sábado, junio 02, 2012

“Adoro” en cinco formas



Al comenzar este año intenté algunos ejercicios para aprovechar la descomunal bodega de YouTube, el hecho de que ahora, gracias a esto, podemos leer un comentario musical y al mismo tiempo ir escuchando. Trabajé, por ejemplo, el caso de una canción famosa interpretada por varios grupos o cantantes (“Tornero”). Hoy perpetro algo similar y continúo con un proyecto cuyo objetivo es sólo hedónico.
Tomo como espécimen “Adoro”, la famosa y simplísima canción, como todas las suyas, de Armando Manzanero. La letra contiene, como tantas de su género, cero jiribilla literaria. Es sólo, pues, una breve exposición de amor sin orillas enunciada con las hipérboles que son del caso. Su valor, claro, está en el arreglo: tiene un melodía suave y pegadiza, adhesivamente reiterativa en la palabra que da título a la pieza.
La versión que viene es la de su autor, quien jamás tuvo buena voz y aquí se oye un poco como Alvin y las ardillas. Escuchemos.
Tampoco lucía una voz de lujo, pero Carlos Lico fue quien imprimió a “Adoro” los primeros tintes de tema clásico setentero. Mi recuerdo de esta versión ahora ha sido un tanto defraudado. Ya no me agrada igual, le noto a Lico una voz demasiado abierta, fallida en el vibrato, poco dulce para una balada de esta naturaleza. Creo que exagero, y no faltarán los setentosos que estén en desacuerdo con mis oídos de hoy. Una anécdota: siempre que el maldito Loco Valdés presentaba en sus programas a Carlos Lico, decía: “El cantante que proviene directamente del planeta de los simios”. Así se llevaban. Bueno, esta es la pieza del yucateco Manzanero con el yucateco Lico.
Como quien engulle una aceituna, así despacha Plácido Domingo esta canción. Es, por supuesto, un tema técnicamente pequeño para esa voz acostumbrada a desafíos operísticos. No sé, por esto, si una canción de este pelo funcione igual cantada, como aquí, más allá de la perfección. Noten por ejemplo el cierre, el arabesco clasicista con el que Domingo la remata. Parece excesivo. Pero insisto: los tenores metidos en lo popular gustan y disgustan casi por igual. Así la acomete entonces Plácido Domingo.
Parecerá una blasfemia, pero Chavela Vargas no es muy de mi gusto. Sin embargo, lo reconozco, su desempeño en “Adoro” es casi formidable. Digo “casi” porque no me agrada el colofón tan tosco. Iba bien en flujo ronco-dulzón, en ranchero molto lento e sostenuto, y al final debió seguir así, pero la cerró con un portazo de corrido. Aquí está.
Entiendo perfectamente que no podemos hablar de “Adoro” sin referirnos a la versión guapachosa del grupo Bronco. Más allá de que agrade o no (sospecho que es mayoritario el sí), el videoclip es real-maravilloso. Mientras lo veía no pude evitar mi risueño asombro con la narración icónica empatada a la interpretación. Para sorpresa de todos, allí aparece nada más ni nada menos que Armando Manzanero cantando un fragmentito, al principio, de su famoso tema. Lo hace en un simulacro de serenata; cuando termina, se va con sus acompañantes y en el camino un niño tan desvelado como mal actor felicita al letrista: “Me gustó mucho su canción, yo cuando sea grande quiero cantar y escribir canciones”. Manzanero, siempre humilde, como debe ser en el caso de un genio, le dice: “Lo vas a hacer mejor que yo”. Luego arranca el sintetizador mágico de Bronco y mágicamente nos instalamos en la casota de Manzanero. A partir de aquí las transiciones se vuelcan en la pantalla con frenesí dadaísta. Vemos que la hija de Manzanero sale de una tienda con bolsas y cajas. Allí, por accidente, se topa con Lupe Esparza, vocalista de Bronco, quien la ayuda a reponerse y en el cruce de miradas, así nomás, con el puro magnetismo de su personalidad enguaripada y hebilluda y de pantalón strech nalgaparada, la conquista. Acto seguidísimo están cenando con deficiente gestualidad y también acto seguidísimo llegan con otra ropa a casa de Manzanero, como si en el camino se hubieran topado con un hotel o algo así. Al ser presentados, el compositor saluda a Esparza en una escena que parece tomada de la divertida serie Tierra de gigantes. Luego, a la altura del estribillo, aparece la familia y todo el grupo Bronco echándose unos cabritos surrealistas y en la misma dinámica del golpe y del porrazo, los vemos en un estudio de grabación y en una sesión fotográfica donde aparecen primero con smoking y luego con un traje azul-verde que está más allá de toda capacidad descriptiva. Las escenas apelmazadas y sorpresivas se suceden así hasta el final, ganan discos de platino, la pareja de enamorados se instala en una locación bucólica donde Lupe hace de la suyas y le propina un besito en el cuello a la teórica hija de Manzanero, todo esto, claro, con una edición disruptiva, vertiginosa y decididamente naïve. Pese al video, o precisamente por él, no sé, esta versión de “Adoro” se impuso en el gusto popular y es, creo, la que mejor recordamos. Está aquí, y con esto nos despedimos del respetable público.