Durante
diez años fui seguidor televisivo del tenis internacional. Eso abarcó, más o
menos, de 1978 hasta finales de los ochenta. Fue, de hecho, mi etapa de mayor
enajenación deportiva, el momento en el que aprendí todo lo que todavía sé
sobre box, futbol, tenis, beisbol, futbol americano y, claro, futbol soccer.
Esto lo recuerdo porque el pasado fin de semana eché un vistazo a YouTube y me
detuve cinco minutos en un match de María Sharápova contra una belga.
Aparte de quedar deslumbrado ante la rusa, me llamó la atención su tiro
de top spin. Eso me llevó a pensar en el jugador que más admiré, pues
coincidió que él estaba en la cúspide cuando me interesé por el tenis.
Me
refiero al sueco Björn Borg, que sin inmutarse sacaba unos raquetazos
bestiales desde el fondo de la cancha, muchos con el efecto sublime del top spin que nadie, hasta donde
pude ver, dominaba tanto como él, rey en tenis del “efecto Magnus”. Vi a Björg
contra otros legendarios como Connors, Vilas y, por supuesto, contra otro que
también admiré: John McEnroe. Las mujeres no eran entonces tan seguidas por la
tele, pero me tocó ver partidos enteros de Chris Evert y, sobre todo, de
aquella máquina checa llamada Martina Navratilova.
Para
la época de Iván Lendl y Boris Becker yo me había separado mucho no sólo de las
transmisiones deportivas, sino de toda la televisión. Pero aquello fue grato
mientras duró. No me arrepiento y hasta la fecha creo que nadie ha jugado mejor
al tenis que mi ídolo Björn Borg, el Témpano de Hielo, según la crónica de
Vicente Zarazúa y Pancho Contreras en canal 5.
Al
margen del seguimiento en la tele, siempre sospeché que podía jugar bien al
tenis. Algo en mi interior me decía que si lo hubiera aprendido, ciertos tiros
desde el fondo, mis tiros, terminarían por derrotar rivales. Pero pasó que
nunca tuve la oportunidad. Sabía que las canchas de ese deporte estaban en
clubes privados, y soñar con una raqueta era soñar demasiado, así que me
resigné a imaginarme un posible buen tenista. Años después jugué un poco de
ping-pong, y aunque es algo distinto, sentí que mis buenos muñecazos con efecto
(algo tenísticos) eran una prueba de que pude hacer algo en el tenis. Pero esto
nunca pasará de ser una simple conjetura, un sueño muy borroso en el recuerdo.