lunes, julio 14, 2014

Fin de Mundial: un rápido balance














Brasil 2014 llega a la hora de los balances. Sin haber sido espectacular, sin haber tenido un futbol de otro planeta, creo que nos dejó mayoritariamente contentos. En la fase de grupos tuvo muchos goles y eso sirvió para construir la sensación de que fue un torneo vistoso. Luego de ese periodo vimos dos o tres choques reñidísimos en octavos y cuartos, algunos resueltos en alargues o en penales, más el histórico derrumbe, en semifinales, del anfitrión frente a Alemania. Todo esto ratificó que en general fue un torneo mundialista digno de recuerdo.
Las sorpresas llegaron de lugares imprevistos. De África se esperaba más, pero sólo Argelia ofreció un poco del futbol rápido, fuerte y vertical que ha caracterizado sobre todo a equipos como Nigeria, Camerún y Ghana. De Oceanía y Asia sólo vimos fantasmas, equipos como Australia y Corea cuyo futbol no alcanzó ni para lo mínimo, e igual pasó con Japón.
Una de las sorpresas, y grandes, hay que decirlo, fue colectiva. La dio, contra cualquier pronóstico, nuestra zona, la Concacaf. Salvo Honduras, que tuvo un desempeño lamentable, los otros equipos, incluido EU, lograron darse a respetar y ocurrió incluso que por momentos jugaron mejor de lo que pudo anticipar cualquier especulación levantada antes del 12 de junio. México y Costa Rica protagonizaron dos historias inesperadas para sus respectivos países, uno porque participó sin crédito luego de un proceso eliminatorio miserable y otro porque logró llegar hasta el quinto partido luego de atravesar por un grupo horroroso, acaso el peor de todos.
En efecto, lo que hicieron los ticos ahí queda y será recordado, nos guste o no. Haber competido contra Italia, Inglaterra y Uruguay, y haber salido airoso, no cualquiera, pues más allá de su circunstancia coyuntural esos rivales (o el peso de sus camisetas) no gravitó sobre la escuadra costarricense que salió con todo para lograr lo inaudito: el primer lugar de un grupo que antes de comenzar el Mundial le auguraba el último.
México reeditó el mito del ave Fénix. El seleccionado tricolor llegó al Mundial, nadie lo ignora, después de la eliminatoria más accidentada y traumática de su historia. De hecho, dos o tres minutos bastaron para cambiar su destino, aquellos en los que EU dio la voltereta al marcador frente a Panamá, en Panamá, y metió sin querer a México en el repechaje contra Nueva Zelanda. Literalmente liquidado, fuera de Brasil 2014, nuestro país revivió y se coló al torneo por el ojo de una aguja. Nadie esperaba pues que México hiciera lo que hizo: dos triunfos convincentes y un empate frente al anfitrión. Luego, la derrota frente a Holanda en octavos, una caída que frustró, ciertamente, pero sin diluir del todo la buena imagen que generó en la fase de grupos. El ave Fénix, entonces, no sólo revivió; también alimentó esperanzas de quinto partido, lo que sin duda fue mucho más de lo que imaginamos quienes vimos el desastre de la eliminatoria.
Europa no puede estar jamás al margen de los primeros planos, obvio, pero también produjo su cuota de sorpresas negativas. Para comenzar, España, selección a la que se auguraba la repetición de la gloria y fue eliminada de manera fulminante, por nocaut. En el mismo tenor, Inglaterra volvió a las andadas: mucho ruido en su liga y pocas nueces en los Mundiales. En cuanto a Francia, acusó una sensible recuperación luego del ridículo que hizo en Sudáfrica; es un equipo en transición y es fácil esperar que rinda frutos en los años por venir. Italia y Portugal, por su parte, hicieron sendos papelones, pero dado su historial es más lógico que se carguen las tintas al seleccionado azul. Los otros europeos que deambularon con grisura fueron Bosnia, Rusia y Croacia; cuadros fuertes y veloces, carecieron de solvencia frente al arco. Por último, Suiza, un equipo también gris que se vio favorecido por la debilidad de su grupo.
