sábado, febrero 28, 2015

Match en las nubes














En México decimos “voladito” al niño que luego de hacer una gracia pública es aplaudido y luego no cesa sus intentos por repetir la hazaña: divertir de nuevo a la concurrencia. El resultado, claro, es lamentable: el niño insiste tanto que es necesario frenarlo: “Ya, no seas voladito”, le indica su madre. Ese niño voladito y desconocido para mí es un poco el Gabriel García Márquez que a principios de los setenta entrevista al Pablo Neruda recién premiado con el Nobel.
El testimonio está en YouTube como “Gabriel García Márquez entrevista a Pablo Neruda”, y llegué a él como uno llega a tanta información en la red: por vagabundeo internético. El diálogo fue producido, todavía en blanco y negro, por la televisión chilena. Lo introduce y lo cierra un locutor que habla en cámara lenta y tiene un extraordinario dominio de la torpeza retórica. Si uno resiste las palabras preliminares o simplemente las brinca, al fin aparece lo bueno o se ahorra tiempo valiosísimo y llega rápido a los figurones.
Luego de ese preámbulo saludablemente omitido comienza pues la entrevista, insólita para mí, entre los dos tótems latinoamericanos. Neruda se había agenciado el Nobel en 1971 y a García Márquez le faltaban como diez para que la Academia Sueca se lo diera. Por lo que se puede ver, u oír, mejor dicho, Neruda tiene ya en ese momento una gran admiración por el narrador colombiano, quien para entonces mantenía intacta la imagen de triunfador que de hecho ya no perdió desde el 67, cuando apareció Cien años de soledad, hasta que murió, en 2014.
La conversación es amable, sencilla, nada complicada por referencias culteranas. En uno de sus pasajes ambos confiesan que de alguna manera apetecen ser el otro: García Márquez dice que como novelista sabe que su narrativa tiende a poetizar, y Neruda subraya que su poesía no tiene miedo a ser atravesada por cierto impulso narrativo. El chileno observa algo que vale la pena destacar: dice que envidia a los novelistas, que lee muchas novelas, que le hinca el ojo incluso a las policiales y que, para él, la novela es “el bistec de la literatura”, es decir, la parte más fuerte del platillo.
Lo mejor es ver “en vivo” esta entrevista y aguardar su sorpresivo y jocoso final. De paso podemos sonreír ante la mesura y la madurez de un Neruda ya cabalmente cuajado y un García Márquez algo imprudente, un poco en la pose de genio voladito que asume el escritor cuando la fama lo invade demasiado joven. El colombiano, claro, pronto abandonó ese estilo. Ya no requirió de la pedantería cuando la gloria le cayó encima.

miércoles, febrero 25, 2015

Los grandes foros














Los grandes foros son muy importantes para la manifestación política de quienes no se mueven habitualmente en el periodismo ni en la militancia. El primero que viene a mi mente es acaso el más recordado: aquél en el que los norteamericanos Tommie Smith (oro) y John Carlos (bronce) subieron al podio de ganadores y mientras sonaba el himno de EU levantaron sus manos enfundadas en sendos guantes negros. Ambos asistieron a la ceremonia, además, sin calzado, sólo con calcetines. El gesto de los guantes representaba la lucha de la comunidad afronorteamericana frente al racismo y, en el caso de los pies descalzos, el símbolo de la pobreza en la que vivía la misma comunidad. Pese a que no hubo palabras sobre el escenario, aquello fue, por supuesto, un escándalo. El Comité Olímpico expulsó para siempre a los atletas y cuando regresaron a su país ambos recibieron trato de apestados, no consiguieron trabajo y fueron incluso perseguidos por los grupos racistas más radicales.
Como Smith y Carlos, con palabras o con gestos simbólicos, muchos atletas, artistas y ciudadanos sin notoriedad han aprovechado espacios adecuados para hacer visible tal o cual realidad con implicaciones políticas. No todos tienen el beneplácito general del respetable público, como pasó en aquella Cumbre de 2006 en la que una reina de belleza argentina, Evangelina Carrozo, interrumpió la foto oficial de mandatarios con un cartel de protesta ambientalista. Lo peculiar fue que la chica subió al foro enfundada en un bikini relativamente breve y tan bien instalado sobre su cuerpo que dejó ver al mundo una protesta de curvas escultóricas.
El domingo pasado se oyeron y leyeron en todo México las palabras de Alejandro González Iñárritu durante la noche de su Óscar: “Ruego para que podamos encontrar y construir el gobierno que merecemos”. Más allá de que “encontrar” es producto del azar y “construir”, de la voluntad —de manera que parecen términos contradictorios—, y más allá de que nos guste o no su trabajo, se agradece que el cineasta no haya pasado de largo la oportunidad para intentar una crítica de lo que ocurre en nuestro país.
En lugar, pues, de chaquetear con espots para partidos rémora, o de quedarse callado, dijo unas palabras allí donde resuenan, y eso ya es ganancia en un mundillo (la farándula o “ambiente artístico”) donde los personajes sólo suelen cantar, actuar, dirigir y producir en burbujas de privilegio y millonarias ganancias.

