miércoles, junio 27, 2012

Inagotable quijotismo en Saúl Rosales



Escritores quijotistas me llegan de inmediato a la cabeza: Goethe, Heine, Thomas Mann, Destoievski, Víctor Hugo, Unamuno, Graham Green, Mark Twain, Alejo Carpentier, Alfonso Reyes, Borges, García Márquez, Vargas Llosa y, por supuesto, el recientemente ido Carlos Fuentes, quien por cierto declaró más de una vez que celebraba el rito espiritual de releer cada año la gran novela de Cervantes. Estos y varios famosos escritores más han ponderado como extraordinaria la calidad del Quijote, sus incuantificables aciertos, su condición de libro imperecedero. Tan lo es que no existe obra humana de ninguna índole, ni arquitectónica ni tecnológica ni nada, que haya convocado igual unanimidad en el elogio y un número de juicios siquiera aproximado al que recoge año tras año, desde hace siglos, el relato cervantino.
Este caudal enorme de aproximaciones, que por grande parece haber agotado sus posibilidades, no deja de crecer en todas las lenguas y a propósito de todas las temáticas. En efecto, el Quijote es un libro generador de libros, acaso la historia mejor escudriñada de cuantas ha producido una imaginación humana. Cuento anecdóticamente, y sólo para traer un ejemplo, que hace cerca de 25 años di con un libro donde se vinculaba al Quijote con la medicina. Recuerdo que para entonces yo ignoraba la frecuencia de esas implicaciones. ¿Cómo —me preguntaba— , el Quijote puede ser algo más que un divertimento narrativo? El paso de los años y otros hallazgos de esa índole me confirmaron que la obra de Cervantes en general, y el Quijote en particular, era desdoblable: podía ser literatura, divertida literatura o banquete filológico nomás, pero también era, por su poder sugestivo, lo que deseáramos interpretar, lo que quisiéramos adaptar a nuestros propósitos siempre y cuando estuvieran atravesados por una sentido enaltecedor del tema o el oficio al que quisiéramos asimilar la andante caballería, esa andante caballería extinta ya en tiempos de Cervantes, pero metafóricamente viva en toda actividad cuyo objeto, cuya orientación, cuyo fin sea ayudar, socorrer, cuidar, proteger, salvaguardar al que lo necesite con mayor urgencia.
Así entonces, aquel libro donde se hermanaba al manchego con la medicina no podía ser más atinado, como luego entendí. Más allá de que en la actualidad éste o muchos otros oficios no sean precisamente quijotescos, lo cierto es que en términos ideales un médico es mejor en la medida en la que antepone su vocación de servir a su urgencia de servirse, de enriquecerse usando como medio el dolor ajeno.
Saúl Rosales, puedo decirlo desde ya, es el más importante cervantista lagunero. En 2010 publicó Un año con el Quijote, libro que congrega los artículos por él escritos durante los doce meses celebratorios del cuarto centenario de la edición príncipe impresa en 1605. Hoy, a su generosa obsesión suma Don Quijote, periodistas y comunicadores, libro en el que aproxima la figura del caballero a la de los actuales difusores de información y opiniones. Como lo hizo el médico ya mencionado, Saúl Rosales, quien ha sido periodista y maestro de varias generaciones de estudiantes de comunicación, acerca el quehacer del hombre de La Mancha al de quienes, con diferente rocín y diferentes armas, también tienen, en teoría, en el plano de lo ideal, la obligación irrenunciable de buscar la verdad en la inmediatez de la vida cotidiana, de articularla en vertiginosos mensajes y de comunicarla para que mediante tal ejercicio sea posible desfacer entuertos y socorrer, sobre todo, a los menesterosos de nuestra hora.
Se trata pues de un libro movido por un brazo de palanca ético. Saúl Rosales no esconde en estas páginas su deseo de mostrar que en el hético y ético Quijote y su oficio cuadran, mutatis mutandis, sutiles y valiosas directrices para el desempeño del comunicador. El autor entiende la importancia de esta profesión, conoce sus puntos flacos, la facilidad con la que a veces una vocación sana de periodista se tuerce por el pragmatismo o la venalidad, que conducen casi en automático al ejercicio cínico de la mentira y el ocultamiento. Rosales, lector atento del Quijote, extrae del caballero andante una miscelánea de lecciones que todo comunicador bien nacido puede apropiarse y usar como adarga, como escudo ante las acometidas del poder que aspira siempre a corromperlo.
El método elegido por Saúl Rosales es sencillo, amable con el lector, puedo decir que hasta práctico si consideramos que su lectura es lineal, es decir, que avanza de acuerdo a lo que cada capítulo del Quijote, en orden, le insinuó. Luego de ponderar en el prólogo el valor del periodismo, actividad nacida casi al mismo tiempo que Cervantes, avanza en cerca de cien pasajes breves, de una cuartilla o poco más, por los capítulos de las dos partes del Quijote. Cada una de las reflexiones es encabezada por un epígrafe detonador, cita textual breve en la que apoya sus comentarios. Dicho de otro modo, el escritor lagunero va glosando ciertas afirmaciones del Quijote y las asocia, resementizadas, al quehacer del comunicador actual. Como dije hace algunos renglones, las palabras que don Quijote enuncia para referirse a sus viejos y en apariencia caducos empeños, son discretamente (uso para el caso el sentido antiguo de la palabra discreción, como lo recuerda el autor en la página 117) acopladas por Saúl Rosales a nuestro época y al oficio de comunicar. La verdad, la valentía, el respeto, la solidaridad, la honra, la inteligencia, la responsabilidad y muchos otros valores caros a la caballería andante, deslizados con humor y buena prosa por Cervantes, aquí se tienden como puentes hasta nuestro tiempo para orientar al periodista, para guiarlo ahora que, parece, en esta y en muchas otras profesiones se olvida el ideal de ser útil a la sociedad, y, en sentido inverso, son fomentadas las nociones nada quijotescas del individualismo y la mezquindad.
Don Quijote, periodistas y comunicadores, es por todo un paseo múltiple: por el libro de Cervantes, por la comunicación como actividad fundamental en las sociedades contemporáneas y por las llanuras de la ética siempre necesitada de andantes caballeros o de andantes periodistas y comunicadores.

