jueves, abril 09, 2015

Polvo somos, libro de Jaime Muñoz Vargas
















El martes 7 de abril fue publicada una entrevista en el suplemento Adrenalina, del periódico Excélsior. Me la hizo el reportero Juan Carlos Vargas, a quien agradezco. El tema se centró en mi libro Polvo somos (treinta relatos futbolísticos) y otros asuntos cercanos. Este fue el diálogo-base del cual partió la publicación que fue acompañada por un cuento del libro.

¿Quién es Jaime Muñoz Vargas?
En mi perfil de tuiter (@rutanortelaguna) traté de definirme así: “Escritor, periodista y editor, pero nació y radica en la Comarca Lagunera”. La conjunción adversativa es, claro, una broma. Un poco azarosamente, sin un plan premeditado, he dedicado ya casi 35 años de mi vida a esas actividades sin salir de La Laguna, lo que significa, dicho esto en plan juguetón, que es como no haberse dedicado a nada pues en mi tierra nunca han sido profesiones importantes. Pero bueno, eso he hecho y eso hago, y más allá de la ganancia material y simbólica, me agrada saber que he sido y soy escritor, periodista y editor en el desierto que me cupo en buena o mala suerte como lugar de nacimiento.

En tu perfil veo relatos más allá del balompié y trabajos que llegaron hasta Argentina y España. Aunque imagino que tu infancia estuvo marcada por un balón llanero.
No provengo de una familia con libros o “intelectual”. A los 16 o 17 comencé a formar una biblioteca personal y allí intuí que me gustaba mucho el contacto con los libros, leer. Para entonces ya había vagado toda mi infancia y mi adolescencia, La Laguna era una zona muy tranquila así que desde muy pequeño tuve la fortuna de recorrer la calle, de errar por todos los rumbos de la región. En las etapas de la secundaria y la prepa tuve diferentes grupos de amigos y claro, uno de mis entretenimientos favoritos fue el futbol. Lo jugué formalmente, en torneos llaneros, y también en la calle, en las famosas “cascaritas” o “picas”, como les decíamos. No recuerdo haber hecho tareas en las tardes durante toda la secundaria y preparatoria, pues apenas daban las cuatro o cinco cuando todos los mocosos de la cuadra salíamos a jugar y aquello duraba hasta las once o doce de la noche. Es decir, durante varios años jugué futbol asfáltico cuatro o cinco horas diarias. Esto no es poco decir, ya que en La Laguna hay que aprender a jugar bajo temperaturas de 35 a 40 grados. Sin querer, llegué a tener pues una condición física de maratonista.

Cuéntame tu historia como futbolista llanero, en La Laguna. Seguro que entre tus equipos existió algún Potro Silveira, un árbitro Zamudio o un Salvador Izquierdo.
Jugué en varios equipos de los torneos organizados por las escuelas secundarias de la región y por el IMSS de Gómez Palacio, Durango, la ciudad lagunera donde nací y viví hasta los trece años. En ese entonces “el Seguro” apoyaba mucho el deporte y yo aprovechaba sus instalaciones, sobre todo la alberca y el campo de futbol. Con mis amigos del barrio o de la secundaria también participé en varios torneos; no fui tan mal jugador, y hasta creo que de haber tenido mejor orientación pude llegar al menos al ámbito semiprofesional.  Ahora bien, los personajes de mi narrativa futbolera son inventados, ninguno calca la realidad, aunque es extraño: si uno se asoma a los llanos y ve y escucha a los jugadores, al entrenador, al árbitro, al público, descubre que la ficción no es tan ficción, que en la realidad los jugadores viven el deporte amateur con una pasión no exenta de cierta épica y comicidad, como creo pasa en mis cuentos.

