jueves, diciembre 31, 2009

Leyendas del ring con Garmabella



Una de las raras preguntas que me hizo Jesús Alvarado para nutrir su libro sobre narrativa duranguense tenía que ver con la tele: ¿Cuáles son tus programas de televisión favoritos? Mi respuesta no bromeaba: “Los de corte documental (ambientalista, zoológico, forense, deportivo, histórico…). En este sentido, me gusta mucho el canal Nat Geo. También veo noticieros, programas de opinólogos políticos y trasmisiones de deportes (futbol, beisbol); me encantan las funciones sabatinas de box. También me gusta ver Bob Esponja con mis hijas”.
Me detengo en una parte de la enumeración: las funciones sabatinas de box. En efecto, mis cercanos saben que, como a Gilberto Prado y a Gerardo García, me gusta el box desde hace añales, cuando aprendí a verlo con mi padre, todos los sábados por la noche, en la tele blanco y negro que decoraba nuestra sala como si fuera un altar. Llamadas así, “funciones sabatinas de box”, por Antonio Andere y Jorge Alarcón, los dos locutores que narraban las peleas desde el embudo de Perú 77, la famosa Arena Coliseo de la ciudad de México, esas peleas eran vistas sí o sí por mi querido jefazo, y como de niño fui teleadicto deportivo lo acompañé frente a la Philco durante millones y millones de sábados.
Era difícil aburrirse con la sabatina de box. La crónica de Andere/Alarcón fue, a mi juicio, la mejor que ha existido jamás. Pausada y a veces muy literaria, sin la estridencia pacheca de otros, la narración de aquella dupla era un dechado de relato deportivo. Andere y Alarcón sabían lo que decían, y lo decían muy bien, con un estilo sobrio y elegante, preciso, lleno de atinados apuntes sobre la calidad de la pelea y la jerarquía de los pugilistas. Lo que se presentaba por entonces en la Coliseo no era lo más selecto de la cartelera nacional, pero esos boxeadorcitos de barrio, todavía sin nombre y con tremendos apetitos de gloria, sabían darse hasta con los codos, de manera que ofrecían pleitazos memorables, “guerras mundiales en miniatura”, para decirlo con una metáfora de los locutores que describían la acción en cadena nacional.
Las funciones sabatinas han vuelto por lo menos en términos de día y horario. Se trata, en realidad, de una pelea mayor: la de TVAzteca contra Televisa por el público boxístico, nada escaso en México. Y, si lo miramos más de cerca, es un encontronazo entre cervecerías: por un lado, la marca Tecate (con TVAzteca) y, por otro, Corona (con Televisa). Sea cual sea el lío que se traen arriba, abajo, en materia estricta de box, las funciones suelen ser buenas, más cuando trepan al ring esos ilustres desconocidos que por el afán de hacer méritos se trenzan en tomaidacas de pelos, “de alarido”.
Precisamente por la re-efervescencia boxística que vivimos he leído recién Grandes leyendas del boxeo (Debolsillo, 2009), de José Ramón Garmabella (DF, 1945). Feraz reportero, Garmabella suma en su haber numerosos e interesantes libros, todos de corte periodístico. Tengo por allí El criminólogo, que pronto leeré y reseñaré, pues se refiere a Alfonso Quiroz Cuarón, chihuahuense nacido en Jiménez hacia febrero de 1910. En Grandes leyendas del boxeo, el libro del que me ocupo aquí, Garmabella entrevistó a seis divos de los encordados: Raúl Macías, José Ángel Nápoles, Ultiminio Ramos, Carlos Zárate, Guadalupe Pintor y Humberto González. De todos, sólo uno, el Ratón, ha muerto, eso el 23 de abril del año que hoy termina. No vi pelear a dos, pero allí está el YouTube para confirmar que fueron de veras lo que dicen que fueron.
En sus capítulos, Garmabella deja correr la cinta y por fortuna se entromete poco en las palabras de los boxeadores. Son ellos, pues, los que hacen este libro aderezado asimismo con una decorosa tanda de fotos. El tono campechano y dicharachero de los pugilistas pasa entonces por fragmentos de sus aventuras en los barrios y en los cuadriláteros, todo entre la fama popular que se les vino encima conforme ganaban campeonatos y se metían un buen platal en los bolsillos, no siempre bien gastado.
Dije que no vi pelear a dos de los seis entrevistados. Me refiero al Ratón Macías, que triunfó diez años antes de que yo naciera, y a Sugar Ramos, que hizo de las mejores suyas en los sesenta. Fueron ellos dos, como se sabe, idolazos nacionales. De hecho el Ratón ha sido, según los expertos, el máximo ídolo nacional en el boxeo, y en el libro Macías cuenta el origen de la frase que desde el cincuenta y tantos es un lugar común en México cuando nos queremos ver modestos en medio del éxito: “Todo se lo debo a mi mánager y a la virgencita de Guadalupe”.
Al otro que no vi fue a Ultiminio (llamado así, sin guasa, porque sus padres creían que iba a ser el “último” de sus hijos). Era feroz sobre la lona y tenía, como buen púgil cubano, una pegada letal. Es quizá el único boxeador vivo que ha tenido la mala suerte de ver morir a dos de sus rivales: uno en Cuba (José El Tigre Blanco) y otro en Los Ángeles (Davey Moore), en la pelea de su coronación mundial.
A los cuatro restantes pude verlos por televisión y sé que merecen estar en cualquier parnaso de leyendas, como éste preparado por Garmabella. Mantequilla Nápoles fue mi primer ídolo. Rápido y de boxeo fino, sabía pegar con firmeza y fue uno de nuestros mejores welters; lo admiro aparte porque se midió contra el perruno Monzón en la pelea que Cortázar convirtió en cuento: “La noche del Mantequilla”. Carlos El Cañas Zárate no era un boxeador, sino un mortero: tenía una pegada criminal, de esas capaces de esperar el segundo en el que todo debía concluir de un solo golpe. Lupe Pintor, El Indio de Cuajimalpa, es a mi parecer, de los numerosos que he visto, el boxeador mexicano más técnico, un escultor de ganchos zurdos al hígado y a la mandíbula que además sabía fajarse, lo que da idea de su plenitud boxística. Y de la Chiquita qué decir: fue un enano con dos bombas en los guantes, un paquete de dinamita sobre el ring.
Grandes leyendas del boxeo, de José Ramón Garmabella, es un placentero tour por la memoria de seis grandes, un puñadito de ídolos entre los muchos que han hecho del box el deporte más exitoso, gramo por gramo, en un país más bien acostumbrado a los fracasos deportivos.

miércoles, diciembre 30, 2009

Postales de José Joaquín



Durante muchos años creí conocer a José Joaquín Blanco gracias a lo que permitían vislumbrar sobre él las crónicas de Función de medianoche, Un chavo bien helado, la novela Las púberes canéforas y, en menor grado, los numerosos ensayos que dan idea de su itinerario como lector; me equivoqué, pues apenas he salido de las páginas de Postales trucadas (Cal y arena, 2005) y ahora sí creo conocer con información más clara a uno de los escritores, creo, imprescindibles de la literatura mexicana. Lo es a mi juicio por la calidad de su obra, pero también por la diversidad de sus registros y el humor agridulce que dimana lo que escribe, sobre todo aquellos textos —como la crónica, el cuento, la poesía o la novela— donde es fundamental estampar un sello personal.
Postales trucadas es un libro autobiográfico. No se nos presenta como tal, explícitamente, pero lo es. Gracias a él podemos ingresar, como digo, al pasado personal de JJ Blanco y trabar contacto con su parentalia. Vemos, leemos pues aquí, en divertidas crónicas retrospectivas, la andanza de un escritor que durante cuarenta años ha permanecido visible en el periodismo y la literatura mexicanos. Tengo la impresión de que, como algunos otros escritores, JJ Blanco no cuenta con los lectores que merece, y esto lo digo en términos de cantidad; pero así es nuestro país y acaso muchos otros: los escritores con obra valiosa pasan a ser, si bien les va, autores celebrados por grupúsculos, escritores “de culto”. Quizá JJ Blanco no esté de acuerdo con esto, pero así lo noto desde la hermosa-provincia-mexicana.
Todo autor de obra amplia y miscelánea tiene un libro que puede servir como zaguán o acceso al conjunto de su trabajo. Creo que, en el caso de Blanco, Postales trucadas es el suyo. Con estas páginas a la vista entendemos mejor de dónde vienen el cronista, el ensayista, el poeta, el narrador. Aquí están, sabrosamente expuestas, las contraseñas que permiten ingresar al mundo de su primera formación, a sus relaciones familiares y amistosas, a su paso por numerosos revistas y periódicos. Se trata de 16 textos que en diferentes medidas asumen la vertiginosa confesión, no despejada de escarnio y autoescarnio, como regla. Digo vertiginosa porque aquí Blanco narra en motocicleta: domina tanto el arte de contar, de “cronicar” lo ajeno, que con lo propio ni se siente que las páginas sean páginas. Saltamos de una pieza a otra en tres patadas y a la vuelta de unas horas ya terminamos con los poco más de 200 folios que contiene el libro.
Aunque no hay subdivisiones temáticas entre esas 16 estampas, se me ocurre que Postales trucadas ofrece tres momentos: 1) el de la infancia y los familiares cercanos; 2) el del trabajo periodístico, y 3) el de la obra literaria. Las tres son entrañables, cierto, pero como de alguna manera conocemos las dos últimas, la primera resulta encantadora. “Conchita”, dedicada a su tía-madre, es un homenaje a la mujer con la que el cronista salió del cascarón. La figura de Conchita es fascinante por las razones que nos trae la memoria de Blanco, pero más porque detrás de ese relato vemos a las miles de tías Conchitas que en todos lados no dejan desvalidos a los niños y los arropan y les dan los medios para que salgan adelante. Conchita, una mujer verdaderamente chingona, es una tía modelo, una tía que de buena casi llega a madre, catadura estricta incluida: “No faltan intrépidos que forjen su carácter en la lucha con el ángel; yo templé el mío entre los años cincuenta y sesenta, de los ocho a los dieciocho años, en feroces encontronazos con Conchita. Tenía sus ideas. Las cosas debían ser como debían ser y no se aceptaban negativas ni disculpas, y punto. Todo perfecto y todo a su tiempo, y punto. Y no le gustaba ordenar las cosas dos veces ni que le salieran con batea de babas, y punto”. Ese rigor de Conchita, pero al mismo tiempo su proclividad al relajo, perfilaron en Blanco, presiento, la faceta de niño estudioso/niño gustoso del desmadre.
Las postales que siguen extienden el dibujo de otros afectos cercanos: el abuelo Joaquín, un tanto al margen los padres biológicos (Trini y el cubano Raúl), Arturo Sotomayor, quien se convirtió en el primer tutor intelectual, y a la poste el maestro más querido, de Blanco. Por él, dice el cronista, quiso retratar con palabras todos los rincones de la capital: “Sospecho que mi larga (y ya concluida definitivamente) tarea de cronista capitalino, fue una manera de agradecer su inspiración y su ayuda. Ganas de agradar a don Arturo. Le gustaban un poco mis cosas: ‘Pero no es eso lo que espero de ti’”.
Dos crónicas muy de su estilo aparecen en el centro de Postales trucadas: “Sueño de una tarde en la Zona Rosa” y “Los viernes del Chico”. En la primera, describe la involución de la famosa zona, que antes permitía ligues de toda índole sin tanto riesgo para luego convertirse en sitio dominado por un hampa temible: “El éxito de las drogas, especialmente de la cocaína, fue repentino y arrollador. De pronto el bar rebosaba de misteriosos y draculescos bi- poli- hetero- o asexuales y no se hacían esperar los pleitos, que ya difícilmente podían controlar los guardias y meseros. Se volvió peligroso, menos por las drogas en sí que por toda su erizada trama de capos, conectes, ganchos, espías, agentes, delatores, cobradores”. En la segunda, JJB repasa un momento importantísimo del que fue actor y testigo: el del suplemento La Cultura en México, de la revista Siempre! No deja de lucir aquí una cepillada para Monsiváis, a quien coloca en el lugar de jefe ausente y jocoso delegador del trabajo, usufructuario de prestigios y hábil tejedor de chismes.
Los momentos que siguen se anudan igual a esta autobiografía lateral de JJB, su labor como cronista de la izquierda setentera/ochentena y más, mucho más con su estilo siempre filoso y ameno, cordial y agresivo, el estilo de un escritor, insisto, indispensable de la literatura mexicana.

