viernes, enero 14, 2011

Maldición del 88



No es que antes del 88 la vida nacional fuera más llevadera, pero es un hecho que desde aquel año, particularmente desde su 6 de julio, nuestro país ingresó a un túnel del que todavía no salimos. Allí está un punto de inflexión fundamental para entender dos formas muy distintas de gobernar, dos regímenes: uno, el Estado corporativista, duro pero atento a las demandas elementales de la sociedad desparramada en sindicatos y confederaciones, antidemocrático en lo político pero democrático en la intención de que a todos nos hiciera aunque sea un poco de justicia la Revolución. El viejo régimen no era un paraíso, tenía muchísimo de cuestionable, pero en general había creado instituciones más o menos funcionales hasta donde resistió el modelo. La cerrazón de su cúpula fue la que terminó por esclerotizarlo.
Al tronar, al llegar a su tope en el 88, el parto de un nuevo gobierno con esperanzas de cambio, cualquiera que hubiera sido en el caso de Cárdenas y Clouthier, fue bloqueado con perversidad histórica y lo que devino fue un engendro con el que ya hemos convivido durante 22 años. En ese lapso, una casta divina no yucateca, sino nacional y encabezada por Salinas de Gortari, cambió el paradigma de la relación entre el gobierno y el pueblo; a partir de entonces, muy claramente se hizo notar que así fuera contra su propia supervivencia, el gobierno cedería los bienes del país, gradualmente, a unos cuantos, mientras la mayoría era controlada ora con programas asistencialistas, ora con espacios en la ovejuna estructura sindical del régimen, ora con más cárceles, ora con más aliento a la migración, ora con capitales golondrinos, ora con mayor manipulación mediática.
Más o menos quince años después del 88, allá por el 2003 o 2004, el modelo colapsó y comenzó a ocurrir lo obvio: ante la legión abrumadora de pobres ya no había programas asistencialistas suficientes, ni espacios en la estructura sindical, ni cancha en las cárceles, ni facilidades para la migración, ni empleos pasajeros, ni propaganda capaz de contener el desbordamiento. En pocas palabras, el modelo hizo crack y sigue haciendo crack, y la salida más inteligente para aquietar el shock fue instaurar un estadio de terror que si bien no resuelve nada, al menos sí paraliza o atonta los ímpetus reivindicativos de la política como arma de cambio. Esa es la razón por la que ahora, en la fea mezcolanza criminógena, caigan activistas sociales con toda naturalidad, es decir, mueran de una vez los que tarde o temprano levantarían (o ya levantaron) la voz para denunciar injusticias.
Ahora bien, iba por otro lado este comentario sobre la parálisis, o retroceso, que vivimos desde el 88. No quiere decir que estuviéramos mejor antes de esa fecha, sólo que fue brutalmente abortada la posibilidad de enderezar el rumbo, de llevar al país hacia un modelo de verdadero progreso y justicia en todos los renglones. ¿Era tan difícil acomodar piezas y ofrecer a la sociedad la esperanza de un cambio como el que muchos quisimos en 1988? Parece que sí, pues mientras otros países muestran avances, México está teñido ahora por el rojo del desastre. Hemos llegado a un punto en el que no parece haber más salida: si a coro la sociedad no alienta una rotunda negativa, si en conjunto, aunque sea con los instrumentos modernos de la tecnología, no cunde una clara evidencia de hartazgo y rechazo a las políticas envenenadas, es muy difícil que las corrijan por sí mismos quienes han tejido la red de complicidades que hoy tiene bocabajo a México.
Poco a poco, todos los días, avanza hacia nosotros el 2012 en el que tendremos de nuevo la posibilidad, remota pero posibilidad al fin, de manifestarnos en un sentido que intente revertir la actualidad maldita. Desde hace algunos meses la pugna por instalar candidatos es visible. Se dijo en 1988, se repitió en 2006 y ahora ya no es necesario ni expresarlo: el futuro de nuestro país cuelga de esa elección. Los instrumentos del poder son abrumadores y ya están en movimiento, sobre todo los mediáticamente persuasivos y los otros, los sutilmente disuasivos.
Cualquiera de nosotros puede tener una opinión sobre el posible resultado final del gobierno en turno; eso ya no importa. Lo que sí urge considerar es que en el siguiente es necesario un modelo muy diferente para restaurar una república que muchos ya dan por muerta o, los más optimistas, por agónica. No es poca cosa lo que hoy está en juego. Para acabar pronto, es continuar con el infierno que comenzó en el 88 y ahora hace crack por todos lados o, por fin, virar el eje, cambiar hacia adelante, no hacia atrás.