miércoles, diciembre 30, 2015

Noventa bienvenidos pretextos




















Recién, el 24 de diciembre, cayó en mis manos El interés más sincero, noventa pretextos para iniciar una conversación, de Heriberto Ramos Hernández. Tuve la fortuna de escribir para sus páginas unas palabras liminares, y son éstas:
Heriberto Ramos Hernández es mi amigo. No de esos amigos que llegan una vez e intercambian dos o tres chistes, dos o tres confidencias o dos o tres cervezas para luego esfumarse, sino de aquellos que aparecen para permanecer en el afecto, para proseguir en la cercanía de esa serena y generosa conversación que es, o debe ser, la amistad.
Desde mis primeros diálogos con él noté lo obvio y por lo tanto inevitable: provenimos de una misma generación y por ello compartimos la misma educación sentimental, las mismas canciones, el mismo cine, incluso la misma ramplona televisión, pero pertenecemos a dos ámbitos profesionales distantes; no hay entre lo suyo y lo mío, entonces, muchos puntos de contacto. Lo natural hubiera sido, por ello, enmudecer en una mesa de café o en la sobremesa de alguna fiesta, y no fue el caso. Heriberto, hombre de intereses misceláneos, supo colocar su charla en un punto para mí adecuado, el de la literatura y la política, de manera que en lugar del mutismo logramos establecer un ping-pong de ideas enriquecedor, ya que él no es sólo un tipo que-sabe-mucho, sino algo más importante: es un hombre que reflexiona mucho y con innegable profundidad, que bucea sin miedo en su interior y de tal pesquisa siempre obtiene ideas distintas, enfoques novedosos, puntos de vista que aclaran un concepto o van más allá de lo habitual, tanto que echan por tierra lugares comunes tenidos habitual y erróneamente como certezas, como duras y bien galvanizadas opiniones.
El interés más sincero, noventa pretextos para iniciar una conversación es una evidencia de los saberes múltiples que carga Heriberto en el carcaj. Lector tan voraz como cuidadoso del detalle, del renglón, de la palabra y sus ingrávidas sutilezas, este lagunero es un buen ejemplo de que nada estorba a la hora de pensar. Los libros, es cierto, son frecuente catapulta de sus indagaciones, pero no es menos cierto que una canción popular, una película, un programa de televisión, una foto, una nostalgia, la sobremesa con su esposa y con su hijo, el diálogo con un jardinero, cualquier recuerdo y todo lo que rodea esto que llamamos vida detonan en él un parecer gratamente dicho y, mejor, lúcidamente angulado.
Las páginas que vienen a continuación no ocultan su matriz periodística, pero en su momento, cuando las piezas aquí reunidas fueron artículos semanales, no se atuvieron a la relampagueante coyuntura ni se tragaron la gambeta del ruido mediático. Antes bien nacieron con un extraño ánimo de ser útiles más allá del diario, de orientar hacia libros e ideas que en efecto sirvieron ayer y pueden servir hoy a quien las lea. Experto en lo suyo —las finanzas, las inversiones, la economía y sus, para muchos, esotéricos flecos—, Heriberto ha logrado atravesar por su experiencia profesional y sus lecturas para condensar en animados textos lo que para tantos es opacidad, confusión y a veces pleno misterio. No dudo que sus consejos, sus aerodinámicas conclusiones y su galería de buenas fuentes disuelvan dudas al lector poco avisado en estos temas y de paso acerquen, si fuera el caso, la simpatía del conocedor, su homólogo.
Los noventa artículos que pueblan estas páginas fueron en un primer momento preparados para la prensa lagunera. Heriberto los publicó semanalmente en su espacio del diario Milenio Laguna, y algunos aparecieron además en otros medios impresos como la revista Expansión.
Al volver las hojas de El interés más sincero veo en suma al amigo con el que he conversado, al Heriberto que me ha convidado ya tantas veces al amable flujo de su charla. Es difícil explicar lo que consideramos esencial, y una personalidad lo es. La de Heriberto es respetuosa, cordial, solidaria, optimista, luchona, como decimos por acá. Jamás lo he visto airado, jamás he oído de él una palabra de quejumbre y desaliento, jamás le he percibido mala leche contra nadie, ni siquiera contra quienes la merecen, aunque sí rabia ante la injusticia y puntiagudo sarcasmo ante los brutos que la ejercen. Creo que si lo miramos con atención —en el fondo y como quería Montaigne para sus Ensayos—, él, Heriberto, es el tema de este libro.
Accedamos pues al espíritu que guardan estas páginas. Dialoguemos con los noventa pretextos de Heriberto Ramos Hernández e iniciemos con ellos alguna conversación.
Comarca Lagunera, 15, septiembre y 2015

Nota: El interés más sincero. Noventa pretextos para iniciar una conversación (Interamericana, Torreón, 2015, 262 pp.) es asequible en la librería El Astillero (Morelos 567 poniente, Torreón).

