sábado, mayo 31, 2014

Relámpagos de medio siglo




















Uno de los errores bibliográficos que más lamento fue haber perdido la primera edición de Los relámpagos de agosto, la famosa novela de Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato, 1928-Mejorada del Campo, 1983). Amaba ese libro —que compré por correspondencia en Estados Unidos— por una razón ingenua pero suficiente para emocionarme: su colofón señalaba que fue impreso en La Habana en mayo de 1964. Se trataba, pues, que yo recuerde, del único libro significativo con mi edad exacta. Conservo, eso sí, la imagen de la portada, pues alguna vez recosté la tapa de Los relámpagos… sobre un escáner.  
Esta entrada inevitablemente autorreferencial se debe a que de veras me duele no tener ya la primera edición de Los relámpagos de agosto, obra que en 1964 ganó el Premio Casa de las Américas organizado, como sabemos, en Cuba. Fue el libro con el que Ibargüengoitia pasó del teatro a la narrativa y que pronto le redituó lectores y visibilidad ante la crítica. A partir del 64, entonces, se dedicó a construir cuentos y novelas que lo mismo jugueteaban con la historia mexicana que con sucesos escandalosos del periodismo nacional, como pasó con Las muertas.
Desde Los relámpagos…, Ibargüengoitia comenzó a ser identificado como escritor sarcástico. En efecto, y aunque alguna vez leí, no recuerdo dónde, que rechazó la etiqueta de escritor inclinado a “lo humorístico”, el enfoque de Los relámpagos… abrió una puerta anchísima a su narrativa, tanto que de golpe pasó a convertirse en uno de los autores mexicanos más dotados para abordar en clave paródica nuestra realidad pasada y presente.
Ya en la década de los sesenta se sabía que había tronado el discurso grave, solemne, de los “herederos” de la Revolución. Los beneficiarios del poder político y económico seguían orondos y muchos hablaban y escribían con tono declamatorio, siempre con la gesta revolucionaria a flor de jeta como si en realidad hubiera derivado en la salvación del país y no en bonanza de unos cuantos.
Citado por Luis Barrón en el ensayo “Los relámpagos críticos: la revolución de Ibargüengoitia”, Sergio Pitol escribió que el también autor de Los pasos de López “se dedicó a leer la abundante literatura de y sobre la Revolución mexicana, en especial las memorias autoconsagratorias de los más famosos caudillos, donde todos los logros y virtudes se los atribuían, modestamente, a sí mismos y los infinitos fracasos y desastres a los demás, fueran sus cófrades o sus adversarios”.
El general de División José Guadalupe Arroyo, protagonista de la novela, es entonces un personaje tipo: en él quedan resumidos todos los paladines que tarde o temprano expusieron en cualquier medio, sobre todo en libros de memorias, la grandeza de sus actos (escrupulosamente descritos) y la abyección de sus enemigos.
Cincuenta años exactos han pasado desde la primera edición de Los relámpagos… El libro, pese al medio siglo escurrido en el alcantarillado de ocho sexenios y pico, sigue teniendo vigencia, pues básicamente nos dibuja que la historia es un objeto manipulable, un constructo a partir del cual los grupos hegemónicos se autolegitiman y reformatean cada que lo necesitan el mismo discurso justiciero y esperanzador.

miércoles, mayo 28, 2014

Vistazo al primerito





















No tengo la cita a la mano, pero recuerdo en greña la explicación de Carpentier: cuando alcanzó cierto reconocimiento de los lectores y la crítica gracias a El reino de este mundo y, sobre todo, a El siglo de las luces, una editorial fantasma sacó a la venta, en edición más pirata que Francis Drake, ¡Écue-Yamba-O!, la primera novela del cubano. Lo que la editorial Xanadú (así se llamaba) no aclaró fue la fecha de edición de esa primera novela, esto para que los desprevenidos lectores se fueran con la finta y creyeran que era una nueva novela de don Alejo. Apareció además con tantas erratas que su autor, quien había decidido olvidar ese libro, se vio forzado a revivirlo en una edición autorizada por él, fechada y purgada de gazapos.
Podemos suponer que de no haberse perpetrado el agandalle de la editorial Xanadú, Carpentier jamás hubiera aceptado reimprimir su primer libro. Quizá ya muerto, sus descendientes o los editores hubieran optado por desempolvarlo, pero esto es puramente conjetural, pues el hecho cierto es que Carpentier debió salir al quite y echar un vistazo al inicio, a su primera novela, y reeditarla contra su voluntad, sólo para que los lectores no quedaran enchufados a la agraviante edición atascada de erratas.
Recordé esa anécdota del Carpentier ya ruco cuando leí, ayer, uno de los numerosos y brillantes apuntes que contiene El mago de Viena (FCE/Pre-Textos, Bogotá, 2006), de Sergio Pitol. Como se trata de un libro básicamente confesional, en algún momento iba a echar, seguro, una miradita a sus primeras intentonas con la pluma. Y sí, cuando dice: “Regresar a los primeros textos exige del escritor adulto, y lo digo por experiencia personal, una activación de todas sus defensas para no sucumbir a las malas emanaciones que el tiempo va guardando. ¡Más valdría un voto de jamás dirigir la mirada hacia atrás! Se corre el riesgo de que esa vuelta se transforme en un acto de penitencia o expiación o, lo que es mil veces peor, llegue a enternecerse ante inepcias que deberían avergonzarlo”.
Creo que el premio Cervantes 2005 no exagera: regresar, luego de muchos años, a los primeros libros, o al primero para que el desafío sea mayor, es un acto que demanda una mezcla equilibrada de valentía y resignación. Por lo que he leído, muy pocos escritores salen bien librados de ese buceo en las páginas con las que se inauguraron en las estanterías. Al contrario, la mayoría prefiere no abordar mucho el tema, o hacerlo en el entendido de que aquello que fue el “primer libro” se trató esencialmente de un capricho que mejor debió evadir los rodillos de la imprenta. La recomendación a los escritores todavía inéditos, por todo, si es que cabe una “recomendación”, puede ser ésta: dado que los escritores acostumbran arrepentirse de su primer libro, que omitan su publicación, de manera que el primero en realidad sea el segundo, acaso el tercero. Pero la tentación de publicar es tan grande que, pese al peligro que esto entraña, siempre hay un primer libro habitualmente incómodo, un puñado de papel que suele convertirse en carga para toda la vida.

