viernes, octubre 08, 2010

Dos temas con Vallejo



Es casi la una de la tarde y le mando un mensajito a Carlos Velázquez para ver si hay posibilidad de conversar brevemente con Fernando Vallejo; me responde pronto con un sí y me pide que vaya de inmediato al Sanborns del bulevar Independencia. Llego y no hay nadie, pero con una llamada a su celular Velázquez me aclara que vienen en camino. En efecto, llegan cinco minutos después. Fernando Vallejo luce muy delgado. Viste un saco azul marino y usa unos lentes oscuros de aro pequeñito. Avanza con paso lento y cuidadoso. Nos saludamos y por su sonrisa noto que no hay peligro, que podré conversar con él aunque de antemano me limito por el temor a la imprudencia. Por experiencia sé que nuestros visitantes llegan cansados y a veces es difícil conversar con ellos.
Nos sentamos en un pullman y le planteo que admiro su Logoi, una gramática del lenguaje literario (FCE, colección, Lengua y estudios literarios, México, 1981). Le digo lo que a propósito de su visita recién publiqué en mi columna: que hace 25 años lo leí lápiz en mano, como se lee un manual. Me agradece con una leve sonrisa y un movimiento afirmativo y casi imperceptible de su cabeza. Luego comenta: “Me imagino que empecé a estudiar filosofía y letras porque quería ser escritor, pero mis profesores, que eran buenísimos, no sabían escribir. Como nadie puede enseñar lo que no sabe ni dar lo que no tiene, y pese a que yo estudié gramática desde niño (a Bello, a Cuervo), con esto no se aprende a escribir. Después me fui a Roma a estudiar cine y después de estudiar por diez años al poeta colombiano Barba Jacob, dije: ‘No sé escribir esta biografía, no sé escribir bien las frases’, y en ese momento tuve la iluminación: percibí con claridad la diferencia entre lo escrito y lo hablado. Noté que había unas estructuras y escribí muy rápido Logoi, fue muy fácil después. No es un libro para memorizarlo, sino para comprender patrones que podemos dominar; con este libro aprendí el idioma literario. Además, como el común de la gente le tiene pavor a la gramática, mi libro tiene contadísimos términos gramaticales pues mi intención fue que llegara al mayor número de lectores”.
Cordial y con la imagen de hombre frágil, Fernando Vallejo es sin embargo un volcán que opina. Le pido cambiar radicalmente de tema y le comento que casualmente hace quince días estuvo en Torreón otro medellinense, un paisano suyo: Sergio Fajardo. Le solicito entonces una opinión sobre el ex alcalde de Medellín hoy famoso por sus iniciativas de gobierno: “Fajardo es un charlatán. Ahora anda de un lado a otro con sus conferencias, pero es un charlatán. El caso es que Medellín está destruida, como todo en Colombia. Pero bueno, si alguien quiere escuchar a Fajardo, allá él. Este hombre es un oportunista, el vendedor de una idea con la que ha aprovechado la ingenuidad de quienes lo escuchan. Y Antanas Mokus, el ex alcalde de Bogotá y ex candidato a la presidencia, igual, es un politiquero ambicioso. A todos estos sujetos sólo los mueve la ambición, no el deseo de servir”.
Le comento que su afirmación avanza a contracorriente de la idea generalizada por acá sobre Fajardo; reitera que es un “charlatán”: “En Colombia le llaman ‘culebrero’ a lo que en México conocemos como ‘merolico’; eso son tales políticos: culebreros, porque enredan con sus palabras”. Por el mismo rumbo temático, le expongo algo que sabe muy bien: la cada vez más frecuente comparación que se hace entre Colombia y México (la “colombianización” de nuestro país), esto a propósito de la violencia desatada. “La comparación es correcta. Como en Colombia, en México desapareció el Estado. La seguridad y la procuración de justicia no existen más, y cuando eso pasa es muy difícil volver atrás. Si a eso se añade la pobreza extrema, el desempleo, la falta de escrúpulos de los gobernantes, el problema es terrible y mundial”.
—¿No hay esperanza, pues? —le pregunto.
—No, no hay. Hace treinta años la había, pero ya es tarde.
—Si tuviera que escoger un culpable, ¿quién sería?
—Nací cuando todavía vivían los criminales Hitler, Stalin, Pol Pot, Mao, pero por su negación al control de la natalidad en un mundo sobrepoblado, escojo a Karol Wojtyla.