miércoles, diciembre 23, 2015

Convite de Agustín Yáñez




















Mientras nos distraemos con decenas de escritores que van y vienen, muchos de ellos movidos sólo por palancas marquetineras, se nos pasa la lectura de artistas verdaderamente grandes, de hombres colocados al margen de aparadores siempre atiborrados de libros que no resistirán el peso del tiempo y serán olvidados poco más allá de su pequeña cresta publicitaria. Uno de esos escritores tocados por la perennidad y ajenos desde hace mucho a los grandes anuncios es Agustín Yáñez. Autor de una de las obras más sólidas del siglo XX mexicano, Yáñez permanece porque sus ficciones fueron escritas con un sentido profundamente consciente de lo estético. Como pocos escritores, Yáñez supo trabajar los materiales temáticos que le quedaron más a la mano con una prosa cuyo aliento poético se distingue en cualquier trazo.
Si el lector de hoy desea convivir con libros en los que palpita el imán de la belleza, todo es que busque, por ejemplo, Las tierras flacas, La creación o Al filo del agua, historias que jamás defraudarán porque su hacedor supo recoger en ellos el alma de seres vivos movidos por impulsos y apetencias inmediatos, hombres y mujeres que interactúan en universos retratados con emotiva densidad, siempre descritos con una voluntad de estilo como pocas veces se ha visto en la literatura mexicana. Si Yáñez sigue siendo un escritor de altos alcances se debe, reitero, a que en sus obras no hay un solo párrafo mal urdido.
Devoto lector de Yáñez, Saúl Rosales sentía tener una deuda con él y la saldó hace poco en un libro doblemente titulado: Mi iconografía del barrio de Yáñez y ¿Que dónde nació Agustín Yáñez? La portada amplia que se trata de dos crónicas y que tales textos vienen acompañados por fotos. Es pues un libro completamente volcado al gran escritor de Guadalajara, un homenaje de lector agradecido con el genio y la figura de, tal vez, el más dotado narrador que haya dado el estado de Jalisco si olvidamos por un momento a Rulfo.
El escritor lagunero camina el espacio infantil de Yáñez, escudriña sus calles, observa sus edificios y registra con palabras y con imágenes (tomadas por él mismo) lo que pudo ser la realidad —porque ha cambiado— del gran escritor. Como corresponde al tema, todo lo dibuja con el delicado tratamiento de la crónica, un género que permite el lujo poético, un lujo que nos convida a revisitar tanto el espacio físico como el literario de Agustín Yáñez.

sábado, diciembre 19, 2015

Espíritu recaudatorio




















Tiene casi ochenta años, goza de buena salud y conduce una austera Ford 2008, su vehículo de trabajo. Es un hombre sereno, respetuoso y ajeno a los problemas con los demás. Para él, su trabajo es un asunto de responsabilidad, disciplina y paciencia. Así ha sido durante más de sesenta años. Jamás ha tenido altercados de tránsito, pues desde que maneja lo hace con absoluta corrección, sin precipitarse, seguro de que nunca hay razón para pisar el acelerador a fondo. En todo es un tipo correcto, un hombre de antes, un viejo de los que se formaron en la intuitiva caballerosidad de los cincuenta. Este tipo es mi padre, pero podría ser cualquier otro señor de esa edad y con esa educación ciudadana.
Pese a eso, muy recientemente lo han multado un par de veces casi seguidas por exceso de velocidad. Sí, un hombre que jamás ha burlado un semáforo en rojo, que jamás se ha estacionado en lugares prohibidos, que jamás ha conducido sin papeles o sin láminas, en los días cercanos se ha convertido en una especie de Fittipaldi según los radares de la autoridad gomezpalatina. Por supuesto, no les creo a esos radares y no le creo a la autoridad que los habilita no para prevenir accidentes y proteger a la ciudadanía, sino para recaudar.
Según el registro de los radares que han provocado las dos multas, mi padre se ha excedido dos o tres kilómetros por hora del límite fijado. Un exceso ridículo, imperceptible al ojo humano, pero suficiente para sancionar porque los radares no mienten. En otras palabras, no se aplica un sentido común preventivo: que pasarse dos o tres kilómetros del límite sirva para amonestar, para recomendar, para advertir, no para multar, y que excederse descaradamente en efecto motive las sanciones. Si no fuera así, las carreteras harían énfasis con luces y letreros en puntos muy visibles y los radares estarían en sitios adecuados para prevenir, no donde es casi seguro que el conductor va a caer en la telaraña para ser multado.
Doy un ejemplo que me queda cerca, pues aunque soy un caminante irredento más que un conductor (odio manejar), debo atravesar este punto con cierta frecuencia. Es el paso aledaño al Issste por la avenida Allende. Siempre me he preguntado por qué los agentes se colocan exactamente al lado del hospital y no unos cien metros antes. Claro, colocarse un poco antes sólo les daría margen para prevenir, no para multar, y por allí no va el negocio.
El gobierno, en todos sus niveles y movido siempre por un feroz espíritu recaudatorio, lo que quiere es el dinero de la ciudadanía, no su seguridad.

miércoles, diciembre 16, 2015

Nuevo compendio alburológico
























¡Chiquita y no te la acabas! Guía práctica del albur fue publicado este año con el sello de Cinar Ediciones S.A. de C.V. Su autor es Martín Durán, de quien la solapa nos informa que nació en el DF hacia 1972 y ha sido bajista en grupos como Monocordio, El Palomazo Informativo y Mantarraya. Además, que ha operado como guionista radiofónico, columnista y actor de “nivel (secundario)”; también que le ha hecho al ingeniero de audio para Santa Sabina, Julieta Venegas y Ely Guerra. La segunda solapa observa que “Se considera a sí mismo un soñador porque necesita por lo menos doce horas de descanso para sentirse más o menos en onda”. Asimismo, apunta que “es la única persona viva conocida que ha escrito más libros de los que ha leído”.
Como podemos apreciar, las solapas anuncian el tono jocoso que los lectores hallaremos en un libro dedicado al tema de la jocosidad en este caso envasado en frases con doble sentido, en los llamados albures que se han convertido desde hace décadas en un divertimento habitual sobre todo entre los hombres nacidos aquende nuestras fronteras.
Tengo para mí que la cultura del albur es chilanga, y que desde allí, gracias a los medios de comunicación, pasó a simpatizar a todos los mexicanos que en el relajo cotidiano juegan y quieren humillar risueñamente a sus cercanos. No digo nada nuevo. Igual, que en el albur, para que lo sea, siempre deberá estar presente, de manera alusiva, el falo y todos los orificios que en el ser humano hay. No por otra razón el albur, al ser del dominio casi exclusivo de los machos, se deja penetrar —dicho esto sin albur— por insinuaciones homosexuales, es decir, en él gana el macho que se coloca como activo frente al vencido que para serlo debe quedar en una posición pasiva, todo esto, por supuesto, en freudiano sentido figurado.
El lagunero Gilberto Prado Galán colabora en el prólogo del libro, y luego de sus palabras nos internamos en las honduras del albur puesto en acción. Un poco como la Picardía mexicana de Armando Jiménez, su famosísimo predecesor, ¡Chiquita… avanza por secciones bien definidas: nombres impropios, lugares, medicinas, pájaros y chiles, flores y frutos, y al final una estancia dedicada a “oficios” armada con breves historietas espléndidamente dibujadas por Jorge Aviña.
No hay terreno para alburear en el breve espacio de esta columna. Sólo diré que es un libro ya reseñado muy elogiosamente por el gran escritor Agapito Veles Ovando oriundo de Tejeringo el Chico.