sábado, mayo 24, 2014

El tostón




















Hoy —o sea ayer, cuando escribo esto— estoy cumpliendo cincuenta años, el tostón. Paso por esta fecha sin sobresaltos, con saludos de muchos amigos queridos que recordaron el onomástico y han enviado palabras de felicitación y aliento. Supongo que como a muchos, me llegó la quinta década sin darme cuenta, como si no fuera medio siglo. ¿En qué momento devoré cincuenta años de vida? ¿A qué hora pasé de la adolescencia, que recuerdo siempre con cariño, vívidamente, a esta edad en la que ya comienza a pesar el tiempo sobre los omóplatos? No sé. Lo único que sé es que ya son cincuenta años y me siento relativamente bien, sin achaques visibles, sin conatos de enfermedad y muy agradecido en general con innumerables personas y con algunas circunstancias.
Desde que tenía 16 o 17 años comencé a vislumbrar lo que ahora hago. Pese a lo difícil que es aquí mantenerse cerca de la literatura y seguir practicándola como lector y escritor, creo no haber dejado pasar un solo día, desde hace poco más de treinta años, sin establecer algún contacto con las letras. El azar me ha puesto en el camino a unos cuantos maestros (alguna vez dije que eran Saúl Rosales, David Lagmanovich y Sergio Antonio Corona Páez), a quienes jamás podré pagar las involuntarias lecciones que me han dado. Considero, sin embargo, que en gran medida soy un producto inacabado del autodidactismo. Empecé a leer literatura sin guía, sin alguien que estuviera a un lado para orientar mis lecturas, y de alguna manera continúo por esa brecha, una cicatriz en la terracería del aprendizaje. El resultado no puede ser mejor que el que se obtiene si uno procede con más orden, si uno es conducido desde chico por la mano de la experiencia. Pero en esto no me fue posible elegir. No había mucho en el entorno, por ejemplo, para preguntar por un libro, para saber en qué páginas hundir la mirada con la garantía de recoger abundante luz.
La curiosidad de leer nació en la penumbra de mi adolescencia y luego derivó en la curiosidad de borronear cuartillas. Los primeros intentos casi me llevaron a la renuncia. Hubo una época, la primera, en la que sentía que cada párrafo me costaba un esfuerzo nada acorde a mis escasas fuerzas. Desistía por unas semanas, pero la lectura era un descubrimiento permanente y ese descubrimiento me llevaba a replantear la posibilidad de escribir.
Volví  muchas veces a intentarlo, y aunque jamás, hasta la fecha, he quedado conforme con lo que sale, el tiempo fue haciendo, al menos, más fuerte la voluntad, y una tras otra fueron desfilando las demasiadas cuartillas en las que ha quedado guardado lo que pienso, lo que sueño, lo que creo.
A los cincuenta que cumplo hoy —o sea ayer, insisto— tengo tres hijas que son lo que más quiero en la vida, a todos mis padres y a todos mis hermanos, casi veinte sobrinos, dos sobrinos nietos, muchos amigos, un puñado de libros publicados, una biblioteca ciertamente bien armada, un montón casi incontable de colaboraciones hemerográficas, un trabajo estable en el mundo académico, cerca de diez libros inéditos, el corazón en paz y un deseo sin orillas por seguir haciendo lo mismo, exactamente lo mismo: leer y escribir.

miércoles, mayo 21, 2014

Nuevo jale de Saúl





















Jales sobre habla lagunera (Torreón, 2014, 115 pp.) continúa la serie de publicaciones que Saúl Rosales ha redondeado en los años recientes, todas estrechamente vinculadas a su trabajo como periodista cultural en La Laguna. Me refiero a los libros sobre música clásica, teatro y, ahora, sobre peculiaridades del habla lagunera. A ellos debo añadir los dos que ha dedicado al personaje más importante de la literatura: Un año con el Quijote y El Quijote, periodistas y comunicadores. Tiene, por lo que sé, otro con acercamientos críticos a la literatura lagunera de reciente hechura, de manera que entre los seis (cinco impresos y uno por serlo) atravesamos los más importantes intereses del autor: la música, el teatro, el periodismo y la literatura.
El nuevo libro de Saúl Rosales contiene veinte piezas entre artículos y ensayos. Dado que en su origen ocuparon las páginas de suplementos, periódicos y revistas, todos son accesibles para cualquier lector. Lo único que Jales… demanda es, pues, un poco de interés, un poco de curiosidad, la misma que en términos generales un lector común puede tener por otras muchas materias, como la política o el cine.
Estuve en la presentación y fui testigo, precisamente, del interés que despertó en el público. Las palabras de los presentadores y del autor duraron tanto como la ronda de preguntas y respuestas, y eso asombra, ya que solemos ubicar las preocupaciones lingüísticas sólo entre aburridos especialistas de cubículo. Jales… dejó claro que la inquietud por el habla, por la palabra de la conversación diaria, despierta interés casi en cualquiera siempre y cuando tenga a la mano focalizaciones accesibles.
Estas focalizaciones accesibles son las que hace Saúl Rosales en cada una de las estancias que configuran Jales… Como él lo dijo, el origen remoto de estos acercamientos al habla lagunera se encuentra en su radicación foránea, que duró veinte años. Al regresar a La Laguna, Saúl pudo notar mejor las peculiaridades del habla lagunera en contraste con las del DF, lo que poco a poco fue registrado en artículos y ensayos que muchos años luego, o sea hoy, han sido recogidos en las páginas de Jales
Así como sólo es posible destacar rasgos de identidad por contraste con otras identidades, Saúl Rosales, corresponsal de la Academia Mexicana de la Lengua y actual director de bibliotecas en Torreón, reencontró las voces de su infancia y pudo anotar sus características. Este reencuentro y este acopio sirvieron para que luego despertara en otros, ahora lo sabemos con claridad, un apetito semejante. Por ejemplo, su ensayo “Herencia náhuatl en el habla lagunera” tiene un carácter de innegable precursor, dada la fecha de su escritura.
Jales… tiene, insisto, el tono de la filología amena, la misma que practicaron Arrigo Coen (en Para saber lo que se dice), José G. Moreno de Alba (en Minucias del lenguaje), Daniel Balmaceda (en Historia de las palabras), Ricardo Espinoza (en Por si las dudas) o Álex Grijelmo (en La punta de la lengua). Su importancia para nosotros, sin embargo, es otra y doble: vale porque trabaja con la arcilla de nuestra habla y vale porque, por eso mismo, ha sido aquí, y estoy seguro que seguirá siendo, detonante de otras exploraciones.