Una entrevista y 25 añotes



Mis respuestas a una entrevista de Mayela Ortega, reportera de La Opinión. Esto puede servir como resumen de mi 2009, año en el que llegué, para decirlo con el estilacho de los cronistas de "sociales", a mis bodas de plata frente a los teclados (la chula foto que encabeza este post es mía):
o
¿Qué opinión tiene del reconocimiento que recibió?
Creo que el reconocimiento “Testimonio ciudadano Santiago Lavín Cuadra” reafirma mi laguneridad, pues en este 2009 he recibido las distinciones de las ciudades donde nací, Gómez Palacio, y donde vivo desde los trece años, Torreón. En general soy escéptico con los premios y con los reconocimientos; quiero decir que los tomo con gusto, pero procuro no creer demasiado en ellos para no perder piso. Los laureles no añaden nada a la calidad de la obra, que al final deberá defenderse por sí sola, con o sin premios.
o
¿Cómo se sintió al enterarse de tal logro?
Me dio gusto, más porque de Gómez Palacio siempre he sentido una especie de sutil desdén todavía manifiesto en la presidencia de Ricardo Rebollo. Allí nací, allí pasé una etapa fundamental de mi vida y allí tengo todavía a buena parte de mi parentalia. Creo que, después de todo, algo mínimamente bueno he hecho para darle a la literatura de Gómez un poco de presencia nacional. En este caso quiero agradecer el reconocimiento al grupo Unidos por Gómez Palacio y al ayuntamiento. Además, a Sergio Pérez Corella, quien propuso mi candidatura. Debo decir, aparte, que con él y otros artistas y promotores laguneros estamos tratando de alentar la construcción de nuevos espacios culturales en Gómez Palacio.
o
¿Qué labores en el año lo han llevado a tener la distinción de los gomezpalatinos?
Hasta donde tengo entendido, el reconocimiento no es otorgado por el esfuerzo de un año, sino por trayectoria completa. Esto significa que me dieron esa placa por los 25 años que tengo como escritor, periodista, maestro y editor. Me dio mucho gusto, además, compartir ceremonia con otros galardonados como el doctor Héctor Mayagoitia, Carlos Ramos y Pedro Salinas el ex futbolista.
o
¿Cómo concluye este año en lo laboral y en lo personal?
Ha sido un año muy raro, pues, como sabemos, estuvo plagado de malas noticias en seguridad, economía y salud. Pese a ello, en lo personal me fue relativamente bien. Poco a poco se dieron las carambolas para que al final mi balance sea positivo al menos en el estricto terreno de lo literario: publiqué un libro de cuentos (Leyenda Morgan) y una novela (Parábola del moribundo), ambos en México, además de participar en cuatro libros colectivos; gané otro premio nacional de literatura, hice el viaje a Europa, presenté uno de mis libros en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, me dieron los reconocimientos de ciudadano distinguido en Torreón y Gómez Palacio, cumplí 25 años de publicar en forma recurrente, mi columna de La Opinión llegó a mil entregas y armé otro par de libros inéditos. A eso hay que añadir los trabajos de edición y presentación de libros, mi colaboración en el Icocult Laguna y lo más importante: mi chamba como papá de tres niñas y compañero de mi esposa. Sin planearlo, el 2009 fue un buen año para mí. Lástima que haya sido un desastre en términos macro.
o
¿Qué planes tiene para 2010?
Básicamente lo mismo: trabajar, trabajar y trabajar. No hay de otra. Espero seguir en la misma dinámica, continuar con mi columna, publicar un par de libros, presentar en Torreón los libros pendientes y hacer un viaje a Sudamérica, esta vez a Chile. Insisto: los reconocimientos son bienvenidos, pero no significan que uno deba tirarse a la hamaca, sino lo contrario: imponen una mayor responsabilidad a quien los obtiene.

domingo, diciembre 27, 2009

Inconmensurable Reyes



La palabra inconmensurable da idea de lo que significa: en sí misma parece una palabra inconmensurable, es decir, inmedible, así que colocada a un ser humano parece hiperbólica. No digo nada nuevo si se la aplico a Alfonso Reyes Ochoa, quien murió un día como hoy, 27 de diciembre, pero de 1959. Cumplimos, pues, medio siglo sin Reyes, lo que es parcialmente cierto, pues si algún mexicano de su data ha sobrevivido de alguna forma, en este caso la editorial, es él, un escritor redondo e inabarcable.
En su poema “In memoriam AR”, publicado en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 21 de febrero de 1960, casi dos meses después de la muerte de Reyes, Borges hace, más que un elogio, un panegírico al admirado amigo mexicano con el que alguna vez trabó amistad. Reyes fue, para el argentino, un escritor circular, cabal. Cierto. A estas alturas podemos saber y comprobar que habrá mejores historiadores, narradores, diplomáticos, poetas, ensayistas, traductores y demás, pero difícilmente hay alguien que conjugue esos saberes, y otros muchos, como lo hizo Reyes. Era un hombre de intereses ecuménicos, una especie de humanista del Renacimiento que, como dicen, por “azares del destino” nació en el polvo del norte mexicano.
Le tocó vivir una niñez alegre en la casona de Bernardo Reyes, su padre, gobernador de Nuevo León. Entre precoces lecturas y cordialidad, todo caminó relativamente bien hasta que, saltados sus veinte años, su padre murió el 9 de febrero de 1913 en uno de los muchos episodios sangrientos de la decena trágica. Lo que viene para Alfonso Reyes luego de ese latigazo en su sensible biografía es la lenta y civilizada digestión del hecho infausto: pone tierra de por medio y comienza un largo peregrinar que durante más de dos décadas lo lleva a trabajar en Francia, España, Brasil y Argentina, lugares donde ejerce de todo lo posible: diplomático, periodista, investigador literario, escritor… Ese lejano trajinar no lo desprende de México, pues además de los demasiados asuntos oficiales que debía de atender, su cabeza está puesta permanentemente en la mejoría del semibárbaro país al que representaba. A la vera de su trabajo en las embajadas mexicanas, sus publicaciones siguen un derrotero múltiple: son numerosas y aparecen donde se puede, aquí y allá, en cualquier parte, a veces bien cuidadas, a veces no.
Reyes vuelve a México al cerrar la década de los treinta. Para entonces, su espíritu ha logrado desvanecer la piedra de la desolación que se formó abruptamente en su interior tras la absurda muerte de su padre. Reinstalado en su patria, Reyes tendrá veinte años para afinar lo mejor de su trabajo: forma instituciones, dialoga con jóvenes, participa un tanto forzadamente en debates públicos, investiga, publica muchísimo, lee y relee, organiza con toda conciencia su oceánica obra completa y le toca ver, a mediados de los cincuenta, que el Fondo de Cultura Económica comienza a publicarla en gruesos tomos. Además de los que aparecen para la venta masiva, el FCE le cumple una especie de capricho: saca algunos de los tomos en edición de lujo, impresos en papel fino, intonsos, para coleccionistas, en tiraje cortísimo de 104 ejemplares firmados por el autor. Reyes alcanzó a firmar los 104 ejemplares de los primeros cinco o seis volúmenes, y por extraño que parezca, dos juegos casi completos de esa serie llegaron a Torreón y aquí compré una, de suerte que, pagados casi a nada, tengo tres tomos con la firma del regiomontano. Contaré la anécdota con detalle en otra ocasión; sólo adelanto que esa incursión bibliográfica ocurrió hace casi veinte años y la compartí con Gerardo García Muñoz, quien se hizo de la otra colección disponible de milagro en La Laguna.
Además de elogios más que bien merecidos, a la figura de Reyes le han lanzado también venablos. Los más grandes (Borges, Cortázar, Paz, Fuentes, Pitol y con alguna apostilla Vargas Llosa, entre otros) lo aplaudieron y celebraron sobre todo la policromía de sus intereses y la esplendidez de su prosa, la mejor escrita, para algunos, en el ámbito de nuestra lengua. Los dardos, empero, no le faltaron ni le faltan todavía. Que no se comprometió, como si comprometerse con la escritura de miles de inteligentes páginas no fuera un compromiso. Que no era apasionado, como si apasionarse por la cultura universal no fuera suficiente pasión (“Erasmo mexicano”, lo llamó Cortázar). Que dejó una obra llena de pedacería, como si El deslinde o La antigua retórica o La crítica en la edad ateniense o Trayectoria de Goethe o Cuestiones gongorinas no fueran libros perfectamente bien articulados y compactos, orgánicos, escritos con ese estilo generosamente fresco, con aroma siempre a nuevo, de todas las muchisísimas páginas que urdió.
Ante una obra así de rica (más de 25 volúmenes y contando), los accesos a Reyes son múltiples. Se me ocurre ahora que antes de leerlo es oportuna una especie de “Introducción a Reyes”. La mejor que conozco es Alfonso Reyes, caballero de la voz errante (UANL, cuarta reimpresión revisada y ampliada, 2007), de Adolfo Castañón. Pero como sea, con o sin preámbulo, Reyes sigue siendo, a cincuenta años justos de su muerte, un ejemplo de fe en el pensamiento y el poder de la palabra.

Felicitación
Ayer sábado se casó mi amigo Gerardo García Muñoz con Martha Yadira Díaz. Un abrazote y larga vida a sus compartidas alegrías.

viernes, diciembre 25, 2009

La gramática risueña de Grijelmo



Desde hace algunos meses frecuento el privilegio de conversar con Julián Mejía, otro joven intelectual lagunero que no tiene, lo que me extraña sobremanera, un espacio fijo para publicar sus informadas opiniones. En una charla reciente me hizo la pregunta de cajón: ¿“Qué estás leyendo?” Le respondí con la verdad: algo de narrativa, algo de periodismo y una nueva gramática, pues siempre trato de tener a la vista cualquier material de este último tema. Y sí, era cierto que por esos días le daba trámite a La gramática descomplicada, uno de los ya muchos títulos de Álex Grijelmo dedicados al tópico del que se ha convertido en terrateniente: el español y sus vericuetos.
Como en los otros libros de su cosecha, en La gramática descomplicada el minucioso Grijelmo trabaja con el idioma que nos une sin dejar al lado el tono socarrón que en este caso le viene muy bien al tópico, plúmbeo en casi todos los libros similares que recuerdo. El ¿filólogo? nacido en Burgos no hace más que seguir con la tesitura impresa en otros productos de su cuño, por no decir que en todos. En Defensa apasionada del idioma español, La seducción de las palabras, La punta de la lengua y El genio del idioma se advierte la inclinación grijelmiana por añadir ciertos toques de humor a las explicaciones subjuntivas y gerundias y carpetovetónicas y galicistas que no puede eludir cuando describe la historia, la semántica, la etimología o el uso coloquial del español.
Según la ficha que proporciona Santillana, la editorial que publica todo lo que arma Grijelmo, el autor burgalés (me estoy luciendo: tal es el gentilicio de Burgos) nació en 1956; escribió a los dieciséis años su primer artículo en La Voz de Castilla, un periódico de su ciudad en el que después trabajaría como redactor en prácticas mientras estudiaba Ciencias de la Información. En 1977 ingresó en la agencia de noticias Europa Press, y en 1983 fue contratado por el periódico español El País, en el que trabajó durante dieciséis años. Diez de ellos, como redactor jefe; y en ese periodo fue el responsable del Libro de Estilo. Añade que desde 2004 preside la Agencia Efe, y en 2007 fue elegido presidente del Consejo Mundial de Agencias. Ha escrito los libros que ya mencioné líneas arriba y ha recibido el “honorary negree” en dirección y administración de empresas por la fundación universitaria ESERP, y es profesor de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que preside Gabriel García Márquez, con quien codirigió, en 1998, un curso sobre estilo periodístico. En enero de 1999 recibió en su país el premio nacional de periodismo Miguel Delibes.
Creo que a la fecha he comentado al menos dos de sus libros: la Defensa apasionada… y La punta de la lengua. En ambos casos dije lo que ahora repito: a todo aquel lector curioso al que por alguna cercana o remota causa le interese explorar la selva de nuestra lengua, nada mejor que hacerlo con la guía de un cuate experto y divertido como Grijelmo. El interesado puede, por supuesto, buscar otros machetes para desyerbar el camino, pero dudo que los encuentre amenos. La historia del español, la gramática, la etimología son asuntos abordados por lo regular con excesiva pompa, aunque no faltan, por supuesto, indagaciones que buscan al gran público y lo hacen con un tono amable, como Para saber lo que se dice, de Arrigo Coen Anitúa; Los 1,001 años de la lengua española, de Antonio Alatorre; las Minucias del lenguaje, de José G. Moreno de Alba o los acercamientos un tanto más ligeros del regiomontano Ricardo Espinosa, quien incluso ha llevado a la televisión sus apuntes sobre el léxico de los mexicanos.
Grijelmo no les va a la zaga; en todos sus libros ha examinado recovecos del español y ha colocado, adjuntas, muchas divertidas pinceladas que adoban sabrosamente sus platillos. El resultado es un trabajo de divulgación que cada vez alcanza a más lectores y los lleva a preocuparse por el instrumento básico de la comunicación: la lengua, nuestra lengua. No es flaco mérito, dada la brutal andanada de cambios toscos que sin orden ni concierto se le vino encima al español, y a cualquier otro idioma, tras la irrupción de la escritura ultraveloz y generalmente desaseada del mail, el chat y el “mensajito” de celular.
En La gramática descomplicada (Taurus, quinta reimpresión, 2009), Grijelmo avanza por el laberinto gramatical con calma, sonriendo, con una gentileza de trato que se le agradece, pues los recintos de esa disciplina suelen provocar que reculen los lectores más interesados, ya no se diga los indiferentes. Grijelmo ha armado aquí un índice que no dejó rincón gramatical sin escrudriñar. El esfuerzo que hace por llegar a una didáctica grata es tan visible como el de los buenos maestros antiguos, esos que buscaban una especie de amistosa complicidad con el alumno para que la letra no entrara con sangre, sino con placer.
Me gusta y recomiendo La gramática descomplicada por los gestos de gentileza que se le ven en cada página, pero más porque he vuelto a leer y a sonreír con las palabras que alguna vez, debido a la lingüística moderna, desaparecieron de los libros que espulgaban esos temas. O sea, he vuelto a encontrar aquí las partes de la vieja gramática en sutil combinación, nunca engorrosa, con la cuasiesotérica gramática moderna; leo en La gramática… de Grijelmo reflexiones sobre verbos, adverbios, preposiciones, adverbios, prefijos, oraciones simples, oraciones subordinadas y todo lo que alguna vez aprendí a medias y aquí parece más claro. En resumen, este esfuerzo de Álex Grijelmo es, sin más, una gramática sin lágrimas, un paseo en boogie por la sintaxis de nuestro pensamiento. Lo recomiendo sin vacilar (“vacilar” en el sentido no mexicano del verbo).