sábado, diciembre 12, 2015

Sueños sin Moleskine


















Sucede con frecuencia en el grupo de escritores: mientras los interlocutores hablan, no falta que alguno se separe mentalmente de la conversación, saque un cuadernito, desenfunde el bolígrafo y escriba algo en secreto: una idea, una palabra, un dato, lo que sea, no lo sabemos. Allí queda, oculta al mundo, una larva de lo que después será, cómo saberlo, un poema, acaso sólo un verso, un cuento, acaso sólo un párrafo, quizá nada. Es una manía de escritor, y es tan visible que en ocasiones puede ser una pose, apenas una simulación para que el grupo que ve el acto aprenda a respetar.
No fui ni seré de los que usan cuaderno de notas. He intentado algunas veces, e incluso hice la lucha con el famoso Moleskine, pero el experimento arrojó un saldo lamentable: apenas quise escribir en esas exquisitas páginas y sentí horror ante la posibilidad de mancillarlas con mi letra siempre chueca, infantil. En nada se parecía el resultado a los cuadernos de escritores legendarios o cercanos, y el miedo a sentir que esas paginitas color crema podían caer en otras manos me bloqueó de modo radical. Comencé en mi vida tres cuadernos de notas, y en ninguno pasé de las tres o cuatro hojas.
Esta casi invisible incapacidad tiene que ver en algo con la formación. Desde que comencé a escribir usé máquina para no ver la fea letra que me salía de la mano. Sólo unos cuantos textos de 1985 u 86 pude escribir a lápiz o a bolígrafo. Pronto advertí que las palabras me fluían mejor si las tecleaba, así que la convivencia con la máquina mecánica me duró, aproximadamente, de mediados de los ochenta hasta 1993, cuando compré mi primera computadora. Desde entonces, sólo una vez, en 2004, y a falta de otra herramienta, escribí un cuento a bolígrafo sobre el envés de un plano. Estaba fuera del país, no cargué computadora, no había máquinas mecánicas y ni siquiera hojas, así que tomé la parte clara del plano para desarrollar una historia que en aquel momento pugnó por salir. No sé si la experiencia me gustó. Supongo que no, pues jamás la repetí.
Hubo un tiempo, como lo señala Francesco Piccolo en Escribir es un tic, libro que aprecio mucho, en el que rivalizaron pluma/papel, máquina de escribir mecánica y “ordenador”. Muy poco después, la herramienta intermedia fue brutalmente eliminada, y quedaron en el ring el cuaderno y la computadora. Hoy, creo, el teclado electrónico ya ganó la guerra, pero no faltan quienes todavía escriben a mano al menos sus veloces notas. Yo ni eso, como dije. Hoy tomo notas en el celular, con el programa Evernot, y todo fluye bien. Al menos no se da el bloqueo sufrido en mi fracaso Moleskine.

miércoles, diciembre 09, 2015

Numerotes de la FIL












La Feria Internacional del Libro de Guadalajara ya arroja puros numerotes, valga el aumentativo. Este año desfilaron en ella 792 mil personas, un cinco por ciento más que el año pasado; dado, entonces, que permanece abierta nueve días, 88 mil personas caminaron diariamente sus pasillos, lo que equivale, dicho esto para darnos una mejor idea de su tamaño, a casi el cupo del estadio Azteca movido en este caso no por el futbol, sino por los libros y toda la paleta de actividades que convoca.
Desde 2001 he asistido a diez u once de sus ediciones y siempre, año tras año, he sentido que crece, que parece un mutante al que le van saliendo extremidades: auditorios, pasillos, estacionamientos, pabellones, vallas. No sé realmente a dónde irá a parar, pero ya anticipo que el año próximo, cuando cumpla su aniversario treinta, batirá sus propias marcas. Es de esperarse, pues ahora no habrá país invitado, sino región: América Latina, lo que asegura un río de visitantes extranjeros y una derrama económica asombrosa si subrayamos que se basa en un objeto en apariencia apuñalado de muerte: el libro.
Contra todo lo que podemos imaginar, la FIL ha hecho que al menos en su seno los libros tengan un protagonismo indiscutible. Cierto que molestan ciertos detalles, como el hecho de que muchos aprovechen ese descomunal foro para promover, por ejemplo, libros-basura, mamarrachos “escritos” estrictamente para el mercado, como los de algunos “youtubers” o “artistas” o “motivadores”, pero también es verdad que al lado de esas inevitables lacras se visibilizan, muy bien movidos por la publicidad actual, libros valiosos de todas las disciplinas y para todas las edades.
Creo por esto que la FIL, espacio que alguna vez tuvo un humilde comienzo y ahora es un océano de oportunidades para la lectura, seguirá creciendo hasta llegar al millón de visitantes en la suma de nueve días. No sé exactamente cómo se verá cuando eso ocurra, pero sin duda hay que esperarlo y hay que asistir cuando se dé. Por lo pronto, tengo como en otras ocasiones la impresión de haber estado, pasada su más reciente convocatoria, en una especie de paraíso artificial, en una burbuja que coloca a la palabra en una dimensión muy pocas veces vista en otros lugares.
Podrá uno plantear asegunes, pero la FIL ya hace varios años que cuajó y se ha convertido en el acontecimiento cultural más importante de nuestro país. Quien lo dude que vaya el año próximo: no podrá ni caminar entre tanta gente vendiendo y comprando libros. Sí, aunque suene extraño: libros.