Comarca Lagunera, 26, junio y 2012

Nota del editor: Texto leído en la presentación de este libro celebrada ayer en la biblioteca municipal de la alameda Zaragoza, Torreón. Participamos Angélica López Gándara, el autor y yo. La foto que encabeza este post es cortesía de Luis Rogelio Muñoz Vargas, mi bróder. Esta publicación contiene viñetas de Tábata Ayup y fue cuidada por Ruth Castro.

domingo, junio 24, 2012

Quijote entre comunicadores



Como lo hizo en Un año con el Quijote (2010), Saúl Rosales ha escrito otro libro por y sobre la obra literaria más importante de nuestra lengua. Su título es Don Quijote, periodistas y comunicadores, aguda reflexión sobre las ideas del inmortal personaje de Cervantes que tienen o pueden tener relación con el oficio, no pocas veces quijotesco, de comunicar. Es, por ello, un libro que juzgo imprescindible para los periodistas de nuestro tiempo, trabajadores amenazados por la violencia, la ligereza ética y las tentaciones que le tiende el poderoso.
Don Quijote, periodistas y comunicadores será presentado a las 7 de la tarde este 26 de junio en la biblioteca José García de Letona ubicada en la alameda Zaragoza de Torreón. Presentaremos Angélica López Gándara, el autor y yo.
La entrada es libre y el libro allí estará a la venta. Esta actividad es organizada por la Dirección Municipal de Cultura de Torreón.
Con autorización del autor, reproduzco en seguida un fragmento del libro. Espero que noten su valor con esta probadita y nos acompañen pasado mañana en la presentación.

Príncipes de la ignorancia

...todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo.

Cap. XVI, 2a. parte, p. 667

Los clásicos de la teoría de la comunicación masiva atribuían a los medios –prensa, radio, cine y televisión– las funciones de informar, orientar y divertir. Si se observa, el periodismo, a veces balanceada y a veces desproporcionadamente, cumple tales atribuciones dando noticias, aportando opiniones y proporcionando una diversión que va desde los crucigramas y los cómics hasta los chismes del mundo del espectáculo y las hazañas del deporte.
De esa manera, divulgando el saber noticioso, el reflexivo y el de esparcimiento, el periodismo contribuye a erradicar la ignorancia que desde el punto de vista de don Quijote caracteriza al vulgo, ignorancia que en su caso convierte en rústico y villano al señor y al príncipe, según asevera cuando dice que “todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo”.
En los hipotéticos tiempos de don Quijote, que serían una borrosa combinación de la época de Cervantes, el medievo y la imaginación literaria, el saber se concentraba en los monasterios; más tarde, durante el Renacimiento, lo acumulaban quienes podían adquirir libros manuscritos en originales o copias. Con la imprenta de Gutenberg el conocimiento se popularizó, en tanto hizo posible la profusión de libros estampados, almanaques, hojas volantes noticiosas y luego periódicos, entendido el término periódico en la acepción de publicación cíclica, diaria y no necesariamente diaria, puesto que los primeros periódicos fueron semestrales y gradualmente se fue reduciendo su periodicidad hasta convertirlos en diarios.
En nuestro tiempo el periodismo proporciona conocimiento noticioso, tanto como conocimiento analítico. Con sólo el saber contenido en las diversas expresiones del periodismo se puede adquirir la información suficiente para eludir la categoría de vulgo que aplica don Quijote. Ahora se ha dicho que la información es poder.
El periodismo enseña, es decir, aporta conocimiento; informa y forma. Lleva nutrimento a las conciencias; las in-forma y también las auxilia en su transformación al ofrecerles la hondura y el ejercicio mental de las reflexiones, comentarios y opiniones que divulga. En suma, el periodismo forma conciencias.
Sin duda el periodismo cumple una función social que don Quijote aplaudiría porque informando y orientando ayuda a disminuir lo que el Caballero de la Triste Figura llama “número de vulgo”, término que no designaría ahora sino la masa que vive contra su voluntad sumida en la ignorancia por las deficiencias dolosas de las repúblicas interesadas en impedir el desarrollo intelectual que induce a la crítica y a la insumisión.