jueves, diciembre 24, 2009

Giros de Enrique Serna



Fui con toda conciencia al pabellón de Cal y Arena de la FIL 2009. Buscaba novedades de Rubem Fonseca, José Joaquín Blanco y Enrique Serna. Del último compré Giros negros, compilación de sus colaboraciones publicadas en la columna homónima de la revista Letras Libres. Como ya había leído muchas de las que ahora están arracimadas en libro, sabía perfectamente lo que me deparaba una lectura lineal y rápida gracias al asueto decembrino: la columna de Serna, como todo lo que escribe, es siempre un placer. Lo es por su inteligencia, por su estilo, por su erudición, por el malicioso desenfado de sus enfoques, por toda la experiencia callejera y libresca que irradia cada uno de sus párrafos.
Parece que exagero, pero desafío al más escéptico de los lectores que no conozca a Serna para que lo lea y luego afirme que lo aburrió o le pareció pesado. Sé que ocurrirá lo contrario, que este escritor chilango nacido en 1959 es, por la reciedumbre de su prosa, uno de los mejores, acaso el mejor, de su generación, un verdadero tigre para estos mambos. Su obra novelística no deja mentir, pues poco a poco se ha colocado entre los más destacados narradores mexicanos desde su arranque en Uno soñaba que era rey hasta Fruta verde. En Torreón tuve la fortuna de presentar Ángeles del abismo, historia que es, junto a El seductor de la patria, su trabajo de mayor calado.
Su vigorosa narrativa no empaña el valor que tiene en este caso el ofrecimiento que nos hace en Giros negros. Antes bien, el periodismo que ha ejercido como reseñador, articulista, cronista y columnista cultural es macizo complemento de una obra que pasma por su pareja calidad. Serna es, para acabar pronto, uno de esos escritores que difícilmente nos entrega una página sin músculo. Aunado a su intuición, aunado a su voraz pasión de lector, su esmerado vagabundismo lo ha llevado a convertirse en experto de todo aquello que tenga sabor a calle y luz neón. Por eso las páginas de Giros negros hacen un agudo recuento de las características y la evolución que en el deefe han tenido los giros negros, es decir, aquellos sitios en los que el alcohol y el sexo son los principales ingredientes de la noche.
En total sumas 57 piezas divididas en ocho secciones: “Vida disipada”, “Apología del pecado”, “Ejercicios espirituales”, “Radiografía del lenguaje”, “En defensa propia”, “Transgresores de oficio”, “Delitos contra la salud mental” y “Podredumbre”. Algunos segmentos insinúan desde su título lo que campea en todo el libro: la fina ironía o, más frecuentemente, el talante corrosivo de un observador nada contento con las miserias que saltan a su paso como andarín del mundo, de los libros y de los medios de comunicación. Serna es un observador perruno, un escritor de acero y con vista de Rayos X. La sensiblería, por ello, no se le da, y todo lo que afirma es apoyado en argumentos que no por subjetivos dejan de parecer, gracias a la cabrona contundencia de su prosa, verdades inobjetables.
En Serna el sentido del humor no está reñido con la inteligencia. De hecho, su confesa acritud lo haría tal vez intragable si no fuera porque todo lo que escudriña es ferozmente pasado por el tamiz del humor. Siempre hay en él un guiño, una sonrisa malévola de ilustrado francés que por más que escriba en serio no permite que sus ideas queden enganchadas en el almidonamiento. Ahora bien, el humor no llega nunca a desbordarse ni rayar en el chistoreterismo fraseológico y hueco que tal vez divierta, pero no propone ni sustenta nada. Serna mantiene esa exquisita tensión que algunos periodistas/escritores han llegado a dominar y que consiste en sonreír criticando, o criticar sonriendo, a la manera (con sus diferencias) de Sheridan, JJ Blanco, De la Borbolla, Villoro o Fadanelli, por citar sólo a cinco contemporáneos (o casi contemporáneos) de Serna que igualmente saben reír sin renunciar un solo renglón a la malicia crítica.
¿Qué temas aborda Serna en Giros negros? Responder a eso es difícil en una reseñita, pues su unidad está en el estilo y el enfoque, no en la temática. Se puede decir, sin embargo, que en todo caso hay en Serna un antropólogo-lingüista-sociólogo-comunicólogo-historiador-noctámbulo autodidacto, pues aborrece las poses de la flemosa academia. En su columna da la impresión de que entró en todo y de todo salió con una opinión original y bien escrita, la mayor parte de las veces apuntalada en referencias tomadas de libros muy bien digeridos. ¿Un ejemplo? Abundan, como en el texto “Diálogo en el vacío”: “Hace poco, en una reunión de amigos cuarentones, nuestros hijos adolescentes formaron un corrillo aparte. Todos ellos son gente sociable y amiguera, pero en vez de charlar entre sí, la mitad del tiempo hablaban por celular o mandaban recados escritos a otros amigos distantes, que a su vez ignoraban a sus interlocutores cercanos. Las palomillas de nuestra época son reuniones de autistas que están en otra parte mientras un espacio físico con sus cuates”.
Serna confirma en Giros negros el poder de su palabra y el filo de su observación. Es un tipo pensante y divertido, uno de esos sujetos que desgraciadamente ni abundan en nuestros paraísos de la solemnidad.
o
Libros laguneros
No estaría mal que nos diéramos una vuelta a las librerías del Teatro Martínez (Matamoros y Galeana), a la Punto y aparte (Morelos y Colón) o a la Terrazza de Cuatro Caminos. Hay allí libros de laguneros, entre ellos algunos míos, que tal vez puedan servir como regalos navideños. Como decía Agustín Lara: “Piedad, piedad por los que sufren”.

miércoles, diciembre 23, 2009

La travesía de Lisandro



Llegaron las vacaciones y es hora de leer y escribir sobre lo leído. Adiós por un rato, pues, a la coyuntura, y venga el placer mayor de la sola convivencia con los libros. Empiezo con una novela titulada La travesía (Seix Barral, 1995). La despaché hace un par de meses y me hizo descubrir a un escritor mayúsculo de América Latina. Es Lisandro Otero, cubano. Tenía, claro, la vaga referencia de su nombre, pero por el aislamiento bibliográfico que padecemos los laguneros nunca topé con algo de él. Mis novedades literarias las encuentro, paradójicamente, en las librerías de viejo. Allí, en una de ellas, encontré hace poco La travesía y conseguí por fin algo de Otero.
No me fue nada mal en este primer encuentro, pues La travesía es una novela exquisita y, desde ya, harto recomendable. Su personaje protagónico es un cincuentón llamado Heriberto Hernández, soltero, abúlico para casi todo y quizá por eso mismo mediocre, aunque sin tragedia. Su espíritu soso está, sin embargo, lo suficientemente atento a los vaivenes de la vida ajena y de la propia, de suerte que al conocer su “travesía” (el título es, por supuesto, irónico) nos enteramos de lo que puede llegar a sentir un alma lánguida en la Cuba revolucionaria.
Heriberto narra en primera persona y a medida que avanzamos en el conocimiento de su experiencia advertimos que es un caso extraño, una anomalía en el contexto de la isla. Cuidadoso de la estabilidad, siempre cerca de una madre castrante y enfermiza, Heriberto no arriesga nada, no da nada por los otros, no apuesta en ninguna ruleta ni se alista en un solo proyecto. Su vida es entregada al sopor, a la inanidad de la existencia que si bien no produce emociones satisfactorias, tampoco atrae las dolorosas. Todo esfuerzo individual o colectivo es para Heriberto una especie de reto que él no está dispuesto a encarar. Sólo Adriano, un tío que tiene casi su misma edad, burócrata bien instalado en la administración pública cubana, es capaz de moverlo, no sin humillación, hacia el deseo de consumar proyectos y “crecer” como persona productiva para La Patria. Pero Heriberto detesta eso. Detesta la competencia, el anhelo de triunfar, los apetitos de ascenso en cualquier organigrama. A su edad, no sabe exactamente qué desea ni en qué se le ha diluido el tiempo, y eso apenas le genera un atisbo de preocupación.
En ese deliberado aletargamiento de los deseos hay, empero, un impulso perturbador: el del sexo. Ya en su madurez, Heriberto no ha tenido experiencias amorosas de las que desestabilizan y comprometen. Con la coartada de cuidar a su madre, nunca ha querido fundar una relación con ninguna mujer, aunque la bestia que gruñe en su interior le haya exigido alguna forma del desahogo. Él la ha encontrado en la pornografía y en el onanismo, de las que es un consumado adicto. Pero las chaquetas no son suficientes y, así sea tarde, la exigencia de sus íntimos demonios es que busque una mujer: la encuentra en Angélica, una joven a la que le dobla la edad y con la que mantiene una relación verbal y pícara que no llega a mayores por la mediocridad de Heriberto, quien es todo lo contrario a un don Juan.
Heriberto no tiene vicios y parece impermeable a los afectos. Su vida, gris por todas partes, se hunde en una irreversible travesía a los abismos de la insipidez. Pese al anodino personaje, Lisandro Otero ha logrado demostrarnos en esta novela que los sujetos más cobardes y fracasados son una mina literaria cuando en ellos escarbamos sin prejuicios. Heriberto es memorable precisamente porque no es memorable, un hombre sin atributos, ni siquiera el del entusiasmo en un país que exige a sus hijos compromisos concretos y abstractos que algunos pachorrudos, por la razón que sea, no pueden asumir. Otero, además, nos deja ingresar al flácido coleto de Heriberto Hernández con una prosa rica, de sólidas imágenes y grato ritmo, pero no sobrecargada, no barroca, como cuando el viejo describe sus sesiones de autoayuda: “En los días sofocantes la visión de un escote amplio con un promisorio nacimiento de senos, o unas piernas bien afeitadas y macizas, o una falda descuidadamente abierta que permitía apreciar un arranque de piernas… cualquiera de estos incidentes me disparaban hacia la escalera de caracol donde llegaba con una erección incipiente. Bastaba un leve sobamiento para hincharla y una caricia sostenida para endurecerla. Luego, unos tironcitos ansiosos me apremiaban a apretar más el falo y marcar un ritmo pausado hasta que las contracciones en la próstata me forzaban a apresurarme y un orgasmo en seco concluía mi deleite”. Nunca mejor escrita esa afición adolescente, y muchas otras. Excelente prosa la de Lisandro Otero. Ya estoy en busca de más libros suyos.

martes, diciembre 22, 2009

Reconocimiento Santiago Lavín Cuadra



Reconocimiento Santiago Lavín Cuadra-Ancla concedido en el área de cultura. A propuesta del artista gomezpalatino Sergio Pérez Corella, fue decidido y otorgado por unanimidad entre el grupo Unidos por Gómez Palacio y el cabildo de esa misma ciudad. La ceremonia se celebró el 21 de diciembre de 2009 en el edificio del ayuntamiento de Gómez Palacio.

sábado, diciembre 19, 2009

Toros catalanes



Tengo dos o tres amigos taurinos, apasionados hasta las cachas de los redondeles y los muletazos. Con ellos trato de no hablar sobre tauromaquia, aunque con gusto podría dialogar sobre toros. La diferencia entre la tauromaquia y los toros es muy simple: la primera se refiere a la pelea (del griego ταῦρος, toro, y μάχεσθαι, luchar, para decirlo con toda claridad) y la segunda solamente a los animales así denominados.
Si habláramos de toros, yo no podría regatear mi elogio más sincero a esa hermosa bestia de la naturaleza. Cómo hacerlo, si se trata de uno de los animales con mejores acabados, una pieza de artillería elaborada con huesos y músculos puestos como adrede para complacer a los escultores clasicistas. La reciedumbre del animal, su porte, esa cornamenta levantada medio de perfil (como en el espectacular de Osborne) es una superchingonería que a mí me da la idea de altivez y gallardía. Y no le sigo, pues corro el riesgo de entrar a la poética taurina que abusa de esas prosopopeyas para exaltar las virtudes del bicho bravo par excellence. Sólo concluyo que el toro es una suma perfecta de la evolución, un sujeto que con su pura facha ya hizo lo mejor: existir y deleitar con su apariencia. A propósito de esto recuerdo y cito de memoria una anécdota narrada por Renato Leduc, taurino sin orillas. Decía don Renato (a quien por cierto llegué a conocer hace como veinte años) que Joaquín Rodríguez “Cagancho” fue a ver a su madre antes de una faena. Como ya iba vestido de luces, ella lo observó con detenimiento y le pidió de favor que se diera “la vuerta”. Cagancho hizo entonces un giro lento sobre su eje y su madre, admirada con el porte de aquel torerazo que era su crío, opinó: “¿Con esa figura y todavía quieren que torees?” Falsa o verdadera, citada bien o mal por mí porosa memoria, su esencia es clara. Si la madre de Cagancho notó que su hermoso hijo daba lo mejor de sí sólo con existir, igual pienso yo de los toros, a los que nos podemos referir igual: ¿con ese trapío y todavía queremos que embistan?
No voy a ser el único que se oponga, con los consabidos argumentos, a las corridas de toros. Cada vez son más, por fortuna, los que critican esa “fiesta” y desde cualquier trinchera pugnan para que desaparezca. Pero no soy fanático y creo viable que sobreviva, aunque sin las suertes que le infligen al toro el conocido castigo y la muerte por estocada o puntilla. Sé que los taurinos arguyen que sin la sangre provocada por las varas y las banderillas, más la muerte del toro, el toreo ya no es toreo. Tal vez, pero si eso es así entonces no queda más camino que resignarse a una “fiesta” sin tales ingredientes o desaparecerla completamente. Sé también que parte del arsenal de sofismas que sirve para justificar al toreo pasa por la crítica a los carnívoros que por un lado se oponen a la tauromaquia y por el otro engullen tremendas chuletas y pechugas. Además de que suele ser nefasto y por ello siempre debe ser vigilado el trato a los animales en granjas, criaderos y rastros, hay un elemento contrastante entre la tauromaquia y el sistema de producción cárnico; a diferencia del segundo, el primero eleva a una categoría bestial, festiva, placentera, la ejecución de un animal, como si la crueldad, por más adornos que se le cuelguen, fuera bonita. Ese es, para mí, el centro del problema: qué tanto le dedicamos una fiesta a la crueldad y qué tanto la usamos para la manutención de nuestra especie. En ambos casos la crueldad es aborrecible, pero en la lidia de toros resulta una perversidad programada, organizada, pregonada, exhibida, celebrada, premiada y siempre justificada con argumentos cuasifilosóficos sobre la bravura del toro, sobre su crianza y otras muchísimas arañas especiosas.
España es, sobre decirlo, el país de la tauromaquia. Como esta actividad ha definido su imagen ante el mundo, hoy deja perplejo que allá, en una de sus provincias, esté cerca la prohibición de las corridas. En efecto, según un cable de AP publicado en La Opinión el parlamento regional de Cataluña dio el primer paso para debatir una ley que podría prohibir las corridas de toros en territorio catalán. La ley pasó a comisiones para luego ser discutida; se impuso en este primer paso con 67 votos a favor, 59 en contra y 5 abstenciones. Algunos le ven flecos políticos, dado que Cataluña nunca ha querido ser identificada con o como España, y el toreo es una actividad emblemática española. Fuera de eso, qué bien suena la ley: que al menos en una región de España los toros puedan vivir en paz, sin esa meticulosa crueldad llamada tauromaquia.

