sábado, octubre 30, 2010

Diego hoy tiene cincuenta



La secta es más grande de lo que imaginamos y hoy celebra que su patrono cumple medio siglo. El tótem, bautizado como Diego Armando Maradona, nació en Lanús, Argentina, el 30 de octubre de 1960, y se crió en Villa Fiorito, un barrio caracterizado sobre todo por su insultante miseria. En los baldíos de aquel lugar, llamados allá “potreros”, comenzó a jugar futbol. Pronto, demasiado pronto se vio que el chico estaba hecho con otra madera. El mito, que en este caso no es un mito sino una verdad borrosamente recordada y sin video testimonial, es que antes de los diez años ya hacía maravillas con el balón, tantas que nunca requirió de cazadores de talento o castings de prueba. Hasta un beisbolista podía saber que aquel enano había sido diseñado por la naturaleza para jugar al soccer con un dominio pasmoso de cada movimiento necesario para el fut, con un trato de la pelota que parecía producto de la ingeniería divina.
En efecto, el muchacho de Fiorito tenía una zurda que parecía educada en la Sorbona. Con ella, el balón jamás desentonaba. Aquella zurdita, calzada con zapato chico, dominaba la pelota mejor que una mano; sabía golpearla con una precisión que era mezcla entre lo científico y lo poético, con el tiempo, la fuerza y la distancia tan milimétricamente justos que el futbol en ese pie parecía cosa cercana a la alucinación. Aparte de ese pie, el pibe de arrabal tenía otro, el de la pierna derecha, y también sabía usarlo; igual pasaba con los muslos, con el pecho, con la cabeza, con los hombros, con la espalda y hasta con las manos. En general, el petiso de Lanús se movía en la cancha con una luz especial, inverosímil pese a la evidencia de sus gambetas, sus pases, sus tiros y sus goles.
Una jugada cualquiera, ejecutada por ese organismo en movimiento, era como una pincelada de Leonardo sobre el lienzo de la Gioconda. Digamos que le cae un balón circunstancial a media cancha; la acción parece no tener nada, el enano está solo, pero se da la vuelta y levanta el pechillo y así comienza el avance; sus ojos miran hacia adelante, cuadriculan el espacio en un segundo y jamás vuelven a concentrarse en el balón, es decir, la mirada está en el panorama mientras el balón no se separa de la zurda, todo en un flujo ininterrumpido y veloz. A medida que le salen los defensas, el enano los elude con zigzagueos de ratón, con cortes imprevisibles, fulminantes, tan rápidos que prácticamente no hay cintura capaz de recuperarse tras el dribling. Si el enano, quien además de los pies tiene el cerebro más despejado del futbol, ve de repente muy cerrados los accesos por una defensiva numerosa o bien escalonada, no hay problema, siempre malicia un pase, un taquito, un túnel, un sombrerito, una pared, algo para dejar libre y frente al gol al compañero.
Por eso era indetenible. Con el balón en sus pies eran posibles todas las jugadas que podía imaginar un rival, a las que deben sumarse las que el mismo Maradona creaba de la nada en un instante, sin ninguna insinuación corporal previa, con el cuerpo en acomodos inauditos para virajes y trazos inéditos. Si el futbol, como cualquier deporte, es una combinatoria de tiempo, fuerza, distancia y velocidad, con Maradona hay que añadir un elemento a la enumeración: la sorpresa. ¿Qué se podía hacer frente a un jugador que además de dominar todas las condiciones del futbolista perfecto cambiaba de planes sobre la marcha en una fracción de segundo? Esa dislocación abrupta de flujos habituales no sólo provocaba que el ritmo de la jugada no se perdiera, sino que de pronto discurriera por un rumbo mucho más peligroso.
El enano, lo sabemos bien, ganó todo y cargó (carga) sobre sus hombros de proletario la fama que quizá no ha tenido otro hombre en el mundo. He platicado con el poeta argentino Carlos Dariel la jugada maravillosa de México 86. Al compararla con la de Messi al Getafe, le digo a Dariel que la Pulga hace lo mismo que Diego, pero algo pasa en su cuerpo que no ocurre en el de Maradona. Dariel, experto al fin en futbol y en poesía, resume mi observación con una frase: “¡Claro!, se nota que Messi va luchando y Maradona no; Maradona flota”. Pues bien, ese enano que flotaba, ese constructor de perplejidades en la cancha, cumple hoy cincuenta años. La secta de los maradonistas lo celebra.