sábado, junio 16, 2012

Recuerdo del "Petrolero" Macías







Gracias a tuiter recibí de Miguel Parrilla estas fotos y la siguiente anécdota. Valga todo para recordar, como dice mi amable seguidor tuitero, a un grande del boxeo irritila:

Parte de mi infancia crecí en la colonia Lucio Blanco, brava como ella sola, y por ello ingresé a la Escuela Primaria Federal General Lucio Blanco; ahí me hice amigo de Joaquín Macías Adame (hijo del “Petrolero” Macías) sin saber que su papá era un grande del boxeo nacional.
En quinto grado la amistad sucumbió debido al típico “tiro” de recreo. No recuerdo el motivo por el cual se dio, el caso es que sin decir nada nos agarramos a moquetazos. Como era de esperarse, caímos en la dirección de la escuela ante la maestra Galdina, la directora, y lo primero que recibimos fue un estirón de patillas (mínimo en aquella época de 1980 u 81). Después del regaño por la pelea, la directora citó a nuestros padres al día siguiente.
En la tarde, cuando vi a mi padre, le dije que lo habían citado en la escuela por mi pleito, y él, muy orgulloso, me dijo: “¿Y ganaste? Si no para no ir”. Le dije: “Pues sí, le saqué sangre de la nariz” (nótese el hijo bravucón e imaginativo haciendo sentir más orgulloso a su padre). “Bueno —contestó mi padre—, mañana voy a hablar con la directora y el papá del niño. ¿Y con quién te peleaste?”. Le respondí: “Con Joaquín, papá", y ya no contestó nada, pues él sabía quién era. Hasta que comprendí, entendí y vi quién era Joaquín "Petrolero” Macías supe por qué mi padre nunca se presentó al día siguiente en la dirección de la escuela. No lo culpo, yo en su caso hubiera hecho lo mismo.
Aquel fue uno de esos pleitos de niños que al día siguiente se olvidan y se sigue con la amistad como si nada. Y todavía, aunque no nos veamos, Joaquín Macías Adame y yo seguimos siendo amigos.
Esta anécdota la traigo para recordar a Joaquín “Petrolero” Macías, un grande del boxeo lagunero.

Pies de fotos

Con Sugar Ray Leonard y Marcos Geraldo, en la pelea que estos entablaron en New Orleans.

Junto a Pipino Cuevas, el campeón que nunca se despeinaba.

Con el campeón del mundo Sugar Ray Robinson; también en la foto Raúl Tirado, Sigfrido Rodríguez y el Octavio “Famoso” Gómez.

Con José Sulaimán, eterno presidente del Consejo Mundial de Boxeo.

El “Petrolero” en su mejor forma.

Salazar Mallén, un rencor vivo



Poco conocido, Rubén Salazar Mallén es uno de los escritores mexicanos más peculiares del siglo XX. El abordaje de Agustín Cadena en “Una poética del rencor” (La Jornada Semanal 280, 23 de octubre de 1994) nos deja ver claro por qué: fue un narrador que se calzó los guantes y halló en la realidad el punching bag ideal para soltar sus mandarriazos. “Vivió como pensaba y escribió como vivía”, dice Cadena en su revelador e invitante acercamiento. Creo que luego de leer estas dos páginas se antoja buscar algo de Salazar Mallén, lo que sea.
“Si Salazar Mallén fue y es contradictorio, ha sido para narrar nuestra realidad: el universo también contradictorio que se oculta tras el decorado de la historia; el universo de los caciques, de la intimidad del Partido Comunista de los años treinta, de la corrupción de nuestro sistema político, de la guerrilla urbana, de la lascivia y las pasiones, de los laberintos del poder”, escribió Javier Sicilia sobre Salazar Mallén en el prólogo a un compendio de sus obras publicado por la UNAM. Es entonces de esos escritores exaltados, accidentados, polémicos, malditos y por ello dignos de mejor atención, esa misma atención que le puso Agustín Cadena en 1994 y aquí comparto.