sábado, febrero 21, 2015

Mi dream team gaucho













Acomodar carpetas en el permanente caos de mi computadora siempre trae consigo sus sorpresas. Una de ellas me acaba de alegrar. Hace diez años más o menos trabajé una serie de retratos de los argentinos que más admiro. Mi idea de aquel momento era diseñar una pegatina o sticker (así le llaman ahora, creo) para adherirla en no sé dónde. A esa lista no podría quitarle, hoy, ningún personaje, pero sí añadirle varios, como a José Pedroni y Alejandro Dolina en la literatura, Jorge Cafrune en la música y Osvaldo Bayer en la historia. Sin embargo, así dejo la imagen por ahora, tal y como la diseñé hace una década. Nomás digo brevemente quiénes son y por qué siguen estando en mi dream team gaucho.

1. Atahualpa Yupanqui. El más grande compositor de letras en el folclor argentino y tal vez latinoamericano. Para mí es una especie de padre, un tótem al que oigo con veneración.
2. El Che. Mi primer ídolo político juvenil, el hombre que encarna para mí la totalidad a la que puede aspirar un ser humano.
3. Diego Maradona. El cabrón que ha jugado mejor que nadie, a mi juicio, lo que ya sabemos. Veo las repeticiones de sus jugadas una y otra vez y el asombro me resulta asombrosamente inagotable.
4. Roberto Fontanarrosa. Creí durante muchos años que era sólo Boogie el Aceitoso. Luego supe que era muchos otros personajes diseminados en historietas, cuentos y novelas. El tipo más divertido e inteligente, en esa perfecta combinación, que he escuchado en mi vida.
5. Mercedes Sosa. La voz que a un tiempo representa, para mí, el dolor y la esperanza de nuestros lastimados pueblos. Un amor, la Negra.
6. Jorge Luis Borges. El mejor escritor que he leído y leeré en mi corta vida.
7. Julio Cortázar. Mi primer contacto con la literatura argentina. Sus cuentos fueron el detonante de mis aventuras narrativas iniciales. A su obra le deberé siempre ese estímulo inaugural.
8. Rodolfo Wash. Otro redondo, un hombre de acción y de pensamiento, ejemplo por donde quiera que lo miremos.
9. Roberto Arlt. Una especie de síntesis de lo que es Buenos Aires: soledad, nostalgia, espanto, ternura, fiereza, creatividad, malicia, todo en un solo paquete.
10 Adriana Varela. El tango fue otro cuando oí su voz áspera y pausada. La Gata hizo que por fin yo diera con el intérprete ideal de un género que escucho atento desde la adolescencia.

domingo, febrero 15, 2015

Cascarita con balón de papel















Daniel Lomas me regaló el año pasado esta reseña sobre Polvo somos. Dado su ateísmo futbolero, como él dice, agradezco el esfuerzo y la generosidad.