sábado, diciembre 05, 2015

La Gaceta con Del Paso en la FIL













En la FIL de Guadalajara se da un caso asombroso: leer gratis. Es enorme la cantidad de periódicos, suplementos, folletos, cuadernillos, catálogos y no pocos libros que uno puede encontrar por allí con sólo caminar y estirar la mano. Por supuesto muchos tienen un afán publicitario, pero otros, no pocos, son documentos con valor auténtico y nutridos con ricos contenidos. Un ejemplo de esto es el ejemplar 439-440 (doble) de La Gaceta del FCE dedicado íntegramente a Fernando del Paso, premio Cervantes 2015. Son 35 páginas en formato tabloide (más o menos como el de Milenio Laguna) con ensayos, artículos y reseñas que dan una idea significativa sobre la figura del, quizá y sin quizá, más importante novelista mexicano vivo.
La Gaceta del FCE ha sido siempre una publicación extraordinaria. Recuerdo que hace varios años, cuando Felipe Garrido instaló la librería Unicornio en el anexo del TIM, había siempre ejemplares disponibles, de obsequio. No era necesario comprar libros para poder sacar de allí ejemplares de La Gaceta, de manera que procuré hacerme y conservar, hasta la fecha, algunos números monográficos como los editados en torno a las figuras de Ramón López Velarde y Alfonso Reyes. Ahora, el número sobre Del Paso es del mismo pelaje: monográfico, de esos que uno dudaría en tirar después de leerlo.
Por suerte aparece completo en internet. Todo es cuestión de rastrear en Google “la gaceta del FCE” para acceder a sus hojas en formato PDF. “Estas páginas son un aplauso de papel de parte de quienes, desde el Fondo, admiramos al escritor y al ser humano, fuerte y digno en los buenos y los malos momentos. Felicidades a Del Paso cervantino”, cierra el editorial y en efecto, al transitar ese aplauso en negro sobre blanco uno queda convencido, nuevamente convencido, de la resonancia que el autor de Noticias del Imperio tiene en nuestra república literaria. Y más: como es un recorrido con ánimo abarcador, damos un vistazo periférico a todas las facetas delpaseanas: la de narrador (que es la principal), la de poeta, la de apasionado de la historia, la de biógrafo, la de cervantista y la de frecuente articulista de prensa. En otras palabras, confirmamos en este número que Del Paso no sólo es autor, lo que sería suficiente, de tres novelas fundamentales de la narrativa mexicana, sino mucho más: un espíritu abierto, poliédrico, un premio Cervantes sin sombra de duda y el escritor cúspide en la FIL 2015.

miércoles, diciembre 02, 2015

El Gauchito, brutalidad y belleza




















Hace un año leí El retobado. Vida, pasión y muerte del Gauchito Gil (Continente, 2011, 91 pp.), de Orlando Van Bredam. La palabra “retobado”, y el sobrenombre y el apellido del protagonista quizá digan poco, o nada, en México. Retobado, según el lexicón de la RAE, es indómito, obstinado, y en una tercera acepción marcada como coloquialismo de Perú, Paraguay y Argentina, es enojado, airado, enconado. En cuanto al apodo, obviamente es diminutivo de gaucho, y Gil es el apellido de Antonio Mamerto, personaje nacido en Payubre, provincia de Corrientes, Argentina, alrededor de 1840.
Las dos fechas retienen la vida de un sujeto que sin querer, porque el destino a veces es así, pasó a la historia y se convirtió en leyenda popular. El Gauchito Gil o “el Gauchito” a secas, como se le conoce en la Argentina, es una especie de santo no oficial venerado en aquel país, un personaje que motiva santuarios, peregrinaciones, estampas, oraciones y todo lo que habitualmente se le dedica a un intercesor. Las versiones sobre su existencia no se ponen de acuerdo en muchos detalles, pero eso es precisamente parte de lo que convierte en mito al mito: no tener una versión única del personaje y sus hechos, lo que alimenta la imaginación popular.
Apresado y degollado luego de mil andanzas que mezclan lo delincuencial con lo político, se cuenta que el Gauchito dijo a su verdugo unas palabras: reza por mí y tu hijo enfermo se salvará. El verdugo, luego de matar a Gil, rezó y su hijo continuó vivo. A eso, claro, siguió una creciente veneración, inmensa hoy.
Encarado con garra, este relato sobre el Gauchito Gil es una novela intensa y bien articulada sobre un personaje histórico e icónico de la Argentina. Más allá, sin embargo, de su carnadura real y de los supuestos milagros que obra, el Gauchito Gil es aquí una especie de pretexto literario; lo que El retobado reconstruye es pues, en el fondo, la atmósfera violenta del siglo XIX argentino que es el siglo XIX latinoamericano y acaso los siguientes siglos, pues la violencia no ha cesado y en ella se confunden fácilmente la realidad y la superstición. Escrita con un estilo a un tiempo áspero y poético, hermosa dentro de la fiera rusticidad del ambiente que coagula, la novela de Van Bredam ficcionaliza un tema en cuyo centro está, en efecto, el drama de Antonio Mamerto Gil, pero también el hombre —cualquier hombre— echado a caminar en la oscuridad, entre la ignorancia, el arrojo y la barbarie.
Es en suma una novela que impresiona por eso: por su capacidad para extraer belleza allí donde sólo parece haber brutalidad, sangre sin fin.