El poder y Canetti



Creo que nunca olvidaré la lectura de La invención del poder, libro que me regaló Federico Campbell allá por 1998. Es una colección de artículos en la que el periodista y escritor tijuanense reflexiona sobre las características, las relaciones, los abusos y los límites del poder. Supongo que gracias a ese libro advertí la importancia que reviste pensar permanentemente en el poder, aprender a tenerlo presente como sombra que al menor descuido tapa y asfixia a las sociedades poco atentas o demasiado sumisas/permisivas.
Recordé a Campbell por el ensayo de Héctor Ceballos Garibay (publicado en La Jornada Semanal 280, 23 de octubre de 1994) que lleva como título “Elías Canetti: El poder como delirio”. En los tiempos electorales que vivimos no está de sobra echar un ojo a las nociones sobre el poder del escritor búlgaro, quien acababa de morir cuando La Jornada Semanal le dedicó su portada y el texto de Ceballos Garibay que aquí convido.
Digo que no está de más el vistazo porque si algo decidiremos en los próximos quince días es la relación de la sociedad mexicana con el poder, con el nuevo, el que viene, el que ejercerá su fuero dentro de pocos meses. Es, pues, un texto importante en la coyuntura que vivimos. De hecho, siempre es importante, pues al poder jamás hay que darle la espalda, sino verlo, analizarlo, acotarlo, amarrarle las manos y las botas antes de que ceda a la fácil tentación de oprimir.
Podemos acceder aquí al PDF.

jueves, junio 14, 2012

Entrevista a Lezama Lima



Siempre he sostenido que el género más útil para el escritor es el género de la entrevista. Me refiero a la entrevista leída, al diálogo que entabla el buen periodista con el escritor admirado. Gracias a este género pude acercarme desde muy joven a las ideas de aquellos poetas, cuentistas y novelistas que sin querer, porque así es la entrevista, dejaban ver o entrever sus opiniones sobre cualquier tema. Allí, en esa esgrima de palabras, hallé claves, secretos revelados, puertas que se abren hacia la mejor inteligencia de sus obras y, por qué no, hacia la propia escritura del que lee cuando quien lee es un escritor en busca de sentido.
En la entrevista que aquí ofrezco, José Lezama Lima expone una parte de su experiencia y sus nociones literarias a Jean Michel Fosey. Lo hace con su peculiar, con su deslumbrante estilo oral, mezcla de incandescencia intelectual y relampagueante poesía.
En estas páginas aparece la famosísima autodescripción de Lezama, pincelada que no resisto la tentación de citar: “Aquí estoy en mi sillón, condenado a la quietud, ya peregrino inmóvil para siempre. Mi único carruaje es la imaginación, pero no a secas: la mía tiene ojos de lince. Son ya pocos los años que me quedan para sentir el terrible encontronazo del más allá. Pero a todo sobreviví, y he de sobrevivir también a la muerte. Heidegger sostiene que el hombre es un ser para la muerte; todo poeta, sin embargo, crea la resurrección, entona ante la muerte un hurra victorioso. Y si alguno piensa que exagero, quedará preso de los desastres, del demonio y de los círculos infernales”.
Las seis páginas que ofrezco, decoradas por cierto con ilustraciones del gran René Portocarrero, fueron tomadas de la Revista de la Universidad de México, volumen XXXI, número 12, agosto de 1977, cuya portada (con Nabocov en verde) remata el post anterior a éste. En la primera página detecté dos erratas graves: Vargas Llosa define a Lezama como “conversador fascinante”, no como “conservador fascinante”. Poco después, en lo que ya cité, la RUM dice: “crea en la resurrección”, y debe ser como yo cito: “crea la resurrección”. Despachadas estas dos salvedades, he aquí la entrevista escaneada para ustedes por su servidor.