viernes, diciembre 18, 2009

Tragones al acecho



Ignoro la razón que ha neutralizado el horror que en teoría deberíamos sentir ante la posibilidad de que algunos funcionarios elegidos en las urnas puedan repetir platillo, echarse otro periodo. Yo miro eso con verdadero pavor, casi como si estuviera viendo las pestilentes bascas del demonio. Detrás de eso advierto, así de fácil, una especie de legalización del caciquismo, institución que en México hace posible la permanencia de un sujeto, por años e incluso por décadas, en el poder de determinada región o coto de dimensiones muy variables.
Dejar que quede abierta la posibilidad legal de que un bucanero se quede ocho o doce años en el poder, sea alcalde o gobernador, me parece menos terrible que impedir, como ahora, que un político virtuoso tenga que largarse, al menos oficialmente, del feudo cuando termina su trienio, cuatrienio o sexenio, según sea el caso. La razón que puedo dar está en las líneas anteriores: todo es cuestión de estadística. ¿Cuántos bucaneros hay en este momento en los mejores puestos municipales y estatales? ¿Cuántos virtuosos? Creo que, por obvia, mejor posponemos la respuesta.
La posibilidad del dobleteo ha sido abierta bajo el entendido de que en México ya existe democracia electoral, lo que presupone una participación conciente y decisiva del ciudadano. En esa lógica, el votante podrá castigar o premiar, como Gran Verdugo, los buenos o malos gobiernos que repetirán si no la riegan y se irán si sus cagues son inconmensurables. Nada más alejado de la verdad, pues como sabemos no han dejado de operar, en grados muy variables que dependen de la entidad, la zona (rural o urbana), la clase social y demás, las viejas técnicas de ilusionismo conocidas como mapacheo y control clientelar. Así entonces, lo único que será favorecido por el doble play es la corrupción en el primer periodo de gobierno, de suerte que en ese lapso se lubriquen perfectamente las piezas necesarias para dar el salto a la otra etapa, la del doblete que casi será neocaciquismo.
Sólo para tener un ejemplo a la vista, imaginemos un cuatrienio municipal lleno de errores, con problemas por todos lados, casi disparatado porque prometió mucho y no cuajó nada, porque su policía hizo agua y sus remodelaciones al centro histórico son una cosa antiestética e impráctica. Si a esa administración se le ocurre usar los recursos públicos de lleno para agenciarse un segundo periodo, no hay poder humano capaz de impedirlo. Parto de la idea del pastel: si pueden comerse el pastel completo, ¿para qué dejarlo a la mitad? Hoy el pastel completo dura lo que dura, y ya. Permitir la reelección en el actual desprejuicio moral sólo hará que el remedo de democracia electoral que ahora tenemos ahora sí dé con todos sus huesos en el camposanto.
Enfatizo que me parece mejor el malo por conocido que el malo por re-conocer. La política mexicana ha llegado a tales desmesuras que avanzar por partes ahora es más importante que nunca. ¿De qué serviría la reelección en un sistema caracterizado por la corrupción y la opacidad en la rendición de cuentas? Primero es lo primero, como dice la sabiduría ranchera. Habría que depurar hasta la minucia la fiscalización de los quehaceres gubernamentales, habría que perfeccionar el trabajo de las instancias de acceso a la información, habría que reducir a cero la discrecionalidad en el uso de los recursos públicos y ahora sí, cuando eso esté resuelto, reavivamos la averiguata del dobleteo. Mientras tanto, entre menos tiempo les demos para hacer de las suyas, mejor.
No propongo que caigamos en la parálisis de no reformar nada, como si viviéramos en el mejor de los mundos posibles. Es verdad que México necesita cirugía, que el pobre país ha sido ferozmente saqueado por sanguijuelas de peso completo hoy enquistadas, sin beneficio visible para la mayoría, en todas las formas del poder político, empresarial, cultural, informativo. En Suiza o en Finlandia es bienvenida la reelección, pues allá el servicio público le hace honor a su nombre y merece más de un periodo de gobierno. En México eso no prosperaría, pues de inmediato cundiría el síndrome del tragón en fiesta: si ve que hay poca comida, se llena más el plato; si ve que hay mucha, se sirve doble. En otras palabras, un periodo es mucho; no, corrijo: es demasiado.

jueves, diciembre 17, 2009

Los narcos también bailan



En alguno de sus muy inteligentes artículos, el escritor Guillermo Fadanelli concluyó que si los narcos dieran becas, él sería el primero en formarse en la fila de los solicitantes. Tal vez sin quererlo, el autor de Lodo se adelantó a los tiempos: como van las cosas, no sería extraño que en el futuro se consolide nuestro narcoestado y entonces sí todo, absolutamente todo en el país se pinte de verde y blanco, los colores de la grifa y de la soda.
Y es que, como Colombia lo ha demostrado con creces, cuando el narco se mete a la cocina no hay sectores que se salven. En México está presente ya, con claridad de mediodía, en las instancias de seguridad, en la política, en el mundo empresarial y ha coqueteado permanentemente con el alto clero (recordemos a monseñor Girolamo Millone perdonando los pecados del hampa a cambio de no sabemos qué favores terrenales). Hace poco se habló de que ya se había hecho presente en el deporte, particularmente en el futbol profesional, pero nada que se parezca a los jugosos patrocinios auspiciados por monseñor Pablo Escobar Gaviria en sus mejores tiempos. Al narco le faltan, pues, terrenos por conquistar, y uno de ellos es el del arte.
Ya están colocando, sin embargo, los primeros cimientos. Sólo para graficar bien la cosa y sin ánimo de devaluar a nadie, hay que decir que los malandros del film han comenzado por la baja cultura, es decir, por el pop, por la farándula. Para sus reventones (que seguro deben ser sencillamente otro pex) contratan grupos musicales de corte bandero o norteño, que son las dos tendencias predominantes en el gusto del respetable (público narco). No por nada hace unos días fue detenido Ramón Ayala, acaso el más famoso acordeonista de todos los tiempos en esa música, la norteña, caracterizada por los chillidos mágicos del fuelle. Ramón Ayala, como sabemos, comenzó su carrera como compañero del divo coahuilense Cornelio Reyna, aquel que se cayó de la nube en que andaba como a veinte mil metros de altura, quien por poquito y pierde la vida (esa fue su mejor aventura), por la suerte cayó entre los brazos de una linda y hermosa criatura que lo tapó con su lindo vestido y corriendo a esconder lo llevó para luego colmarle todo el cuerpo de besos, aunque poco después no le pudo decir nada nada, solamente pensó en la maldad y subió hasta la nube más alta a tirarse a matar de verdad. Como ésa, otras muchas letras líricamente surrealistas interpretaba Reyna con Ayala en Los Relámpagos del Norte, hasta que cada cual tomó su rumbo. Los años pasaron, el nada apolíneo (ni de nombre) Cornelio murió y Ramón siguió cosechando éxito tras éxito hasta que hace unos días su nombre se vio maculado por el escándalo: lo pillaron amenizando una narcoposada entre santos peregrinos rumbo a la frontera. En la misma fiesta, que terminó en balacera al más puro estilo de narcocorrido, también cayeron detenidos por las implacables fuerzas del orden Los Cadetes de Linares y Torrente, grupos asimismo populares, sobre todo el primero (el original), que es algo así como Los Beatles de la música norteña.
El hecho recordó otros casos semejantes, como el del hijo de Enrique Guzmán (y hermano de Alejandra), o como el de Chespirito, Juan Gabriel y Gloria Trevi, que al parecer alguna vez hicieron las delicias del público dedicado al tráfico de estupefacientes. Es claro que no se trata aquí de andar de escrupuloso y persuadir a los reyes de la farándula de que se nieguen a trabajar en ciertas circunstancias. Para empezar, ¿cómo saber cuando un concierto es para narcos o para no narcos? Además, allí está el factor del dinero. ¿Se imaginan lo que gana Juanga por dos horas de canciones e inolvidables joterías? ¿Quién puede pagar eso en una fiesta privada? Es pertinente recordar, asimismo, que los narcos también bailan, cantan, beben y celebran, y en este país todo mundo es libre de contratar a quien le plazca si de lo que se trata es sólo de cantar, bailar y echar relajo.
Vuelvo a la afirmación de Fadanelli: si los narcos dieran becas para escribir, sospecho que no serían pocos los escritores que se formarían en la limosnera fila. Los narcos ya tienen cantantes de cabecera, y bien sabido es que les gusta un cierto arte plástico naive para decorar sus casototas. No han llegado a la literatura, pero tal vez en el futuro escuchemos hablar del poeta fulano de tal, autor, gracias al apoyo otorgado por el cártel equis, del “Soneto al divino carrujo” y la “Oda al pericazo”.

miércoles, diciembre 16, 2009

Caballo blanco Berlusconi



El trancazo a Berlusconi es ya el video de la semana. Ver al magnate así, convertido en el caballo blanco de José Alfredo tras aquel sopapo exacto, ha dado pábulo a todo tipo de opiniones sobre la seguridad de los mandamases. Por supuesto, algo falló en el cerco de escoltas que acompañaba al empresario y político italiano, quien se ve vulnerable en las imágenes del tumulto donde recibió el inmortal bofetón. Nos simpaticen o no, los líderes de los países deben ser custodiados con escrúpulo, pues nunca han faltado ni faltarán los Leones Torales dispuestos a dar sus vidas a cambio de un magnicidio o algo semejante. Eso ha sido siempre: el poder crea enemigos y los enemigos pueden sentir un resentimiento tal que los haga llegar, a muchos, a pocos o a uno solo, hasta el atentado.
Impresiona ciertamente que Berlusconi camine en medio de una muchedumbre. En el país de la mafia, en el peligroso reino de la camorra, que un político así de lenguaraz y antipático se mueva tan cerca de la gente no deja de asombrar, pues en esas condiciones no hay guaruras con la capacidad de garantizar seguridad a nadie. Si un poderoso nefasto como Berlusconi acepta los tumultos, tarde o temprano lo sorprenderá el chahuistle. En este caso le fue bien, pues sólo se trató un golpe que le aflojó piezas dentales y le dejó la boca como a los bebés cuando comen sandía frente al beneplácito de sus risueños padres. Es verdad que la imagen avergüenza, pues mal se ve cualquier sujeto, y más alguien encumbrado y ampuloso como el signore Berlusconi, con los labios y las encías recién pintados de mole.
Ignoro qué usos y costumbres tienen los políticos italianos (y europeos en general) en relación al contacto con las masas, pero por lo visto en el putamadrazo a Berlusconi allá todavía hay cierta cercanía entre la figura pública y la gente. Tal vez eso vaya a cambiar luego del desaguisado. La seguridad, si eso ocurre, terminará por aislarlo en una burbuja de protección impermeable a cualquier agresión, como pasa con tantos mandatarios que al llegar al poder dejan de tener contacto con la gente y sólo ven muestras artificiales de apoyo popular. En ese contexto, el dirigente pierde un poco de sensibilidad, pues deja de sentir las muestras reales de aprecio y antipatía. Recuerdo a propósito un chiste. Un presidente desea saber qué piensa la gente sobre él, pero sin que los comentarios sean viciados por consejeros y colaboradores lambiscones. Decide entonces tomar unas vacaciones en su rancho y aislarse del mundo por unos días. Toma su caballo y en un zurrón lleva una barba postiza, un sombrero y unos lentes. Atraviesa un bosque, rodea una montaña y allí donde ve una cabaña se detiene. De inmediato se coloca la barba, el sombrero y los lentes, con lo que queda irreconocible; toca la puerta de la cabaña y lo atiende un viejecillo humilde, quien pregunta qué se ofrece. El presidente disfrazado, fingiendo la voz, le pide un poco de agua. El viejo se la da. Hacen un poco de plática circunstancial. Luego el presidente, sin que se note mucho lo forzado del asunto, le pregunta al viejo qué opina del presidente. El anciano le pide entonces que lo acompañe. Pasan por una salita, después por una habitación, luego llegan a una especie de almacén, bajan a un sótano y allí le responde quedo y al oído: “Me cae muy bien”.
Para saber, pues, qué opina la gente, el mandón debe bucear más allá de las encuestas. Lamentablemente no es tan fácil, pues el odio acecha en todos lados y puede manifestarse como lo hizo con Berlusconi. En el caso mexicano es obvio que Calderón dejó hace varios años de sentir en corto lo que gran parte de la ciudadanía piensa sobre él. El blindaje, que era enorme en sexenios anteriores, creció tanto en lo que va de este gobierno que no hay acto público oficial en el que los filtros no den molestias enormes, como pasó con la inauguración del nuevo estadio de futbol en Torreón. Finalmente no asombra que políticos sin punch, llegados al poder con malas artes deban protegerse así, ya que si no lo hacen estarían tentando demasiado al chamuco de los atentados. Lo que asombra en todo caso es lo del premier Berlusconi: un encumbrado sinvergüenza, petulante y boquiflojo que se atreve a caminar entre el tumulto, eso es lo verdaderamente raro.

