domingo, enero 30, 2011

Fin de Ruta Norte



El domingo 6 de marzo de 2005, es decir, hace casi seis años, comencé la publicación de esta columna. Unos días antes había recibido la invitación de Marcela Moreno, directora de La Opinión Milenio, para colaborar aquí en un espacio fijo. Acepté gustoso y seis años después, hoy, me despido igual: contento de haber(me) (de)mostrado disciplina para alimentar una columna, género periodístico que parece un día de campo pero, como los otros, ata y exige, al menos, si no talento, sí constancia, tesón, “muñeca”, como dicen los argentinos.
Pese a todo y por más que quiera embozar el sentimiento, bajo la cortina de Ruta Norte también con un aguijonazo de tristeza. Es como despedirme de un amigo, saber que algo personal termina. Mantener viva esta columna, viva y más o menos interesante, no sé, me costó muchas horas de trabajo sobre el teclado y no sé cuántas más de lectura y más todavía de preocupación (de preocupación, lo aseguro, aunque muchas personas crean que escribir, para uno, es como enchilar gorditas). Para planear las cinco columnas de cada semana veía la agenda y notaba, por ejemplo, que tal día podía entrar una efemérides; otro, la reseña de un libro recién presentado; otro más, algo muy coyuntural; y otro, una idea que me anduviera rondando aunque sin fecha de caducidad, y así. Nunca tuve una agenda rigurosa y de hecho en la mayoría de los casos me senté ante la computadora sin nada previsto, sin tema, presionado por la hora de cierre y con las musas rejegas. Otras veces pasaba algo repentino, por eso también trabajé las necrológicas. Otras muchas me ayudé escribiendo sobre mis colegas y paisanos escritores de La Laguna, y esto sí me deja orgulloso pues tal vez nadie ha escrito más que yo sobre ellos; lo he hecho conciente de que afuera nadie se preocupará de nuestras obras, así que opinar sobre libros y autores laguneros fue como luchar contra el silencio, subrayar el valor de nuestras letras.
Debo decir que en seis años no me obsequié vacaciones, salvo las dos semanas en las que, imposibilitado por unos trotes en España e Inglaterra, hice pausa. Esto me lleva a recordar que gracias al correo electrónico y la computadora móvil, nada escribí en más diversos nichos que esta columna. Lo mismo en carreteras federales que en Oxxos, lo mismo en mi escritorio que en hoteles, lo mismo en restaurantes que en plazas con internet abierto. Platico una anécdota que se relaciona con esto: iba con mi familia un sábado en la tarde en un viaje de El Paso a Chihuahua. Prácticamente daba por hecho que no podría enviar la columna, pues debido a los sobresaltos del regreso no escribí nada y, aunque hubiera terminado algo, carecía de internet en el camino. Poco antes de llegar a Villa Ahumada abrí la computadora, revolqué un tema en la pantalla y casi se me acabó la pila de la lap. Ya en la capital mundial del burrito (Villa Ahumada), mientras nos despachaban gasolina abrí la compu y capté una muy débil señal de internet sin candado; me quedaba una brizna de pila. Contra el reloj me conecté a Yahoo, releí el documento, lo adjunté y la columna llegó milagrosamente a Torreón. Ignoro por qué siempre he pensado que tal fue mi más grande hazaña para no fallar en la entrega de la colaboración.
Por otro lado, traté en todo momento de respetar una idea autoimpuesta desde que arranqué con este proyecto: no caer en el monotematismo, campechanear lo más que se pudiera cada entrega. Así pues, escribí sobre libros, escritores, periodismo, televisión, política, música, cine, arte, medio ambiente, historia, deporte, vida cotidiana, gramática y un montón de subtemitas más. Aunque Ruta Norte fue un espacio periodístico, me obligué a pensar en prosa literaria y procuré usar un léxico oscilante entre lo culteranón y lo popular; el resultado no es el óptimo debido a las prisas de la maquila, pero el deseo de que la forma no se distanciara mucho de lo literario fue un rasgo que espero haya sido captado por el lector, por el amable lector, como decían endenantes.
Es lógico que el apresuramiento de la escritura provoque apresurados juicios y, por ello, muchos errores o ligerezas. Procuré expresar honradamente lo que pienso, aspiré a ser ecuánime, aunque ya imagino que en ocasiones fui injustamente malo o injustamente impreciso. Ofrezco una disculpa en ambos casos, aunque reitero que en todo instante enderecé mis párrafos con total sinceridad.
