sábado, marzo 28, 2015

Cumbres cochambrosas















Como lo señaló brillantemente Enrique Serna en un artículo publicado hace poco en Letras Libres, los nuevos ricachones de la patria no hallan en qué letrina vaciar sus flamantes y miserables abundancias: “Pero el exceso de codicia es incompatible con la discreción y el tacto político. El dinero fácil tiene prisa por relucir, y de hecho, quema las manos a sus poseedores. Para un político recién llegado a la opulencia debe de ser un suplicio atroz tener que ocultar su enorme capital en una cuenta bancaria de las Islas Vírgenes. Lo mismo le sucede a una estrella de telenovelas con sueños de grandeza. ¿Por qué resignarse al modesto lujo de una primera dama si desde niña soñó con un boato imperial?”
Aunque en esto no hay reglas, la prisa por exhibir los lujos inaccesibles para el populacho crece en función de la edad. Esto es lo que explica el fenómeno de los “mirreyes” mexicanos, jóvenes que han encontrado en las nuevas plataformas de la comunicación el medio idóneo para difundir los lujos a los que acceden, el “estilo” de vida que los caracteriza. Mientras sus padres se parten el lomo engrillando hordas de obreros o simplemente saqueando arcas públicas, ellos invierten su tiempo en bombardear redes sociales con fotos que dan fe de fiestas, viajes y demás andanzas sin límite de goce material.
Insuperablemente huecos, tratan de que todo lo que hacen quede vinculado con los símbolos del poder y los negocios en los que se mueven sus familias. No hay, por ello, instantes de sus versallescas vidas que puedan ser contaminados por la mesura o la naquez. Si viajan, por ejemplo, sus selfies tienen que dejar ver al fondo yates de Marsella o edificios neoyorkinos, no pirámides de Teotihuacán o trajineras de Xochimilco, y si estudian no pueden dejar de mencionar que se preparan en los colegios más caros entre los caros.
El video que hicieron unos bichos de esta fauna, convertido en tema señero de la semana, muestra a la perfección la mentalidad que abraza el mirreynato. En el clip, cinco chicos que están a punto de egresar del Instituto Cumbres México hacen un casting degradante para calar la calidad de las chamacas que podrán acompañarlos en la graduación.
Las autoridades del instituto señalaron que el video “no representa los valores y principios del colegio”, pero uno ya no sabe. Llevan ya dos videos y los chicos no dan trazas de cambiar su perspectiva. En otras palabras, parece que se sienten cómodos propalando quiénes son y qué apetito los alienta.

miércoles, marzo 25, 2015

Hacer la lucha












Tengo 45 años afectivamente cerca de la lucha libre, desde que con mi hermano Luis Rogelio asistía a todas las matinés del cine Elba casi exclusivamente para ver las del Santo. Junto con eso, fui a muchas funciones en mi niñez y con los años el gusto por este espectáculo me sobrevivió a tal grado que desde hace dos décadas casi no pasa semana sin que me apersone en alguna de las muchas arenitas de La Laguna. Sé, pues, lo que es, y aquí no voy a ponerme pesado y explicar que es esto o aquello, que teatro o deporte y todo lo que suele decirse al abordar el tema. Sé lo que es, insisto, y sólo añadiré esto: como anulé el televisor desde hace mucho, voy a la lucha porque es económica y se trata de la única salida más o menos social que tengo. Lo demás es trabajo frente a la computadora, encierro vinculado a la escritura, la edición y la docencia.
Dados esos largos años viendo lucha en La Laguna, me queda claro que doy total preferencia a la lucha lagunera practicada en algunos casos de manera casi amateur. Esta es la razón por la que trato con algo de indiferencia la llamada triple A, un espectáculo que por lo general goza de mayor proyección comercial y por ello de mejores bolsas para los luchadores. A ésa no asisto, así que ignoro qué tanta seguridad hay en todos los sentidos: para el público y para los deportistas.
De la otra lucha puedo opinar que se desarrolla casi con las uñas, sin grandes dividendos para nadie. Eso es, quizá, lo que me atrae de ella: noto que quienes contienden están allí por una mezcla genuina e irregular de gusto por el deporte, afán lúdico y necesidad económica. Son, casi todos, compas que uno puede tratar en la ferretería o en la miscelánea, que uno puede toparse en cualquier sitio porque son choferes, obreros, raza de trabajo. En la lucha ganan un pesito extra y aunque el asunto conlleva riesgo, se divierten y se ven obligados a entrenar, a no soltar las pesas y a seguir fatigando lona.
Así entonces, en las funciones, por ejemplo, de la Plaza de Toros Torreón y de la Arena Olímpico Laguna de Gómez Palacio jamás he visto, porque costaría contratarlos, policías en los pasillos o servicios médicos con ambulancia a la puerta. Como quien dice, es un espectáculo que se autorregula, y aunque básicamente se trata de un juego, he visto incontables golpes y lesiones que en general no llegan a tener consecuencias fatales.
Lo que ocurrió en Tijuana el viernes es una tragedia, sin duda. Queda a las autoridades indagar si en esas funciones, por el cartel y el alto precio de las entradas, debe exigirse atención médica inmediata y profesional, y tomar medidas. Lo que en definitiva no puede hacerse es atribuir culpa al luchador oponente. Eso es absurdo en este caso.