sábado, noviembre 28, 2015

Un breve experimento













Hago un experimento. “En las debilidades del Estado moderno”, artículo de Umberto Mazzei, este politólogo italiano describe algunas características del actual estado mexicano. Por claro y contundente, lo cito in extenso: “El problema central del Estado moderno es la representación de la voluntad popular. Con los sistemas actuales de sufragio periódico, el elector delega su voluntad política con el voto y la soberanía popular se desplaza a sus representantes. En realidad, se desplaza a los partidos políticos, que suelen ser poco democráticos y por eso vemos perpetuarse las camarillas de los mismos en el poder, jugando a las sillas ministeriales.
Esa perversión existe por la pérdida del sentido comunitario, que es la base implícita de la representación; en su lugar ahora se consulta a masas desconectadas, amorfas, fáciles de manipular, como dice José Ortega y Gasset en La rebelión de las masas. La representación y la base social amorfa, promueven una clase de políticos profesionales que se constituye en una oligarquía que defiende por igual intereses propios o de particulares, en un clima de confusión irresponsable, como dice Alain de Benoit. Son gobiernos elegidos que no trabajan por los intereses de la gente y del país; son gobiernos de Partidocracia, como ya decían en los 60 Giuseppe Maranini, Georges Burdeau, Maurice Duverger y otros sociólogos políticos. La partidocracia siempre servirá intereses propios y no de esa mayoría que engatusa con cuentos ideológicos, slogans, promesas mentirosas y onerosos espectáculos de movilización.
En el estado moderno, las telecomunicaciones son el principal instrumento para orientar esa opinión pública informe y llevarla hacía los objetivos que se desean, al punto de que se convirtieron en importante arma de guerra. Arma para la guerra cultural y psicológica, la de desinformación y propaganda; cuyo último frente operativo son Internet y las redes sociales”.
Bien. Mi experimento consiste, o consistió ya, en simular que el texto citado se refería a México. Mazzei habla en general, ciertamente, pero al leerlo me pasó lo que quise compartir con el breve simulacro: tuve la impresión de que en muchos puntos describía a México, sobre todo en el referido a nuestros gobernantes: “una clase de políticos profesionales que se constituye en una oligarquía que defiende por igual intereses propios o de particulares”. Casi nada. Más claro ni el agua o las trapacerías del Verde Ecologista.

miércoles, noviembre 25, 2015

Gorilismo mediático












Con mayor o menor claridad, en México no hemos dejado de sentir jamás el peso de la represión volcada desde el Estado a quienes lo contradicen. Un simple corte temporal de los setenta para acá nos trae el horrendo recuerdo, en ambos extremos del lapso, de la guerra sucia echeverrista a las matanzas solapadas por el gobierno actual, todo sin alguna pausa sexenal que merezca consideración. Cuántas vidas ha costado perpetuar al mismo régimen y cuánta ausencia de castigo hemos tenido. En síntesis, aquí podrá haber masacres una y otra vez; memoria, justicia y castigo, no.
Gran parte de la desmemoria y de la injusticia pasa por el relato de los medios que borran o achican los excesos de bestialidad, si es que la bestialidad no contiene en sí la palabra exceso. Esto, sin embargo, no es privativo de México, aunque aquí sea casi incontestable el poder del corpus mediático. En la Argentina, por ejemplo, se dio la rareza de que los medios hegemónicos quedaran en la acera de enfrente con respecto del gobierno. Caso rarísimo en la actualidad latinoamericana, casi un alebrije si pensamos que en general los gobiernos necesitan de los medios para hacerse del poder y después legitimarse. Esto costó, durante doce años, una embestida feroz, diaria, contra todas las medidas emprendidas por el gobierno, muchas de ellas visiblemente contrarias a los intereses del poder económico.
¿Y cómo se demuestra que el kirchnerismo operó sin respiro contra la ferocidad de los medios —es decir, de los voceros del capital— y en favor de las clases populares? Fácil. Apenas perdió el candidato oficial en la jornada electoral del domingo 22, el editorial del periódico La Nación, representativo de la derecha ganadora, propuso meter reversa a los juicios (una “venganza”, arguyeron) contra los represores prohijados por la dictadura.
Eso no fue lo extraordinario, ya que La Nación, Clarín y muchos medios afines sólo se dedicaron a golpear/mentir durante doce años, sino la reacción que provocó inmediatamente: el repudio no sólo del lector mayoritario, sino también de los trabajadores del periódico que organizaron una foto colectiva en una de las salas de redacción: allí aparecen con carteles que expresan “Yo repudio el editorial”. “Tan brutal es el texto que varios periodistas y otros trabajadores del mismo diario lo cuestionaron en asamblea y redes sociales”, comentó Mario Wainfeld, analista político. En suma, estos medios cavernarios ya no informan y/u opinan; ahora ordenan y quieren decidir sin pudor, sin eufemismos, sin descanso.

