domingo, enero 22, 2012

De la Antología de hermosos monstruos



El 20 de diciembre de 2009 publiqué en mi columna periodística y en este blog el texto que podemos leer aquí. El proyecto quedó terminado con veinte cuadros, pero lo agrandé, ahí la llevo y espero tenerlo listo antes de que decline el 2012. No describo más el asunto, pues ya quedó suficientemente explicado en la susodicha entrega de Ruta Norte. Hoy traigo una estampita más del mismo conjunto, la de una holandesa que hizo añicos a toda una generación, la de mi adolescencia y primera adultez.

Sylvia Kristel

La inocencia es uno de los productos que mejor vende. Y más en la actualidad. Las jóvenes no atraen tanto por jóvenes, sino porque irradian una imagen de ingenuidad que es comercializada como afrodisíaco icónico. Ese producto fue el que vendió Sylvia Kristel (Utrecht, 1952) en cantidades casi monopólicas a partir de 1974, cuando filmó Emmanuelle. Era, como sabemos, una holandesa previsiblemente láctea, pelirroja y larguirucha, de busto pequeño y voz de perpetua quinceañera. No se trataba, entonces, de una beldad voluptuosa y llena de formas, sino de una simple muchachita flaca y blancuzca. ¿Qué fue entonces lo que detonó la admiración de tantísimos machos en torno a la Kristel? La ingenuidad que irradiaba, ese encanto cuasiadolescente que en Emmanuelle la llevaba a tener revolcones a la menor provocación. Fue un hit del cine erótico setentero-ochentero, y las hemerotecas no pueden mentir. Si nos asomamos a los periódicos de aquel momento, podemos atestiguar que duró en cartelera durante años. Fue exhibida sin parar en funciones “de media noche”. En Torreón, el ya extinto Cine Buñuel, que era parte de una cadena de salas perteneciente a Gustavo Alatriste, vio muchísimas noches una fila enorme de hombres ansiosos por entrar. Todo por una holandesa flaca y medio puberta, el símbolo más poderoso de la ingenuidad erotizada que muchos jamás olvidarán.