Nota: Tomé la foto que acompaña este post el domingo 22 de marzo a las nueve de la noche, un día después de la muerte del Perro Aguayo hijo. En la imagen se aprecia la reunión de luchadores para rendir un minuto de aplausos al colega recién fallecido en Tijuana. Al lado del ring aparece mi amigo Beto Rubio tomando video del momento.

sábado, marzo 21, 2015

La cola del chamucho
















La argumentación me recuerda aquella entrevista de Loret a Mario Marín. Sin piedad, como siempre cuando dialoga con un político que permanente o temporalmente no está en la burbuja de protección, el conductor del noticiero se lanzó a la yugular del góber Precioso. El hoy ex gobernador de Puebla negó que su voz fuera la del audio en el que dialogó, lo recordamos, con el empresario Kamel Nacif sobre el tema Lidia Cacho. La prueba era irrefutable, había sido filtrada y todos la dimos por buena, pero bastó que Marín enmarañara un poco el asunto para que aquello terminara en show, sin castigo para este político que hoy goza de libertad y fortuna.
Por eso, imaginemos, ¿qué hubiera pasado en caso de que un encargado de comunicación de la Presidencia o uno de sus segundones hubiera cometido el error de dejar una prueba de audio, video o papel sobre la injerencia del gobierno en el caso Aristegui-MVS? Para empezar, esto es un disparate. Toda proporción guardada, es como pedir que la instrucción para acabar con Colosio tuviera una evidencia documental con sello y firma, o como suponer que cualquier otra orden comprometedora deja en el camino un reguero de membretes institucionales. Pues no: no hay firma de Echeverría que testimonie su mano negra en el caso Excélsior-Scherer, pero a estas horas ni el más destrampado de los locos se atrevería a sostener que LEA estuvo al margen de aquella operación.
En casos como el de Aristegui-MVS y la presunta injerencia de EPN no queda otro camino que leer la realidad y hacer obvias conjeturas. Tal vez de manera atrabancada, desbordada y frontal, sobre todo en las redes sociales, hubo una explicación inmediata del conflicto: “Fue el Estado”. Esto, como siempre, sirve a los articulistas alineados para generalizar (en el mejor de los casos) y para mofarse (en el peor): “El pueblo bueno, como es habitual, dice casi unánimemente que fue el Estado”.
La mala noticia es que no sólo “el pueblo bueno”, de suyo impulsivo y facilista, sospecha en esa dirección. Igualmente, muchos académicos y periodistas ven la cola del chamuco debajo de la cortina. No pueden asegurarlo, pero por lo menos han enderezado conjeturas que instalan la posibilidad de alguna presión oficial para desaparecer del mapa MVS a la periodista y su equipo de colaboradores.
Por si fuera poco, varios medios importantes del mundo (The Guardian, The Washington Post, la BBC…) han cubierto la nota y sobra decir que suponen lo mismo. No sé si esto sea suficiente para dar cierta validez a la conjetura o esos medios también son parte del “pueblo bueno”.

