sábado, noviembre 10, 2012

Pura exclusividad





























Hay palabras que de tan usadas ya perdieron su sentido original. Lo perdieron o queda en ellas un significado vago, casi invisible, de lo que fueron. Una de esas palabras es “exclusivo”. Es, como sabemos, de uso habitual en el comercio, y cuando la vemos no pensamos en la discriminación que implica. Sólo pensamos, si es que llegamos a racionalizar el vistazo rápido del rótulo donde figura, que la palabra determina una especie de zona o producto o servicio restringidos sobre todo por sus precios. Sé que no debo exagerar, que tanto quienes la escriben como quienes la leen no la toman muy en serio, pero siempre que la veo sonrío un poco: por la razón que sea, el lugar “excluye”, es decir, separa, segrega: allí entran, o compran, o usan, quienes pueden pagar el bien o el servicio. Quienes no puedan hacerlo, que mejor se hagan a un lado.
Lo gracioso del caso es que la palabrita fue manejada en principio, quizá, por espacios o productos de veras amenazantes, inaccesibles por lo caro. No sé, entrar a un club de yatismo o comprar un Rolls-Royce es, por sí mismo, exclusivo, y si alguna vez lo advirtieron en un anuncio, hoy no necesitan letreros de tal calaña para discriminar a la mayoría, para imponer su radicalismo exclusivista.
El uso quedó pues confinado, es lo extraño, a sitios no precisamente opulentos. No falta, pues, exclusividad aquí y allá, en todos lados, como lo prueban las dos fotos que hoy envié por tuiter. Es, la podemos denominar así, una manía pretenciosa de los negocios populares: el guiño que todo cliente necesita para sentirse acá, en otro nivel.