lunes, junio 30, 2014

Piquita con Juan Sasturain



Uno de mis escritores ídolos es Juan Sasturain. De hecho, lo tengo como modelo tardíamente descubierto. Su apellido me sonaba desde hace varios años, pero fue en 2005 cuando comencé a leer algunos de sus artículos en la prensa argentina. Me gustaron su desenfado, su tono confesional, su posición crítica y su pasión futbolera. En más de un aspecto me recordó al Gordo Soriano, así que el negocio de mi admiración por Sasturain fue, es, redondo, tan redondo como un balón de fut. Lo conocí personalmente en la FIL. Fue en 2007, en una mesa que compartió con Roberto Fontanarrosa y otros intelectuales que cometieron la divertida insolencia de dialogar sobre goles y jugadores. Creo que le regalé un librito y me tomé una foto con él en la que luzco una barba horrible aunque, por supuesto, menos escandalosa que la del incipiente actor Diego Fernández de Cevallos.
Hace poco leí Picado grueso (Página 12, Buenos Aires, 2008, 126 pp), librito de cuentos escrito por Sasturain (“picado” en argentina equivale en México a “pica” futbolera, es decir, a cascarita). Son, obvio, relatos sobre futbol, aunque es necesario advertir desde ya que los de Sasturain, como los de muchos narradores argentinos, no son a veces cuentos sobre fut, sino sobre vida, referentes a los problemas habituales de la existencia humana pero con alguna pizca de futbol en sus pasajes.
Los escritores uruguayos y argentinos han encontrado un modo sabrosamente mañoso de no separarse del futbol. Simplemente lo han convertido en tema oblicuo, sesgado con respecto de la narración tronco. En mayor o menor medida, puede aparecer en todos los relatos, pero lo fundamental en cualquier caso es lo otro, la parte, digamos, no futbolera de la historia. A la vera del conflicto eje, el futbol es como un condimento, como un anzuelo, la parte a veces invisible pero constante de relatos que a los empedernidos del fut (como al reseñero que aquí opina) les crea una impresión de realidad ya que, como sucede en la vida de cualquiera, los líos de la vida no están separados de los comentarios que aquí y allá decimos o escuchamos sobre balompié. Es como estar, por ejemplo, asfixiado de deudas y al mismo tiempo desear que al menos gane el equipo al que le vamos para mitigar en algo la desolación.
Así los cuentos de Sasturain. En todos es claro que deambula el fut, pero también lo es que se hace acompañar de los pequeños y grandes conflictos que hacen de la vida un hervidero de miserias y a veces, por qué no, un espacio idóneo para el heroísmo anónimo. Si no conté mal, son 21 cuentos, todos escritos con una prosa sencilla y maliciosa, todos hábilmente tejidos para llevarnos a la esperada sorpresa que caracteriza los finales cuentísticos.
En el prólogo, Sasturain hace casi innecesariamente esto, una confesión que, mutatis mutandis, podríamos firmar muchos: “Supongo que no sé exactamente si terminaré siendo lo que quise ser. Probablemente no. Pero es cierto que si ahora (todavía) quiero y trato de ser escritor y a veces lo soy, hubo un tiempo en que quise ser jugador de fútbol. (…) la cosa estaba bien clara en cualquier test que me hicieran al fin de la primaria y era evidente cuando a los 18 vine a Buenos Aires por primera vez con dos propósitos: estudiar Literatura en la UBA y probarme en San Lorenzo, donde tenía un tío dirigente. Pero me sobraba edad y me faltaban aptitud y perseverancia, así que pese a terminar fichado en Lanús largué pronto, y los libros y la recién descubierta militancia me llevaron el tiempo y las energías para otro lado por unos años”.
Sasturain dice “por unos años”, o sea, no por mucho tiempo se colocó lejos del futbol, ya que pronto aprendió a conciliar su apetito de literatura y política con el otro, el apetito de Boca y de goles, el apetito de canchas y polémicas. El espacio en que se conciliaron las dos o tres pasiones (literatura, política y futbol) fue la escritura, como lo evidencian los cuentos de Picado grueso. No es posible resumir ni un argumento de un libro con tantos relatos; sólo diré, para terminar, que son memorables “El búlgaro”, “Bronces”, “Sportivo Virreyes” y “The Cleveland Rush”, pero todos tienen algo. Sasturain es uno de esos pocos que tiene la mala costumbre de tocar siempre la tecla correcta así en periodismo como en literatura. Suertudo.