miércoles, marzo 18, 2015

La lógica predadora














No deja de asombrar el asombro con el que son percibidas las reacciones del déspota ante la crítica. Desde hace ya varios años, quienes dicen gobernar este país han ido desnudando sus métodos en todos los sentidos, y hoy es descarado el cinismo con el que arremeten contra aquello que logra exhibir sus falencias en cadena nacional. Es lo que ahora le tocó, por segunda o tercera ocasión, a Carmen Aristegui, acaso la más visible representante del periodismo radiofónico no oficialista en este México de rapiña y acotamientos.
Dado el agandalle de todo lo que significa poder y riqueza, al gobierno actual no le queda otro camino: o aprieta tuercas o aprieta tuercas. Aunque todavía la disfrace con elecciones y contados zonas de poder para la oposición pactista, los hilos más importantes están en sus manos, como traté de expresarlo en mi entrega anterior de esta columna.
Tienen los tres poderes bajo su control y la mayoría de los partidos están en el huacal, inmovilizados por las carretadas de dinero que caen allí para para lubricar su vocación prevaricadora (el Partido Verde es en este caso un ejemplo señero). También están de su lado, aceitados con jugosa publicidad oficial, los principales medios de comunicación, aunque estos necesitan de un cierto margen de maniobra crítica para conservar credibilidad. Hoy, por ejemplo y sólo para mencionar un caso notable de esta maniobrabilidad necesaria, Loret de Mola es uno en sus espacios de Televisa y otro en los otros donde participa, de manera que siempre queda a medio camino en todos los temas, con la credibilidad vivita y coleando pese a que sirve principalmente a los intereses de Azcárraga Jean.
Pero una cosa es tolerar cierta crítica frontal, directa y a la cabeza de la prensa escrita en un país deficitario de lectores y otra muy distinta, brutalmente distinta, es hacer lo mismo en televisión y radio. En televisión, sobre todo en la de señal abierta, se sabe, no hay ni medio minuto al aire de señalamientos que puedan herir el ego del sultán. Siempre ha sido así, y no estamos en tiempos de excepción. En radio resulta un poco más laxa la cosa, aunque es un medio tan poderoso en la capital del país que también es custodiado con lupa.
Carmen Aristegui se había pasado: el torpedo sobre la Casa Blanca tuvo tal resonancia que cimbró sus cimientos, que son los del poder hoy encarnado por EPN. Lo demás ya lo sabemos: el descarrilamiento del tren/cuento chino, la telenovelesca explicación de la Gaviota, el pitorreo público y la pantomima del fiscal anticorrupción. Luego, unos meses después, con el pretexto de un nimio abuso de confianza y un litigio contractual, el sospechoso fin en MVS de quien conducía el noticiero incómodo.
No hay sorpresa. Todo es previsible si nos atenemos a la lógica predadora del gobierno actual.

sábado, marzo 14, 2015

Toma todo
















Finalmente se han apoderado de todo. O de casi todo, pues es aceptable que han dejado algunas migajas sólo para presumir que dejan algo, lo que de alguna manera es otra forma de tener.
Son dueños de la Presidencia de la República, de la Cámara de Diputados y de Senadores. Son dueños de la Secretaría de Hacienda, del Banco de México, de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, de la Secretaría de Turismo, de Energía, de Agricultura, de Trabajo, de Medio Ambiente, de todas. Son suyas las gubernaturas de todos los estados y de todos los municipios, les pertenecen las subsecretarías, las direcciones, las delegaciones. Son dueños del aire, la tierra y las aguas de la nación, de los yacimientos metalíferos y de los hidrocarburos.
Les pertenecen el sistema de salud y el educativo, el deporte olímpico, los bosques y los desiertos, las carreteras, los ríos y los peces que nadan en esos ríos, los árboles y los pájaros que llegan a esos árboles. Son dueños de las leyes, de la Procuraduría General de la República, de la Suprema Corte de Justicia, del Instituto Nacional Electoral, de los medios de comunicación, de la Secretaría de Relaciones Exteriores, del Sistema Nacional de Investigación. Son suyos los partidos con mayor representación en las Cámaras, las embajadas, los contralores, los agentes de tránsito. Se apoderaron del tráfico de drogas, de los cárteles y sus escondrijos.
Son propietarios de las autodefensas, de las asociaciones civiles. No hay policía en el país que no sea suyo, e igual lo es toda la Secretaría de Gobernación. Les pertenecen los principales noticieros de televisión y decenas de periodistas, los sobornos, el papel, la propaganda oficial en cualquier soporte, los bots. Es suya la cultura, el esparcimiento serio y frívolo, la educación especial, las pensiones. Son dueños del reloj político, de la moneda, de los productos básicos, de los programas sociales, de los indígenas, de los campesinos, de los obreros, de las guarderías.
Son propietarios de las aduanas, del espionaje, de los retenes, de los granaderos, de los barcos y los aviones, de los tanques y de los fusiles, de los cuarteles y de las cárceles. Son suyas las concesiones, los permisos, las prórrogas, las órdenes, los indultos, los castigos y los premios. Les pertenece la fuerza, o sea, la Marina y el Ejército.
Como en el juego de la perinola, sólo les gusta el “toma todo”.