Retrohemerografía cultural



¿Qué hacer en tiempos de internet con un conglomerado de revistas y suplementos culturales que sólo fueron recogidos en soporte de papel? ¿Dónde colocarlo? ¿En el bote de la basura, en alguna biblioteca, en un archivo? Estas preguntas me las vengo haciendo desde hace diez años, cuando dejé de coleccionar revistas y suplementos como lo hice al menos durante dos décadas y pico, de 1983 a 2003.
Pues sí, en 1983 u 84 comencé mi secreta y ya abandonada carrera como compilador de papeles periodísticos culturales. Lo primero que reuní fue el suplemento Opinión Cultural, del diario La Opinión, (llamado luego La Opinión-Milenio y hoy Milenio Laguna). Era un tabloide semanal de ocho páginas que vivió algo así como tres o cuatro años y fue dirigido un breve lapso, en su arranque, por Enrique Rioja del Olmo y Agustín Velarde, y luego, la mayor parte del tiempo durante el que circuló, por Saúl Rosales Carrillo. Opinión Cultural fue de hecho el primer espacio periodístico donde publiqué, esto en septiembre de 1984. Domingo tras domingo esperaba pues la edición del diario para extraerle el suplemento. Sé que extravié o se me pasaron varios ejemplares, pero también sé que conservé y conservo la mayoría y no exagero si afirmo que dicho tabloide semanal representó parte de mi escuela de periodismo cultural, ya que en La Laguna no teníamos muchos espacios de esa índole.
Mientras compraba libros y también configuraba una biblioteca hoy ciertamente decorosa, me di tiempo y maña para reunir otro tipo de papeles, revistas y suplementos. Ya dije con cuál comencé, y a eso le siguió el suplemento universitario Clase (quincenal publicado en La Opinión durante unos dos años), que perdí completito en una mudanza; luego, el periódico cultural El Juglar del Departamento de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de Coahuila Unidad Torreón, que también perdí al pasar de mi casa de soltero a mi casa de casado.
Sin rigor, pero sí con la disciplina necesaria para no tirarlos luego de usarlos, compré y fui guardando, durante semanas, meses, años, los suplementos Aquí vamos, de El Porvenir (de Monterrey); sábado, del periódico unomásuno; La Jornada Semanal, de La Jornada; El Búho, de Excélsior; El Dominical, de El Nacional y Babelia, de El País. Aunque me pegó una especie de suplementomanía, no desdeñé la consecución y el archivo de revistas; así, aunque las pepenara usadas, me hice de muchos ejemplares de la Revista de la Universidad de México, de Nexos y Vuelta. Luego, de rebote, conseguí la colección completa de las revistas laguneras Cauce, Nuevo Cauce y Suma. Otras revistas laguneras que tengo casi completas son Acequias de la Universidad Iberoamericana Laguna, Brecha (cuyo suplemento cultural, la tolvanera, edité durante ocho años), Estepa del Nazas del Teatro Isauro Martínez y Nomádica.
La aparición de internet, el cansancio y nuevas preocupaciones (las de padre en permanentes apuros) me llevaron a deponer la búsqueda de publicaciones de ese tipo. Dejé de hacerlo, creo, hacia 2003, más o menos. Pero jamás tiré los papeles compilados, los conservo y desde hace meses rumio qué hacer con ellos. Y bueno, ya se me ocurrió una solución que acaso servirá durante un lapso relativamente corto. No me (ni les) prometo nada, pero trataré de hacer lo que ahora describo: he comprado un nuevo escáner y compartiré en mi blog, así, de aquellos viejos papeles, algunos artículos, ensayos, reseñas, cuentos y poemas que me agraden. Ignoro si tal empredimiento tiene sentido, pero no se me ocurre nada mejor en este momento. Supongo que me cansaré, que los años venideros pesarán como costales de arroz sobre mi lomo y dejaré por fin de intentar aventuras tan extrañas como ésta. Ya veremos qué pasa, pues de cualquier manera sólo me siento obligado a hacer, sin más patrocinio que mi entusiasmo, lo que humanamente puedo hacer para que otros, sobre todos los jóvenes escritores, tengan acceso a la lectura de materiales que reuní, que conservo casi de milagro y que juzgo —siempre juzgaré— valiosos pese a que originalmente fueron vaciados en recipientes de papel periódico, el papel más perecedero de todos los papeles.
Esperemos que esto sirva de algo. Creo que si alegra un rato, si instruye un poco, si nos revive un momento, habré cumplido el vago propósito que me ha movido.

Comarca Lagunera, 15, junio y 2012

viernes, junio 08, 2012

Comillas para el mandamás



Usamos comillas en al menos seis casos frecuentes relacionados con la escritura:

1) Para resaltar un sobrenombre:

Mario Moreno "Cantinflas".
Daniel "El Hachita" Ludueña.

En ambos casos, tales comillas pueden ser sustituidas por cursivas:

Mario Moreno Cantinflas
Daniel El Hachita Ludueña

También, cuando es evidente que son apodos, podemos omitir comillas y cursivas, pues con la sola mayúscula puede quedar explicito ese rasgo, aunque esto no es lo más recomendable:

Mario Moreno Cantinflas.
Daniel El Hachita Ludueña.

2) Cuando explícitamente se introduce un énfasis en cierta palabra o frase:

El significado de la palabra latina "memurandum" tiene que ver etimológicamente con "memoria", algo que escribimos para recordar, para que hagamos memoria.

El rebuscado y artificioso término "sospechosista" es de reciente incorporación al argot político mexicano.