¿El equipo Santos te transformó en pambolero o cómo es que preferiste el balompié por el beisbol?
Mi padre jugaba beisbol, y por ello el ambiente familiar estaba muy impregnado de ese deporte. Él nos llevaba los domingos a los diferentes lugares donde se desempeñaba como primera base y cuarto bat. Tenía mucho poder, era jonronero. Recuerdo esos domingos como algo maravilloso, los hijos de los peloteros tomábamos los arreos sobrantes (guantes, pelotas, bates) y hacíamos cascaritas beisboleras aledañas. El beisbol era jugado sobre todo en el medio rural lagunero, en llanos enormes, casi como pampas sin pasto, de tierra buena para correr, sin piedrecilla agresiva. Se marcaban muchos campos con líneas de cal y aquellos sitios se convertían en polideportivos improvisados, dominicales. Uno de esos lugares estaba en el ejido Jabonoso, donde recuerdo que a mis nueve o diez años (1973 o 1974) en vez de ver el beisbol me iba a ver el futbol llanero. Allí comenzó mi enamoramiento, cambié la loma de las serpentinas por las porterías. Hoy, sin embargo, me encantan el fut, el beis, el box (vi mucho box), el futbol americano, la lucha libre. Todo como espectador.

¿Te gusta la literatura del balompié? ¿A quién lees?
Sí, me gusta. La mejor y más abundante es la argentina, sin duda. Tras mis viajes a la Argentina, además de libros sobre otros temas he ido armando una buena biblioteca de narrativa futbolera. Admiro y leo a Fontanarrosa, Soriano, Sasturain y Sacheri, y creo que tengo todos los libros que han escrito sobre la materia. De México es notable la labor de Villoro como cronista/ensayista futbolero y de Marcial Fernández como escritor/editor. Ficticia, su editorial, tiene incluso una invaluable Biblioteca del Futbolista.

¿Cómo nace tu libro Polvo Somos?
Polvo somos (treinta relatos futbolísticos) fue un libro que se armó solo. Durante los mundiales de 2006 y 2010 decidí alimentar mi columna periodística del diario Milenio Laguna con relatos pamboleros, de allí salió la mayor parte del libro. Luego, poco a poco, escribí algunos relatos más y un buen día me di cuenta de que ya tenía treinta piezas. Todo fue que Julián Romero y Gilberto Prado, de editorial Axial-Colofón y Arteletra, respectivamente, me dijeran que podíamos publicarlos para que yo los puliera un poco y me animara. El libro salió en enero de 2014.

Aunque el libro Polvo somos explica un poco su razón de ser, ¿cómo es que lo dividiste en tres partes?
Los primeros diez relatos fueron escritos en 2006, mientras ocurría el mundial de Alemania; estos forman la primera parte del libro, y creo que se les nota un tono y un ambiente parejos. Otros tantos fueron escritos entre 2010 y 2012, los que forman el segundo tranco del libro, y también creo que tienen cierta unidad en su tono, son menos populacheros/paródicos que los primeros diez. El último relato, que es el más largo y el que creo mejor articulado de la serie, ocupa la tercera sección; este cuento lleva como título “Mancha sobre mi padre” y al parecer hay interés de unos jóvenes cineastas por convertirlo en largometraje.


En los 30 relatos manejas personajes como Rogaciano Tlahualilo, el Agujita, el Halcón, el Trucutrú, La Saeta y Manuel Mijangos, entre otros. ¿Algunos fueron reales o todos salieron de tu imaginación?
Todos salieron de mi imaginación, pero sé que en mi subconsciente laten como personajes reales, como personajes vistos o leídos o soñados en algún momento de mi vida.

¿Conoces a Oribe Peralta?
Sólo de lejos, en el estadio de Santos Laguna, donde lo vi anotar muchos goles. Conozco, eso sí, el ejido donde nació, La Partida, del municipio de Torreón. Un ranchito como los muchos que tenemos acá, donde siempre hay campo de beis y de fut y donde se juega a 40 grados bajo el sol. Y sí, la vida de Oribe da para novela. Es increíble todo lo que ha hecho y el orgullo que ha dado a México. Y el tipo no se la cree, no anda por la vida fanfarroneando lo que es. En este sentido, creo que es un lagunero químicamente puro, un sujeto al que le cuadra el bajo perfil: goles, no palabras.