Si hay, por otra parte, una escritura que nunca complace a todo mundo, es la periodística: el lector de diarios es heterogéneo, el más diverso que uno pueda imaginar, así que muy probablemente me gané la malquerencia de muchos lectores. Asimismo, dejo constancia de que, aunque pocos, tuve lectores fieles y (no sé por qué) agradecidos: el primero de todos, mi hermano Luis Rogelio. Luego de él, algunos amigos y no amigos me hacían ver, por carta o en el trato directo, que estaban al pendiente de Ruta Norte, que me leían incluso con gusto, lo que nunca dejó de asombrarme y apenarme y comprometerme. Con ellos dialogué secretamente, por ellos traté de que se notara con claridad mi alegría a la hora de escribir.
Debo decir que La Opinión Milenio fue siempre respetuosa con mi libertad. Nunca recibí una orden expresa ni velada para decir o callar algo, lo que fuera. De hecho, la mayor evidencia de respeto a mi trabajo fue la sana incomunicación: a Marcela Moreno la vi dos veces cada año, si mucho, y jamás fue para conversar sobre el contenido de la columna.
Junto con este espacio traté de sacar adelante mis ondas literarias. Pude hacerlo a medias, pues en la miscelánea y picaresca supervivencia mexicana, más en el caso peculiar de quienes fatigamos el quijotismo artístico, las tareas son muchas y no se ciñen sólo, como en mi caso, a una columna periodística. También hice algo de promoción cultural, edité, presenté libros, di conferencias, viajé, cuidé a mi familia, despiojé prosas ajenas, vendí menudo lo domingos y en fin, muy poco tiempo me quedó durante estos años para urdir páginas literarias.
Otros proyectos de escritura están pues a la vista. Dejo al margen, quizá ya definitivamente, aunque sobre esto nunca hay que asegurar nada, el trabajo periodístico continuo, la manutención de espacios fijos. Dejo también casi todo tipo de presentación pública y mi participación, no mucha pero sí frecuente y siempre a título honorario, en programas de radio y televisión. Vuelvo de lleno a la literatura, lo mío más mío. O sea, seguiré el diálogo con mis tres lectores pero en otros foros y a otro ritmo. Mi blog, en este caso, seguirá vivo aunque con un flujo menor de contenidos. Tengo confianza en que todavía hay varios libros en mi tintero, algunos nacidos, por cierto, en el seno de Ruta Norte; necesito sentarme a trabajar en ellos, pensarlos bien, escribirlos/revisarlos con la pasión que demandan. Finalmente, y aunque parecen lo mismo por el hecho de relacionarse con teclados y palabras, el periodismo y la literatura son dos actividades muy distintas. Ambas exigen hígados diferentes, y aunque hay ejemplos muy afortunados de conciliación (Ricardo Garibay, Vicente Leñero, el mismo García Márquez y muchos más), en la mayoría de los casos creo que es el escritor quien se acerca al periodismo como modus vivendi, y no el periodista quien se arrima a la literatura. Esto significa que en general el escritor publica en periódicos y revistas a veces hasta con orgullo, pero siempre con ojos de borrego medio muerto mirando hacia la literatura. Eso me pasó, precisamente. Mientras torteaba columna tras columna, una parte de mí se mantenía anhelante, a la expectativa, soñando con cuartillas peinadas de otro modo. Por suerte, mientras vivió Ruta Norte pude publicar seis libros, todos, salvo uno, escritos antes de alimentar la columna. Me quedan otros en el carcaj, pero no quiero que se acaben sin escribir antes los que en mi alma patalean desde hace tiempo pugnando por nacer. Para eso quiero el tiempo, aunque no dispondré de él a mis anchas, pues siempre hay necesidades materiales/laborales que alejan del zapapico literario. He pensado entonces que las cuartillas que le quito al periodismo y a otras actividades son cuartillas que ahora ganaré —volveré a ganar— para la literatura. Es una ecuación sencilla, un simple reacomodo de los muebles. El futuro dirá si en este momento estoy tomando una buena decisión. Puede que no, pero el reto es hacerle manita de puerco al porvenir para que al final me conceda la razón.
Estos párrafos parecen, pero no son una despedida. Nos seguiremos comunicando. Eso espero, eso deseo. Por lo pronto, vaya un último gesto de afecto para todos los que hicieron posible, con su lectura, mi escritura de la columna que aquí, con esta palabra, termina: gracias.