miércoles, marzo 11, 2015

Irrealidad de lo real














Sólo un gobierno corruptísimo y autoritario como el nuestro puede evadir con indiferencia y boletines lo que a diario es difundido —en sordina porque los grandes medios son parte del problema— sobre las circunstancias que tienen a México sumido en la catástrofe o casi en ella. Haciéndose pasar permanentemente como sorprendida, la vocería oficial refuta no sólo opiniones de personalidades, sino que también contradice ya mecánicamente lo declarado por organismos  internacionales como la ONU, una organización que al parecer, eso dicen, tiene cierta autoridad oficial y moral al momento de hacer declaraciones sobre los países que la componen.
Esta semana tocó su turno (así van, por turnos cada semana) a Juan Méndez, relator especial de las Naciones Unidas, quien entre otras afirmaciones expresó que sobre la tortura en México “Hay evidencia de la participación activa de las fuerzas policiales y ministeriales de casi todas las jurisdicciones y de las fuerzas armadas, pero también de tolerancia, indiferencia o complicidad por parte de algunos médicos, defensores públicos, fiscales y jueces”. Junto con lo anterior explicó que ésta y otras prácticas relacionadas con el abuso violento de las autoridades se han incrementado en los años recientes, de manera que se trata ya de un problema agudo para el país. El informe que describe este flanco de la barbarie oficial fue, claro, inmediatamente desestimado por la cancillería con el raspado naipe de la negación a simple vista, al puro tanteo: lo dicho por el relator de la ONU simplemente “no corresponde a la realidad”.
¿Y cuál es la realidad?, sería la pregunta. Si hay una realidad mejor que la percibida por la ONU, ¿por qué entonces no se le invita a investigar más hondamente, a escudriñar en cárceles y entrevistar víctimas del tehuacanazo y otros métodos similares y conexos? Ignoro durante cuánto tiempo más será estirada la tensa cuerda de la negación ante los problemas que desde afuera ve todo mundo y aquí ni siquiera logra medio aceptar el sórdido gobierno de Peña Nieto.
Y mientras los negadores profesionales enmiendan párrafos a las relatorías de la ONU, otro personaje saliente de la cultura mexicana, el cineasta Guillermo del Toro, asegura en el mismo flujo de opinión que “Estamos en un momento excepcional; vivimos un hito de inseguridad, de descomposición que va a ser histórico”.
Nada es cierto, sin embargo. Este es el mejor México posible según los afanosos boletines de la Presidencia.

