sábado, diciembre 04, 2010

Elogio de la herejía



No han cesado las opiniones sobre lo que heredó Néstor Kirchner tras su muerte. He seguido algunas, las que puedo de acuerdo al tiempo disponible que me deja la supervivencia mexicana. En muchos casos encuentro lo mismo que en general se dijo cuando todavía estaba fresco el cadáver del ex mandatario: los elogios superan a las críticas simplemente porque los aciertos de Kirchner fueron más que sus errores. Basta contrastar el país que tomó con lo que pocos años después hizo para convencerse de que el saldo histórico arroja para él número negros y, por tanto, un recuerdo positivo.
Hay un rasgo de Kirchner que me llama fuertemente la atención pues no lo he visto en políticos mexicanos de reciente y no tan reciente hornada: en tiempos de dificultad extrema, el “Pingüino” (así le decían) propuso medidas que no coincidían con los grandes intereses creados de su país. En otras palabras, con habilidad notable y no sin fricciones avanzó hacia la corrección de políticas públicas que al favorecer a muchos perjudicó por fin a los pocos de siempre, a los dueños del capital, a la aristocracia gaucha en aquel caso. Eso es lo que resalta Alejandro Dolina en el artículo del que en seguida cito un fragmento. Veo en esas palabras lo que acá seguimos extrañando: un corte abrupto a la voracidad de los poquísimos que se atragantan con el pastel y sólo han dejado migajas para millones y millones. Dolina explica:
(…) Me permito entonces, subrayar la acción política de Néstor Kirchner como venturoso gestor de desacuerdos. Él se atrevió a recorrer caminos que nadie se atrevía a transitar y que parecían alejarse de las concurridas avenidas centrales que recomendaban los poderosos del mundo global. Y se metió por unas calles ya olvidadas cuyos nombres sólo se pronunciaban en los foros estudiantiles, en las reuniones de soñadores y en rincones que siempre estaban alejados del poder político.
Esas calles de desacuerdo ahora pueden reconocerse: una conduce al crecimiento del mercado interno... Otra al control del comercio exterior... Está bien el boulevard de la intervención del Estado o la esquina de la ley de medios, la plaza de la asignación por hijo y los veredones del desendeudamiento. Algunas de estas calles habían sido recorridas por otro señor en 1946.
Cuando alguien del poder político se atreve a caminar estos senderos termina por llegar a un distrito donde el poder político no está en el mismo lugar que el poder económico. Y la bifurcación se produce y son inevitables los ataques de las corporaciones y de los poderosos que tratarán de conseguir el regreso de los gobernantes tránsfugas hacia las avenidas iluminadas de sus intereses.
Hace muchos años hubo por televisión un debate entre el doctor Teodoro Bronzini, líder socialista e intendente de Mar del Plata, y el doctor Becar Varela que militaba en el partido que entonces tenía al menos el coraje de admitirse como conservador.
Fue una conversación muy amable y el moderador se sorprendió al fin del programa de que hubieran coincidido en tantas cosas. En realidad, no era sorprendente, ambos políticos formaban parte de una visión liberal del mundo y eran funcionales a los intereses de las corporaciones. ¿Cómo no van a ser amables si en el fondo pensaban lo mismo? Néstor Kirchner no les parecía amable a las corporaciones. En verdad, ningún otro presidente salvo aquel otro señor de 1946, les pareció tan desagradable. Y lo atacaron como a nadie ¿Por qué? No porque Kirchner tuviese mal carácter y fuera confrontativo como quien es cascarrabias.
No se trataba de una cuestión de carácter: este tipo había tocado sus intereses. Y fue el único que lo hizo. Todos los demás parecían aceptables en algún momento porque también en algún momento eran funcionales a los intereses del poder económico.
Y eso es todo lo que quería decir, a veces no hay más remedio que disentir, que persistir en el desacuerdo. Hoy casi por única vez en nuestra historia, el poder político no está donde está el poder económico.
Y este hombre que ahora se ha ido produjo un último acto de “insujeción”. Su muerte encendió la luz, y como en un refusilo vimos algo que la cerrazón de los medios había ocultado en la oscuridad: las calles laterales, las que no recomendaban los poderosos, estaban llenas de gente.