par de acercamientos a la poesía: uno de Renata Iberia Muñoz a propósito de la muerte del poeta mexicano Max Rojas, y cuatro apuntes del libro Defensa de la poesía del escritor argentino Rodolfo Alonso. Para cerrar el espacio crítico, una reseña de Sergio Garza Saldívar sobre Conducta, película cubana dirigida por Ernesto Daranas. Al final, dos apartados dedicados a la creación narrativa y poética.
Al final de la presentación habrá ejemplares gratuitos para el público y un sencillo brindis. Allí los veo. Ojalá.