sábado, mayo 17, 2014

El múltiple Ramón










Cuesta nada y vale oro. Me refiero al tabique Crónicas literarias (Océano-Gandhi, México, 2011, 397 pp.), de Ramón López Velarde. La selección y el prólogo son obra de Juan Domingo Argüelles (Chetumal, 1958), poeta y ensayista que viene armando desde hace varios años una producción notable como escritor, como organizador de antologías (o selecciones) y como promotor de la lectura. Aquí ha organizado el valioso material prosístico que el jerezano dejó disperso en revistas y periódicos, y le adosó un prólogo que no podemos eludir.
Argüelles recuerda las apreciaciones que, en general, ha recibido el López Velarde prosista. Las que ha motivado su poesía son de sobra conocidas, tanto que sus versos, lo sabemos, entran en automático a cualquier antología de poesía mexicana de cualquier época (no sé si sueno muy insolente al decir que me parece el poeta mexicano más interesante, por no decir el mejor, del siglo XX). Su prosa, en cambio, ha tenido que avanzar un poco a la sombra, casi oculta debido a la gravitación de su poesía y a que ninguna de las compilaciones prosísticas hasta hoy publicadas apareció mientras su autor estuvo vivo. El minutero, libro que RLV preparó, vio la luz dos años luego de su muerte, en 1923. Los otros, preparados en distintos momentos por distintos compiladores y estudiosos, fueron apareciendo con el correr del siglo hasta llegar a Crónicas literarias.
Lo primero que destaca Argüelles es lo primero que sedujo a los lectores del RLV prosista: el estilo. Menciona, por ejemplo, a Villaurrutia y Paz, quienes subrayaron la indefectible intencionalidad poética de los textos lopezvelardeanos escritos más allá del verso. En efecto, uno lo comprueba de inmediato casi en cualquier párrafo del zacatecano: la suya fue una prosa sólo periodística porque quedó albergada en medios hemerográficos, pues su timbre siempre tuvo una inclinación marcadamente estética.
Se podría pensar, por ello, en engolamientos o vicios parecidos, es decir, en el sacrificio del fondo y la exaltación de la pura forma. No fue tampoco el caso: “hay que añadir otras múltiples virtudes, entre ellas, jamás perder sus caracteres expositivo, crítico, analítico, polémico e incluso informativo (…) y que le da su identidad de crónicas, es decir, de composiciones de época, en la más noble tradición de los escritores que han utilizado el medio periodístico no para complacer a lectores superficiales, sino más bien para educar y sensibilizar espíritus receptivos de algo más que la noticia intrascendente, la anécdota trivial y la inmediatez del chisme sin consecuencias”, observa Argüelles. Los textos, por todo, son una suma de aciertos estilísticos y agudas observaciones, casi como si RLV hubiera trasladado, con los matices que son del caso, su poesía a los registros de la prosa.
He batallado en estos párrafos para referirme a los textos que componen Crónicas literarias. Los he llamado “textos” así como en el título son llamados “crónicas”. La verdad es que se trata de prosas inclasificables, o tan variadas que llamarlas de una sola forma es, en cuanto al género, atinar con unas y errar con otras, de manera que mejor ubicarlas de manera ambigua: textos, textos en prosa que hoy nos abren otros accesos a la siempre alta figura del joven abuelo Ramón López Velarde.


miércoles, mayo 14, 2014

Un monstruo sin orillas














Recuerdo que hace como siete u ocho años recibí una carta electrónica con un link que conducía hacia Wikipedia. La carta advertía que el contenido del enlace era “impactante”, algo así como “la información biográfica jamás vista”. Como el remitente era un conocido temí que luego me preguntara por su mail, así que acepté la molestia de abrir el vínculo. Apenas pude leer un párrafo, pues el artículo (“artículo”) era en realidad una especie de screen shot de Wikipedia con información adulterada sobre un político. El personaje era impresentable, ciertamente, pero en la enciclopedia virtual alguien le había cargado la mano con una saña pedestre, de sicario verbal.
Lo que hice entonces fue lo que hubiera hecho cualquiera. Le escribí a mi amigo para pedirle que no me enviara más esos enlaces troglodíticos. Aproveché el viaje para comentarle (en aquel momento aún no era tan popular como ahora) que Wikipedia es un espacio editado libremente por la comunidad de internautas, y que la regulación de su contenido dependía del deseo de contar con información confiable, un deseo que tenemos quienes andamos en todo trote periodístico o académico de nivel medio. Claro, le dije, que por unas horas alguien puede “subir” aberraciones, pero eso pronto suele desaparecer porque otros usuarios modificarán o reportarán la información basura.
Gracias a esto Wikipedia, y todas sus variantes enciclopédicas de internet, han hecho polvo en menos de diez años el concepto de enciclopedia que se tenía desde la Enciclopedia hasta el nacimiento de los almacenes gnoseológicos en soporte digital. Muchos que hoy peinamos canas o nos alisamos la pelona crecimos con alguna o algunas enciclopedias a merced. Recuerdo, dicho esto en primera persona del familiar, la Bruguera roja y elegantísima que mamá compró por tomos semanales en la Soriana, o la Británica y la Grolier que le vendieron a domicilio con el regalo de unos clásicos verdes con los que luego me quedé. En esas tres enciclopedias creí ver, con la ingenuidad de aquellos años, todo el conocimiento habido y por haber, tanto que mis trabajos escolares fueron notablemente enriquecidos por transcripciones no exentas de cierta veneración.
Hace poco vi en una librería de viejo el triste destino que tuvieron esos libros. La gente, que antes compraba enciclopedias al menos para adornar algunos metros de librero, hoy ha optado por ahorrar espacio o cederlo a la cerámica y los portarretratos, así que los tomos antes imprescindibles y hasta motivo de cierto orgullo intelectual ahora son los objetos que agonizan con mayor penuria en las librerías de segunda.
Es un hecho que las enciclopedias internéticas ya ganaron y seguirán su marcha apabullante. Su desventaja, claro, está en los márgenes de error, pero eso no es nada frente a la ventaja de la actualización continua y unas dimensiones ajenas al concepto de tamaño determinado. Ya no serán, como la Enciclopedia Espasa, 122 tomos en español, sino miles y miles de artículos desplegados en decenas (hoy son 236) de idiomas y dialectos.
En 2004, Eco escribió “Sobre lo políticamente correcto”, y dijo: “Si leemos el artículo que Wikipedia (una enciclopedia on line) dedica a lo PC (así se designa ahora, mientras no produzca confusiones con los ordenadores o con el Partido Comunista) encontraremos también la historia del término”. Hace diez años Eco debía aclarar qué era Wikipedia, “una enciclopedia on line”. Hoy todos sabemos que es un monstruo, un monstruo sin orillas, el monstruo que devoró nuestras enciclopedias de papel.