Pareciera un personaje salido de tus cuentos.
Sí, la única diferencia es que mis personajes se mueven en la órbita del amateurismo y en general bordean el fracaso, la ordinariez. Oribe es un profesional de excelencia y ha sido el más exitoso jugador de futbol que ha dado La Laguna en su historia.

A comparación de los escritores sudamericanos, pocos mexicanos se atreven a escribir de futbol. Y sólo algunos se animan al cuento.
No son tan pocos, pero es cierto que los sudamericanos (argentinos, uruguayos, chilenos) lo han asumido sin complejos como tema. Ahora bien, siempre o casi siempre el futbol es el pretexto para tocar otros asuntos como el fracaso, la traición, la venganza, la envidia, es decir, lo humano. En México no son tan pocos, como lo demuestran las antologías de editorial Ficticia. Lo que pasa es que salvo Villoro, nadie ha sido consistente en el tratamiento de este tema, escriben uno o dos cuentos, una novela, y ya, pasan a otros asuntos.

¿Tú editaste el libro? ¿Difícil tratar con editoriales?
Ayudé, sí, pero no fui el editor, sino mi querido amigo Julián Romero, de Colofón. En general he tenido suerte con mis editores. Siempre he establecido una relación amable con ellos. Como yo edito, sé que no hay nada más molesto que un autor molesto, de esos que no cooperan o quieren cooperar demasiado, decidirlo todo.

¿Por qué dominan Juan Villoro, el portero Félix Fernández y el argentino Jorge Valdano?
No creo que dominen al grado de ser los más visibles. Creo que al menos a esa lista debemos sumar a Galeano (con su libro clásico), a Fontanarrosa, a Sasturain y, sobre todo, a Sacheri, el narrador que mejor tratamiento ha dado al cuento futbolístico. Ahora bien, el primer escritor latinoamericano que metió el futbol en un relato fue Horacio Quiroga con “Juan Polti, half-back”, ¡publicado en 1918! Se trata de un cuento espléndido, uno de los mejores de Quiroga, y trata sobre un jugador real, Abdón Porte, que se suicidó en medio de la cancha del Nacional, en Montevideo.

Además de Polvo somos, tengo entendido que has escrito otros libros sobre el futbol.
En 1999 publiqué, en edición casi casera, La ruta de los Guerreros, vida pasión y suerte del Santos Laguna. Tuvo un tiraje corto y se agotó de inmediato. En ese libro revelo las primeras andanzas del equipo lagunero, sus primeros 17 años. También he escrito muchos artículos y ensayos variopintos no recogidos en libro, sino en periódicos y revistas.

En Torreón hay historias de futbol dramáticas, como el triunfo de la Sub 17 ante Alemania, en 2011. Cuando Espericueta y la Momia convirtieron el TSM Corona en un manicomio. También la vez que se dieron disparos y los jugadores salieron corriendo por todos lados.
Por dos razones muy distintas, esos dos hechos son inolvidables. Yo estaba en Buenos Aires cuando se dieron los disparos. Recuerdo que veía un noticiero en un restaurante y un corresponsal cubría la nota. Pensé: “No puede ser, eso ocurrió a diez minutos de mi casa”.

¿Recuerdas otras historias?
Los campeonatos, sin duda, pero sobre todo el subcampeonato que logró Santos Laguna en el Corona, estadio ya demolido. Por primera vez en la historia en las calles de La Laguna se desbordó una extraña sensación de triunfo.

¿Qué sigue en la tinta de Jaime Muñoz?
Sigo escribiendo de todo un poco. Alimento una columna que aparece dos veces a la semana y tengo un par de colaboraciones mensuales en dos revistas, una de La Laguna y otra de Buenos Aires. Además, trabajo como editor y maestro en la Universidad Iberoamericana Torreón. Junto a esto, sigo con mis libros. Este año, ya pronto, saldrá la reedición en el DF de mi libro Ojos en la sombra, y a ver qué más.

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Sólo enormes gracias.