domingo, diciembre 13, 2009

ABC de bestias imaginarias



“La ciudad como un cerdo”, de Paco Valdés Perezgasga; “Murciélagos, viajeros incansables de Oklahoma a Lerdo”, de Celia López González; “A la pesca del ictiosaurio”, de Héctor Esparza; “El culto a nuestros antepasados”, de Leticia González Arratia y muchos textos e imágenes más ofrece el número 45 de Nomádica, revista de Ecodiversidad, arte e historia del norte de México. Para los interesados en esos temas, no tiene página saltable, salvo quizá las dos mías. En ellas coopero con el artículo que encabeza esta columna que es hoy como un bocadillo de degustación y aquí comienza:
Entre los demasiados libros que escribió “en colaboración”, el Manual de zoología fantástica es sin duda uno de los más célebres de Borges. En fama sólo es superado, creo, por Seis problemas para don Isidro Parodi, libro con cuentos paródico-detectivescos escrito a cuatro manos con su más cercano cómplice: Adolfo Bioy Casares. En el caso del Manual…, Borges trabajó con Margarita Guerrero, aunque suponemos que ocurrió lo inevitable: trabajar “en colaboración” con Borges era sucumbir irremediablemente al magnetismo de su estilo, a sus obsesiones, a sus manías temáticas, a todo el inmenso poder de seducción que el maestro concentraba en su manejo de la palabra.
A México le cabe el honor (siento que es un honor, aunque suene a retórica ceremoniosa) de haber publicado por primera vez el Manual… Lo hizo en 1957 gracias al sello del Fondo de Cultura Económica, institución que lo sigue poniendo al alcance de todos (va en la segunda edición, del 66, y en su quinta reimpresión, del 99). Tiene pues 52 años y así, como Breviario número 125 del FCE, ha pasado a formar parte indispensable de toda biblioteca literaria que se presuma bien abastecida.
Es entonces de un librito en rústica con apenas 157 páginas (pero qué páginas, damas y caballeros). Como todos los suyos, este libro de Borges rebosa de información, inteligencia y humor. Fue armado con 82 estampas referidas a fauna fantástica, a una zoología compuesta por bichos de la más anómala catadura, todos creados por la delirante imaginación del hombre. Algunos rayan en la pesadilla, otros en la caricatura, y todos atraviesan por el espléndido “modo” literario de Borges, ese modo que además de la belleza de la expresión conlleva una especie de sonrisa oculta y maliciosa en cada afirmación. El humor está sugerido desde el mismo titulo: las palabras “manual” y “zoología” corresponden al helado ámbito de la divulgación científica; la otra, “fantástica”, introduce el elemento contradictorio, la sonrisa.
Venturosamente, el Manual… tiene un prólogo que nos aclara el propósito de los compiladores: “A un chico lo llevan por primera vez al jardín zoológico. Ese chico será cualquiera de nosotros o, inversamente, nosotros hemos sido ese chico y lo hemos olvidado. En ese jardín, en ese terrible jardín, el chico ve animales vivientes que nunca ha visto; ve jaguares, buitres, bisontes y, lo que es más extraño, jirafas. Ve por primera vez la desatinada variedad del reino animal, y ese espectáculo, que podría alarmarlo u horrorizarlo, le gusta. Le gusta tanto que ir al jardín zoológico es una diversión infantil, o puede parecerlo. ¿Cómo explicar este hecho común y a la vez misterioso?”.
Más adelante, otro parrafazo: “Pasemos, ahora, del jardín zoológico de la realidad al jardín zoológico de las mitologías, al jardín cuya fauna no es de leones sino de esfinges y de grifos y de centauros. La población de ese segundo jardín debería exceder a la del primero, ya que un monstruo no es otra cosa que una combinación de elementos de seres reales y que las posibilidades del arte combinatorio lindan con lo infinito”. El censo de animales imaginarios que contiene el Manual…, en efecto, mueve a pensar que las posibilidades de la monstruosidad son inagotables.
Dado que es un manual, los autores (autores que podrían ser “el autor”) proceden en orden alfabético. Atraviesan así por varias mitologías, de las más serias a las más disparatadas, y apoyados en la información disponible nos dan detalles sobre aquellos animales que alguna vez sirvieron para fascinar y/u horrorizar a las generaciones. Algunos han sido socorridos por la celebridad (ave fénix, basilisco, cancerbero, centauro, dragón…); otros son sólo conocidos por alguna obsesiva erudición (catoblepas, crocotas, garuda, ictiocentauros, simurg…). Todos tienen algo que ofrecer al goce del lector interesado en recibir una barnizada zoomítica, por decirlo con un neologismo tan extraño como la fauna a la que desea referirse.
Cada que recuerdo este Manual…, la página que me regresa es la 74. Trata sobre la “Fauna de los Estados Unidos”. Desde que empieza hay un latigazo satírico, pues no de otra manera se puede abordar esa burda fabulación: “La jocosa mitología de los campamentos de hacheros de Wisconsin y Minnesota incluye singulares criaturas, en las que, seguramente, nadie ha creído”. Luego las enumera: “El Axehandle Hound tiene la cabeza en forma de hacha, el cuerpo en forma de mango de hacha, patas retaconas, y se alimenta exclusivamente de mangos de hacha. (…) Entre los peces de esta región están los Upland Trouts que anidan en los árboles, vuelan muy bien y tienen miedo al agua. (…) El Guillygaloo anidaba en las escarpadas laderas de la famosa Pyramid Forty. Ponía huevos cuadrados para que no rodaran y se perdieran. Los leñadores cocían esos huevos y los usaban como dados”.
Borges sabía que este libro era el primero de su tipo en América Latina. Tiene finta de modesto, pero ha sobrevivido más de medio siglo y su fauna inexistente goza todavía de plena salud, lo que incluye las anónimas e intrigantes viñetas que lo aderezan. Hay que visitar este zoológico de papel y de amenísima locura.
o
Una nota final: gracias a la Máquina por el campeonato de hoy. Una estrellita más en nuestra cuenta. Que la boca no se me haga chicharrón.

sábado, diciembre 12, 2009

Hambre concreta



Como muchas otras necesidades, el hambre no es una abstracción. Es manejada así, inevitablemente, en informes internacionales, en reportajes, en sesudos ensayos que suponemos leen/leemos personas sin hambre. Los lectores habituales no la padecemos, o a lo mucho la sufrimos levemente —un conato de hambre— cuando se rezaga la quincena o perdemos el trabajo. Pero el hambre vil, el hambre provocada por días, meses, años de privación, el hambre que deja los huesos pegados al pellejo y agranda el sufrimiento colgado en las pupilas, ésa no la conocemos quienes leemos algo sobre el hambre, como ustedes al recorrer estas líneas y yo al escribirlas. Por ello, nosotros reflexionamos sobre el hambre en un plano ideal, como abstracción. Pero el hambre es algo concreto, brutal y asesino de miles de personas al año, la más hipócrita forma de aniquilar seres humanos.
En “El hambre y su contexto”, artículo que leí en la web Rebelión, Juan Torres López repasa algunos detalles relacionados con la callada masacre que perpetra el hambre día tras día. Torres López, catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, comienza con esta afirmación: “Es habitual que cuando se habla del hambre se tienda a ver como una especie de desgracia, como un desastre colosal, una fatalidad terrible del destino. Quizá sea lo normal cuando está alcanzando una magnitud tan colosal en nuestros días: ¿quién puede atreverse a pensar que detrás de la muerte diaria de 30.000 personas puede haber algo más que eso, cómo creer que alguien puede estar causando semejante atrocidad?”.
Poco después da lugar a cifras espeluznantes: “Los factores que están haciendo que mueran 30.000 personas de hambre cada día, que solo en 2009 el número de hambrientos haya aumentado en 100 millones de personas, no son difíciles de descubrir y entender. En primer, influye de modo muy determinante la dificultad que tienen millones de personas para acceder a recursos que están a su lado, que deberían ser suyos pero cuyo uso le está vedado. De hecho, no puede pensarse que el hambre sea algo que se padece exclusivamente en países radicalmente pobres sino en los que a pesar de disponer en algún momento o ahora mismo de recursos suficientes no pueden ponerlos al servicio de sus ciudadanos. Unas veces es la tierra, otras el agua y últimamente las semillas, es decir, lo recursos más básicos que poco a poco van acumulándose por los grandes propietarios o empresas multinacionales”.
A eso agrega: “Y de un modo particularmente expreso se ha demostrado que las condiciones en que se desenvuelve el comercio internacional impiden que se pueda satisfacer ese derecho porque está pensado, en el mejor de los casos, para que genere rendimientos a nivel agregado, como ganancias del sistema de comercio en su conjunto, y a largo plazo, pero no en términos de proporcionar ganancias a las personas concretas y en relación con su capacidad efectiva para poder alimentarse. Y también han puesto de relieve que las políticas liberalizadoras están produciendo una mayor concentración de la producción, más monocultivo y expulsión de los pequeños productores porque para que puedan redundar en un más efectivo derecho a la alimentación sería necesario que se pudiera proteger la producción dedicada a la provisión autóctona y que se garatizara la diversidad. Lo que no se permite a los más pobres y débiles de la cadena de la producción alimentaria, aunque sí a los más ricos”.
Su conclusión es lógica: “… lo necesario a nivel global para combatir el hambre es invertir el equilibrio de poder, reconocer el derecho a la alimentación como plenamente exigible y anteponerlo a cualquier otro y evitar que su disfrute esté constantemente amenazado por una lógica comercial y financiera que, además de injusta, es completamente insostenible”.
El hambre, como los otros jinetes del Apocalipsis que galopan como locos en el mundo actual, es perfectamente evitable, pero en la lógica del poder no está evitar más y más daños a la gente y al planeta, sino seguir exprimiendo los recursos naturales de la Tierra con total insensibilidad. Treinta mil personas muertas por día no son nada, una abstracción nomás, para los depredadores financieros que de seguir así terminarán por matar de hambre concreta, nada abstracta, al mismísimo planeta, sin piedad ninguna.

viernes, diciembre 11, 2009

Notas a la alcaldía saliente



Recibí ayer una solicitud de La Opinión, periódico en el que colaboro. Me pidieron que en tres rubros otorgara una calificación del 1 al 10 a la administración municipal de Torreón que está a punto de cerrar su periodo de gobierno. En la edición de hoy salieron dos de mis calificaciones y una parte breve de los argumentos. Ahora los traigo aquí íntegros, tal y como los envié, para contextualizar las notas escolares que propuse:

1. Gobernabilidad: 7
En este caso su calificación es muy regular no tanto por sus aciertos, sino porque en general no es tan difícil sostener la gobernabilidad en un municipio no muy acostumbrado a la demanda pública. Los conflictos, cuando surgen, no tienen los niveles de encono de otras ciudades, así que un plan más o menos laxo de diálogo da para sacar adelante los acuerdos que permiten la convivencia. Un detalle importante: el clima de inseguridad desalentó no sólo la salida de la gente a las calles por motivos de trabajo y diversión. Tengo la sospecha de que esto se extendió al plano del reclamo político: ante la ola de violencia, la ciudadanía se mantiene casi necesariamente atada al miedo y olvida cualquier demanda a la administración municipal, lo que deriva en una relativa paz para el gobierno. Es un todo complejo harto difícil de analizar a la ligera, pero creo que, en sentido estricto, la gobernabilidad mantenida por la alcaldía saliente ha sido aprobatoria, pero mediocre porque no se vio desafiada frontalmente.

2. Imagen: 5
La imagen es quizá el punto más dañado de la administración joseangelista. Su gobierno fue dejando gradualmente una sensación de incompetencia que se vio agudizada por la atmósfera de inseguridad que atravesó todo el cuatrienio. Para colmo, aquella promesa levantada como eslogan, la relativa a la mejor policía del norte del país, quedó pulverizada a medida que pasaban los meses. Es cierto que el problema de la violencia no sólo obedece a factores locales, pero cascó pésimamente mal la combinación eslogan-violencia. Los resultados en las elecciones son un reflejo del deterioro sufrido por el gobierno actual en términos de imagen. Da la impresión de que nunca pudieron levantar el pico, que tras los problemas desatados por el horror de los balazos la administración de José Ángel ya no pudo mejorar sus estándares de aprecio ciudadano.

3. Negociación: 6
La calificación en este rubro evidentemente se relaciona con los conflictos desatados contra la administración estatal. Si bien es muy común que los gobiernos de distinto origen político no mantengan una relación tersa (esta es una de las más grandes taras del poder en México), en el caso de la alcaldía local y el gobierno del estado el que más sufrió fue Torreón, pues mientras se daba el espectáculo de los dimes y los diretes algunas obras se quedaron en pausa y, peor que eso, se dejaba sembrada la impresión de rijosidad y falta de tacto. Finalmente, más por aburrimiento que por destreza para negociar, la pugnacidad se fue diluyendo y está a punto de terminar con el cierre de la administración torreonense.

Oficio de bibliófilo



Como algunos saben, estuve en la FIL el pasado fin de semana. Me fue muy bien, y no lo digo tanto por la presentación de uno de mis libros, sino por todos los títulos que pude comprar con una mezcla de bajo presupuesto y mucho cansancio. Narro algunos detalles. Llegué a Guadalajara el sábado por la mañana. Casi de inmediato me apersoné en la Feria y dado lo recortado de mi agenda (sólo dos días allá) tuve que ir al grano: busqué lo que mi flaco presupuesto puede alcanzar, libros en oferta, ediciones buenas pero con sellos no muy caros. Nada de Tusquets ni de Anagrama, que son inaccesibles a mi bolsillo, pero sí muchos otros, incluidos los de regalo para mis mujeres y amigos, todos a precios si no bajos, por lo menos nada escandalosos.
Ese sábado a las ocho presenté mi libro. Ya para entonces había comprado, en un día extenuante, como veinte obras de distintos autores y distintas editoriales. El recorrido para llegar a ellos fue intenso, pues uno a uno fui asomándome a los pabellones y allí donde se combinaran los factores de mi interés y el precio desenfundaba la de débito. El domingo 6, último día de la FIL, hice lo mismo, pero ya sin la inquietud de presentar nada. Me dediqué pues a buscar más libros, a explorar en los anaqueles aquello que, reitero, estuviera al alcance de mi economía y fuera de mi total interés. No miento si digo que así, buscándole, rascándole a la Feria, explorando casi con lupa en los estantes, al final me hice de más de treinta estupendos libros por poco menos de dos mil pesos. Esto suena insólito, lo sé, pues cualquier viaje a cualquier librería suele dejarnos, si gastamos esa cifra, no más de seis o siete libros, y eso si pepenamos de los baras.
¿A qué se debe esa diferencia? Muy sencillo: a que el precio del libro es el precio más caprichoso que conozco. Si un refresco o unas papitas o una computadora cuestan más o menos lo mismo en el mercado (con las diferencias habituales que dependen de la tienda o del volumen que manejan los comerciantes), los libros se mueven de forma muy extraña porque obedecen a un montón de variables. Doy un ejemplo: un buen autor (Saramago) publica una nueva novela en Alfaguara; su precio es de 250 pesos. A la vuelta de un año, esa misma novela (con celofán, nuevecita) cuesta lo mismo: 250 pesos. Dos años después, esa misma novela, ya en la segunda impresión, cuesta 230 pesos. Y así: en dos años sólo bajó veinte pesos. ¿A qué se debe eso? Muy sencillo: a que el autor no decayó como figura pública del arte, a que tiene el eterno Nobel, a que ya se anuncia su nuevo éxito y a qué el mercado sigue demandando su trabajo. Veamos un caso que lo contraste: cierto autor desconocido pero excelente publica por primera vez una novela en Alfaguara; el precio de salida al público es de 250 pesos, y así dura tres, cuatro, cinco meses. A la vuelta de un año, el precio de ese mismo libro, con celofán y todo, es de 120 pesos. Dos años después, porque la edición no corrió con mucha suerte, la novela del escritor excelente pero todavía no famoso alcanza el precio de 50 pesos con los vendedores de saldos. En otras palabras, en dos años perdió 200 pesos de su valor. ¿A qué se debe eso? A que la editorial se la jugó con él, pero no funcionó como era de esperarse; el mercado no reaccionó favorablemente y los ejemplares de la novela se fueron quedando rezagados, en bodega, y es sabido que el costo de almacenamiento suele ser alto, así que hay que venderlos y sacarles la ganancia mínima para quedar tablas. El pobre autor tendrá que seguir batallando para ver si en la siguiente le pega.
Pongo ese caso hipotético, pero operante en la realidad del mercado editorial, porque da idea de lo que yo suelo hacer al comprar libros. No me voy a la primera finta de la publicidad, sino que espero, busco libros que son buenos pero ya vienen de bajada en su promoción, u obras que, también excelentes, no buscan el lucro descarnado sino la difusión del conocimiento y el arte, como es el caso (no siempre) de las publicaciones auspiciadas por instituciones como la UNAM o el FCE.
Luego de treinta años conviviendo cerradamente con los libros sé que el placer de la bibliofilia no es saciado sólo por los ricos. Yo no lo soy, estoy muy lejos de serlo, pero con mis pocos quintos de asalariado paterfamilias y un ya más o menos bien entrenado olfato de perro sé dar con títulos que, lo aseguro, ni me creerían si se los describiera como a veces lo hago aquí, en esta columna que hoy termina en esta palabra: la visual y sonoramente hermosa palabra palabra.