sábado, marzo 07, 2015

Escritor consagrado













En 2007 trabajaba para una dependencia cultural en el área de literatura. Mis obligaciones, que cumplí con una incierta mezcla de entusiasmo y abnegación, tenían que ver sobre todo con la organización de presentaciones, mesas redondas, conferencias y lecturas de escritores cercanos o lejanos, noveles o consagrados, de todo. Dado que el personal de mi área estaba conformado sólo por mí, debía habilitarme para casi todas las actividades implicadas en la organización y buen término de las actividades, desde concebirlas, diseñar las invitaciones, escribir los boletines, ir a los medios, asistir a las presentaciones, muchas veces participar en las mesas y, por último, acompañar a los escritores —principalmente cuando eran de fuera de la ciudad— en la cena de rigor.
Pasó una vez, entonces, que vino a visitarnos un escritor con renombre en el medio literario mexicano, un ensayista destacadísimo aunque sólo bien conocido, como ocurre con casi todos los ensayistas, entre escritores. Yo mismo lo ponderaba y lo pondero todavía como un lector infatigable y un gran crítico, además de maestro y perito editor de libros propios y ajenos. Su nombre, pues, no me era nada extraño, y desde que abrí los ojos a la literatura había visto su firma en los más prestigiados suplementos y revistas literarios del país, e igual en libros de sellos académicos y comerciales. Era para mí, entonces, un escritor “consagrado”, alguien ya plenamente identificado en la república de nuestras letras.
El ensayista despachó su conferencia sin despeinarse, con un dominio absoluto del tema. Armado sólo con pocas cuartillas, dictó, perdón por el lugar común, cátedra. Al final, luego del sencillo brindis, le ofrecí la cena institucional programada en un lugar de verse. Al avanzar hacia el restaurante sito en el Paseo La Rosita, el ensayista me pidió buscar un cajero automático. Lo noté nervioso, pellizcándose los padrastros con los dedos. Llegamos a un cajero, bajó, vi de lejos que consultaba y volvió al coche. Siguió inquieto y me atreví a preguntar si pasaba algo. “No, nada —dijo—, esperaba el pago de unas colaboraciones y no me han depositado”. “Eso pasa muy seguido”, le respondí. “Sí, el problema es que sólo tengo 500 pesos y estoy en Torreón”. Asombrado, le dije: “Fulano de tal, usted, quien aparece en el consejo editorial de la revista equis junto a zutano y perengano, ¿tiene sólo 500 pesos en este momento? ¿Qué no tiene la vida ya resuelta?”. La respuesta fue clara: “Bueno, ellos son empresarios y también escriben, yo sólo me dedico a escribir”. No resistí la tentación de comentarlo: “Si eso pasa con usted, que es un escritor reconocido, ya entiendo por qué en provincia estamos como estamos”. 

miércoles, marzo 04, 2015

El neologismo papal y las goteras














Estaré publicando en Miradas al Sur, semanario político y cultural de Buenos Aires. El texto que viene es la entrada del que publiqué el domingo pasado. Completo está en la página del semanario y aquí, en este blog.

Como casa vapuleada por las lluvias y ya debilitada de su techo, la imagen actual del gobierno mexicano ha comenzado a sufrir filtraciones por todos lados, de ahí que el canciller José Antonio Meade Kuribreña ande de aquí para allá con los baldes, ahora permanentemente dedicado al control de daños, afanoso de que no se moje la alfombra tricolor. Son pues tiempos difíciles para el gobierno mexicano, y aunque en general el país de la bandera con el águila y la serpiente sobre el nopal no interese mucho en el exterior, algo va sabiéndose dentro y fuera, algo, poco a poco, llega a (y de) los periódicos del exterior y eso propicia comentarios, opiniones, juicios, conjeturas sobre un régimen en crisis y con goteras críticas provenientes de donde menos se les espera.
Hace algunas semanas, en noviembre apenas, un famoso personaje del Río de la Plata abrió una grieta importante. Debido a la resonancia mundial del caso Ayotzinapa y los 43 estudiantes normalistas desaparecidos, Pepe Mujica declaró a Foreing Affairs Latinoamérica que la situación de México le parecía “terrible”, y agregó que a la distancia nuestro país le da la impresión de que es “una especie de Estado fallido, que los poderes públicos están perdidos totalmente de control, están carcomidos”. Ese puñadito de palabras bastó para que la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) moviera sus engranes con el fin de motivar una “rectificación”. Y la consiguió. Muy poco después, el mandatario uruguayo “precisó”: “Las crudas noticias que nos llegan sobre las consecuencias del narcotráfico en países como Guatemala, Honduras y ahora México, nos gritan una verdadera lección de dolor (…) no son, ni serán, estas naciones, estados inocuos o fallidos”. Curiosamente, por esos mismos días, casi por esas mismas horas (el 24 de noviembre de 2014), Le Monde colocó una foto grande en su página principal, y encima de ella una frase elocuente: “La revuelta de los mexicanos contra el ‘estado mafioso’”. Una simple coincidencia.
La percepción comienza a ser generalizada: en México pasa algo grave. El narcotráfico, la violencia y la corrupción política, todo en la misma ensaladera, está armando una turbulencia imprevisible, un caos que los voceros del gobierno encabezado por Enrique Peña Nieto están tratando de contener dentro y fuera del país con boletines de prensa más que con acciones que en efecto desactiven los problemas y frenen las declaraciones incómodas, sobre todo las que caen como granadas desde el exterior.