martes, mayo 13, 2014

El inquisidor y su hamaca: respuesta a Gerardo Monroy
























Gerardo Monroy urdió en un mes y nueve días (del 3 de abril al 12 de mayo de 2014) las “precisiones” que según él lo salvan y me vuelven a poner en mi lugar. Pobre. Tanto tiempo para terminar reculando de los dos argumentos “pesados” que demuestran mi incuestionable calidad de “represor” y “mafioso”, a saber, las entrevistas secretas que mantuve con personeros de El Siglo y de otro medio (todavía ignoro cuál). Ya desde allí comenzó mal, tan mal que ni siquiera leyó con cuidado mi respuesta y ahora vuelve exactamente sobre lo mismo, sólo que sin los argumentos “incontestables”. ¿Y qué más podía hacer? Pues nada. Seguir parloteando sin pruebas contra mí.
Dado lo anterior, voy a tratar de demostrar en este texto que ni su primera “carta abierta” (o “artículo”, pues le llamó de esas dos formas) ni sus “precisiones” obedecen a nada que no tenga que ver con su tirria y su ociosidad.
Procedo con una vuelta a su primera “carta abierta” o “artículo”, a ver si ahora sí me lee con atención.

El “redentor” no quiere que yo escriba
Entre otras muchas afirmaciones —según tú inteligentes— de la primera “carta abierta” o “artículo” está una que casi se oculta en el albañal que redactaste: dices que soy un defensor “no solicitado” en el debate, una especie de espontáneo —para decirlo en el argot taurino— que se lanza al ruedo sin estar en el programa. Mira nomás qué ingenioso. El tipo que se la pasa echadote en su casa y exhibe nula presencia en la vida cultural de la comunidad quiere decidir quién participa y quién no participa en los temas que le vengan en gana.
Sonaría jactancioso hacerte una lista de las actividades culturales y académicas en las que he participado desde 2006 a la fecha, incluidas las publicaciones en revistas, periódicos, libros y páginas web, muchísimas de carácter honorario, para que se note claramente quién es el que chambea, así sea modestamente, por la cultura lagunera, y quién es el oportunista que quiere hacerle al mesías exprés de la pobrecita comarca. Para no darle muchas vueltas y para que cualquier persona con internet tenga a la vista una evidencia sobre tu recién estrenado redentorismo, vamos a indagar en nuestros blogs, si te parece. Tal vez en la soledad de tu torre de marfil estás preparando una edición crítica de Pessoa o sin que lo sepamos ofreces conferencias en Lovaina, eso no puedo saberlo, como tú no puedes saber todo lo que yo hago en mi vida personal. Por eso te invito, e invito a la comunidad que nos sigue, a que hagamos juntos un recorrido por esos espacios no pagados, personales, de acceso libre, en los que se puede ver más o menos claramente quién es quién en lo que hace. Ambos, tú y yo, somos escritores, se supone. Perfecto. Ambos, tú y yo, nos interesamos por igual, se supone, en la comunidad con la que convivimos, sobre todo la vinculada al quehacer cultural. Y ambos, tú y yo, sentimos permanentemente la necesidad, dado que gozamos el privilegio de haber accedido a la “cultura”, de formar, de orientar, de educar así sea en un sentido lato, latísimo, a quien sea posible. ¿Ya sabes a dónde voy, verdad? Pues sí, Gerardo, a tu esmirriado blog y a la cantidad de posts que contiene desde 2006 a la fecha. Admiremos esta imagen:



















Como se puede apreciar, tienes una notable, por ridícula, actividad blogera desde 2009 (sin que antes, por cierto, haya sido particularmente ardua). En 2010, 2011, 2012 y 2013 preferiste guardar silencio, no hacer ningún “aporte” a la cultura, quizá dedicarte a leer y procesar, en el exigente alambique de tu espíritu, la delicada esencia de una obra poética que en el futuro transformará a la humanidad. Pero no podías seguir en esa tarea de convivencia secreta con las musas y en 2014 decidiste volver con ahínco al cultivo de textos en el blog. Te sacudiste la modorra del año nuevo hasta bien entrado el mes de marzo, y subiste un texto. No fue un post tuyo, curiosamente, sino uno titulado “La cumbia del yo no fui, fue Teté”, de un tal Jaime Muñoz Vargas. Unos días después, para demostrar que tu amor a la cultura lagunera es profundo y nunca regatearás esfuerzos para rescatarla del atraso y la barbarie, publicaste una “carta abierta” o “artículo” (3 de abril) contra mis intromisiones en el mundillo cultural. O sea, tu blog de escritor, de intelectual, de fervoroso militante de la cultura lagunera pasó tres años nueve meses en el limbo y salió de allí, corazón valiente, para luchar contra el espontáneo que saltó al ruedo para mancillar la castidad de nuestra cultura. Quiero suponer que La Laguna en pleno te aplaudirá este gesto de valor civil, el espadazo de un caballero que viene a desfacer entuertos. Excelente, van unas palmadas, paladín.
Por otro lado, tu servidor, un tipo que entre otras muchísimas actividades, incluida la de ser padre de tres hijas, alimenta un blog gratuito desde 2006, un blog que no restringe el acceso a nadie y busca sin alarde compartir algunas ideas sobre todo literarias, tiene esta numeralia de 2006 a la fecha:



















