viernes, febrero 26, 2010

Victorias de peltre



Pido un paréntesis para comentar algo breve sobre la selección. La Araucana, el poema nacional chileno, fue compuesto por Alonso de Ercilla y Zúñiga y publicado en 1562. Se trata de un larguísimo río épico armado con octavas reales, es decir, con estrofas de ocho versos endecasílabos cada una. Ercilla narra allí la guerra de conquista entablada entre los soldados españoles (él era uno de ellos) contra los indios mapuches, también conocidos como araucanos. Tras su regreso a Europa, el militar y poeta hispano escribe su descripción-homenaje y allí, de inmediato, en las primeras zancadas de esa maratón verbal, asienta su orgullo por la victoria de los españoles. Lo hace, sin embargo, usando una estrategia que lo dignifica: tributando el mayor respeto y reconocimiento a la férrea defensa de los indígenas. En otras palabras, Ercilla destaca que una guerra vale más cuando el enemigo goza del mejor prestigio bélico y ofrece una resistencia indomable.
La segunda estrofa deja ver lo que resalto: “Cosas diré también harto notables / de gente que a ningún rey obedecen, / temerarias empresas memorables / que celebrarse con razón merecen, / raras industrias, términos loables / que más los españoles engrandecen / pues no es el vencedor más estimado / de aquello en que el vencido es reputado”. Allí está claro: “cosas diré también harto notables / de gente que a ningún rey obedecen”, o sea, pueblos indómitos, tercos al sometimiento; ganarles las batallas engrandece a los españoles, pues el vencedor merece más reverencia si el vencido es estimado por su reputación bélica. No aplaudo ni censuro, anacrónicamente, los hechos, simplemente subrayo una actitud, la del soldado Ercilla agradecido a la vida por los aguerridos enemigos que le cupieron en suerte.
En una película de Mel Gibson (sé que muchos ya están haciendo ascos con solo leer ese apellido) un militar inglés gana una batalla a los revoltosos encabezados por El Patriota que hace películas para echarse porras a sí mismo (Corazón valiente). Una frase del soberbio inglés es típica del humor británico; tras un triunfo fácil, declara: “Deshonran nuestra victoria”. La afirmación, pese a estar en un film de Gibson, es excelente. Una victoria frente a un enemigo débil, no es una victoria; acaso es un aplastamiento, un abuso, una masacre, algo así, pero no una victoria.
Por eso, porque Bolivia no opuso ninguna resistencia, de qué sirvió el partido del miércoles, el primero que juega México como preparación rumbo al campanudo mundial. Confieso que no lo vi, o que lo vi parcialmente, pues al minuto quince apagué el televisor y seguí escribiendo no sé qué. A leguas se notaba que los sudamericanos habían viajado a San Francisco sólo al tour, razón por la que jugaron con menos orden que un salón de secundaria lleno de alumnos y sin profesor.
Desde hace muchos meses veo lo que pasa en el futbol sólo de reojo. La realidad me ha convencido de que el fut ha perdido, como casi todo el deporte en el mundo, el genuino deseo de lucha que alguna vez tuvo. Sigo en ese gusto, claro, porque es difícil acabar de golpe con algo tan entrañable, tan cercano a los recuerdos de la infancia. Pero choques como el de México contra Bolivia me dejan una sensación de malestar, de pena. Eso no hay que celebrarlo jamás, pues no es ningún mérito apabullar si no hay oposición. Son victorias no de oro, sino de peltre, y nada valen.