Días de tormenta
Los días que van del 22 al 25 de febrero fueron particularmente complicados para el gobierno mexicano. Fue como si tirios y troyanos se hubieran puesto de acuerdo para lancetear un mismo objetivo. Por esos días, el ex presidente Fox, quien pese a sus evidentes limitaciones jamás se distinguió por la continencia verbal, dijo en Hermosillo, Sonora, al norte de México, que “Al presidente Peña ya nos lo pusieron en jaque, solo le falta el jaque mate, que esperemos no llegue, pero francamente va a estar cañón [difícil] que este gobierno se recupere de la tranquiza [golpiza] de los últimos seis meses, que es desafortunada para el país”. Este triste diagnóstico quedó en casa, fue de autoconsumo, y el aparato gubernamental no movió piezas para desautorizarlo, casi como si confiara en que Vicente Fox se desautoriza por sí solo.
No ocurrió lo mismo con Alejandro González Iñárritu, el director de cine mexicano que el domingo 22 de febrero ganó el Oscar como mejor director. Aunque no se ha caracterizado por una combatividad política insistente, el Negro, como le apodan, aprovechó el foro mundial que abren los premios de Hollywood para hacer una declaración de alfombra roja, en vivo y en cadena mundial: “Ruego para que podamos encontrar y tener el gobierno que nos merecemos (…) la generación que está viviendo en este país pueda ser tratada con el mismo respeto y dignidad que la gente que llegó antes y ayudó a construir este país de inmigrantes”.
Este breve speech ameritó inmediato control retórico de daños. El presidente Peña Nieto, en su cuenta de Twitter, le escribió como sin acusar el efecto del cross a su mandíbula: “trabajo, entrega y talento. ¡Felicidades! México lo celebra junto contigo”. Pero no fue suficiente: como al fin se trataba de un mexicano regando la sopa en el extranjero, la “precisión” plena de gerundios llegó esta vez del Partido Revolucionario Institucional (PRI, donde milita Peña Nieto): “Coincidiendo en el orgullo mexicano, es un hecho que más que merecerlo estamos construyendo un mejor gobierno. Felicidades #GonzálezIñárritu”.
Para el lunes 23 la gotera abierta durante la noche de los Oscares parecía bajo control, pero una nota cundió, primero, en las redes sociales, y después en todos los medios: en un intercambio epistolar y por lo tanto privado pero que se hizo público, el Papa había escrito que debido al avance del narcotráfico temía la “mexicanización” de Argentina. Esa palabra, ese neologismo creado por Jorge Luis Bergoglio bastó para agitar opiniones en México y para, otra vez, movilizar los baldes de la SRE: era necesario evitar que la tremenda gotera llegara a la alfombra, pues además el Pontífice había rematado, de volea y contundente, como si fuera centro delantero del San Lorenzo, esto: “Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror”. En una primera respuesta, la SRE manifestó, mediante el canciller Meade, “tristeza y preocupación respecto de los comunicados que se hicieran de una carta privada del papa Francisco (…) México ha hecho enormes esfuerzos, ha manifestado un gran compromiso, ha señalado la necesidad que respecto a este tema se dé un diálogo amplio (…) nos parece que más que estigmatizar a México o cualquier otra región de los países latinoamericanos, lo que debiera hacerse es buscar mejores enfoques, mejores espacios de diálogo”.
Por su parte, del Vaticano salieron estas declaraciones conciliatorias: “La Santa Sede considera que el término ‘mexicanización’ de ninguna manera tendría una intención estigmatizante hacia el pueblo de México y, menos aún, podría considerarse una opinión política en detrimento de una nación que viene realizando un esfuerzo serio por erradicar la violencia (…) en ningún momento ha pretendido herir los sentimientos del pueblo mexicano”.
Claro que se trata de una respuesta diplomática más o menos previsible, pero en México fue quizá mejor recibido el neologismo papal que el comunicado de la Santa Sede.