Si nos fijamos, desde 2009 hasta el 3 de abril de 2014 tú sumas 19 posts (uno de ellos de Jaime Muñoz Vargas) y yo 908. Nomás por estos fríos números, y nomás por todo lo que no traigo a debate, ¿quién es el opinador “no solicitado”, Gerardo? ¿El tipo que en casi cinco años aporta una vengadora cagarruta de chiva en su blog de escritor o aquél que, bien o mal, entre cien actividades, tiene además la voluntad de mantener un espacio de expresión y propuesta escritas? ¿Quieres que te dé las estadísticas de Blogger en relación con los visitantes de mi blog o mejor así le dejamos para no seguir exhibiendo tu zanganería?
Esta sumatoria me lleva de la mano a una conclusión de suyo paradójica. Nomás porque se te hincharon las pelotas, nomás porque interpretaste de manera "equivocada" otro chisme, me dijiste “represor de la libertad de expresión”. Te pregunto: ¿quién en este momento ya no puede, por mi culpa, escribir donde escribía? ¿Dame el nombre de un reprimido por “órdenes” mías y el medio del que fue excluido? Sé la respuesta a estas preguntas: cero personas, cero medios. En cambio, quien me acusa de “represor” señala: “sacrificas tu dignidad y asumes el grotesco y humillante papel de vocero no solicitado”, frase en la que veo el deseo de callarme, de impedirme que opine. ¿A quién debo solicitar, Gerardo, que me permita opinar sobre lo que yo quiera? ¿A la Secretaría de Gobernación? ¿Al Mayo Zambada? ¿A Hillary Clinton? ¿A Santiago Creel? ¿A Manlio Fabio Beltrones? ¿A Fidel Castro? ¿A Renata Chapa? ¿A ti? ¿Acaso no leíste lo que dije en el primer párrafo (sí, el primer párrafo) del texto que alborotó tus justicieros ímpetus? Me cito, para ver si releyendo entiendes cuál fue mi propósito: “De antemano rechazo toda acusación simplista, y más que nada absurda, en el sentido de que me interesa callar la voz del socorrido ‘feis’. Lo único que me interesa es mostrar cómo se maneja en ciertos casos, no más”. ¿Lo reitero así o más claramente?

¿Y la semblanza de don Fer?
Disculpa que resalte tu espléndida pereza, pero no me dejas opción. Me importa un reverendo sorbete si escribes o no, si prefieres tenderte en la hamaca en vez de salir a buscar un trabajo, pues como hombre mayor de edad eres libre de optar por el ocio si tal es tu vocación. Pero si deseas, con tus precarios antecedentes, opinar sobre el esfuerzo de los demás, en particular del mío, no me quedaré callado.
Voy a exponer, por ello, otro ejemplo inmejorable de la supergüeva que te cargas. En febrero de 2012 inicié mi chamba como director de cultura en Torreón. Sin que tú, sin que muchos lo supieran, vi de golpe que obtener buenos resultados con tan pocos recursos iba a demandar una labor titánica, un trajín de, al menos, dieciséis horas diarias de entusiasmo. Entre otros muchos proyectos diseñados por mí, pensé en una colección de pequeños libros con semblanzas de maestros del arte lagunero. La idea era que escritores y periodistas laguneros, algunos muy jóvenes, entrevistaran a los maestros elegidos, redactaran cerca de quince cuartillas y listo, recibirían un pago del ayuntamiento y también, por supuesto, ejemplares de su libro cuando estuviera impreso. Dada tu inclinación por la poesía, quise que escribieras la semblanza de don Fernando Martínez, poeta, sobre todo poeta. La quebrantada salud de don Fer me hacía pensar que en cualquier momento nos abandonaría, por eso la urgencia de entrevistarlo e incluirlo en una colección como la que proyecté. ¿Y qué pasó? Pues que no moviste un dedo ni por el pago ni por consideración a la frágil salud de don Fer. Tu opción preferencial por la güeva provocó que no hubiera semblanza de un escritor que pronto podía morir, lo que finalmente ocurrió el 10 de enero de 2014.
Por fortuna, la joven poeta Ivonne Gómez Ledesma y yo hicimos un esfuerzo por rescatar algo, lo que fuera, de la entrevista que no hiciste. Acordamos con Cristian Martínez Galiano, hijo de don Fernando, una visita a su casa, y la hicimos Ivonne y yo, como consta en mails que conservo. Fernando estaba, nadie lo ignoraba entre nosotros, ya muy enfermo, tanto que era atendido por una enfermera volante y una asistente fija. Lo entrevistamos y aproveché para tomar muchísimas fotos de él, de su casa, de sus libreros, de las fotos de su casa. Ese esfuerzo desesperado nos dejó a Ivonne y a mí la tranquilidad de saber que tenemos material para hacer algo, lo que sea, en homenaje al trabajo de don Fer. Esperamos armar algo este año, y ojalá nos sea posible. ¿Y tú? ¿Qué hicieste por don Fer y qué has hecho por los demás, por la comunidad cultural que hoy heroicamente defiendes de mis tropelías? Eso sí, cuando don Fer murió le dedicaste un magnánimo tuit, éste:




















En resumen, puedo en este momento ver de frente a Fernando, Gerardo, Mireya y Cristián, hijos del don Fer. ¿Podrías hacer lo mismo ahora que saben que fuiste tú quien no quiso dar ni un teclazo a la semblanza sobre su padre? ¿No que muy chambeador y preocupado?
Y amplío: durante mi periodo como director de cultura (de los "mejores en la historia reciente de Torreón", según palabras de Gerardo Monroy) jamás recibí un proyecto tuyo y en el actual periodo tampoco has llevado algo escrito, propositivo, lo que sea, a nadie. ¿O me equivoco? ¿Tienes acuses de recibo? Lo único que aceptaste fue un taller literario que adrede propuse (yo lo propuse, no tú) a tres cuadras de tu casa, esto para ayudar, entre otros propósitos, a que tuvieras un ingreso. Eso sí lo aceptaste, claro, pues era hablar de literatura a tres cuadras de tu casa y el ingreso no era malo. Sólo así accediste a salir de la ratonera.

La falacia implacable
Como podrás notar, tu primera “carta abierta” o “artículo” es una mina casi inagotable de dislates, tanto que debería avergonzarte y no salir ahora con “precisiones” para enderezar la tuba de Goyo Trejo. Te crees muy listo, pensaste que en tu calidad de fantasma que no se arriesga a nada, que no propone nada, que no hace nada, ibas a pasar invicto y hasta ganarías aplausos del respetable público. Qué bárbaro, qué manera de salir desnudo a la palestra. Tan mal andas que ni siquiera, como te lo he restregado, sabes distinguir entre una “carta abierta” y un “artículo”. Esa confusión de géneros, te lo comento de paso, es visible también en una de tus alegres argumentaciones, que de alguna forma reiteras en las "precisiones". Te cito: “Supongamos que un grupo de usuarios de Twitter o Facebook ‘re-tuiteara’ o ‘re-feisbuqueara’ (promoviera mediante hipervínculos) una nota donde se dijera que las islas Fidji sufrieron el golpe de un terremoto. Supongamos que a determinado individuo, por equis razón, no le pareciera creíble la noticia. Imaginemos a nuestro escéptico dirigirse a 5 ó 10 de los ‘tuiteros’ o ‘feisbuqueros’ para demandarles un ‘documento que visibilice incontrovertiblemente’ el temblor de las Fidji. Absurdo, ¿verdad? Y sin embargo eso, ni más ni menos, fue lo que hiciste”. Hace mucho no leía una  tontería de esta envergadura. Perdona que te lo reitere así: es una tontería. Ahora permite que la desmonte.
Vamos a hacer un pequeño ejercicio de sentido común, para ver si así entiendes. 

