lunes, junio 06, 2011

Retorno al blog



Durante un mes tomé distancia de todas mis actividades de escritura y publicación en soportes de papel y medios electrónicos. Creí que la decisión de cerrar mi blog, mi Facebook y mi Twitter sería definitiva y me permitiría abrazar los proyectos que más quiero, los libros que se arman y se publican a un ritmo mucho menos frenético. Dos razones me llevan a considerar, hoy, aquel retiro como algo pasajero: a) mi prematura nostalgia, esa especie de necesidad creada durante años y difícil de abandonar nomás por nomás; y b) las cartas de queridos amigos que me dieron una generosa idea de que, pese a todo, la recepción de mi trabajo no es tan mala en esos pocos pero atentos lectores. A ellos, sobre todo, dedico este regreso que no por rápido deja de ser emotivo para mí, pues en más de 25 años no había dejado la chamba periodística y en un mes de asueto vi que puede ser indispensable para mí y acaso grata para ciertos queridos amigos.
Publico en este retorno mi última colaboración a la revista Nomádica. Se refiere a la golpiza que le propinó el invierno pasado a nuestra flora arbórea. Ese desaguisado meteorológico nos tiene ahora sumidos en calorones de récord, de arriba de 40 grados. Todo, en suma, por la gelidez de dos días y la falta de buen criterio a la hora de elegir los árboles que cuidaremos.
Gracias, pues, por alentarme; aquí seguiré con entreguitas semanales mientras tanto y he reconectado Facebook y Twitter, por si gustan asomarse también por allá.
La foto que ilustra este post es de mi hija Renata Muñoz Chapa.

Postal en sepia de La Laguna

Jaime Muñoz Vargas

No recuerdo nada similar en mi vida como lagunero de toda la vida: llegar a Torreón y ver el panorama de los árboles amoratados por el frío es algo que me dejó paralizado, más frío que los propios árboles victimados por la helada brutal que los golpeó entre 3 y el 4 de febrero, fechas que pasé, por razones de trabajo, en la capital del país. La moraleja que queda luego del latigazo propinado por los elementos a La Laguna se relaciona, de nuevo, con la necesidad de repensar en el tipo de flora que debemos alentar.
Como en 1997, cuando nevó y el frío nos hizo garras miles de árboles, el 4 de febrero de 2011 pasó algo similar, o si se quiere peor, pues según pudimos saber la baja temperatura tuvo una duración y una intensidad infrecuentes en La Laguna. Acostumbrados como estamos a frío que en realidad es una caricatura de los que pegan en otras latitudes (no digo de Europa, sino de nuestro mismo país), el de aquellos días nos dio una probadita de lo que puede hacer la gelidez con los seres vivos. No hubo víctimas humanas, por suerte, pero las arbóreas se contabilizaron por miles.
La violencia climática se ensañó principalmente con ciertas especies. No sé exactamente con cuáles, pues no soy especialista en detectarlas y nombrarlas, pero para cualquiera fue visible que los ficus y los pingüicos sucumbieron ante la hostilidad del clima. La primera evidencia del daño fue el tono púrpura-mate que adquirieron; luego, con los días, pasaron a tener un follaje café-terroso. Ni en un primer momento ni después hubo recomendaciones enfáticas de las autoridades para que los ciudadanos supieran bien a bien qué había pasado con los árboles, si estaban muertos o no, si era o no prudente recurrir a la poda o a la tala.
Pasado un mes, muchos árboles vieron perder su follaje muerto tras los primeros ventarrones del año o con las numerosas podas que sobrecargaron de chamba a los jardineros y a los carretoneros de mulas. Por todos lados y a toda hora, los profesionales del machete y de la sierra eléctrica tumbaron ramas y más ramas, esto sin que se conociera a las claras la pertinencia de las podas. Del panorama triste de los árboles cabezones y cafés pasamos al panorama todavía más desconsolador de los árboles desnudos y llenos de muñones. Hubo, al menos para mí, unos días de suspenso en los que no sabía si mis árboles habían perecido o libraron, incólumes, el siniestro. Tengo cinco, y sólo uno de ellos es un ficus. Al momento de ordenar estas palabras (8 de marzo de 2011) sé, con gusto, que cuatro han sobrevivido y sólo el ficus me mantiene en ascuas. Los primeros brotes de verdor en los que ya salieron airosos me llevan a pensar en su follaje venidero, tan abundante y sombreador como siempre.
Como en muchos otros temas relacionados con el medio ambiente, falta puntual información acerca del cuidado que debemos tener por nuestra flora. Esa información no sólo se relaciona con las etapas de contingencia como la que acabamos de padecer luego del bajón de temperatura. Lo recomendable es que las autoridades, y la SEP en sus programas y los medios de comunicación, informen oportuna y ampliamente sobre las especies que se adaptan con facilidad a nuestro ambiente, para evitar en el futuro una recaída ante meteorologías otra vez severas.
Cierto que no son los más bellos y por ende los más populares, pero muchos árboles se acomodan con facilidad a nuestra región y sobreviven a cualquier adversidad dictada por el clima extremo. Otros adornan con su hermosa facha y regalan muy buena sombra, pero por fuerza mueren ante climas que llegan a golpearlos cada tanto.
El frío de principios de febrero en La Laguna nos abrió de nuevo, pues, la oportunidad para revalorar a la flora nativa, ésa que resiste tanto el sol como, particularmente, el frío intenso que nos cae encima cada diez o quince años. Si reforestamos, no está de más consultar con los expertos y guiar nuestra elección con criterios menos ornamentales y más prácticos. Sólo así garantizaremos que nuestra sombra y nuestro oxígeno no se vean mermados.