miércoles, agosto 24, 2022

Aquel tenis



















Durante diez años fui seguidor televisivo del tenis internacional. Eso abarcó, más o menos, de 1978 hasta finales de los ochenta. Fue, de hecho, mi etapa de mayor enajenación deportiva, el momento en el que aprendí todo lo que todavía sé sobre box, futbol, tenis, beisbol, futbol americano y, claro, futbol soccer. Esto lo recuerdo porque el pasado fin de semana eché un vistazo a YouTube y me detuve cinco minutos en un match de María Sharápova contra una belga. Aparte de quedar deslumbrado ante la rusa, me llamó la atención su tiro de top spin. Eso me llevó a pensar en el jugador que más admiré, pues coincidió que él estaba en la cúspide cuando me interesé por el tenis.

Me refiero al sueco Björn Borg, que sin inmutarse sacaba unos raquetazos bestiales desde el fondo de la cancha, muchos con el efecto sublime del top spin que nadie, hasta donde pude ver, dominaba tanto como él, rey en tenis del “efecto Magnus”. Vi a Björg contra otros legendarios como Connors, Vilas y, por supuesto, contra otro que también admiré: John McEnroe. Las mujeres no eran entonces tan seguidas por la tele, pero me tocó ver partidos enteros de Chris Evert y, sobre todo, de aquella máquina checa llamada Martina Navratilova.

Para la época de Iván Lendl y Boris Becker yo me había separado mucho no sólo de las transmisiones deportivas, sino de toda la televisión. Pero aquello fue grato mientras duró. No me arrepiento y hasta la fecha creo que nadie ha jugado mejor al tenis que mi ídolo Björn Borg, el Témpano de Hielo, según la crónica de Vicente Zarazúa y Pancho Contreras en canal 5.

Al margen del seguimiento en la tele, siempre sospeché que podía jugar bien al tenis. Algo en mi interior me decía que si lo hubiera aprendido, ciertos tiros desde el fondo, mis tiros, terminarían por derrotar rivales. Pero pasó que nunca tuve la oportunidad. Sabía que las canchas de ese deporte estaban en clubes privados, y soñar con una raqueta era soñar demasiado, así que me resigné a imaginarme un posible buen tenista. Años después jugué un poco de ping-pong, y aunque es algo distinto, sentí que mis buenos muñecazos con efecto (algo tenísticos) eran una prueba de que pude hacer algo en el tenis. Pero esto nunca pasará de ser una simple conjetura, un sueño muy borroso en el recuerdo.