viernes, julio 30, 2010

Huellas y justicia



Con qué ingenua ilusión veo los programas sobre investigación forense que pasan en Discovery, NatGeo y otros canales. Es morbosamente lindo admirar la producción, los efectos, la cronología, el diálogo con los implicados y la solución muchas veces científica de los casos. Hay tantos programas de ese corte que ya no sé ni cuál es cuál. Todos tienen como característica el aislamiento de la escena donde ocurrió el desaguisado, el examen minucioso de las pistas, la conjunción de esfuerzos especializados y la necesidad de continuar las investigaciones hasta que la lógica y la ciencia hayan llegado a su límite. Con qué ilusión veo esos programas, reitero, pues al seguir el hilo de sus tramas concluyo que no hay hecho humano, por oscuro que parezca, capaz de vencer al método científico. Bueno, eso ocurre donde hay aislamiento de la escena del crimen, examen minucioso de las pistas, conjunción de esfuerzos especializados y necesidad de continuar las investigaciones hasta que la lógica y la ciencia hayan llegado a su límite. Y más, lo principal: donde existen instituciones que le den seguimiento a los delitos porque de otra manera reinaría el caos y quedaría anulado el estado de derecho.
Acostumbrado como estoy (como estamos) a ver hondas precariedades en materia de procuración de justicia, sigo entonces con interés esos documentales en los que alguien comete un delito y luego las autoridades hacen un seguimiento milimétrico de las huellas para dar con el paradero del escurridizo protagonista. Son como novelas.
Vi hace poco un caso en el que cierto sujeto comete un crimen por dinero. La investigación para localizarlo fue una maravilla y por supuesto apeló a procedimientos científicos. En resumen, el cuerpo de la víctima aparece en la cocina de su casa, tendido y con un balazo limpio en la nuca. Tras aislar la escena, los sabuesos no dan con huellas digitales y al parecer el asesino envolvió sus zapatos en una especie de bolsa de hule para no dejar rastros. Poco antes de que la víctima llegara, el perpetrador del disparo ingresó sigilosamente a la casa, se ocultó y esperó. Lo demás se dio como él apetecía: el blanco entró, fue a la cocina y antes de que sucediera nada más, le disparó por la espalda. De allí tuvo que partir la investigación, casi de la nada, sólo de un cadáver en una cocina y ninguna huella en el entorno inmediato.
Los detectives consideraron un hecho significativo: que la víctima vivía en una especie de granja y en el área cercana a la casa no había huellas de coche, salvo las de los vehículos usados por el propietario del lugar. Como era posible que el victimario no hubiera llegado caminando, consideraron explorar la zona para rastrear huellas de neumáticos. Y así fue: como a doscientos metros encontraron el dibujo de unas llantas en un terreno algo húmedo y al lado de un árbol con ramas bajas. Antes de que se borrara, un especialista sacó un molde de la huella dejada por la llanta. Por otro lado, la investigación avanzó hacia los posibles sospechosos y dio con un sujeto que al parecer estaba en tratos de negocios con la víctima. Tenía una buena coartada: había estado fuera de la ciudad el día del crimen; su estancia en un hotel así lo testimoniaba. De todos modos, los peritos lo investigaron y localizaron una camioneta antigua en su garaje. En la caja descubierta de la camioneta encontraron algunas minúsculas ramas de árbol. Ya se imaginan por dónde va la cosa, pero la coartada era buena. Necesitaban anularla, y a uno de los investigadores se le ocurrió indagar en el historial de las tarjetas crediticias del sospechoso: había rentado un coche el día del crimen. Mientras, un experto localizó una ramita quebrada y la cotejó con otra del árbol que ya sabemos hasta dar con la correspondiente. Lo conjetura final fue sencilla: el victimario salió de la ciudad, se hospedó en un hotel y allí dejó su coche muy visible; luego salió discretamente, tomó el coche rentado, fue a su casa, sacó la camioneta vieja, llegó a la granja y esperó a la víctima. La ramita, la huella del neumático, el coche rentado y la trayectoria del disparo de acuerdo a una estatura eran pruebas contundentes contra el disparador. Por supuesto, no tuvo escapatoria.
¿Y qué hubiera pasado si eso ocurre en el México, en La Laguna de hoy? Pues nada, que la película se acaba en el balazo. Nadie investiga, nadie documenta, nadie hace justicia. Por eso más vale estar encerrados viendo programas de Discovery. Qué más se puede hacer. Afuera es la selva gracias a los hermosos gobiernos que tenemos.