sábado, noviembre 21, 2015

Domingo argentino















Los argentinos amanecerán el lunes con el nombre de quien será su nuevo presidente. Las elecciones de mañana domingo, una segunda vuelta o “ballotage”, presentan a dos candidatos claramente definidos en su trayectoria y en los intereses que representan. Por un lado está Daniel Scioli, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y por el otro Mauricio Macri, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ambos llegaron primero y segundo, respectivamente, en la primera vuelta electoral que no marcó entre ambos una distancia suficiente, lo que por ley forzó la segunda vuelta de mañana.
Más que estos dos hombres colocados en la recta final de un agitado proceso eleccionario, los que están en disputa son dos modelos claramente diferenciados aunque Macri, en los días recientes, se haya cargado discursivamente al otro lado para allegarse votos de indecisos. Para nadie es un misterio que Macri es la derecha, el neoliberalismo, la apuesta por una adscripción ceñida a las reglas del mercado. En la otra acera, Scioli encabeza el proyecto de continuidad que allá es llamado “kirchnerista” y lleva ya doce años en el control del gobierno federal.
En vez que analizar el pasado inmediato, o sea, el pasado “K”, y el presente electoral con todos sus dimes y sus diretes polarizados, habría que asomarse a la situación previa para entender por qué muchos vemos como meritorio el trabajo de cirugía mayor emprendido en la Argentina desde que Néstor Kirchner accedió al poder, esto en 2003. Antes de este año bisagra, aquel querido país sudamericano se encontraba no en la lona, sino enterrado en prácticamente todos los renglones de su vida pública. El grado de deterioro en los planos económico, social y político era tan escandaloso que sólo un milagro podía sacarlo del hoyo. Nadie, ni los que lo hicieron posible, esperaban que ese milagro se diera, pero se dio, asombrosamente. Con Néstor y luego con Cristina, la Argentina reconfiguró su agenda de prioridades y a los tumbos, con errores y tropiezos, ha logrado avances impensables en 2002. Son muchos e innegables, pero la prensa hegemónica los borra o los minusvalora porque precisamente ha sido, entre otros, uno de los sectores tocados en sus intereses.
Nadie puede afirmar que el kirchnerismo fue la panacea y que ha gobernado a la perfección, pero es mezquino regatearle mérito cuando fue esta corriente política la que rehidrató algo de esperanza al país devastado. Mañana hay pues dos sopas en aquella hermana república: tirar los difíciles logros obtenidos en doce años o abrir otro periodo no entreguista a los propósitos de una minoría rapaz. 

miércoles, noviembre 18, 2015

Barbarie y solidaridad










A lugar común ha llegado la opinión que tenemos sobre las noticias de cada día: la mayoría trata sobre desastres, calamidades, hecatombes, cataclismos, crímenes, delitos, política local e internacional. No parece haber rincón del globo sin saqueos, ecocidios e inagotables derramamientos de sangre. Pero hay de noches a noches, como la del viernes 13 que fue particularmente brutal por los atentados en París y la resonancia mediática que inmediatamente tuvieron.
Es imposible no sentir una mezcla de irritación, asco e impotencia al ver las imágenes de los actos terroristas. Si la violencia es repudiable, más lo es aquella que ataca indiscriminadamente, es decir, la que dispara o hace estallar explosivos sin calcular la presencia de inocentes, muchos de ellos jóvenes, niños y ancianos que simplemente están allí, ajenos por completo a los conflictos políticos y religiosos.
No creo ilegítima la solidaridad expuesta en las redes sociales (la más recurrente desde el viernes es la que exhibe fotos de perfil con la bandera de Francia o la estilización del signo “amor y paz” con la torre Eiffel), aunque parece más movida por el efecto de shock catapultado desde los medios que por una genuina identificación con las víctimas. Dada la importancia de Francia, país ejemplar en muchísimos sentidos, no falta que en automático queramos manifestarle apoyo así sea con una modesta foto de perfil en Facebook. Reitero que esa solidaridad al país agredido es legítima y no podemos tomarla a broma.
Lo que también me parece legítimo es reclamar iguales muestras de indignación y solidaridad ante los hechos que no necesariamente difunden los medios hegemónicos, como las permanentes intromisiones y agresiones cuasi (o sin cuasi) terroristas de países como Estados Unidos en otros que en teoría son “enemigos de la libertad”. A esos países los han golpeado por décadas, han diezmado su población y destruido sus economías sin que la comunidad internacional repare en su calidad de víctimas. Igualmente, los preocupados y ya casi resignados por la violencia que no aplasta más de cerca, como la mexicana, somos casi exclusivamente nosotros mismos. Miles de muertos en México no han motivado una denuncia internacional en forma, y tal parece que a los países con intereses económicos en México les importa más el gobierno mexicano que los mexicanos. No se trata, claro, de regatear la solidaridad, sino de hacerla congruente, más pareja, y México necesita mucha.

sábado, noviembre 14, 2015

HNSF quince años después




















Las iniciales que encabezan este texto significan Hoy no se fía, libro que recién, en septiembre, cumplió quince años. Quince años que, ahora lo veo así, se han ido en un parpadeo. Recuerdo que ese libro fue el segundo que organicé con material del taller literario de la Universidad Iberoamericana Torreón, entonces y ahora la universidad que más publica en La Laguna. El primer libro del taller llevaba un título sugerente: Alba de la semilla, una metáfora que se me ocurrió para insinuar que la semilla (es decir, el joven escritor) apenas estaba amaneciendo, apenas veía el alba.
Hoy no se fía fue un libro más hecho en formato y, principalmente, en contenido. Reunió al club de Toby que en aquel entonces era el mencionado taller, y al revisar sus páginas advierto que todos, para mi nada secreto orgullo, siguieron el camino de la escritura. Los menciono a la carrera. Miguel Báez Durán, quien radica en Montreal desde hace más de diez años, ha publicado ya varios libros de narrativa y crítica de cine (Miel de maple, Vislumbre de cineastas...); sé, porque sigue siendo mi amigo cercano, que su trabajo todavía inédito es amplio, y en esto incluyo su crítica “ocasional” de cine, tan bien escrita e informada que no desencajaría en recipiente de libro. Daniel Herrera ha trabajado con ganas y hoy es ya un narrador más que estimable; sus libros Polvo rojo, Melamina y (recientísimo) Quisiera ser John Fante acreditan su vena como constructor de ficciones agrias y divertidas. De Daniel Lomas puedo decir que me gusta todo lo que ha publicado; no es mucho, pero tiene una calidad digna de observación; su poemario Una costilla de la noche, su novela Morena de mar y su libro de cuentos Tres balas de juguete testimonian una bien afinada vena creativa. Rodrigo Pérez Rembao acaba de ser integrado a la antología Norte, de cuentos, preparada por Eduardo Antonio Parra y publicada con el sello de Era; le perdí un poco la huella, vive en el DF, trabaja como periodista en revistas especializadas y sé que también sigue escribiendo narrativa. Por su lado, Enrique Sada es columnista en este diario y no deja de estar cerca de su principal interés: la historia de México en el siglo XIX, sobre todo en la franja que se refiere a nuestra independencia. Por último, Édgar Salinas Uribe, quien ha dedicado sus afanes de escritura al periodismo de opinión (también colabora en este diario), el ensayo histórico-sociológico y la narrativa.
Todos, pues, siguen en esto, escribiendo. Hace quince años yo deseaba que fuera así, y así fue.