jueves, diciembre 10, 2009

Tres tristes túneles



La guerra contra el narco ha sido la más cara bandera del régimen actual. Finalmente no fue el empleo ni nada que se le parezca, sino la lucha contra el crimen organizado lo que hasta hoy es manejado en la propaganda oficial como proyecto y logro capitales del gobierno en estos tres años de calderonato militarizado. Todos los días, en el momento que sea, el Gobierno de la República y su logo arcoirisado de Vivir mejor nos informa sobre decomisos, capturas y otros “duros golpes al narcotráfico” (la frase ya se hizo cliché de tanto usarla).
Los mexicanos tenemos por ello dos versiones diarias sobre el mismo tema: la que vemos en televisión y la que antes sólo leíamos en los periódicos y ahora, para desventura de todos, vemos u oímos de vez en vez directamente, a veces demasiado cerca. Como a cualquier otra realidad, podemos meterle hermenéutica a las dos versiones y concluir que las dos apuntan a la verdad y hasta son complementarias: los periódicos informan sobre muertes a pasto sencillamente porque la guerra contra los malhechores es cierta y frontal; los anuncios del gobierno enumeran logros porque los delincuentes no dejan de actuar ni de caer. Hay una gran lógica en esto.
Sin embargo, y pese a la mayúscula estrategia propagandística, queda la impresión nada tenue de que esta guerra es muy extraña. Para ser la divisa vertebral del calderonismo ha dejado más dudas que certidumbres, y ha llenado de pavor a muchas regiones del país, entre ellas a La Laguna. Nomás entre ayer y hoy hemos leído, gigante botón de muestra, sobre dos rebambarambas que dejaron alta cuota de caídos: la de Cuencamé, que arrojó diez bajas en el grupo delincuente, y la de Parral, que sumó siete de golpe, todos con signos de tortura. Además de las muchísimas ejecuciones aisladas en prácticamente todo el país, cada vez leemos y escuchamos más seguido que aquí y allá son ejecutados por puños, casi masivamente ya.
En cualquier competencia, guerra, debate, pleito o choque hay tres posibles resultados, por eso en el futbol, en el box y en casi todos los deportes uno triunfa, otro pierde o los dos empatan. ¿Cómo va en este sentido la guerra contra el narco? ¿Es posible aplicarle esta lógica elemental? Veamos:
a. Si la guerra va siendo ganada por el calderonismo, la lógica indica que en tres años debimos ver un decremento de las muertes y un aumento notorio o leve de la tranquilidad. La retórica de ocasión nos advirtió que la lucha iba a ser larga y dolorosa, pero nadie dijo nunca cuánto. Si esto fue así, qué tremendo error de cálculo el de comenzar una guerra sin una mínima idea firme sobre la crudeza de las acciones ni sobre su duración; pura falta de inteligencia (militar). La guerra en este caso comenzó a ciegas, al tanteo, sin conocer bien a bien el tamaño del enemigo. Napoleón los hubiera reprobado en primer semestre de estrategia.
b. Si la guerra va siendo perdida, ¿no sería tiempo ya de cambiar de estrategia? Pero estaría en esa situación si hubiera más bajas de policías y militares que de civiles fuera de la ley, lo cual no ha ocurrido. Son enormemente más numerosos los muertos vinculados al bando civil, pero con asombro podemos apreciar que esa cifra se ha incrementado mes tras mes, como si a cada muerto le correspondiera la geométrica incorporación a la delincuencia de dos vivos. Parece que la guerra va siendo ganada, pero el ejército enemigo crece en lugar de disminuir.
c. La tercera opción es la del empate, igual número de caídos en ambas trincheras. Si fuera ese el caso, más valdría parar la pelea y esperar nuevas arremetidas en momentos más oportunos, cuando hubiera una garantía absoluta de triunfo.
En resumen, y por los hechos, esto es un galimatías, un reborujo, como decimos los laguneros cuando algo luce muy enredado. Por el número de bajas, la guerra va siendo ganada, pero no hay mes en el que no aumenten los hechos violentos, lo que da pues la impresión de no tener fin. No me atrevo a considerar cierta una última conjetura, pero la anoto: hay un problema grave con la delincuencia, pero ese problema grave ha sido magnificado para justificar un determinado clima en el país: el de la zozobra que desalienta y paraliza en muchos sentidos, incluido uno muy importante: el político.

miércoles, diciembre 09, 2009

Recetas de y para cuentistas



Por una chamba de esas que dejan poca lana y muchas nueces he tenido que asomarme a varios recetarios de cuentistas famosos. La labor ha sido muy divertida, pues, desde Quiroga, los decálogos del perfecto cuentista ya han hecho escuela, tanta que esas rigurosas enumeraciones ya superaron las diez mosaicas cláusulas y tienen ahora tantas como se les antoja a los severos preceptores. No resisto la tentación de compartir dos de dos escritores a mi juicio muy distintos: uno, ceñido al cuento cerrado y riguroso; el otro, cultor de un tipo de cuento más, mucho más relajado y hasta no-cuento:
Borges, en “16 consejos”, opina con ironía que “En literatura es preciso evitar:
1. Las interpretaciones demasiado inconformistas de obras o de personajes famosos. Por ejemplo, describir la misoginia de Don Juan, etc.
2. Las parejas de personajes groseramente disímiles o contradictorios, como por ejemplo Don Quijote y Sancho Panza, Sherlock Holmes y Watson.
3. La costumbre de caracterizar a los personajes por sus manías, como hace, por ejemplo, Dickens.
4. En el desarrollo de la trama, el recurso a juegos extravagantes con el tiempo o con el espacio, como hacen Faulkner, Borges y Bioy Casares.
5. En las poesías, situaciones o personajes con los que pueda identificarse el lector.
6. Los personajes susceptibles de convertirse en mitos.
7. Las frases, las escenas intencionadamente ligadas a determinado lugar o a determinada época; o sea, el ambiente local.
8. La enumeración caótica.
9. Las metáforas en general, y en particular las metáforas visuales. Más concretamente aún, las metáforas agrícolas, navales o bancarias. Ejemplo absolutamente desaconsejable: Proust.
10. El antropomorfismo.
11. La confección de novelas cuya trama argumental recuerde la de otro libro. Por ejemplo, el Ulysses de Joyce y la Odisea de Homero.
12. Escribir libros que parezcan menús, álbumes, itinerarios o conciertos.
13. Todo aquello que pueda ser ilustrado. Todo lo que pueda sugerir la idea de ser convertido en una película.
14. En los ensayos críticos, toda referencia histórica o biográfica. Evitar siempre las alusiones a la personalidad o a la vida privada de los autores estudiados. Sobre todo, evitar el psicoanálisis.
15. Las escenas domésticas en las novelas policíacas; las escenas dramáticas en los diálogos filosóficos. Y, en fin:
16. Evitar la vanidad, la modestia, la pederastia, la ausencia de pederastia, el suicidio”.
Por su parte, Roberto Bolaño ha dicho en “Consejos sobre el arte de escribir cuentos”: “Como ya tengo 44 años, voy a dar algunos consejos sobre el arte de escribir cuentos.
1. Nunca abordes los cuentos de uno en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte.
2. Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de quince en quince.
3. Cuidado: la tentación de escribirlos de dos en dos es tan peligrosa como dedicarse a escribirlos de uno en uno, pero lleva en su interior el mismo juego sucio y pegajoso de los espejos amantes.
4. Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral.
5. Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura.
6. Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así.
7. Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentan imitar a Petrus Borel. Gran error: ¡Deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautier, ni de Nerval!
8. Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.
9. La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra.
10. Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas.
11. Libros y autores altamente recomendables: De lo sublime, del Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; La antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas.
12. Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo.
o
Una notita final: junto a Haidy Arreola y Laura Orellana presentaré Más allá del desierto, novela de Yolanda Natera. Es hoy a las 8 pm en el Icocult Laguna. Entrada Libre.

domingo, diciembre 06, 2009

Andamiaje de Benedetti


o
El miércoles 25 de noviembre Saúl Rosales ofreció una conferencia sobre Mario Benedetti en el Icocult Laguna. Otra vez, como ocurrió en abril, hubo lleno y la exposición alcanzó una hora y media sin que el público, como dicen los cronistas deportivos, se moviera de sus asientos. Frente a los asistentes le pedí a Saúl, al final, que dada la extensión de su conferencia nos permitiera tenerla a la mano por si desean leerla más personas o revisitarla quienes ya la oyeron, esto porque de momento no hay publicaciones laguneras que puedan dar cabida a textos de esa envergadura (son casi 25 cuartillas). Saúl accedió y un día después me mandó el documento que aparece completo en este post. Aquí mismo está todavía la conferencia sobre el boom que dictó él mismo en abril.

Andamios para ascender a Mario Benedetti
(Icocult Laguna, 25 de noviembre de 2009)

Saúl Rosales

(Preludio: En Andamios, libro que comentaré al final, el ex militante de la corriente política de izquierda Eduardo Vargas, acomodado como diputado casi de derecha, juega con las palabras al comentar su deleznable posición. Dice que pasó de “turulato a curulato”; claro, por eso de la curul. Más adelante otro personaje, el coronel retirado, ex torturador, Saúl Bejarano, en su carta-de-suicida hace un juego de humor negro con las palabras al escribir que se siente desfallecido “y dentro de muy poco: fallecido”. Pero al citar los juegos de palabras de Vargas y Bejarano lo que hago es introducir la infausta curiosidad de que quien me invitó a hablar de Benedetti con ustedes se llama Jaime Eduardo Muñoz Vargas, casi, pues, como el Eduardo Vargas de Andamios. El otro personaje, Saúl Bejarano, ya relacionaron ustedes, lleva el nombre del emisor de estas palabras. Triste casualidad en que nos colocó Benedetti.)

La mayor parte del tiempo que convivimos con los personajes que creó Mario Banadetti, y que paseamos con nuestros ojos en los escenarios que edificó en sus páginas, lo pasamos en Uruguay. Benedetti es un cronista que colecciona los tiempos del uruguayo del siglo XX. Por ello es cronista del ciudadano del mundo capitalista. El uruguayo que transita por las páginas de la narrativa del autor muerto el 9 de mayo de 2009, para decirlo desde los extremos, es el depredador que saquea al prójimo en la sociedad capitalista en busca de una vida placentera, o es una víctima de ese sistema, por tanto, nosotros somos como los habitantes de esa narrativa, así estemos en cualquier ciudad sudamericana, en Torreón o en Madrid.
Como pequeñoburgueses iguales a Claudio, protagonista de La borra del café, nos vamos acomodando en los medioiluminados rincones que nos cede el mundo burgués; o como Ramón, burguesito protagonista de Gracias por el fuego, nos atamos a las comodidades en que es pródigo para sus beneficiarios el poder económico; o en fin, pretendemos, como el gran burgués padre de Ramón, Edmundo Budiño, aprovechar sin piedad y sin remordimientos los amplios dominios de los comandantes de la riqueza.
Amor, militancia política e identidad social derivada de la identidad individual, la identidad nacional y la identidad latinoamericana (los uruguayos de Gracias… y los exiliados de Andamios, por ejemplo, hurgan en este tema de la identidad social) son algunas de las pasiones, preocupaciones y actividades determinantes de los personajes de las siete obras de Mario Benedetti, cinco novelas, un libro de cuentos y una pieza de teatro, que comentaremos muy brevemente. Muchas otras ramas temáticas sostienen la fronda de la prosa relatora de nuestro autor uruguayo. Cambiemos la imagen del árbol por una cromática para decir que tal como se comparaba la narrativa de la Revolución Mexicana con la obra mural de la Escuela Mexicana de Pintura y se afirmaba que novelas, cuentos, memorias y teatro con el tema de la Revolución de 1910 se erigían en gran mural que retrataba la gesta del pueblo mexicano y sus consecuencias, igual podemos decir que los libros Montevideanos (1959), La tregua (1960), Gracias por el fuego (1965), Pedro y el capitán (1979), Primavera con una esquina rota (1982), La borra del café (1993) y Andamios (1997) son parte de la gran obra muralística donde Benedetti nos introduce para ver y admirar las vidas de personajes que ha creado para que habiten con sus presencias ficticias un lapso prolongado y a veces crítico de la historia de Uruguay.

El amor
Personajes principales de esos libros, sin embargo, son hombres frágiles a quienes el amor viene a templar aunque sea temporalmente. Es el caso de Santomé, en La tregua; Ramón, en Gracias…; Javier, en Andamios y aun don Rafael, padre de Santiago, en Primavera…; el propio Santiago, protagonista de esta última novela, es una excepción que confirma lo que pasa con los otros cuatro en tanto que él no es endeble ni flaquea. Santiago consolida su amor en la cárcel que le deparó la militancia política y fortalecido, con esa pasión como equipaje, va al encuentro de Graciela, su esposa, quien vive exiliada en España.
El amor es un tema con muchas sugerencias por explorar en la narrativa de Benedetti. Por ejemplo los deslices hacia otra pareja que no es la habitual no acaban en actos punibles ni en borrascosos problemas morales. Cuando Javier descubre que su mamá le fue infiel a su papá no se asaetean con desavenencias; cuando Raquel le avisa a Javier que tiene otro hombre no se desata una tormenta; el amor es desahijado de la tierna alma de Claudio por Natalia, quien ostenta una especial concepción de la práctica sexual. Hay una visión tolerante de las relaciones de pareja en las que la palabra infidelidad no se pronuncia porque no es pertinente. Una lectura que explorara en este tema encontraría que el autor induce hacia una nueva concepción de la expresión amorosa. Sin embargo, en otros nublados los celos sí relampaguean.
El amor es una expresión humana de entrega y ansia de posesión, de dominación y autosubyugamiento, de requerimiento y prodigalidad. En diversas modalidades lo vemos realizado en los personajes del mural desplegado por Benedetti.
En La tregua, por ejemplo, conocemos un amor filial pródigo de comprensión en la madre de Laura Avellaneda. La madre sabe que su hija, Avellaneda, joven de veinticuatro años, vive enamorada de un hombre que le lleva el doble de la edad, Santomé, quien está por cumplir cincuenta. Con su amor de madre, verdadero, inmenso y puro, la madre comprende y respeta el amor de su hija y no sólo no lo obstaculiza, sino lo favorece.
Del amor de Avellaneda y Santomé es mucho lo que puede decirse, es la columna vertebral de la primera gran novela de Benedetti.
Otro amor filial limpio y grande que vemos en La tregua es el de Santomé y su hija Blanca. Al encanto de la pureza se le suma el de la comprensión. La joven Blanca comprende el amor de su cincuentón padre Santomé por la joven Avellaneda y ambas se convierten en plenas amigas.
De vuelta al amor de las parejas, en el cruel trance de la tortura de Pedro y el capitán, se alcanza a percibir el sano amor de Pedro por su esposa. En el espinoso breñal de los afectos de la familia Budiño, de Gracias… se encuentra el espinoso amor del protagonista Ramón por Dolores, esposa de su hermano Hugo. Y para concluir estos brochazos que pretenden reflejar aspectos del amor en la narrativa de Benedetti, anunciemos en Andamios, el amor nuevo y limpio nimbado por la serenidad de la edad, entre Javier y Rocío, y, en la misma novela, el franco amor entre Fermín y Rosario. Pero que hasta aquí queden los ejemplos.

