viernes, octubre 07, 2011

Sexenio rojo en La Laguna



Publicado bajo pedido, este miniartículo mío, una cuartilla justa, fue publicado el sábado 1 de octubre de 2011 en el suplemento Laberinto del periódico Milenio del DF. En esa misma edición abordaron el mismo tema los escritores laguneros Vicente Alfonso, Julio César Félix Lerma, Daniel Maldonado y Francisco Zamora.

La vida de los laguneros cambió casi radicalmente en menos de cuatro años. Antes del sexenio que corre, la violencia que padecíamos alcanzaba, digamos, cotas convencionales, la cantidad de delincuencia y crimen que genera toda sociedad más o menos desarrollada y al mismo tiempo es capaz de mantener a raya mediante, sobre todo, sus estructuras judiciales y a veces, por qué no, con oportunidades de bienestar para los ciudadanos.
El caso es que eso terminó y de un mes a otro los laguneros comenzamos a padecer el estrago de la violencia sin orillas. Empezamos, como en muchos otros lugares del país, con un muertito aquí, otro allá, dos más acullá. Luego, la cantidad de muertos y desaguisados sufrió un incremento industrial. Poco a poco, como reptiles que se arrastran en el lodo, las noticias sobre muertos y más muertos cundieron por la región. Operó entonces una especie de cambio en la conversación lagunera de todos los días: si antes hablábamos del Santos Laguna, del clima, de política local y demás, el nuevo tema se nos impuso sin remedio: ahora charlábamos a diario sobre muertos, sobre balazos en la madrugada, sobre brutales llamadas telefónicas a un tío, a un hermano, a un compañero de trabajo.
Pero eso no era lo peor. Lo peor llegó a su tope en 2010, el año de las masacres en la Comarca Lagunera. Entiendo por masacre el acribillamiento de personas en un centro de reunión, sin discrimen, a todo lo que se mueva y grite. El promedio de las cuatro o cinco masacres que se dieron aquel año fue de trece muertos. Pese a ello, la prensa nacional no puso a La Laguna entre las zonas que merecían cobertura prioritaria. Nos falta, supongo, el antiglamour de las grandes ciudades violentas para que algún día nuestras desgracias obtengan la atención debida de los medios de comunicación nacionales. Mientras tanto, acá seguimos, sobreviviendo no sé cómo. O sí: encerrados luego de las 8 o 9 de la noche, luego de doce horas de tranquilidad mediocre.