1. Opción Monroy
Imaginemos que Pepito, Juanito, Chonita, Petrita, Chabelita y treinta usuarios más de Facebook linkean esto:

http://www.latercera.com/contenido/680_229632_9.shtml

Luego yo, escéptico de que ese enlace da a conocer una "nota" o "noticia" verdadera, me lanzo a la yugular de los linkeadores, los "acoso" y les exijo una prueba "incontrovertible" de que la "nota" o "noticia" es cierta. Aterrorizados por el “acosador”, ellos viajan (todos, en un vuelo chárter) a Chile, reportean en Iquique, toman fotos, entrevistan a los damnificados y me traen, de regreso a Torreón, la prueba contundente, incuestionable, del terremoto chileno. O mejor: no viajan, pues es "absurdo" hacer un recorrido tan largo sólo porque un tipo (o sea, yo) está “acosando” a la comunidad feisbuquera y pide una prueba "incontrovertible" del terremoto. En pocas palabras, se quedan callados ante el “acoso” bobo de tu servidor. Perfecto, hasta aquí sigo tu lúcido (o más bien lucido, sin tilde)  razonamiento. Qué vivo eres. Lo que pedí es "absurdo", una necedad imposible de complacer. Me trago todas mis palabras.

2. Opción Muñoz
Imaginemos que Pepito, Juanito, Chonita, Petrita, Chabelita y treinta usuarios más de Facebook linkean esto:

http://www.latercera.com/contenido/680_229632_9.shtml

Luego yo, escéptico de que ese enlace da a conocer una "nota" o "noticia" verdadera, me lanzo a la yugular de los linkeadores, los "acoso" y les exijo una prueba "incontrovertible" de que la "nota" o "noticia" es cierta. Aterrorizados por el “acosador”, los linkeadores me propinan una paliza: me mandan 300 links de periódicos prestigiados del mundo donde informan con fotos, palabras y videos que hubo un terremoto en Chile. De esa manera los linkeadores hacen pomada mi bobo escepticismo.
También puede ocurrir que yo, escéptico de que ese enlace da a conocer una "nota" o "noticia" verdadera, en la comodidad de mi hogar y computadora en mano (con el Infinitum de Carlos Slim) escriba en Google lo siguiente: "Terremoto en Chile 2014", lo que me arroja estos enlaces comprobatorios:













¿Te gustan doce sites de medios prestigiados o quieres más? ¿Te busco cuarenta, ochenta, cien más en quince minutos? ¿Cuántas webs te parecen adecuadas para comprobar que el terremoto chileno sí ocurrió? Como podrás ver, tu argumento es una falacia, la simulación de un razonamiento, un choro cuyo único objetivo es joder, meter ruido al ruido, quitar tiempo a las personas que sí trabajan, un embuste que se derrumba con un soplido de Google. En otras palabras, tuviste tiempo para indagar hasta mi vida privada en páginas web y no se te ocurre que una noticia como el terremoto en las islas Fidji puede tener cuatro mil notas simultáneas en la red mundial.
Esa es la razón por la que resulta necesario alfabetizar en todos los sentidos. Hay que enseñar a la gente, aunque duela, a leer, a comprender, a usar su escepticismo ahí donde se requiera, no fomentar la mala leche o aplaudir el chismorreo como si fuera una virtud social. Hay que enseñarla a delimitar los géneros periodísticos y literarios. Esto significa que en vez de tumbar las puertas de El Siglo y preguntar por algún reportero de cultura, es mejor, más útil y duradero, el método de la enseñanza, en este caso, para leer periódicos (o libros o revistas o páginas web). Allí donde se difunda, te lo repito por enésima, "dicen las malas lenguas", "nuestros reporteros encubiertos" y demás fórmulas propicias para el rumor, lo primero que yo haría es enseñar a no creer, o a creer parcialmente, si gustas, y sólo linkear si uno acepta que el rumor es lo más constructivo que hay en el mundo periodístico. También, claro, es posible buscar otras fuentes, cruzar la información, establecer algunas mínimas pautas de certidumbre antes de lamentar en garañón y con matraca la mala nueva de que, “como dicen las malas lenguas”, un liceo público se convertirá en burdel y por lo tanto hay que linchar, sin juicio ni nada, al director de cultura.
Ya no digo más sobre tu confusión de géneros. Sólo te recomiendo que distingas, que delimites los territorios de la información, de la opinión y del rumor. Todos se manejan distinto, no los guises en la misma cazuela.