La pasión política
La vida política de los personajes de las novelas aquí mencionadas es principalmente de acción directa y de crítica. Quiero decir, no hay vida partidaria ni militancia orgánica con sus pasiones, con sus emociones ni sus satisfacciones. Si entendemos la política como la preocupación de un ciudadano por sus conciudadanos la encontraremos guiando las acciones de muchos personajes del mural pintado por Benedetti en su obra narrativa. Las pinceladas y los brochazos fuertes de la política estridulan muchas páginas de Gracias por el fuego o, por el contrario, su ausencia resalta en el apoliticismo no militante de Claudio en La borra del café, y es la causa del sacrificio de Pedro en Pedro y el capitán. Pero el ingrediente político es ubicuo en la prosa narrativa de Benedetti tanto como lo es en nuestra vida cotidiana si no nos abandonamos a la inconciencia, cómodo cómplice del poder. La política la leemos en la crítica cívica a la corrupción mediante Santomé en La tregua; en el recorrido por los intestinos de la corrupción que es el acercamiento a la familia Budiño en Gracias por el fuego; en la visión que desde la cárcel y el exilio tienen los personajes que observan la corrupción y los efectos de la dictadura en Primavera con una esquina rota; en la visión de Uruguay y sus habitantes transformados uno y otros por los diez años de bestial dictadura en Andamios, y, en fin, en la visión de las formas de ser de un torturador y un torturado, es decir, de un sicario de la dictadura y de una víctima del poder salvaje que se ensaña con quien mediante la acción directa ejerció su acción política, en Pedro y el capitán.

Reseñas
Los párrafos anteriores aletean sobre aspectos particulares de la parte de la narrativa de Benedetti mencionada. De la misma bibliografía y algún libro más hagamos ahora una reseña siguiendo la cronología de las primeras ediciones, aunque no todos los volúmenes de que me serví son primera edición.

Montevideanos (1959)
La vieja metáfora que lleva a ver el libro de ficción narrativa convertido en espejo que refleja no sólo la imagen con la que queremos ser identificados, sino la imagen de nuestra realidad interior trémula de contradicciones se puede usar para describir el libro de cuentos Montevideanos, publicado por Mario Benedetti en 1959. La incapacidad humana para vencer los impulsos ciegos y torpes que dominan sobre la lentitud de la razón, esta dialéctica interior que se resuelve en acciones de bien, de mal y de arrepentimiento por haber actuado bien o mal es magistralmente instalada y manejada por Benedetti en sus personajes. Pero aclaro que cuando digo instalada y manejada no quiero sugerir que sus personajes sean máquinas –o como máquinas–, muy por el contrario, la destreza del genial autor uruguayo convierte a la dialéctica en barrena que da a sus personajes profundidad de seres humanos. Una de las gruesas líneas de la conducta humana que traza la existencia de los personajes de Montevideanos es similar a la cadena de estupideces que uno considera que va forjando en su vida al haber actuado mal o bien.
Traigo dos ejemplos. Uno. En “Los novios”, crispado y dilatado cuento, el narrador protagonista llega a un punto en el que se encuentra en la urgencia de decidir entre la vida que le atrae por estar sustentada principalmente en la libertad ante la pareja, por un lado, y, por el otro, el desquite revanchista que lo ataría a ella. El planteamiento induce hacia la opción de la libertad. Nuestra condición natural tiende a la libertad. Sin embargo, el protagonista elige lo segundo, encadenarse a la vida abominable que significa el goce de su desquite. No quiere el matrimonio pero se ciñe el yugo para mortificar a la pareja. Prolonga así la dialéctica de sus contradicciones porque a causa de su decisión se siente feliz y miserable.
El otro ejemplo es lo que sucede en el famoso cuento “Los pocillos”. Los pocillos son lo que aquí llamamos vasos y tasas. Esta narración nos sobrecoge con el proceder perverso de aquellos que han conquistado la simpatía que producen su desprotección, su desamparo, su desvalimiento. Si no simpatía, uno siente compasión por quienes no poseyeron alguna de las capacidades humanas naturales o fueron despojados de ella. La siente tanto que hasta suaviza la manera de definir a los minusválidos y en vez de llamarlos así, minusválidos, los llama “personas con capacidades diferentes”, aunque en realidad y por encima de los eufemismos compasivos, su naturaleza humana es devaluada por sus incapacidades. En fin, la perversidad humana se agrava en “Los pocillos” porque la incapacidad del minusválido que nos ha inducido a compadecerlo resulta falsa.
Acerca de la prosa del Benedetti de 1959 cito unas líneas de este cuento: “Era increíble como hallaba a menudo, aun en las ocasiones menos propicias, la injuria refinadamente certera, la palabra que llegaba hasta el fondo, el comentario que marcaba a fuego. Y siempre desde lejos, desde muy atrás de su ceguera, como si ésta oficiara de muro de contención para el incómodo estupor de los otros.”
Y leo otra muestra del oficio de Benedetti para trazar los rasgos de las almas: “Ella hablaba con él [con Alberto], o simplemente lo miraba y sabía de inmediato que él la estaba sacando del apuro. ‘Gracias’, había dicho entonces. Y todavía ahora la palabra llegaba a sus labios directamente desde su corazón, sin razonamientos intermediarios, sin usura. Su amor hacia Alberto había sido en sus comienzos gratitud, pero eso (que ella veía con toda nitidez) no alcanzaba a depreciarlo. Para ella, querer había sido siempre un poco agradecer y otro poco provocar la gratitud. A José Claudio, en los buenos tiempos, le había agradecido que él tan brillante, tan lúcido, tan sagaz, se hubiera fijado en ella, tan insignificante. Había fallado en lo otro, en eso de provocar la gratitud, y había fallado tan luego en la ocasión más absurdamente favorable, es decir, cuando él parecía necesitarla más.”
He aquí cómo el creador Benedetti construye personajes, cómo se erige dios con su palabra para modelar criaturas de ficción donde se liberan o se contienen todos los resortes humanos, criaturas de un universo que el autor inventa con el fin de que los aficionados a la lectura lo habiten.

La tregua (1960)
La tregua, en su brevedad, es una novela que ofrece generosa riqueza al lector. La tregua es rica porque los personajes son ricos en rasgos de su personalidad y esto causa que uno los acepte como seres humanos tan vivos como uno mismo que con la imaginación los va siguiendo por las páginas publicadas por Benedetti en 1960; es una novela rica porque el habla que la constituye es riquísima en rasgos particularizantes muy afortunados; es rica porque su levadura ideológica es abundante y discreta; porque la sociológica es de amplitud certera; es rica porque su potencia metafórica es copiosa y en fin, es rica porque va a las honduras donde se guarda lo más valioso de las relaciones humanas, amorosas o familiares para sacarlo y exhibirlo. Todo esto da como suma una novela importante, imprescindible de leer para los amantes de la ficción literaria que tenemos como lengua madre el español.
La tregua hace que se releguen los otros libros de narrativa de Mario Benedetti igual que Veinte poemas de amor y una canción desesperada hace que se releguen otros libros importantes de Neruda. La tregua es una novela tan popular que ningún buen lector de narrativa escrita en lengua española ignora su línea argumental amorosa, la pasión del cincuentón Santomé, felizmente correspondida por la jovencita Avellaneda, veinticinco años menor que él.
De la línea troncal que es este amor del viejo y la joven se desprenden ramales con la misma alta tensión. No son temas de menor voltaje la corrupción general de la sociedad ni la amplia y cercana presencia homosexual que enturbia la cotidianidad de Santomé; la transformación que provoca la edad en quienes rodean al protagonista, ni la ilusión del tiempo libre para el inminente jubilado, ni el peso de los recuerdos.
La novela es el diario de Martín Santomé, por tanto está narrada en primera persona y como Santomé es un tanto cínico y se sabe frustrado e inadaptado, su habla es libre, desprejuiciada, habla vulgar. No siente ningún pudor en reproducirla en su diario. Aquí aparece el oficio de escritor magistral de Benedetti, quien recrea las formas verbales que su oído ha registrado no sólo en Uruguay. Nada más en una página, en la del 12 de abril para más señas, Santomé escribe no con actitud filológica sino con la naturalidad de quien se confía con su diario, varias expresiones que le escucha a Vignale y que en la realidad siguen sonando con frecuencia si no en el habla de Uruguay, curiosamente sí en el habla mexicana. Estas expresiones se pueden escuchar ahora en los programas de televisión de producción mexicana. Un primer ejemplo es, “se te caen las medias”, construcción que se refiere al efecto que causa una gran sorpresa. Los mexicanos, hábiles para degradar lo que cae en su poder, la han convertido en “se te caen los calzones”. Otro ejemplo, procedente de la misma página en la que Santomé reproduce las palabras de Vignale es una expresión desde hace mucho tiempo muy usada en el habla mexicana. El sintagma es “armar relajo”. En la oración de Vignale se escucha así: “lo que menos quiero es armar relajo”. La mexicanidad de esta expresión parecería estar avalada por el libro Fenomenología del relajo, del filósofo mexicano Jorge Portilla. En otro lugar de La tregua se escucha “rifársela”, en el sentido de ponerse en riesgo. Pero la otra expresión del habla popular muy usada ahora entre nosotros y soltada por el personaje de Benedetti en su novela publicada en 1960 es “hacer el oso”. Esta es una expresión que se espeta para referir que se hace o se hizo algo tonto, ridículo o estúpido. En la novela, cuando Santomé evoca su entrevista con Vignale, aparece literal y literariamente de la siguiente manera: “Primero fueron miradas y yo haciéndome el oso”. Ya en otro lado escribí que la palabra oso en esta construcción me parece aféresis de baboso, por el sentido de los sintagmas en que funciona como sinónimo de tonto, de estúpido, de débil mental extremo. La tregua es una novela rica para quienes gustamos de seguir historias ficticias y para quienes sentimos la curiosidad de las expresiones lingüísticas.
Concluyo estos apuntes sobre La tregua, recomendando la lectura de lo que anota Santomé en su diario el viernes 17 de enero. Son unos suculentos párrafos donde se combinan la tensión emocional y la observación filológica, el dolor de la muerte y el palpar las palabras.

Gracias por el fuego (1965)
Si en La tregua nos encontramos, entreverado con el tema del amor del cincuentón y la veinteañera, el subtema del conflicto del protagonista Martín Santomé, para comunicarse como padre con sus hijos, en Gracias por el fuego el tema de las abrasivas relaciones padre-hijo es una línea argumental de alta tensión. Ramón Budiño sufre las dificultades de la convivencia con su padre a la vez que su hijo Gustavo las padece con él, aunque en menor medida entre estos dos porque Gustavo actúa en consecuencia con su modo de pensar y eso lo coloca en la trinchera segura de la consistencia ideológica de quienes tienen miras socialmente progresistas.
En Gracias por el fuego, el origen del conflicto entre el padre Edmundo y el hijo Ramón es la personalidad subyugante, prepotente, arrogante y burguesa del burgués Edmundo Budiño frente a la parcial sumisión-insumisión de su hijo Ramón, quien se le somete, pero piensa de una manera distinta y esto al padre le repugna. Ramón piensa, no actúa. La pasividad y la inconsecuencia de Ramón con la tibia insurrección de sus ideas respecto a las de su padre mantienen irritado a su progenitor.
Edmundo Budiño, a quien se le conoce en la novela como el Viejo, desprecia a sus dos hijos, no sólo a Ramón. Del otro, de Hugo, dice con acerbo adjetivo que el resto de la novela carga de desprecio y odio: “El estúpido me quiere imitar.” Y en su oportunidad, con martillo de juez prepotente dictamina que Ramón es “un indeciso y un cobarde”. Benedetti nos hace sentir el compacto odio con que el gran burgués arremete contra sus hijos. Sin embargo el juicio del Viejo respecto a Ramón es certero. A lo largo de la novela de la que es protagonista, Ramón se define con esas características de indeciso y cobarde que lo asemejan al dubitativo y pasivo Hamlet. Incluso la indecisión y la cobardía de Ramón son las que acaban dando rumbo a la historia narrada por Benedetti. Escuchemos las siguientes palabras del personaje acerca de sí mismo, de su fidelidad a su condición de clase burguesa y a su pasividad: “La verdad es que sé que no voy a cambiar, que no voy a tomar ninguna decisión tajante, dramática.” La toma de decisiones radicales es el camino a la incomodidad y nos gusta el yugo de la ley del menor esfuerzo. Ramón es comodón.
Gracias por el fuego apareció en 1965 y su acción sucede muy poco antes, en 1961. Es una época de definiciones graves ante la vida. La historia que se iba escribiendo por esa época en los países latinoamericanos –uso el adjetivo latinoamericanos aunque Ramón me corregiría diciendo que es un anglicismo–, naturalmente entre ellos Uruguay, donde se desarrolla la novela, exigía tener una identidad, una conciencia del ser y del deber ser. Una vez adquirida una identidad se debe serle fiel. Cuba se mostraba como el máximo valor de la autodefinición latinoamericana en el conjunto de nuestros países y en las conciencias individuales al declararse socialista. En muchos de los personajes de la novela de Benedetti existe esta conciencia histórica y en Ramón más que en ninguno otro. Pero él no se definirá ni cuando su amigo periodista Walter Vega lo enmarca en el problema de la conciencia de clase.
De ese modo la novela hurga en el microcosmos de Ramón y en el macrocosmos del momento histórico que le tocó vivir, un momento cuya gravedad lo llevará a una salida existencialista, propia de su incapacidad para definirse como integrante de la clase proletaria, clase distinta y opuesta a la suya, la burguesa. Ramón no sigue una praxis consecuente con sus tibias proposiciones pálidamente progresistas, mucho menos las que lo identificaran con el proletariado. No asume una identidad social a la cual serle fiel.
Mientras tanto, al igual que lo hacen otros personajes, el mismo protagonista de Gracias por el fuego, Ramón Budiño, no deja de hacer observaciones acerca del habla para señalar curiosidades lingüísticas o para llevar la atención hacia expresiones de octanaje literario. Por ejemplo, después de decir que el hijo es una cicatriz, Ramón ironiza: “Buena definición para proponer a la Academia. Hijo: cicatriz del amor.” En ese juego de la novela que consiste en que los personajes observan su habla, Gloria, amante del padre de Ramón, recuerda a un compañero de la Facultad que siempre daba vuelta a los lugares comunes. “Giraldi decía entre dos carcajadas: ‘Los barcos abandonan a la rata’.” El referido trastrueca el dicho de que en el amago del naufragio, las ratas abandonan el barco. Un último ejemplo, aunque se puede leer en las primeras páginas de la novela: un personaje, durante la charla tumultuosa con que comienza la novela en el Tequila Restaurant de Nueva York, lanza la siguiente definición: “el arte es la chispa que resulta de frotar la prohibición con el castigo”. En seguida una de las uruguayas celebra el ingenio del enunciado y le dice al uruguayo que habló: “Te salió redondo.” Y él comenta para confirmar el valor de lo que acaba de decir: “¿Verdad que sí? Se me ocurrió ahora, mientras hablaba.”
Gracias por el fuego acaba siendo la biografía de Ramón Budiño, un hombre que está insatisfecho con su mundo, por lo degradado que lo ve, pero que no tiene el ímpetu necesario para hacer algo por cambiarlo. El uruguayo hamletiano no se atrevió a dejar de ser burgués por más que viera y le hicieran ver lo aberrante de su condición. En la esencia del burgués está la ineptitud para la acción dificultosa, sólo quiere la dirección, mandar, ejercer el poder desde la suave poltrona.
En la novela Gracias por el fuego, se deslizan páginas memorables como aquellas en que el protagonista discurre sobre el amor, la muerte y el escrúpulo. Pero son muchas las de igual calidad en el encadenamiento de sutiles anticipaciones, promisiones y revelaciones poderosamente lógicas que estimulan el interés del lector y dan consistente estructura a la narración.