También en este caso podemos sustituir las comillas por cursivas cuando el sistema de escritura lo permite. Tuiter, por ejemplo, no tiene cursivas (como Word), así que sólo con comillas es posible emplear este énfasis.

3) Parecido al anterior en todo sentido, se recomienda usar comillas (o mejor: cursivas) en palabras extranjeras de reciente incorporación a nuestro comercio verbal; aunque hoy, sobre esto y dado el flujo global de las comunicaciones, hay un gran desorden:

El "marketing" es hoy fundamental.

Fue formado un "pool" para analizar las noticias.

El "mall" estaba a reventar.

Nuevamente queda a criterio de quien escribe sustituir por cursivas la palabra entrecomillada. También es viable, según el grado de "aclimatación" que tenga tal o cual palabra, dejarla en redondas:

El marketing hoy es fundamental.

Fue formado un pool para analizar las noticias.

El mall estaba a reventar.

4) Para resaltar partes de una obra, como canciones (partes de un disco), poemas (partes de un libro) o artículos o columnas (partes de un periódico). El uso de comillas para títulos de discos, libros y periódicos no es recomendable, sino cursivas, y sólo es aceptable cuando no hay cursivas en el sistema de escritura, como tuiter.

La canción "Bésame mucho" fue incluida en el disco Romance volumen I.

El poema "Piedra de sol", de Octavio Paz, fue originalmente publicado en Libertad bajo palabra.

"Plaza pública" era el nombre de la columna que publicaba Granados Chapa en Reforma.

5) Para imprimir sentido irónico a la palabra o frase. Esto suele funcionar mejor si tomamos en cuenta el contexto en el que se enmarca lo enunciado:

Iba muy "elegante" a la fiesta.

En efecto, fulano nos "salvó" del problema.

Fue un presidente sumamente "destacado".

Ojo: así, aisladas, estas afirmaciones requieren las comillas ironizantes. Si añadimos el contexto, si antes de que ellas sean escritas preparamos al receptor, tal vez no sea necesario el uso de comillas, pues el sentido irónico estará determinado por el contexto:

Impuso políticas públicas que no funcionaron y derivaron en la bancarrota económica y moral del país. Fue, como se puede apreciar, un presidente muy destacado.

6) Para citar palabras textuales (orales o escritas) de alguien:

Entonces Juan me dijo: "No voy a ir, ve tú, eso no me interesa".

Borges alguna vez escribió: "Me duele una mujer en todo el cuerpo".

Como es lógico, estas reglitas son recomendables en la escritura, y sólo en los casos 5 y 6 es dable pensar que las comillas pueden ser también "usadas" por un hablante. Así, al hablar, alguien puede hacer comillas en el aire con los dedos o aclarar que cita con toda explicitud. Imaginemos que alguien habla y dice esto:

En efecto, fulano nos salvó del problema.

Antes de la palabra "salvó", hace seña de comillas con los dedos y con eso advierte o enfatiza el sentido irónico.

Otro caso: cuando alguien dice algo como esto, al hablar:

Borges alguna vez escribió: "Me duele una mujer en todo el cuerpo".

Antes de que entre la cita textual, hace seña de comillas con los dedos y/o dice la palabra "cito", así:

Borges alguna vez escribió [cito]: "Me duele una mujer en todo el cuerpo".

Visto lo anterior, y perdonen por la predigresión escolar, ¿qué comillas usó el periodista Ciro Gómez Leyva en el programa Tercer Grado transmitido el 6 de junio en el canal 2 de Televisa? Como sabemos, se refirió a los muertos generados por la guerra (o como queramos llamarle) contra el crimen organizado en México, y al hacerlo mencionó la suma de caídos. Dijo textualmente esto: "Dos preguntas: si ganas, ¿piensas denunciar al presidente Calderón por [dibujando comillas en el aire, con los dedos y pronunciando con retintín enfático] los-60-mil-muertos-de-la-guerra de-Calderón, como dicen? Segunda, en estos meses de campaña ¿con cuántos mandos del ejército y de la marina, es decir, con cuántos mandos [repite el dibujo de comillas en el aire, con los dedos, y el retintín] de-la-guerra-de-Calderón te has reunido, Andrés?".