miércoles, noviembre 11, 2015

Solazos y resolanas, 51 evocaciones










Este viernes a las seis de la tarde en la Plaza Mayor de Torreón será presentado Solazos y resolanas, la comarca vista desde fuera por laguneros de palabra, libro que imaginé en 2007 y en el que trabajé desde entonces a muy diferentes ritmos, con pausas y celeridades dependientes del azar y de mi tiempo disponible. Como lo explico detalladamente en la nota preliminar, mi propósito inicial fue enviar un cuestionario a diez o quince escritores, periodistas y filósofos cercanos a mi afecto y radicados fuera de La Laguna. Las preguntas, todas sencillas, buscaban esculcar en sus recuerdos sobre la comarca y, claro, en sus experiencias fuereñas.
Como siempre pasa cuando uno investiga algo y levanta las antenas, los datos comenzaron a brotar de todos lados y muy pronto descubrí laguneros de palabra que por una razón u otra no conocía o había tratado poco, y decidí incluirlos. Así, a los pocos nombres iniciales se sumaron varios más y para 2013 tenía ya cerca de cincuenta. Al principio deseaba financiar la impresión del libro, pero esto se tornó imposible cuando vi que el material rasguñaba las 400 páginas. Tuve que esperar hasta 2015 para hallar un auspicio y lo encontré en el área de literatura de la Secretaría de Cultura de Coahuila.
En total, pues, son estos 51 entrevistados: Rafael Acosta, Francisco Aldama Nalda, Vicente Alfonso, Gerardo Amancio Armijo, Pablo Arredondo, Nancy Azpilcueta, Miguel Báez Durán, Josué Barrera, David Beuchot, Mauricio Beuchot, Wenceslao Bruciaga, Salvador Castañeda, Raúl de León, Fernando del Moral, Paulina del Moral, Enriqueta del Río, Frino, Luis García Abusaíd, Enrique García Cuéllar, Gerardo García Muñoz, Norma Garza Saldívar, Esperanza Gurza, Gerardo Hernández, Jaime Hernández López, Marisa Iturriaga, Antonio Jáquez, Carlos Lara, Idoia Leal Belausteguigoitia, Alfredo Loera, Enrique Lomas, Miguel Luna, Fernando Martínez, Juan Morales de la Garza, Ignacio Morales Pámanes, Margarita Morales, Gerardo Moscoso, Enriqueta Ochoa, Rodrigo Pámanes, Mirna Pineda, Gilberto Prado Galán, Javier Prado Galán, Teresa Rodríguez, Sergio Rojas, Saúl Rosales, Inés Sáenz, Salvador Sáenz, Fernando Fabio Sánchez, Jorge Valdés Díaz-Vélez, Édgar Valencia, Rogelio Villarreal y José Juan Zapata.
Todos ellos tienen en común que son laguneros de oriundez o crianza y escriben y han publicado literatura, periodismo, filosofía, historia…; también, que radican o radicaron en varias ciudades de México y del mundo como, entre otras, Roma, Valencia, Eindhoven, París, Dunkerque, Houston, Montreal, Rabat y Buenos Aires.

