sábado, noviembre 01, 2014

Sábados con Saldaña















Le perdí casi totalmente la pista, ya no lo escuché otra vez en radio y nunca en treinta o más años volví a verlo en televisión. Sólo en los años recientes leía sus tuits y una vez, una sola vez, pude escribirle allí un elogio directo que me agradeció sin aspavientos. Yo sabía que luego de su periodo en Imevisión (lo que después, en la abaratadora época de las privatizaciones salinistas, fue TV Azteca) se había establecido en otros medios a los que no podíamos acceder en La Laguna, y que seguía en la misma actitud de siempre, es decir, dándole margen a sus temas, a la cultura, el idioma, a la política y a la música “para viejitos”.
Para mí serán inolvidables los sábados televisivos de Jorge Saldaña (1931-2014). Recuerdo que entre 1976 y 1984, más o menos, pasé incontables mañanas sabatinas en el ritual de encender el televisor con sólo cuatro canales disponibles y sintonizar el maratón de programas orquestado por ese locutor grandote, canoso, entacuchado, de voz bien entonada y actitud permanentemente abierta a la comunicación inteligente.
Era para mí, insisto, un momento grato, acaso incomparable. Despertar los sábados quizá un poco atarantado por la juerga del viernes con los amigotes y comenzar el día con Desayunos con Saldaña, programa de tres o cuatro horas en el que su conductor montaba una especie de restaurante en un estudio de televisión. Allí, entre meseros y técnicos, varios comensales fijos y semifijos, todos sentados y desayunando en vivo iban tomando poco a poco la palabra para tratar diversos temas. El conductor pasaba de mesa en mesa y en cada una había un especialista en alguna zona del conocimiento; el conductor le daba entonces cerca de diez minutos para que desarrollara su comentario y luego le hacía una breve entrevista. Planteada así, parece (o es) una idea simple, pero funcionaba porque cada invitado decía algo bien articulado y además Saldaña propiciaba un diálogo amable y agudo, además de jocoso cuando se podía. Recuerdo que al final entrevistaba al patrocinador del desayuno, un restaurantero de nombre Juan Ruiz, con quien jugaba socarronamente a debatir asuntos gastronómicos.
Luego de este largo programa, Saldaña, sin pausa, pegaba otro: Sopa de letras, que fue una maravilla. Imagínense: yo tenía trece, catorce o quince años y ya creía borrosamente que me gustaba esto de las palabras y la literatura, así que escuchar y ver a varios expertos en filología me dejaba literalmente fascinado. En el elenco de especialistas estaban, entre otros, Arrigo Coen Anitúa, Francisco Liguori, Carlos Laguna, Pedro Brull, Otto Raúl González, Ernesto de la Peña, Leonardo Ffrench, Felipe San José, Alfonso Torres Lemus y Ramón Cruces. Nadie más repitió nunca lo que Saldaña logró en aquella proeza televisiva: reunir a varios maestros del idioma para que al aire, en tele abierta, desplegaran sus misceláneos saberes a propósito de una palabra, de una etimología, de un error gramatical. Aquello era espectacular si lo comparamos con la televisión habitual, y era Jorge Saldaña quien lo orientaba, quien le daba forma. Quiero creer que ese programa determinó de alguna forma que yo decidiera chambear, así fuera sin talento, en las letras, en esto que ahora hago.
Pero el sábado de Saldaña no terminaba allí. Luego, en las noches, tenía el programa Nostalgia. Estaba dirigido sobre todo a los padres, a los adultos ya bien entrados en edad, pues por allí desfilaban las canciones de Agustín Lara, de Consuelito Velázquez, de Guty Cárdenas, de María Grever, de Álvaro Carrillo y compañía. Como no me desagrada esa música, confieso que de vez en cuando también lo veía.
Pasaron los años, Imevisión desapareció, Saldaña salió de la señal nacional y le perdí la pista, como dije al inicio, pero nunca olvidé sus programas, parte de la tele que vi en mi adolescencia. Estas palabras son, por todo, un agradecimiento, mi tributo al trabajo ejemplar de Jorge Saldaña, el gran periodista de Banderilla, Veracruz.