domingo, mayo 30, 2010

Frente al adiós



Demasiadas presencias queridas me está robando el 2010. Hace pocas semanas mi amigo Jorge Méndez y mi sobrino Christian Humberto, y ayer, en menos de doce horas, he recibido la ingrata noticia de tres pérdidas: Inés Cullell Vilaró, esposa de mi amigo David Lagmanovich; María Caliano, esposa de mi amigo Fernando Martínez Sánchez, y Esperanza Ramos, tía de mi suegra Olga Chapa. ¿Qué hacer frente a esa triste y abultada demostración de nuestra finitud? Nada, o quizá sólo esto: tratar de ser mejor, de dar más y no perder la voluntad de sonreír pese a lo muchísimo que se empeña en disuadirnos de ese propósito.
Todos los días nos estamos yendo y todos los días, caray, nos dejan la impresión de que no hacemos lo suficiente para mejorar. Nos devora la urgencia de lo inmediato, la supervivencia entre apuros de diferente e impostergable coloratura. En lo personal, me apena no ser más explícito a la hora de manifestar el respeto, el cariño, la admiración que uno puede volcar sin peligro. ¿Qué me detiene? Que yo sepa, nada, o acaso nomás esa obstinación por parecer duro, la educación sentimental de macho incompetente para expresar un poco más los sentimientos de querencia.
Recientemente vencí eso. En el aeropuerto de Torreón, cuando yo estaba a punto de emprender el viaje a Buenos Aires, me dio gusto, tremendo gusto ver a mi amiga Querube Lizárraga. Le dije que dos veces fui al sanatorio para saludarla y mostrarle mi afecto luego de lo que hicieron con su esposo en esta época maldita. Nunca lo logré, así que al verla traté de ser enfático y le dije que la aprecio mucho, que es una gran mujer y que parezco siempre ido, distante, pero allí estoy, de alguna forma estoy. Porque el azar a veces es generoso, pude decirle a Querube lo que sentía, y ahora lo repito aquí.
Pero luego, en días cercanos, supe por amigos comunes que mi querida amiga María Caliano estaba siendo amenazada por un cáncer. Esto y aquello me impidió ir a verla luego de que los médicos lograron mitigar su mal; sin embargo, le pedí a su hijo que me llamara cuantas veces pudiera. Ayer sábado iba yo al volante de mi coche y vi en la pantalla del celular el nombre de Cristián, hijo de María. Sospeché que era una mala noticia, y sí: María, su madre, había muerto. A ella la recordaré como lo que fue: una mujer alegre. La vi incontables veces y siempre me saludó con afecto, sonriente, con una actitud como de orgullo por saber que éramos amigos. Un detalle la dibuja entera: nunca, absolutamente nunca en todas las veces que la vi cuando yo ya era padre, dejó de preguntarme por mis mujeres, por Renata y por mis hijas. En sus palabras de despedida siempre destacaba esa frase maravillosa: “Salúdame mucho a Renata y a tus hijas”. Yo sé que las quería, que nos quería.
El viernes, ya tarde, abrí mi buzón de correo electrónico. Había dos cartas de David Lagmanovich, mi amigo y maestro radicado en Tucumán, Argentina. Una llevaba el rótulo “Noticia”. Con sólo leer esa palabra sentí una punzada. Con dolorosa serenidad, David comunicaba en un mail colectivo esta mala nueva: “Queridos amigos y amigas: Dos líneas para comunicarles que Inés Cullell Vilaró, mi esposa, falleció el 27 de mayo de 2010 en el sanatorio en que se encontraba internada, debido a una afección pulmonar, desde el 15 del mismo mes. Me han acompañado en este penoso trance mi hijo Martín, mi nuera Analía, y otras personas de mi familia. Conforme con los deseos de Inés, su cuerpo fue cremado y, cuando ello sea posible, sus cenizas serán esparcidas sobre la tumba de nuestro hijo Juan Cristián, en un cementerio de Arlington, Virginia, Estados Unidos. Mi cariño a todos y cada uno, David”. Tanto a Inés como a David los vi el 2 de mayo pasado en su departamento de Palermo, en Buenos Aires. Inés se veía bien, sonriente y conversadora, aunque su salud ya no era la mejor. De Inés siempre supe por las cartas de David. Era una mujer de una pieza, una lectora inteligentísima, una madre perfecta (el adjetivo es de Whitman) que en su edad laboral llegó a tener, entre otras responsabilidades, un cargo importante en la OEA.
Por último, cuando le compartí a mi esposa esas pérdidas me notició otra: su tía Esperanza Ramos murió el viernes. A la tía Esperanza la recuerdo, y así la recordaré siempre, porque muchas navidades las pasé en Chihuahua y allí nos acompañaba. Era una persona cordial, educada, hecha a la antigua, con los modales de la gente buena que se formó en la era mexicana del respeto, ya casi extinta. Mi suegra Olga la quería mucho, y ella nos enseñó a quererla también, aunque la viéramos poco.
Así, termino esta semana con tres descalabradas en el alma. Es triste, pero a mis amigos Fernando y David, y a mi suegra Olga, les mando un abrazo hecho de cariño, ánimo y solidaridad. Es lo mínimo que puedo hacer para agradecer sus cercanías frente al adiós de seres tan queridos.