Holanda y Alemania son los dos europeos que salvaron el prestigio de su continente. Otra vez los de color naranja fueron un gran contrincante, otra vez en su estilo de buen toque, vertiginoso y contundente, pero otra vez se quedaron en la orilla, como es costumbre de estos ya-merito mundialistas. En nuestro país, dicho sea de paso, se convirtió en leyenda exprés el choque contra los holandeses y el clavadazo de Robben. Ahora hasta piñatas hay con este motivo.
Sudamérica presentó una baraja espectacular en la fase de grupos. Sólo Ecuador desentonó, y es imposible saber por qué dado el potencial de sus jugadores. Chile presentó un equipo sobrio, batallador, que se fajó en uno de los llamados grupos “de la muerte”; se fue contra Brasil en penales, pero a punto estuvo de ganar a los de casa y evitar el derrumbe que esperaba a los cariocas en la semifinal contra Alemania. Uruguay sufrió otra vez, entre lesiones y escándalos se colocó en el segundo de su grupo y llegó tan mermado a octavos que de allí esta vez ya no pasó. Colombia fue un relámpago, hizo muchos goles (incluidos los de James Rodríguez, el campeón goleador del torneo) y caminó con marca perfecta la fase grupal; luego despachó al desvencijado equipo charrúa para seguir con su ritmo invicto hasta cuartos. El buen Mundial colombiano se debió a su futbol pero también, es innegable, a que le tocó el grupo más flojo del torneo, el único con tres equipos con diferencia negativa de goles.
Párrafo aparte merece Brasil. Ya es fácil decir que esta selección lejos estuvo de haber usado dignamente la camiseta histórica, pero en la primera fase del torneo, en octavos y en cuartos nadie se atrevía a vaticinar sin titubeos que su pobre futbol, sus limitaciones y demás, iban a terminar en un cataclismo. México, Chile y Colombia le dieron mucha lata, pero Brasil salió adelante casi por el puro abolengo del jersey verde-amarillo. Todo fue que perdieran a Neymar y, sobre todo, que encararan a Alemania para que las debilidades quedaran al descubierto peor que en una cámara escondida. Esos siete minutos inolvidables (del 23 al 30 del primer tiempo) en los que Alemania los ametralló, sobrevivirán a los tiempos tanto o más, y mejor documentados, que el mismísimo Maracanazo. Pobre Brasil. Ni el guionista más macabro pudo escribirles por anticipado una película con tanto horror  en el clímax.
Argentina, como Colombia, tuvo cuatro primeros partidos con cierta comodidad. No mostró gran cosa (chispazos de Messi, Di María o Higuaín), pero en esos duelos pudo armonizar su defensa, apretarla tan bien que allí apoyó su pase a la final. Más que el brillo de Messi y compañía en la delantera, Argentina llegó casi a la orilla gracias a Mascherano, Demichelis, Garay, Zabaleta y, claro, Romero al fondo. Desde octavos sólo cometieron un descuido en la zaga, el del gol en la final, lo que les costó el campeonato.
Alemania, por último, fue el equipo más parejo en sus líneas y en su funcionamiento. Tiene estrellas, pero ninguna parece opacar a los que no lo son. En los germanos no es disparatada la metáfora maquinística; en efecto, su trabajo es ordenado, sistemático, equilibrado, y sus jugadores son tipos que operan como engranes, de ahí que no se le noten las bajas por lesión y los cambios siempre den resultado. Si se suma ese accionar matemático a la fortaleza física y el deseo de triunfo, puede entenderse más fácilmente por qué Alemania hizo historia al coronar por primera vez un seleccionado europeo en América.
Mundial con pésimo arbitraje, Mundial con sorpresas tica y colombiana, Mundial con mordida de Luis Suárez, Mundial con ojo electrónico para ver los goles dudosos, Mundial con polémica por un grito mexicano, Mundial (para nosotros) con clavado de Robben, Mundial con la peor humillación para Brasil, Mundial con una Argentina que no termina por hallar a su nuevo Maradona, Mundial con Alemania otra vez en la cima, Mundial, en suma, que ya es historia y recordaremos con agrado porque tuvo mucho, muchísimo, de todo.