Puesto que no me preocupa ser un aguafiestas y ganarme la rechifla general, empezaré confesando que soy ateo del futbol. Aclaro: como deporte me parece excelente; como espectáculo, lo más que me suscita son bostezos y zapping. El último mundial que vi con gusto fue México 86; por entonces mis padres habían bautizado a mi hermano menor y de tal festejo había sobrado una cantidad innúmera de cajas de refresco, así que prácticamente desfondé un sillón de la salita por tantas horas que pasé arranado mirando el mundial y emborrachándome con Coca-Cola, a mis irracionales ocho años. Ha pasado el tiempo y hoy ignoro qué me gusta menos: si la Coca-Cola o el futbol. Pero en fin, ni esta parrafada ni tampoco mis preferencias personales han sido obstáculo para que mi lectura de Polvo somos (treinta relatos futbolísticos), de Jaime Muñoz Vargas, fuera placentera y haya arrancado carcajadas a un descreído del balompié.
Obvio que el eje del libro es el futbol; sin embargo, creo que a la par se trata de un pretexto para que salten al papel diversos jugadores: las pasiones, la envidia, la sed de fama o dinero, los destinos truncos, la resurrección de rencillas por viejos amores y hasta una conmovedora cátedra de ética impartida por la batuta de un alcohólico en la pizarra de la traición. En suma: una ración de la vida de la gente, o la representación en letra de la vida.   
De los diez cuentos con que arranca Polvos somos, me agrada especialmente que los personajes sean deportistas de los llanos (o de la Liga Municipal de Gómez). Es decir, son seres minúsculos, de escasísima gloria. Así vemos a los empleados de Carnicería Bustamante, de Güicho Ferreteros, de Tortillería La Chinita o de Vulcanizadora Goliat, saltar al terreno de juego con muchas ganas de aterrarse (de tierra, claro está, y no de miedo). Por cierto, los motes o alías bajo los cuales se dibuja a los personajes son muy buenos y en ocasiones irónicos. Efraín Quiñones, El Mula, posición central, es más que nada un quebrantahuesos de profesión que ya les molió las tibias y peronés a varios de sus contrincantes. Zoilo Pantoja, Metralleta, un flamante goleador que a la hora de la verdad y en medio de un partido de campeonato vuela un penalti. Lauro Meza, el Trucutrú, quien jamás ha acertado un gol, cierta noche se va de farra con sus cuates y goza de los excesos del tabaco, el alcohol, la comilona, las mujeres y el bailongo; al día siguiente, aunque extenuado por la resaca, le ocurre un milagro: anota tres goles de un jalón; supersticiosamente cree que su buena estrella radica en la serie de disparates cometidos la noche anterior, de ahí que tratará de reproducirla (sin éxito) y morirá de catarrín. Un vendedor de aguas frescas que entra de relevo a ocupar el silbato del árbitro; un estilista afeminado que arma su escuadra sobornando a la palomilla del barrio: promete pagar uniformes, arbitraje, carne asada; un vendedor de semillas que anota fortuitamente un gol, son algunos de los detonantes para crear y crecer las historias. De alguna forma, esta primera sección nos retrata pequeñas biografías, teñidas por el recuerdo de las penas y glorias a que pueden aspirar estos héroes anónimos. Recuerdo aquí lo que escribió Marcel Schwob: “El arte del biógrafo sería otorgar el mismo valor a la vida de un pobre actor que a la vida de Shakespeare”.
En Polvo somos hay un manejo cuidadoso del detalle. En alguna entrevista Rulfo comentó que en la literatura los árboles no se llaman árboles ni los pájaros se llaman pájaros: se llaman sauces, ahuehuetes y mezquites, se llaman cuervos, zopilotes y colibríes. Sólo interesa pues lo particular, lo único. Hay un refrán que quizás viene a cuento: “Dios está en todas partes y el Diablo en los detalles”. En ese sentido, el libro de Jaime Muñoz Vargas está escrito con mucha pezuña de diablo, con fina minucia; al grado que a veces, valiéndose del truco de la reticencia, se contiene la respiración y se esconden maliciosamente los detalles para que el lector no los vea sino en el momento preciso y entonces lo golpeen con la contundencia de la sorpresa.