domingo, noviembre 08, 2015

Elogio de los tacos






















“En el séptimo día, dios creó los tacos, vio que estaban bien sabrosos y se echó otra orden”, pudo haber quedado escrito en el Génesis. Así de esencial me parece el taco, tanto que no me hubiera extrañado su maravillosa aparición en la Biblia. Pero el taco no está allí, en el libro por antonomasia,  porque es americano, más específicamente, mesoamericano, y más todavía, mexicano. Tan mexicano es que si me apuran un poco puedo afirmar, categórico, que no hay nada más nuestro que este animal gastronómico, esta especie de alebrije para el estómago: humilde y a la vez delicioso, sencillo y a la vez sofisticado, inocente y a la vez temible por los kilos que puede añadir en nuestro organismo.
El taco, por ello, merecía algo más que fauces al acecho, merecía un libro. Claro que era difícil escribir algo sobre el taco, pues, como la carta robada de Edgar Allan Poe, de tan evidente es casi invisible para nosotros. Esta laguna, sin embargo, ya ha quedado subsanada con La tacopedia, obra maestra de la investigación histórico-gastronómico-intestinal que le debemos a Alejandro Escalante, experto tacólogo.
Contra lo que podríamos pensar, no es un libro ligero ni por su contenido ni por su peso en papel. Voluminosa, tamaño carta para que las fotos luzcan y los tacos retratados casi huelan, La tacopedia es en efecto un periplo enciclopédico por el fascinante universo del taco, y como el taco es sinónimo de México, este libro puede ser considerado, desde ya, epítome de mexicanidad.
Fui, lo confieso, de los que se fueron y seguramente seguirán yéndose con la finta sobre la idea en teoría jocosona que insinúa el título. Antes de degustar sus páginas pensaba que se trataba, claro, de una idea original con un abordaje en el que predominaría cierto tono divertido y populachero. Tiene, por supuesto, muchas pinceladas de tal tono, pero si consideramos su valor como documento histórico, sociológico, antropológico y anexas, nos llevaremos la sorpresa nada ingrata de que La tacopedia nos atiende en todos estos sentidos.
Luego del excelente preámbulo de Jorge F. Hernández (titulado “Un pase de taquito”), La tacopedia arranca con la explicación de Escalante acerca de la importancia del taco, de su sencillez y de su compejidad, de su ubicua residencia en la panza de los mexicanos (“Un taco se compone , simplemente, de tortilla, contenido y salsa: la santísima trinidad de México”). Con una prosa que avanza, a decir del prologuista, como “quien se echa un taco”, Escalante no entra de golpe al tema del taco en sí. Antes de eso describe con muy pertinente información la materia prima de este producto impar, el ingrediente sin el cual los tacos no serían posibles: el maíz.
Maravillados quedaremos, de veras, cuando sepamos que esta ojiva con dientes fue construida como la conocemos no por la naturaleza, sino por el ingenio de los agricultores mesoamericanos que tras muchos siglos de paciente observación y mixtura consiguieron mazorcas adecuadas para la ingesta de comunidades enteras. Después, otro portento: la nixtamalización con cal viva, proceso mediante el cual a cada grano se le anulan la cutícula y el pezón para luego hacer la masa. Ya con la pasta lista, lo siguiente, muy bien documentado por el investigador, fue su torteo y su colocación en el comal, y en uno o dos minutos el milagro: nace la tortilla, la cuchara que se come, ese círculo perfecto en forma, temperatura, tamaño (ergonómico), flexibilidad, resistencia, tenue olor y sabor no recargado. Además, por si fueran pocas las susodichas formas de la perfección, en precio.
La tortilla fue, digamos, el hágase la luz del taco. Sobre su grácil superficie puede caber buena parte del universo comestible. Y es lo que sigue, la parte más amplia, en La tacopedia: los demasiados ingredientes (minerales, animales y vegetales solos o combinados) que al aterrizar en la tortilla transforman nuestro apetito en cosa del pasado, en necesidad sofocada. Todos o casi todos los tacos emblemáticos del país desfilan en estas páginas. De cerdo, de res, de pollo, de pescado, de verduras como la papa o el aguacate, dorados, al pastor, de mil guisos barrocos, de insectos como grillos y escamoles, de todo, incluso “primos” del taco, así los llama Escalante, como las enchiladas, las quesadillas, las flautas, los sopes, las tlayudas, los tlacoyos, las gorditas e incluso, parientes más lejanos, los tamales. Capítulo aparte, obvio, tiene el toque mágico de todo taco bien nacido: las salsas, ese satélite sin el cual la galaxia taqueril no estaría completa.
No es costumbre traer anécdotas personales a una reseña como ésta, pero haré una pertinente excepción. Cuando recién cayó La tacopedia en mis manos era ya la hora de comer, y mi hambre calaba hondo. Al leer el prefacio de Jorge F. Hernández pensé que estas palabras eran una generosa hipérbole: “Todo lector de este libro asume el desafío de recorrer sus páginas sin la inevitable reacción de salivar a cada párrafo”. Pensé, reitero, que se trataba de una divertida exageración, pero a medida que me adentraba en La tacopedia ocurrió lo peor, o lo mejor, según se vea: comencé a salivar, a sentir horrendas ganas de chingarme unos de suadero, de adobada, dorados, de tripas, de lo que fuera con tal de mitigar el hambre que me entraba por los ojos a cada descripción, a cada foto de este libro infernal si uno lo agarra con el intestino despoblado. Los tacos son omnipresentes, afortunadamente, y a la mano tenía tortillas, queso, aguacate y salsa, así que tatemé, partí, embarré y para adentro, aplaqué de manera provisional el demonio del antojo inducido skinnereanamente por La tacopedia.
No todos, por supuesto, pero sí muchos de los ingredientes y de los tacos que compendia Alejandro Escalante en La tacopedia están al alcance de nuestros depredadores bigotes laguneros. Para mí, creo, el taco emblemático de nuestros barrios y de nuestros ejidos es el dorado que manos de señora experta elaboran en tortilla “para tacos”, más chica y delgadita; estos tacos suelen ser servidos bajo una montaña de lechuga o repollo picados, tomate, cueritos y remate a gol de crema líquida. Fueron algo desplazados del gusto lagunero por los de estilo La Joya (de suadero y adobada, aunque he visto que ya le están metiendo de buche y pella), tacos que nos llegaron del DF en los setenta y aquí se aclimataron tan bien que ya casi todos los laguneros tenemos una taquería de esta índole a la vuelta de la casa. No me alargo más en la autorreferencialidad de tacófilo lagunero. Sólo añado que hace algunos años me entrevistó en Argentina la Internacional Microcuentista y, entre otras, me hizo estas rápidas preguntas al final de la conversación:

Un cuento: “La intrusa”.
Una película: Los olvidados.
Una canción: “Coplas del payador perseguido” de Yupanqui.
Una frase: “Un amigo es uno mesmo en otro pellejo”.
Tu mayor logro como escritor: Tener la sospecha de que, pese a todo, sigo siéndolo.
Una comida: Los tacos.

Como puede apreciarse, no escondo mis veneraciones, y entre ellas está el taco en todas sus variantes. En suma, Déborah Holtz, Juan Carlos Mena, varios fotógrafos, varios diseñadores y un recomendador de taquerías, además de Alejandro Escalante en el eje del ataque, han hecho un exquisito favor a nuestra cultura: colocar al taco en el pináculo que merece, ser el password gastronómico que todo mexicano, independientemente de su edad, sexo, condición social, ideología, religión, pasión futbolera, profesión y demás, no puede eludir, el taco al que dentro de un ratito le hincaremos el diente, alabado sea el maíz, en este restaurante. Sepárenme una orden de suadero, por favor.

Comarca Lagunera, 8, noviembre y 2015

Comentario leído en la presentación de La tacopedia. Enciclopedia del taco, Trilce-Conaculta-Salas de Lectura, Alejandro Escalante, México, 2012, 319 pp., celebrada el 8 de noviembre en la taquería La Joya, Torreón, en el marco del Festival de la Palabra Enriqueta Ochoa 2015 organizado por la Secretaría de Cultura de Coahuila y varias instituciones públicas y privadas más. En la siguiente foto, con Alejandro Escalante.