sábado, abril 03, 2010

Lecciones de superación



Gracias a las vacaciones uno puede darse lujos inalcanzables en los tiempos de ajetreo laboral. Entre otros, ayer me di el de vagar durante buen rato por los canales de la televisión distribuida mediante el cable. Al caer en uno llamado Videorola (creo que a ese nombre la falta una erre, pero no seamos exigentes) me retuvo, como ha ocurrido muchas veces, la estética de su programación. Es un MTV chúntaro, es decir, su fuerte es el desfile interminable de videoclips con cantantes y grupos de música mexicana, sobre todo de aquella que genéricamente es denominada “de banda” y que, según sé, tiene algunos ritmos afines como “el pasito” o “el sonidito”. Confieso que ya en otras ocasiones me he detenido a ver, no sin perplejidad, algún minuto de video, pero ayer me nació la idea de escribir una columna sobre el tema y me armé de tanates para ver cuatro videos. Sí, cuatro, una hazaña deportiva Gillette.
Por supuesto, cualquiera puede ver los videos y pensar lo obvio. Es música para nacos, de mal gusto, estridente y bárbara. Quienes ven esos canales no tienen “educación”, les gusta la basura, el ruido y la pachanga corriente. Es el camino fácil del análisis. Si nos ponemos un poco más agudos, si metemos un poco mejor el escalpelo, notaremos que allí, en esos videos de Videorola, está condensado el mundo simbólico que mueve a miles de jóvenes en el país. Los videos de ese canal son, más que clips con canciones simplonas o francamente estúpidas, una antropología, un universo que estimula apetitos de lujo material y de poder. En esencia, son involuntarios cursos de superación personal, lecciones de lo que puede anhelar un joven que se tenga por chingón.
Los perdedores de los videos son, vale decir, derrotados sólo en el plano del amor. Todas las canciones (tal vez exagero; no son todas, sólo el 99%) tratan el tema de la ruptura, del despecho, de los celos, de la tristeza por el amor que se fue y al parecer no volverá. Generalmente es un hombre el que lamenta su desolación, su desgarramiento por culpa de la ingrata pérfida que halló un nuevo nido y ahora vivirá feliz en los brazos de otro hombre. Fuera de esos amoríos dislocados, todo es Cuautitlán en los videos de Videorola.
El asunto de las canciones, por simplón, es lo de menos, aunque extraña que los sujetos machotes, botudos y bigotones, de pantalón apretao, camisa de pecho abierto, guaripa de fieltro, cinto chidote y paquete muy abultado, terminen cantando esos versos llenos de melcocha. Hay otra vertiente temática, lo sé, que para verse ajena a las letras dulzonas deriva en la infrapoesía del insulto o del surrealismo bobo (uno de los que vi, por ejemplo, dice que por la ausencia de un amor el mundo se le ha vuelto al revés, tan es así que ahora su carro sólo “quiere andar pa’tras”, atroz verso que es superado de inmediato con uno tan enigmático como ripioso: “la regadera sólo avienta gas”); en cualquier caso, reitero, las letras casi no expresan nada, como si la fe de los “compositores” sólo estuviera puesta, porque de hecho así es, en la tonadilla, en el pegajoso retintín de un ritmillo bailable.
¿Dónde está, entonces, lo importante en los videos? Como dije, en la escenografía, en los elementos que acompañan al cantante, esos anzuelos que están puestos allí para que la ambición juvenil los pique y aspire a conseguir todo lo mucho que luce en las imágenes inconexas del video. No caigo en el simplismo de pensar que, en automático, un televidente caerá rendido a esos deseos con sólo ver los clips. No es tan sencillo. Lo que sí creo es que al ver reiteradamente las casotas, los carrazos, las modelos siempre en minifalda y superbuenotas, los vasos jaiboleros o las latas de chela en las manos de los despechados, las joyas, la ropa y todo eso, muchos chicos encuentran sin saberlo que esa es la vida, que ellos pueden aspirar al logro, mediante cualquier método, de los lujos bien machines que se ven en un video.