En la segunda sección de Polvo somos figuran 19 relatos. Si lo pensamos bien, es un amplio desfile de personajes. “Willy desde dentro” narra la historia de una joven promesa del balompié que ha acabado metido en el fracaso: ni más ni menos que en una botarga, con la que anima los partidos a ras de pasto, mientras por dentro lo achicharra la envidia y el odio que le despierta un amigo, un compañero de cascarita que sí ha triunfado en primera división. “Para escapar de Malisani” es un aguafuerte de gánsteres futboleros en que un mexicano ha ejecutado una trácala y ha estafado así a unos estafadores argentinos, que ya es mucho decir, y ahora por tanto es víctima de una persecución a muerte. “Cábala gitana” cuenta la historia del más raro amuleto con que ha cargado un futbolista: un hámster vivo entre las ropas durante los 90 minutos. “Futbol intergaláctico”, uno de los cuentos que más disfruté, nos narra un partido ocurrido en el año 6044 o 4066, cuando ya no quede ni un átomo del mundo que hoy habitamos; es una visión futurista y alocada del futbol. “Charla con Pelé”, una visita del astro brasileño a La Comarca Lagunera. “Partido eterno”, un juego que dura poco más de quince horas. Asimismo, un árbitro abucheado no sólo en las canchas sino también en calles, autobuses y cantinas; un poeta futbolero, y hasta una sutil crítica del fanatismo con que se vive la religión del futbol en un país desmoronado por la violencia de incontables muertes, son algunas de las premisas desde las cuales se catapultan las ficciones.
Es válido afirmar que los relatos de Polvo somos parecen recién salidos de la peluquería, pues vaya que su autor (que en otros libros ha dado muestras de largo aliento, por ejemplo en su última novela Parábola del moribundo) ha decidido esta vez frenar la pluma y usar la tijera de la poda y encapsular al máximo las historias, en las que no sobra ni un flequillo de más. Son pues ficciones bien recortadas como calcomanías.
Cierra el volumen un cuento largo y (el adjetivo no es exagerado) genial: “Mancha sobre mi padre”. El meollo de esta historia es la traición, pero no una traición cualquiera sino una ética traición. El personaje central es el viejo don Aristeo, quien por cierto aparece excelentemente dibujado desde las primeras líneas, desde ya pegado a perpetuidad al vaso de cerveza. Es una especie de paradoja ver a este alcohólico consuetudinario que se dedica al deporte, así sea por detrás de la raya de cal, pues dirige a un equipo infantil, y, por si fuera poco, lo hace con bastante tino. Ajá, pastorea al equipo a lo largo de jornadas y más jornadas, hasta que logra conducirlo a la gran final. Pero entonces acontece algo extraño: el viejo Aristeo vende el partido, pacta la derrota. ¿A cambio de qué se ha prestado a cometer semejante infamia?, he ahí la incógnita. Por otra parte, amarillea en el cuento un aire bellamente nostálgico, como de fotografía del pasado. Quien nos narra la anécdota es el hijo del director técnico, que a su vez fue jugador del equipo y que muchos años después de ocurrida la traición todavía seguirá sin comprender por qué demonios su padre vendió el partido más importante, y no descubrirá la verdad sino al cabo de un velorio. Sin duda el lector tiene garantizada aquí una historia de profundo humanismo.
Creo que he dejado claro que prefiero por mucho revisitar Polvo somos que extasiarme en bostezos ante cualquier partido del mundial que se avecina (por si alguien lo ignora, informo: la sede será Groenlandia 2015). Lo bueno del futbol en la vida social de la Comarca Lagunera es que arrastra consigo carne asada, cervezas y festiva amistad. Agrego una posdata: del mundial México 86 no solamente recuerdo la legendaria tijerita con que Manuel Negrete convulsionó al estadio Azteca, llevándolo al borde del infarto colectivo; también recuerdo los comerciales televisivos con cancioncilla y baile sexy: los de la Chiquitibum.