No todo es tianguis
Te quejas de malas caras o trato despótico en el IMCE, de que sus puertas están cerradas a piedra y lodo. Ofrece, como siempre, pruebas. También aquí fracasarás, campeón. Antes de explicarte por qué, deja que te cuente una linda anécdota de mis tiempos de director. Seguro te encantará.
Fui a promocionar actividades, como muchas otras veces, a la cabina de radio de Grem. Me entrevistó Marcela Pámanes y todo fluyó en orden, muy bien. Llegamos al final del diálogo y Marcela dijo lo siguiente: “Jaime, déjame leer por último este mensaje del público, lo manda fulano de tal [aquí omito el nombre del personaje, pues en realidad él deseaba permanecer anónimo], y dice: ‘Cómo cambian las personas cuando llegan a un cargo público. Sé de innumerables artistas que han planteado proyectos y se quejan de no haber sido apoyados por la DMC’. ¿Qué opinas sobre esto?, Jaime”. Respondí de botepronto lo siguiente: “Marcela, quiero recordarle a mi amigo fulano que me dedico a escribir y por lo tanto me gusta usar las palabras con precisión. Él señala que son ‘innumerables’ los artistas que han llevado proyectos y no han recibido apoyo en la DMC. Bueno, innumerables me suena a 54 mil, así que fulano está en un aprieto: debe buscar ‘innumerables’ proyectos con acuse de recibo de la DMC y con eso demostrar, primero, que los he recibido y, segundo, que no los he atendido. Platicamos cuando los reúna”.
Si te fijas, lo más fácil del mundo es agarrar el teléfono, el chat, el WhatsApp, el mail y tirar palabras a matar. La idea es aparentar una preocupación, hacerse el estremecido, el consternado, el triste por la situación de ineptitud y atraso que padece la cultura, pero no probar nada, solo hablar, soltar un torpedo, chismorrear, bulear al que se deje. ¿Sabes qué pasó luego de que pedí las “innumerables” pruebas sobre mi cerrazón? Pues lo obvio: no me llegó un solo proyecto con acuse de recibo y no atendido. Ni uno. Cero, y, en lugar de disculparse por su errabundo desplante de amor a la cultura, quien inventó el cuento de los “innumerables” artistas no atendidos miró para otro rumbo y silbó “La barca de oro”.
Yo ocupé dos años la dirección de cultura. La anécdota ocurrió cuando ya había pasado año y medio de mi periodo. Vi entonces que había sido una excelente idea la de llevar una bitácora rigurosa de todas las citas en la oficina, de todas, pues una sola persona no atendida con cita y registro era capaz de envenenar el agua en cualquier medio: “Voy a la DMC y nunca atienden a nadie, ese Jaime es un culero”. A quienes pidieron una cita, se les dio, y de eso quedó registro. Y lo mismo ocurre ahora en el IMCE, ni lo dudes.
Ahora tú dices que la nueva administración es cerrada, que no atiende. ¿Cuántas veces has ido a pedir una cita para llevar algún proyecto? Ni una. ¿Cuántas han ido amigos tuyos con el mismo esquema: pedir una cita y llevar algún proyecto? La idea de que las oficinas públicas deben manejarse como tianguis al aire libre sólo habita tu cabeza. Las oficinas públicas, y más las privadas, no son parques. Si quieres pruebas, ve a las oficinas de la CFE, a las de Pemex, a las de la Secretaría de Salud, a las del IMSS, a las de Gobernación, a las de cualquier Cámara, a las del Conaculta, a las del INBA, a las de la Secretaría de Cultura, a las de la PGR, y así, a cualquier oficina federal, estatal y municipal, y verás que alguien, un guardia o una recepcionista, te pedirá identificación y preguntará por el motivo de tu visita. Si procede, te asignarán un turno y serás recibido por el personal indicado, no por quien tú elijas. Si llevas una carta, un proyecto, lo que sea, se te acusará recibo con sello, firma y fecha, para que puedas probar luego que estuviste allí, que te recibieron, y en su caso reclamar por alguna desatención. Ahora bien, si no llevas identificación y no solicitas ningún trámite, es muy probable que el guardia no te deje cruzar ni el umbral. Si lo dudas, intenta pasear ociosamente a las oficinas del SAT, a ver qué te dicen.
Pero parece que no entiendes eso. Quieres llegar en plan buenísima onda, preguntar por el funcionario y entrar como si aquello estuviera al aire libre, en el monte. Si tal fuera el caso, imagina esta situación. Haces una cita formal para ver al coordinador de artes visuales del municipio, llegas el día y la hora señalados, y mientras aguardas en la sala de espera, aparecen diez ciudadanos que entran sin cita con la coordinadora de artes visuales. Luego, se acaba la jornada de trabajo y mandan tu cita para el día siguiente. ¿Qué pensarías en ese caso? Tanto la recepcionista como el coordinador de artes visuales no procedieron de mala fe, simplemente son, como tú, buenísima onda y reciben a todo el que llega así nomás. Al final saldrías gritando que son unos desorganizados, que esos desgraciados no respetan ningún orden, que aquello es un tianguis.
Moraleja: si quieres ver a un funcionario, envía un mail, llama por teléfono, codifica un mensaje y acuerda una cita. Luego preséntate, pide un acuse de recibo a tu proyecto y dialoga con quien te asignen para ver en qué momento recibirás una respuesta. Si después de eso se te cierran las puertas o no eres atendido como se debe, podrás acusar con pruebas.

El segundo berrinche
Del segundo berrinche, Gerardo, me intrigan las primeras cinco líneas, fundamentales en este debate, pues reconoces explícitamente que operas como chivo en cristalería: “En mi carta abierta ‘El Instituto de Cultura contra la cultura’ cometí dos errores graves, señalados justamente por Jaime Muñoz Vargas. Les ofrezco a los lectores de kioSco una disculpa, ya que interpreté de forma equivocada información proveída por fuentes que consideré y sigo considerando confiables”. Caray, la disculpa es nomás para los lectores de kioSko. Qué ejemplo de honorabilidad. ¿Y a mí? Tan mezquino eres que tras reconocer esto, tus “dos errores graves”, en vez de corregirlos, más adelante recurres al argumento kalimanesco de que reprimo telepáticamente. En suma, y como dicen los amantes del exitismo, lo tuyo es “ganar-ganar”, con o sin pruebas.
Gerardo: en tus “precisiones” has vuelto sobre lo mismo y has añadido dos o tres paparruchas. Deja nomás remato una grave como viene, de volea, otra vez con abundantes pruebas para ver si así ocurre el milagro de que entiendas. Dices: “En la misma medida que la población entera de nuestras ciudades, los artistas y trabajadores de la cultura fueron y son víctimas de la violencia, la inseguridad y demás lacras heredadas a nuestra región por los recientes gobiernos, corruptos e incompetentes, de Torreón y Gómez Palacio. Pero para las víctimas que no son de su familia Jaime no tiene memoria”.
Ah, muchacho. Vayamos de nuevo al blog, espacio que básicamente contiene mis publicaciones, de 2006 a la fecha, en periódicos y revistas. Te pediría que me mostraras los tuyos sobre este tema, los textos que has escrito sobre “las víctimas” que sean o no sean de tu familia, para ver cómo andas en materia de “memoria” y “compromiso”. Yo, entre muchos otros, tengo estos sobre violencia, narcoguerra, víctimas y demás, todos escritos cuando aquí teníamos balaceras cada media hora:

















Por último, en 2009 pensé, redacté y edité esto, sin darme el crédito que ahora sí me doy sólo porque es necesario refrescar tu trasquiladora memoria:


Tal vez, de todos modos, te parezca poco. No importa. Todo eso y mucho más está almacenado en mi blog, así que a ver quién te cree que no tengo “memoria” más allá de lo familiar.

