sábado, mayo 31, 2014

Relámpagos de medio siglo




















Uno de los errores bibliográficos que más lamento fue haber perdido la primera edición de Los relámpagos de agosto, la famosa novela de Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato, 1928-Mejorada del Campo, 1983). Amaba ese libro —que compré por correspondencia en Estados Unidos— por una razón ingenua pero suficiente para emocionarme: su colofón señalaba que fue impreso en La Habana en mayo de 1964. Se trataba, pues, que yo recuerde, del único libro significativo con mi edad exacta. Conservo, eso sí, la imagen de la portada, pues alguna vez recosté la tapa de Los relámpagos… sobre un escáner.  
Esta entrada inevitablemente autorreferencial se debe a que de veras me duele no tener ya la primera edición de Los relámpagos de agosto, obra que en 1964 ganó el Premio Casa de las Américas organizado, como sabemos, en Cuba. Fue el libro con el que Ibargüengoitia pasó del teatro a la narrativa y que pronto le redituó lectores y visibilidad ante la crítica. A partir del 64, entonces, se dedicó a construir cuentos y novelas que lo mismo jugueteaban con la historia mexicana que con sucesos escandalosos del periodismo nacional, como pasó con Las muertas.
Desde Los relámpagos…, Ibargüengoitia comenzó a ser identificado como escritor sarcástico. En efecto, y aunque alguna vez leí, no recuerdo dónde, que rechazó la etiqueta de escritor inclinado a “lo humorístico”, el enfoque de Los relámpagos… abrió una puerta anchísima a su narrativa, tanto que de golpe pasó a convertirse en uno de los autores mexicanos más dotados para abordar en clave paródica nuestra realidad pasada y presente.
Ya en la década de los sesenta se sabía que había tronado el discurso grave, solemne, de los “herederos” de la Revolución. Los beneficiarios del poder político y económico seguían orondos y muchos hablaban y escribían con tono declamatorio, siempre con la gesta revolucionaria a flor de jeta como si en realidad hubiera derivado en la salvación del país y no en bonanza de unos cuantos.
Citado por Luis Barrón en el ensayo “Los relámpagos críticos: la revolución de Ibargüengoitia”, Sergio Pitol escribió que el también autor de Los pasos de López “se dedicó a leer la abundante literatura de y sobre la Revolución mexicana, en especial las memorias autoconsagratorias de los más famosos caudillos, donde todos los logros y virtudes se los atribuían, modestamente, a sí mismos y los infinitos fracasos y desastres a los demás, fueran sus cófrades o sus adversarios”.
El general de División José Guadalupe Arroyo, protagonista de la novela, es entonces un personaje tipo: en él quedan resumidos todos los paladines que tarde o temprano expusieron en cualquier medio, sobre todo en libros de memorias, la grandeza de sus actos (escrupulosamente descritos) y la abyección de sus enemigos.
Cincuenta años exactos han pasado desde la primera edición de Los relámpagos… El libro, pese al medio siglo escurrido en el alcantarillado de ocho sexenios y pico, sigue teniendo vigencia, pues básicamente nos dibuja que la historia es un objeto manipulable, un constructo a partir del cual los grupos hegemónicos se autolegitiman y reformatean cada que lo necesitan el mismo discurso justiciero y esperanzador.