Polvo somos (treinta relatos futbolísticos), Jaime Muñoz Vargas, Axial-Colofón-Arteletra, México, 2014, 134 pp.

sábado, febrero 14, 2015

Otra vez: supérenlo














Ya lo sabemos pero nunca está de más repetirlo: hace rato que pasamos lo malo y ahora estamos en lo pésimo. Cuando pensábamos que nada podía ser peor que el sexenio calderonista, ese pasado inmediato en el que los crímenes de lesa humanidad fueron política de gobierno, ahora vemos que todo desastre tiene posibilidades de empeoramiento. Lejos de restañar las incontables heridas que dejó aquel régimen asesino y todos los demás desde que llegó Hernán Cortés a Veracruz, el actual parece empeñado en batir marcas, en agrandar su mendacidad y terminar convertido en lacra histórica.
Cada semana acumula tantos agravios que por lo cotidiano ya casi ni gravitan en el ánimo de la opinión pública. Nos hemos acostumbrado hoy y mañana y todos los días a convivir con información que ni en el caso de la prensa más entreguista alcanza para cubrir la desnudez del aparato de la corrupción institucionalizada. Todas las mañanas, antes de que salga el sol que en teoría debe renovarnos la esperanza, despertamos con una pregunta que infaliblemente obtiene respuesta: ¿ahora quién nos dio un llegue? Sin falta acude luego la noticia: José Murat el de Oaxaca o cualquier José Murat con otro nombre es pillado con las manos en la casa. Y si no es en la casa, es en el penthouse gringo o en las inversiones en dólares o en el tráfico de influencias o en el peculado o en la asociación delictuosa. El saqueo, pues, es diario y es infinito, pero como no se traduce en movilizaciones de alto impacto (un paro nacional, por ejemplo) todo concluye en memes sumarios.
Además de la balconeada inmobiliaria al ex góber oaxaqueño, esta semana nos reportó una noticia que en teoría debió provocar un horror similar al provocado por un ingreso al castillo de Drácula, pero que, al contrario, pasará como anécdota a los anales del enmierdamiento nacional. Me refiero, claro, a las transferencias de dólares que muchos patriotas de México colocaron en cuentas norteamericanas. La cifra es diabólica sobre todo porque significa un incremento de 35.5 por ciento con respecto de la que había en 2012: 54 mil 550 millones de dólares. Con los ahorritos en dólares ahora las cuentas de mexicanos en EU alcanzan los 73 mil 927 millones, es decir, en lo que va de este justiciero sexenio las transferencias han sido de 19 mil 377 millones.
Pero no pasa nada. Esto y todo lo demás queda resuelto con un verbo imperativo: supérenlo.

miércoles, febrero 11, 2015

La máquina delincuente











A veces en un tuit puede caber, muy compactamente apretada, una idea apta para algún despliegue ulterior. Eso hago aquí. Hace poco escribí en el soporte de los 140 caracteres el siguiente barrunto: “Este es el paraíso del poder. Manipula el juego electoral, concede migajas, controla desde los medios, reprime a tiempo. Una máquina exacta”. Me refiero en tal puñado de palabras a lo que ahora llamaré “la máquina delincuente”, ese aparato aparentemente mal hecho, deficiente y destartalado pero en realidad perfecto, funcional a sus fines.
Esto que comparto es apenas una intuición, y sé que requeriría a su vez, como el tuit, mayor desarrollo. Pese a eso, no creo que se ubique tan lejos de la realidad. Los mexicanos de a pie sentimos y afirmamos todos los días, casi tras cualquier provocación, que nuestro gobierno, del nivel que sea, es una porquería. Percibimos que nada funciona bien, y en efecto nada funciona bien, como en el “primer mundo”. Si vamos a un hospital público, notamos que todo es precario, que la atención es menos que mediocre; si metemos las narices en el sistema educativo, advertimos que nuestros rezagos en la materia son catastróficos; si indagamos en la condición del medio ambiente, notamos que la cosa pinta horrible. Y así sucesivamente, todo parece estar tocado por el defecto, por el desacierto, por la carencia. Nada funciona en términos cercanos al ideal de buen funcionamiento, y así vivimos, siempre bajo el peso de una permanente e impotente insatisfacción.
Lo que no solemos pensar es esto: para que todo siga funcionando mal —o si mucho de manera mediocre— sin que la sociedad estalle es necesario que algo funcione muy bien, casi me atrevo a decir que de maravilla. Eso que funciona con excelencia en México es, precisamente, la máquina delincuente. El engranaje de este aparato es una proeza de la mecánica social. Si lo observamos con detenimiento, todas sus partes funcionan a la perfección, sin alterar nunca su exacto tic-tac.
Todo está previsto en esa máquina. Tiene elecciones legitimadas por los ciudadanos, pero el control y las reglas son propiedad exclusiva del aparato. Tiene, gracias al insumo electoral, el dominio de presupuestos y leyes, de manera que orienta todo hacia el beneficio de la misma máquina. Si algo sale mal, ella misma investiga y resuelve, por supuesto siempre a su favor. Y si hay desbordamientos, no le falla nunca el dispositivo para vigilar y castigar. Controla asimismo la información, el manual del usuario. En una palabra: controla todo.
Su principal virtud, sin embargo y como ya dije, es parecer defectuosa y hasta desechable. En suma, el triunfo de su perfección es hacernos creer que es imperfecta.