Arrecia la granizada
El martes 24 comenzaron las repercusiones en la opinocracia mexicana. Uno de los primeros en comentar con cierta amplitud las palabras papales fue el columnista Julio Hernández López, del periódico La Jornada. El periodista hizo un breve recuento de las condiciones epistolares en las que se dio la declaración de Francisco, para luego considerar que el Papa no programó viaje a México y sí a EU y algunos países de Sudamérica; luego recordó que el nuncio había estado en Ayotzinapa para decir a los familiares de los estudiantes que “Francisco está con ellos”. O sea, algunos signos de solidaridad, así sea tenues, del clero con afectados por la violencia en México.
En su columna Campos Eliseos del martes (El Universal, uno de los diarios más influyentes del país), Katia D’Artigues observó un detalle peculiar expresado también con peculiar sintaxis: “Lo que sí ahora entiendo yo es cómo se sentían los colombianos hace unos años cuando aquí en México se hablaba del peligro de la ‘colombianización’ de México”. Ciertamente en los noventa, durante el gobierno de Ernesto Zedillo, en México se temía a la “colombianización” —que así era planteada—, de manera que esto de los neologismos con gentilicio no suena del todo nuevo en suelo azteca.
En su editorial del miércoles 25, La Jornada resume la actuación reciente del servicio exterior mexicano en relación a sus dificultades para contener la granizada: “En estos meses la cancillería mexicana ha debido procesar, entre otras, observaciones críticas del presidente saliente de Uruguay, José Mujica; el de Bolivia, Evo Morales, y el de Estados Unidos, Barack Obama; de legisladores del Parlamento Europeo; del Comité de la ONU contra la Desaparición Forzada (CED); de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y de organismos independientes como Amnistía Internacional”, en suma, mucho laburo, como dicen los argentinos, para evitar que el techo —la imagen— del gobierno mexicano en el extranjero se venga a tierra.
Por su parte, hasta Joaquín López-Dóriga, conductor del noticiero televisivo más visto del país (del archipresidencialista grupo Televisa), señaló en su columna de Milenio que hay sutiles diferencias entre Francisco y el gobierno mexicano. Lo planteó en estos términos: “El mensaje pegó en el casco del gobierno de México, donde había pegado el misil anterior, nuclear, del anuncio de que no vendría a México este año ni el próximo, cuando en el encuentro del 7 de junio del año pasado, en la biblioteca del Palacio Pontificio del Vaticano, el papa Francisco dijo al presidente Peña Nieto que sí, y le autorizó anunciarlo en público como lo hizo. El aplazamiento indefinido de esa visita ha provocado algo que va más allá del malestar en Los Pinos y en la Cancillería, donde hay quienes lo toman como un pontificio desaire”. Los Pinos es la residencia oficial del Ejecutivo mexicano.
Jenaro Villamil, reportero y articulista de la revista Proceso y del portal Homozapping, entró así al tema: “Que se calle el Papa, que se calle Obama, que se calle Clinton, que enmudezca González Iñárritu, que dejen de indagar los reporteros extranjeros, que se vayan los forenses argentinos, que la ONU deje de juzgar y que dejen en paz a este gran gobierno que ha decidido responder ‘golpe por golpe’ la ola de críticas y animadversión que genera su actitud ante cada expediente conflictivo. Esta parece ser ‘la línea’ de Los Pinos. No lo dicen así, por supuesto, pero las respuestas y las correcciones tienen el tufo regañón de quien no sabe cómo salir de una para entrar a otra crisis”.
En suma, la carta de Francisco agitó el avispero de la opinión pública mexicana, y si bien es cierto que muchos mexicanos rechazaron el parecer del máximo representante del clero católico, otros tantos, acaso resignados, vieron que el Pontífice había atinado, gracias a la información de los obispos emplazados en México, que ciertamente en el país de la virgen de Guadalupe la cosa está “de terror”.
En su artículo del viernes 27 de febrero (publicado en Milenio Laguna), el historiador Sergio Antonio Corona Páez ha resumido bien todo este asunto: “En días pasados, diversas organizaciones no gubernamentales de carácter internacional han denunciado a nuestro país como una nación con una crisis humanitaria. La Comisión de Derechos Humanos de la ONU y Human Rights Watch así lo han hecho. Diputados del Parlamento Europeo han llegado a la misma conclusión.  Incluso el papa Francisco, enterado por los informes de los obispos mexicanos, menciona un hipotético e indeseable proceso de ‘mexicanización’ para la Argentina. De esta manera, México se convierte en paradigma del estado fallido, en gran medida gobernado por narcopolíticos, tiranizado por los grupos de poder a costa de los derechos humanos. Es una verdadera tragedia que un país como el nuestro, llamado a ser grande tanto por su historia y su población como por sus recursos, se haya convertido en una nación de dudosa categoría. (…) La verdadera tragedia es que, como nación, México ha optado no por el ejercicio de la justicia, sino por el amañamiento y las inconfesables complicidades del poder político y económico a costa del bien de los ciudadanos. Esto es la ‘mexicanización’”.

