domingo, noviembre 28, 2010

Santo en Montreal



Durante el año que viene cerrando, Miguel Báez Durán, escritor lagunero avecindado en Montreal, Canadá, incrementó notablemente el número de posts para su blog, llamado De torreón al monte. Gracias al internet no he perdido de vista al querido y admirado Miguel y con él mantengo un diálogo si no intenso, sí frecuente y siempre cordial, sobre todo motivado por los textos de si blog y sus andanzas laborales como profesor de español en universidades montrealenses. No miento si digo que el blog de Báez Durán es una de las mejores páginas alimentadas por un lagunero en la inconmensurable red. Miguel ha continuado allí, sobre todo, su trabajo como crítico de cine, uno de los más solventes que se han formado originalmente en nuestras tierras. Como escritor, nunca deja al margen la buena prosa y la acompaña, obvio, de nutrida información y agudos juicios. A continuación comparto una de sus más recientes entregas. Es una crónica amenísima sobre la presencia del Enmascarado de Plata en una pantalla canadiense. Pedí permiso al autor para multiplicarla aquí. Le dije que no resistía la tentación de que algunos laguneros leyeran ese deleitable post. Su título original es “Santo revolucionario”, y dice así:
Para conmemorar el centenario de la Revolución el Cinéma du Parc —que, como ya lo he dicho en otras ocasiones, se halla debajo del edificio en donde vivo— programó algunas películas mexicanas del 18 al 25 de noviembre. Entre ellas, Revolución (2010), serie de cortos estrenada, creo, en la tele mexicana y que ya se puede ver también en YouTube. Fuera de ésta, ninguna otra toca el tema en sí. Hay filmes de Jodorowsky (El Topo, La montaña sagrada), Buñuel (Nazarín, La ilusión viaja en tranvía, El gran calavera), Reygadas (Luz silenciosa) y González Iñárritu (Amores perros). Y ayer a las tres de la tarde una cinta de El Santo: Santo y Blue Demon contra los monstruos (1970) de Gilberto Martínez Solares. Obvio que ésa era para mí la imperdible. Las otras las puedo rentar. Incluso algunas las tengo. Pero, me pregunté, ¿en qué otra ocasión iba a presentarse una de El Santo en algún cine de Montreal?
Bajé a eso de las dos porque la correa (compuesta por eslabones de plástico) de mi reloj se había roto una semana antes. Subiendo por las escaleras de la estación Mont Royal la correa se atoró con algo y uno de los eslabones de plástico dejó de servir. Yo tenía algunos repuestos guardados. Hasta hace poco noté que, en el centro comercial que está abajo, hay una relojería. Llevé el reloj, la correa y los eslabones de repuesto. El relojero me pidió esperar alrededor de veinte minutos porque a su parecer ése sería un trabajo muy, muy difícil. Caminé unos pasos hacia la sección de la comida donde hay algunos incómodos asientos y ahí me puse a leer el libro que acabo de comprar, el del chileno Rivera Letelier que ganó este año el Premio Alfaguara y que tiene en su portada un fotograma de Simón del desierto (1965) de Luis Buñuel. Estaba con un ojo al libro y otro a la entrada del Cinéma du Parc, todavía cerrada. Aproximadamente a las dos y media la gente empezó a merodear el acceso a las salas de cine. Me asaltó la indecisión. O iba a la incipiente fila para garantizar mi lugar en la que entonces imaginé sería la repleta sala donde darían la película de El Santo o regresaba de una vez a la relojería a ver si ya estaba lista la correa de mi reloj. Cuando me levanté ya había al menos unas ocho personas formadas frente a la entrada de vidrio del Cinéma du Parc. Fui con el relojero. Seguía trabajando y murmurando no sé qué cosa en francés. Al cabo de cinco o seis minutos me dijo que pronto estaría lista la correa. Pasaron otros cinco minutos y finalmente me devolvió el reloj con la correa reparada. Me cobró quince dólares alegando que aquello era una ganga. Yo se lo creí y le pagué. Cuando regresé a la entrada del cine la fila había crecido enormemente. Al menos, así me pareció. Caminé hasta el final de la cola, agarré mi lugar y, mientras esperaba, continué con la lectura. Al diez para las tres, empezó a caminar aquella serpiente de seres humanos. El acceso al cine se había abierto. Ya para entonces me olía a que ese gentío no iba precisamente a ver la película de El Santo. No, claro que no. Lo supe después. En realidad iban a ver una compilación de los mejores comerciales del mundo. Cuando por fin llegué a la sala correspondiente sólo había ahí dos o tres personas. Al final, terminamos siendo siete. Estando aún encendidas las luces, entró un hombre algo pasado de peso. Llevaba puestas, además de ropa normal, una playera de la selección nacional con el nombre del Chicharito en el lomo y, claro, una máscara de El Santo. Además cargaba un cinturón de luchador al hombro. Incluso antes de que empezara a hablar dije para mis adentros: “Pinche payasito de la tele”. En un francés con buen acento aunque atolondrada gramática —lo cual delataba su origen mexicano— explicó quién era El Santo. A ratos hablaba como si El Santo fuera él informándonos cuándo hizo su primera película, entre otros datos similares. De repente, se salía del personaje y hablaba del luchador en tercera persona. No pude saberlo con seguridad porque el susodicho nunca se quitó la máscara. Pero creo haber reconocido en su voz a un conductorcete de cuarta que hace un programa de televisión en una cadena multicultural de Montreal, un programa llamado algo así como Foco latino. Quién sabe. La tortura no duró mucho. El Santo apócrifo se calló y dejó la sala. Finalmente pudimos disfrutar del verdadero Santo. Y, claro, en mi caso, reír de lo lindo.

Hoy, Parábola del moribundo en Durango
Hoy a las seis de la tarde presentaré mi novela Parábola del moribundo en las instalaciones del Instituto Municipal de Arte y Cultura de Durango. Esto ocurre en el marco del Festival cultural Ricardo Castro. Me acompañarán con sus palabras los escritores Jesús Alvarado y Everardo Ramírez. Si algún amigo lagunero viaja hoy a Durango, me gustaría verlo por acá.