sábado, febrero 07, 2015

Amarrado como puerco












Ninguna fiscalización mexicana goza de cabal independencia, del margen de operación que le permita, en efecto, auscultar imparcialmente y encaminar sanciones. Todo esto se mueve con hilos, los hilos del poder, así que en el mejor de los casos los ciudadanos sólo vemos algún señalamiento que jamás pasa a mayores, alguna observación menor y, cuando la cosa está que arde, algún chivo expiatorio de baja monta.
Por eso no dejó de ser una pachanga la designación de Virgilio Andrade Martínez como secretario de la Función Pública, un guiñol muy mal disfrazado de zar anticorrupción. Lo primero que me vino a la mente, y en este sentido me guié por la inevitable impresión de botepronto, es aquella frase de Juan Belmonte: “Para ser torero, primero hay que parecerlo”. Confieso que más allá de cualquier segunda y necesarísima consideración, el señor Andrade no da ni siquiera lejanamente el gatazo de zar anticorrupción, y en un país como el nuestro, tan dado a la corrupción, para empezar, y a las reacciones basadas en la facha del pelao, dudo que el nuevo secretario haga temblar siquiera a los cuicos que abusan del charolazo.
Así el abarrote, la primera misión del secretario recién elevado a los cielos del gabinete será menos que un sketch de Jojojorge Falcón. Se supone que “En su nuevo puesto será el responsable de investigar si hubo o no conflicto de interés en las compras de casas que Peña Nieto, su esposa Angélica Rivera y el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, hicieron a empresas contratistas del gobierno federal, según lo anunció el propio mandatario”.
Bueno. Digamos que suspendemos por un momento la suspicacia y no le hacemos caso al humor necesariamente involuntario; digamos que creemos en la objetividad del señor Andrade; digamos que en verdad hace valer el sueldazo de secretario y decide portarse como los merititos perros; digamos que de verdad indaga pistas y cruza la información y consulta con homólogos extranjeros y después de todo eso llega a conclusiones terribles: el presidente, su esposa y su secretario más poderoso salen de la investigación más sucios que las papas. Digamos todo eso y luego pensemos qué sucedería, qué reacción tendrían el patrón, la señora del patrón y el brazo derecho del patrón.
Yo sí sé qué pasaría. Nada, pues de antemano entendemos que en este caso es imposible suspender la incredulidad. Todos sabemos de antemano que Andrade está, dicho con las sabias palabras del inmortal Canaca, “amarrado como puerco”.