martes, marzo 03, 2015

Cumplimiento de la supervivencia













Cuando un escritor recibe la encomienda de entresacar piezas de su obra con el fin de armar una antología, el libro resultante suele llevar el apellido “personal”. La antología personal —que a mí me gustaría llamar, mejor, “selección personal” para evitar el sutil gesto de soberbia que supone la palabra “antología”— es entonces una especie de automutilación: al elegir, el autoantólogo elimina partes de su propio espíritu encarnado en textos que por alguna razón no dan el ancho o no alcanzan a decir mejor que otros lo que el escritor/seleccionador cree que él mismo es. El producto de esa poda es la antología personal, una especie de autobiografía perfilada oblicuamente, un espejo de mano.
Nadia Contreras (Quesería, Colima, 1976) ha trabajado sobre sus numerosos poemas con el objetivo de definirse en aquellos que a su juicio la retratan con mayor precisión. El resultado es Cumplimiento de la voluntad, hermoso título para un libro que expresa una esencial y conciente profesión de fe literaria, poética en este caso, que desde ya podemos describir como vocación de superviviente.
Autora de Presencias, Caleidoscopio, Visiones de la patria muerta, Pulso de la memoria, El andar sin ventanas, entre otros libros de poesía, ensayo y relato, en Cumplimiento de la voluntad Nadia Contreras agrupa varios de sus poemas y permite apreciar, de un vistazo, que la esencia de su voluntad ha estado puesta al servicio de una minuciosa captación de instantes que a su vez han sido asideros para seguir en pie.
Miniaturista del tiempo, Nadia Contreras toma entre sus manos —que es tomar entre su versos— aquellos flashazos de vida que a la larga son o serán la memoria. Somos lo que recordamos, y lo que recordamos es una coruscante sucesión de momentos que en este caso, gracias al poema, quedan resguardados, protegidos, galvanizados contra la corrosión del olvido y sirven luego como báculos para mantenerse con vida.
La poeta, atravesada por el azoro, observa el exterior y se lo apropia, lo problematiza en su sangre, y clava el pasado no para regodearse en la nostalgia, en lo perdido, sino para reverdecer el presente, para volver a la plenitud de la existencia en el hoy.

Años después, dejo de tomar en serio
los capítulos de mi vida.
Quiero vivir.
Vivir es el término que más se acerca
a mi propósito.

Heredera sin aspavientos de la Nin, la Plath, la Pizarnik y la Peri Rossi, a quienes tributa homenaje en alguna de las páginas que componen Cumplimiento de la voluntad, Nadia Contreras es, como aquéllas, una escritora que proviene del deporte extremo conocido como introspección, ese buceo en agua profunda que permite apreciar, de golpe y sin mayor equipamiento, que en el fondo todo ser humano es un superviviente de los demás y, sobre todo, de sí mismo:

Soy yo la que se desgaja,
la que una mañana despertó en mitad
de las sombras
y al abandono
logró sobrevivir.

Cumplimiento de la voluntad, Nadia Contreras, Secretaría de Cultura de Coahuila, colección Arena de poesía, Saltillo, 63 pp.