Vale la pena detenerse en este uso de las comillas, pues estamos hablando de muertos, de seres humanos asesinados, sean o no criminales, y no de cacahuates o ladrillos.
Para empezar, es claro que las comillas corresponden al uso número 6, a las comillas para citar textualmente. Ahora bien, ¿a quién citó? Dijo: "los-60-mil-muertos-de-la-guerra de-Calderón, como dicen". ¿Quiénes dicen eso según Gómez Leyva? No lo sabemos. Pueden decirlo muchos políticos opositores al actual régimen, o muchos periodistas, o la gente, el ciudadano. Da lo mismo: alguien dice que son 60 mil muertos y Gómez Leyva usa comillas para remarcar que "eso dicen", y además refuta que tal cantidad de cadáveres sea imputable a Calderón.
Bien. A Gómez Leyva le preocupa que digan eso, de ahí el doble énfasis digital de las comillas. Le preocupa, no sé si en este orden, que digan que son 60 mil muertos y que se los atribuyan a Calderón. Aquí se basa mi inquietud: las perversas comillas de Gómez Leyva tienen como fin A) criticar a quienes manejan la cifra de 60 mil muertos y B) criticar a quienes ubican a Calderón como principal ¿culpable/responsable? de la guerra o lucha o cruzada (o como queramos llamarle) contra el narco.
Si es "A", me gustaría saber qué cifra maneja él. ¿50 mil? ¿40 mil? Vamos a ayudarle: digamos que maneja la friolera de 30 mil muertos, la mitad de los que él entrecomilla. Mis preguntas son, entonces, las siguientes: ¿le parecen pocos? ¿30 mil le suenan a cifra no preocupante? Nomás para que se ubique, 30 mil desaparecidos (muertos, en rigor) dejó la dictadura argentina (el llamado Proceso de Reorganización Nacional), y ahora Videla y sus cómplices (Bussi, Menéndez y compañía) visten el históricamente ominoso traje de cebra. En conclusión, ¿cuántos muertos necesita Gómez Leyva para no entrecomillarlos, para no ubicarlos en el rango de mero chisme anticalderonista?
El otro punto: ¿Calderón es o no culpable/responsable de los 60 mil muertos? Gómez Leyva quiere hacer ver como ingenuos a quienes sostienen la cifra de 60 mil y se la achacan a Calderón. Por supuesto que él, Calderón, no es el culpable material, él no los mandó matar, y por supuesto que mil factores aledaños concurren para dar como resultado el panorama macabro que vivimos, pero a final de cuentas él declaró como política vertebral de su gobierno, desde que lo asumió, el combate al crimen organizado. Si los resultados hubieran sido exitosos, él se estaría colgando ahora la medalla del triunfo. Como no es el caso, a él se le atribuye en este momento, por elemental lógica y aunque algunos quieran eximirlo de responsabilidad, la metafórica medalla del fracaso. ¿O qué quería, al respecto, Gómez Leyva? ¿Que los dedos flamígeros apuntaran a Juan Molinar, a Agustín Carstens, al Mochaorejas, a la Mataviejitas? Ciertamente, la responsabilidad es plural, tiene mil flecos, pero quieran o no quieran, por percepción social y porque a fin de cuentas él impuso esta política de seguridad estilo "garrotazo al avispero", Calderón es el primer responsable de sus resultados, con o sin las comillas suavizantes o exculpatorias que Gómez Leyva le obsequió el miércoles 6 de junio en el programa Tercer Grado.

domingo, junio 03, 2012

Corriente interior



Al leer el poema vivo en sus versos

Navego sobre esas aguas de tinta
y remo solo y quizá calladamente feliz
en medio del océano

Algo hay, no entiendo, en la poesía
que me permite una vislumbre inhabitual
ver el otro lado del agua
clavar la cara y admirar peces desconocidos
la turbiedad profunda
la agitación de una corriente interior
el estremecimiento de la flora sumergida
el brillo de un molusco eléctrico
la metáfora confundida en el coral

La poesía que me tocó
sólo me deja trazar algún barrunto
—este barrunto, por ejemplo—
y es menos mía que la ajena
la ajena que es mía toda
tan mía que por eso me la apropio
y la publico como quiero en el alma
donde yo mando y leo

El arte de mirar no tiene dueño
por eso creo
que toda la poesía
que todo el mar
que todos los peces
que todas las palabras de todos los poetas
secreta y no secretamente
me pertenecen