Y ya, Gerardo. Sigue especulando lo que quieras desde tu putrefacta holgazanería, sigue poniendo apodos clasistas que mucho te enaltecen como hombre de izquierda, que yo seguiré en lo mío, trabajando aunque sea modestamente, con pruebas tangibles, por mi familia (te recuerdo que tengo tres hijas) y por mi comunidad, en este orden.

domingo, mayo 11, 2014

Una mirada para Atardecer bursátil




















Un viaje a Nueva York de mi amigo Salvador Perales trajo para mí, a Torreón, el tercer libro de poesía escrito por el poeta méxico-norteamericano Ricardo Slim (Camden, NY, 1981). Se trata de Atardecer bursátil, obra en la que de inmediato se deja reconocer la voz lírica del autor que antes ha publicado Himnos a mi American Express y Gold. El drama del hombre visto desde el pináculo del poder material es lo que define —dicho lo anterior de manera muy esquemática— el quehacer artístico de este poeta que está dando voz a un sector marginal, harto minoritario, de la sociedad contemporánea: el de los hombres que han tenido la extraña suerte de habitar las páginas de Forbes.
“He escrito Atardecer bursátil desde la desolación, desde la más abrumadora tristeza metafísica que a veces produce el poder”, declara Slim en las breves líneas prologales. Y añade: “En junio de 2009 se dio una caída significativa en el valor de mis acciones en la bolsa de Nueva York y sentí en mi alma una especie de arponazo: no fue miedo, no fue desilusión, no fue desesperanza; fue algo peor, un vacío existencial que me orilló hasta los precipicios de la desolación. Decidí entonces refugiarme unos meses en mi castillo de Château de Glérolles, consagrar muchas horas a la purificación del pensamiento y caminar por tierra helvética hasta reencontrar el Absoluto de la poesía”.
Los poemas que componen Atardecer bursátil son, entonces, el resultado de una mirada introspectiva y feroz, despiadada, hacia los sótanos espirituales del poeta azotado por una turbulencia. Cierto es que Slim señala, también en el prólogo, “que la caída en el precio de las acciones apenas le quitó un pelo a la melena de león que es mi fortuna”, y que pronto, apenas unos días después, el ascenso material continuó su marcha imparable. “Pero lo fundamental no fue eso, la pérdida de algunos millones de dólares, sino la sensación de impecable soledad que sobrevino por aquellos días”. Y concluye: “Sólo el aislamiento, la humildad y la templanza podían curarme, así que me aparté del mundo entero en el castillo, sólo armado de pluma y papel, y decidí que en aquel claustro sólo me acompañarían quince de mis servidores más cercanos”.
Tal sacrificio rindió frutos, pues en cuatro meses de sosiego y reflexión amonedó el primer borrador de Atardecer bursátil. En entrevista para la televisión norteamericana (disponible en YouTube), Slim dijo que diez meses después volvió a sus actividades financieras y en ese trajín fue puliendo los versos del poemario hasta que la casa editorial Diamond se lo arrancó “prácticamente” de las manos. “Hubiera querido trabajar más el libro, limar hasta la perfección cada poema, pero los editores de la casa Diamond, propiedad de mi padre, señalaron que la obra debía ingresar al mercado sin más demora, ya que estaban seguros de que se trataba de un material significativamente valioso”.
Tras su lanzamiento, Atardecer bursátil no ha logrado, sin embargo, el éxito de Gold, segundo poemario de Slim. Fuentes cercanas al poeta han declarado que eso no le importa al autor, quien suele burlarse en secreto de los editores con frases como ésta: “Para ellos la prioridad es el dinero, el éxito de ventas, pues siempre están preocupados por rendir buenas cuentas a mi padre; para mí, lo fundamental es la poesía. Si no fuera así, yo mismo mandaría comprar todos los libros, ordenaría hacer reimpresiones por miles de ejemplares y haría estallar las listas de best sellers. ¿Pero qué caso tiene engañarse de esa forma? La poesía no merece tal impostura”.
Slim, el único poeta genuinamente neoliberal del que se tenga noticia en los mundillos literarios, ha estructurado Atardecer bursátil en cuatro partes tituladas “Encadenado a la grandeza”, “Versos de sangre azul”, “Artista soy” y “Amor financiero”. La primera nos plantea la certeza del poeta sobre su peculiar destino: él sabe que siempre estará lejos del fracaso, ajeno a las desgracias habituales del hombre moderno; por lo mismo se sentirá obligado a no ceder ante lo bajo. Esto lo vemos, por ejemplo, en la segunda estrofa del poema “Ni modo”:

Es así, ni modo
mi mundo es la cima
o más bien
la cima de la cima de la cima:
mi grandeza está obligada
                   (cadena jamás rota)
a ser ejemplo de humildad
desde la cumbre

“Versos de sangre azul” constituye un vistazo al pasado; los diez poemas de la sección tienden un puente a la infancia del poeta. En “Asombro inaugural”, poema corto, Slim declara:

Abrí los ojos
y lo que vi
con el candor inicial de mi niñez
fue la certeza de tenerlo todo
absolutamente todo
incluso asombro

Por la misma tesitura deambulan las piezas de “Artista soy”, sección en la que el autor se aventura a indagar en los instantes que determinaron su inclinación literaria, o sea, al “fuego de la poesía / hermanado a la recia llama del poder”. El siguiente tramo del libro, “Amor financiero”, es el más autocrítico de la obra. Aquí el poeta se autoinflige severos cuestionamientos existenciales. El poema “Preguntas al espejo” permite ver con claridad hasta dónde llega su sondeo:

¿A qué vine?
¿Por qué soy?
¿Qué me pertenece?
Nada, no soy nada
sólo un hombre que vaga silencioso
cabizbajo
hundido en su interior
mientras las bolsas de valores
engrandecen mi imperio.

Atardecer bursátil confirma en suma que Ricardo Slim, el poeta neoliberal, ha seguido su camino: el de acuñar versos con un temple basado sobre todo en el registro del dos emociones encontradas: las que se mueven en los negocios de alto perfil y las que nacen en el “invernadero de la soledad”.

Atardecer bursátil, Ricardo Slim, Diamond, Nueva York, 2013, 87 pp. Traducción al español de Alejandro Ramos H.