miércoles, febrero 04, 2015

Corazón en audiolibro: una versión espléndida


















Los caminos de la lectura son inescrutables. Leer, el maravilloso acto de descifrar signos sobre el papel o el monitor, no se agota hoy en estos dos soportes. Desde hace algunos años, quizá cerca de cincuenta, la literatura halló en las grabaciones de audio un mecanismo distinto para acercarse al entendimiento y el corazón de las personas. Recuerdo sobre todo las cintas magnetofónicas con las que pudimos captar el tono, la respiración y la cadencia de algunos autores hoy consagrados. Oír a Neruda diciendo sus poemas, a Rulfo leyendo sus cuentos, a Cortázar y su erre afrancesada recorriendo sus historias, a Sabines expresando sus versos, al avejentado Borges elevándonos con su palabra temblorosa y genial. Sí, gracias a las grabaciones de literatura tuvimos acceso a un mundo distinto: a la viva voz de los escritores, y hasta la fecha no conozco a alguien que reniegue contra ellas.
Poco después, sospecho que en los ochenta, comenzaron a cundir los audiolibros. Recuerdo haber leído varias opiniones sobre esta nueva posibilidad de la difusión de la literatura. Tuvo detractores, críticos que señalaban la fatuidad de este soporte. Creo que el defecto no lo tenían en sí las grabaciones, sino la publicidad que las propuso como sustitutos de la lectura. Los anuncios insinuaban, por ejemplo, que si uno escuchaba un audiolibro de Viaje al fondo del mar, se podía obviar tranquilamente la lectura de esa novela. Eso provocó, como era previsible, la ira de los bibliófilos, que de inmediato levantaron la guardia para oponerse al audiolibro.
Hoy, pasados los años y ya con todo el mundo organizado alrededor de la audiovisualidad digital, creo que debemos cambiar el enfoque y abrir cancha al audiolibro no como un rival del libro y la literatura, sino como un detonante de la curiosidad y un formidable complemento, y en algunos casos sustituto, de lectura. Oponerse al audiolibro con los argumentos de hace treinta años es, me parece, necio, y equivale a despreciar las versiones fílmicas de cientos de obras primeramente literarias.
Así como el cine se apropia, recrea, reinterpreta grandes obras y lo celebramos, el universo tecnológico de lo auditivo tiene todo el derecho de apropiarse, recrear y reinterpretar grandes obras. El problema no es el soporte, insisto, sino la selección de las obras y la calidad de las adaptaciones. Si los audiolibros se aproximan a la literatura clásica sobre todo infantil, si hay un trabajo meticuloso de acoplamiento en las voces, la música y la condensación, entonces estaremos en presencia de productos que despliegan beneficios tanto al público en plenitud de facultades como, principalmente, a los niños en proceso de formación, a los adultos no asiduos a la lectura y a otros posibles usuarios en desventaja física o cultural.
Una prueba de la excelencia que es posible alcanzar en estas producciones la encontramos al alcance de nuestra lagunera mano: los cinco discos compactos producidos cabalmente por Carlos Acosta Rodríguez. Se trata de la adaptación al formato de audiolibro (en inglés y en español) de la novela Corazón, del liguriano Edmundo de Amicis. Clásico de la literatura infantil, esta obra de ficción vestida con el atuendo de un diario (como La tregua, de Benedetti) es recreada con esplendidez que deja atónita la sensibilidad de quien la escuche.
El esfuerzo de Carlos Acosta para producir el audiolibro de Corazón es una prueba fehaciente, incontestable, del poder de la literatura. Gracias a que en su infancia leyó y fue conmovido por el diario del pequeño Enrique salido de la imaginación de Edmundo de Amicis, sentía que allí había una deuda que sólo podía ser pagada con un homenaje mayúsculo. Durante años, Acosta se empeñó en un objetivo: hacer que Corazón tuviera una elevada versión en audio. Reunió un equipo de colaboradores que ayudaron en las voces, la creación de la música, la grabación y el diseño, y puso su producto en los más exigentes anaqueles del mercado. Vaya tarea titánica, inexplicable sin un impulso emocional originario, el que despertó en Carlos la personalidad de una novela decimonónica cuyo mensaje sigue siendo emotivo y poderoso.
Es de veras placentero escuchar cada cuadro (o “día” o “cuento mensual”) en la voz grata y matizada de nuestro paisano Raúl Adalid, quien al leer los pasajes de Corazón dio una muestra de pluralidad de registros vocales. Yo escogí, para oír aquí, el día de la presentación, “La biblioteca de Estardo”, que me encanta porque siempre anhelé una biblioteca similar y sólo pude edificarla al bordear la primera etapa de mi vida adulta.
El trabajo de Carlos Acosta Rodríguez confirma muchas cosas. Como ya dije, el poder de la literatura, la fuerza que puede contener una obra que nos enaltece y nos motiva a mejorarnos y a mejorar el entorno en el que vivimos. También confirma que La Laguna tiene ya trabajadores de la comunicación que pueden competir lealmente con los mejores del mundo. Y por último, confirma que el formato de audiolibro, bien cuidado, puede ser un instrumento significativo para llevarnos hacia el libro de papel.
Mi felicitación a Carlos y mi orgullo por su tremendo Corazón.

Comarca Lagunera, 3, octubre y 2013

Texto leído en la presentación del audiolibro Corazón, diario de un niño, producido por Carlos Acosta Rodríguez. Se celebró el 3 de octubre de 2013 en el Museo Regional de La Laguna. El audiolibro está a la venta en las librerías Gandhi o directamente en la dirección electrónica carlostrc@yahoo.com