sábado, junio 02, 2012

“Adoro” en cinco formas



Al comenzar este año intenté algunos ejercicios para aprovechar la descomunal bodega de YouTube, el hecho de que ahora, gracias a esto, podemos leer un comentario musical y al mismo tiempo ir escuchando. Trabajé, por ejemplo, el caso de una canción famosa interpretada por varios grupos o cantantes (“Tornero”). Hoy perpetro algo similar y continúo con un proyecto cuyo objetivo es sólo hedónico.
Tomo como espécimen “Adoro”, la famosa y simplísima canción, como todas las suyas, de Armando Manzanero. La letra contiene, como tantas de su género, cero jiribilla literaria. Es sólo, pues, una breve exposición de amor sin orillas enunciada con las hipérboles que son del caso. Su valor, claro, está en el arreglo: tiene un melodía suave y pegadiza, adhesivamente reiterativa en la palabra que da título a la pieza.
La versión que viene es la de su autor, quien jamás tuvo buena voz y aquí se oye un poco como Alvin y las ardillas. Escuchemos.
Tampoco lucía una voz de lujo, pero Carlos Lico fue quien imprimió a “Adoro” los primeros tintes de tema clásico setentero. Mi recuerdo de esta versión ahora ha sido un tanto defraudado. Ya no me agrada igual, le noto a Lico una voz demasiado abierta, fallida en el vibrato, poco dulce para una balada de esta naturaleza. Creo que exagero, y no faltarán los setentosos que estén en desacuerdo con mis oídos de hoy. Una anécdota: siempre que el maldito Loco Valdés presentaba en sus programas a Carlos Lico, decía: “El cantante que proviene directamente del planeta de los simios”. Así se llevaban. Bueno, esta es la pieza del yucateco Manzanero con el yucateco Lico.
Como quien engulle una aceituna, así despacha Plácido Domingo esta canción. Es, por supuesto, un tema técnicamente pequeño para esa voz acostumbrada a desafíos operísticos. No sé, por esto, si una canción de este pelo funcione igual cantada, como aquí, más allá de la perfección. Noten por ejemplo el cierre, el arabesco clasicista con el que Domingo la remata. Parece excesivo. Pero insisto: los tenores metidos en lo popular gustan y disgustan casi por igual. Así la acomete entonces Plácido Domingo.
Parecerá una blasfemia, pero Chavela Vargas no es muy de mi gusto. Sin embargo, lo reconozco, su desempeño en “Adoro” es casi formidable. Digo “casi” porque no me agrada el colofón tan tosco. Iba bien en flujo ronco-dulzón, en ranchero molto lento e sostenuto, y al final debió seguir así, pero la cerró con un portazo de corrido. Aquí está.
Entiendo perfectamente que no podemos hablar de “Adoro” sin referirnos a la versión guapachosa del grupo Bronco. Más allá de que agrade o no (sospecho que es mayoritario el sí), el videoclip es real-maravilloso. Mientras lo veía no pude evitar mi risueño asombro con la narración icónica empatada a la interpretación. Para sorpresa de todos, allí aparece nada más ni nada menos que Armando Manzanero cantando un fragmentito, al principio, de su famoso tema. Lo hace en un simulacro de serenata; cuando termina, se va con sus acompañantes y en el camino un niño tan desvelado como mal actor felicita al letrista: “Me gustó mucho su canción, yo cuando sea grande quiero cantar y escribir canciones”. Manzanero, siempre humilde, como debe ser en el caso de un genio, le dice: “Lo vas a hacer mejor que yo”. Luego arranca el sintetizador mágico de Bronco y mágicamente nos instalamos en la casota de Manzanero. A partir de aquí las transiciones se vuelcan en la pantalla con frenesí dadaísta. Vemos que la hija de Manzanero sale de una tienda con bolsas y cajas. Allí, por accidente, se topa con Lupe Esparza, vocalista de Bronco, quien la ayuda a reponerse y en el cruce de miradas, así nomás, con el puro magnetismo de su personalidad enguaripada y hebilluda y de pantalón strech nalgaparada, la conquista. Acto seguidísimo están cenando con deficiente gestualidad y también acto seguidísimo llegan con otra ropa a casa de Manzanero, como si en el camino se hubieran topado con un hotel o algo así. Al ser presentados, el compositor saluda a Esparza en una escena que parece tomada de la divertida serie Tierra de gigantes. Luego, a la altura del estribillo, aparece la familia y todo el grupo Bronco echándose unos cabritos surrealistas y en la misma dinámica del golpe y del porrazo, los vemos en un estudio de grabación y en una sesión fotográfica donde aparecen primero con smoking y luego con un traje azul-verde que está más allá de toda capacidad descriptiva. Las escenas apelmazadas y sorpresivas se suceden así hasta el final, ganan discos de platino, la pareja de enamorados se instala en una locación bucólica donde Lupe hace de la suyas y le propina un besito en el cuello a la teórica hija de Manzanero, todo esto, claro, con una edición disruptiva, vertiginosa y decididamente naïve. Pese al video, o precisamente por él, no sé, esta versión de “Adoro” se impuso en el gusto popular y es, creo, la que mejor recordamos. Está aquí, y con esto nos despedimos del respetable público.

viernes, junio 01, 2012

Cálculos científicos



La ciencia no conoce límites. Acabo de leer que, según cuidadosas investigaciones, la fecha precisa del nacimiento de Cristo ocurrió seis años antes de lo que se cree. La conclusión es simple y deslumbrante: en verdad Cristo nació seis años antes de Cristo.