Pedro y el capitán (1979)
A los lugares donde se enfrentaban los ejércitos durante la guerra, seguramente siguiendo la terminología de los manuales bélicos, se les llamaba “teatro de operaciones”. En el teatro de operaciones donde se usaban fusiles, granadas y bayonetas, se definía al vencedor y al perdedor aunque desde la óptica del pacifismo ambos salen perdiendo. Pedro y el capitán, obra dramática de Mario Benedetti, es el “teatro de operaciones” donde se enfrentan las fuerzas aliadas de la inteligencia y las convicciones de la vanguardia popular de un ejército que lucha por crear un hombre nuevo, representadas por Pedro, contra las fuerzas de la bestialidad y el dominio del ejército oficial que reprime la aspiración de una nueva forma de vivir, representadas por el capitán.
La obra comienza cuando Pedro, con la cara oculta por una capucha, es arrojado a un cuarto de interrogatorios que será el teatro de operaciones al que asisten el espectador del drama o el lector. Recibe a Pedro el capitán. Ellos serán los únicos personajes durante la representación. Viene en seguida un monólogo del militar mediante el que se describe ante Pedro como el interrogador “bueno”, el que en estas prácticas en la realidad se contrasta con los malos, que, aclaremos, no son malos, son bestias. “Mi especialidad no es la picana, sino el argumento”, dice el capitán, aunque en el desarrollo de la obra lo veremos abofetear a Pedro a causa del mutismo militante de la fidelidad a la lucha popular. Por lo demás, se verá conforme corre el drama, “el argumento” que maneja el capitán no deja de llevar municiones psicológicas de grueso calibre como la amenaza de torturar a la esposa y al hijo de Pedro frente al mismo detenido.
En la oscuridad de la capucha, la inmovilidad de las ataduras y el dolor de la tortura, Pedro no dejará de luchar por su vida y su ideología revolucionaria y lo hará armado sólo con su palabra de militante popular. En un momento de la obra Pedro se alza con la ironía que es lucidez en el torturado e impotencia en el torturador. Le dice al interrogador: “Quizá yo sepa más de usted que usted de mí”. Y el capitán le contesta:

Capitán: (Con ironía.) ¡No me digas!
Pedro: Si le digo. En su afán de extraerme lo que sé y lo que no sé, usted no advierte que se va mostrando tal cual es.
Capitán: ¿Y cómo soy?
Pedro: Bah.
Capitán: Me parece que te pregunté cómo soy.
Pedro: Sí, ya sé. Pero es absurdo. Me mete en cana, hace que me revienten y encima exige que le sirva de analista. Eso no.
Capitán: Después de todo, ya me imagino cómo soy.
Pedro: Entonces estoy de acuerdo con ese autodiagnóstico.
Capitán: ¿Y si me imagino noble y digno?
Pedro: ¿Sabe lo qué pasa? Usted no puede venderse a sí mismo un tranvía. (Pausa muy breve.) No se puede imaginar noble y digno.
Capitán: (Gritando.) ¡Cállate!
Pedro: ¿Cómo? ¿No quería que hablara? Y ahora que me decido a hablar…

Como éste que acabo de leer, el drama publicado por Benedetti en 1979 tiene muchos pasajes que son literariamente espléndidos ejemplos del manejo de la palabra, y, como retratos de la realidad, deslumbrante revelación de la bestialidad que alcanza el ser humano (el torturador), contrastada con la lucidez reivindicante que también puede alcanzar el ser humano (el torturado).
Al final de Pedro y el capitán, la vanguardia revolucionaria, el militante revolucionario, vence muriendo; el poder gubernamental, en el capitán, sobrevive humillado por la fidelidad del militante revolucionario a su causa y a sus compañeros.
Pedro y el capitán, en sus menos de cien páginas, es una obra de tensión similar a la de un poema.

Primavera con una esquina rota (1982)
La novela Primavera con una esquina rota, de Mario Benedetti, es una mirada a la ferocidad represora que practica el Estado capitalista contra sus opositores verdaderos. (Conviene aplicar el adjetivo verdaderos, porque aquí, en México, se crean oposiciones cómodas, a la medida de las necesidades de los gobiernos en turno). La novela de Benedetti es también una mirada a la represión que toma formas de cárcel y tortura para unos; de exilio, es decir, otra forma de tortura, para otros. Sin embargo en el entramado de crueldad que se tiende de pilar a pilar, de viga a viga de la estructura de esta novela, resaltan dos hilos, uno de ternura infantil y otro amoroso.
La narración la traman y la urden cartas de Santiago desde la prisión de Uruguay donde sufre encierro y tortura, y la complementan los días y las palabras de Graciela, su esposa; de Beatriz, hija de ambos que tiene 9 ó 10 años de edad, así como de don Rafael, padre del encarcelado y Rolando, amigo del preso, todos instalados en la lejanía del exilio en España.
Esta novela tiene la característica de que la narración es interrumpida por textos personales de Benedetti, textos no relacionados directamente con la historia pero que surgidos de la realidad estricta y de las andanzas políticas del autor uruguayo son de la misma familia del texto que constituye la ficción, son escritos acerca de la represión, el exilio, la lucha por la democracia y la solidaridad humana. Pasa en la novela como en el teatro de Brecht, donde la acción es interrumpida para que surja el mensaje didáctico o para que los propios actores, sin la dinámica dramática, es decir, sin actuar, cambien o reacomoden la escenografía, movimiento que rompe la ficción y rompimiento que dará mejor contexto a la continuación del drama. Así, la ficción dolorosamente realista de Primavera con una esquina rota es reforzada con textos contextualizadores que apuntalan la ficción con su carácter de cuñas afiladas por la historia.
Al recordar la relación padre-hijos que se observa en La tregua y sobre todo en Gracias por el fuego y cotejarla con la que se da entre el Santiago encarcelado y don Rafael en el exilio, se realza el afecto, el auténtico cariño, el amor filial entre los dos que han sido militantes de la oposición política durante la dictadura uruguaya, Santiago incluso en la acción directa o, para no usar ese concepto de la lucha revolucionaria, con las armas en la mano. En una de las muchas páginas densas de sentimientos don Rafael se dice: “Estoy donde estoy y él está donde está. Pobre hijo. Si pudiera canjearme con él. Pero no me aceptan. No soy suficientemente odioso. No quise derribarlos, desarmarlos, vencerlos. El sí lo quiso y fracasó. Si yo pudiera entrar allí para que él saliera […]”. Don Rafael tiene 67 años de edad, Santiago 38.
Por el contrario, la saña de la dictadura convertida en cárcel para Santiago y exilio para su esposa Graciela va minando las distantes relaciones de la pareja. El amor naufraga por la insatisfacción de los sentidos. La pareja se va desmoronando. La fuerza narrativa de Benedetti nos introduce en las variaciones anímicas de Graciela provocadas por la separación, la lejanía, la distancia, el exilio. El exilio desbarata los afectos. Benedetti no es condescendiente con su personaje Graciela. No quiere hacer de ella una mártir del matrimonio y nos la muestra quebradiza, endeble, vulnerable ante los reclamos que la ausencia no escucha. A Graciela se le rompe la integridad afectiva a causa de la distancia entre los cuerpos. (pp. 90-92)
En cuanto a Beatriz, la niña de 9 ó 10 años, hija de Graciela y Santiago, es un personaje enternecedor y gracioso. La maestría de Benedetti sabe crear una niña que es una niña de literatura pero no de caricatura ni de hielo. No la dibuja, no la describe Benedetti, los lectores la recreamos y la conocemos con sus palabras de ingenuidad pueril. Todas las intervenciones de Beatriz son cándidamente profundas y graciosas. Se pueden ejemplificar con su disertación sobre la palabra libertad, que por cierto, con atroz ironía, es el nombre del penal donde vive recluido su papá Santiago. (pp. 109-111)
Beatriz es un personaje de gracia y ternura, un sorprendente personaje por su gracia ingenua y su ingenuidad graciosa que irriga de frescura la desolación que padecen su mamá Graciela que ve cómo el exilio le destruye la necesidad del esposo; mitiga la domeñada desesperación de Santiago, su papá, que además con su convicción revolucionaria se blinda para sobrevivir al encierro y la tortura; modera la congoja de don Rafael, su abuelo, en quien se concentran los dolores del exilio, del padecimiento por el hijo que sufre las garras de la dictadura y de ver que la nuera va abandonando anímicamente a su hijo encarcelado. (Un monólogo de ejemplo de Beatriz en las pp. 174-176.)
Es Primavera con una esquina rota una novela sobre la heroicidad de los desarraigados por la dictadura.
Una cosa última en este rápido acercamiento a Primavera con una esquina rota: un compañero de celda de Santiago lee la novela mexicana Pedro Páramo. No es de extrañar, Benedetti, en algunos de sus libros de ensayo –recordemos sus títulos: El escritor latinoamericano y la revolución posible, El ejercicio del criterio y El recurso del supremo patriarca–, consideró a Rulfo el mejor escritor mexicano.

La borra del café (1993)
Cuando mediante la publicidad editorial, las noticias culturales y las reseñas bibliográficas me enteré que La borra del café venía a aumentar el fondo novelístico de Benedetti, el título se me clavó en la curiosidad porque no podía encontrarle la coherencia. Para mí la borra era, desde la infancia de almohadas duras y colchonetas en lugar de tersos edredones de invierno, era, digo, la borra, un compacto apelmazamiento de algodón que se usaba de relleno. A las almohadas les sacaban la borra para lavarlas; a las colchonetas luidas se les veía o se les salía la borra que guateaba la tela barata confeccionada contra el frío. Entonces, cómo hablar de la borra del café, cómo asociar el negro líquido de los insomnios con los puñados de algodón apelmazado. Por supuesto, la lectura de la novela me esclareció el concepto más que la presentación de la cuarta de forros que se preocupó por aclarar el raro nombre del libro. Luego, al seguir los breves capítulos que articulan la novela dejé de inquietarme por las ocultas significaciones del título que, inútilmente, volví a intentar descubrir al pensar en lo que diría aquí.
La borra del café son los sucesivos capítulos de la vida de Claudio desde la edad de entrar a la primaria hasta la de aterrizar en la vida profesional, en la que al final empieza a ser un triunfador dentro de los litorales de la clase media. Claudio es un pequeñoburgués afortunado, nacido en una casa cómoda; pasa una adolescencia en la que se le da lo importante. A sus dieciséis años, Natalia, una estudiante chilena avecindada en su casa, lo inicia en la vida sexual y hasta en una visión distinta de la apropiación sexual. Ella le explica al adolescente: “No te olvides que soy del Quique. El es mi hombre.” “¿Y esto que hicimos?” “Esto que hicimos fue ante todo un acto de solidaridad. En Chile somos muy solidarios. Y solidarias. Hace tiempo que sentía que necesitabas esto. Para tu formación ¿entiendes? Y hoy se dio la ocasión.”
Aquí leo un soneto de solidaridad sexual que se puede poner entre los poemas de Benedetti más re-citados por los enamorados a sus herméticas enamoradas. El soneto se llama “Piernas”.

Las piernas de la amada son fraternas
cuando se abren buscando el infinito
y apelan al futuro como un rito
que las hace más dulces y más tiernas.

Pero también las piernas son cavernas
donde el eco se funde con el grito
y cumplen con el viejo requisito
de buscar el amparo de otras piernas.

Si se separan como bienvenida
las piernas de la amada hacen historia
mantienen sus ofrendas y en seguida

enlazan algún cuerpo en su memoria.
Cuando trazan los signos de la vida
las piernas de la amada son la gloria.

Después de ese interludio deleitoso y solidario, volvamos con el pequeñoburgués Claudio. Para el tiempo de su iniciación con Natalia, en su vida amorosa ya había aparecido, literalmente aparecido, Rita; Rita niña para el niño Claudio, Rita adolescente para el adolescente Claudio, Rita profesionista para el profesionista Claudio. Varias veces Rita roza la vida de Claudio. Lo ilusiona y desaparece. La figuración de Rita lo aborda aun en el avión en el que viajará a Quito. Sin embargo en esta última ocasión que sucede en el ante-antepenúltimo párrafo de la novela, Claudio abandona el llamado del amor ideal y decide: “Mariana y punto”.
Mariana es la estable compañera amorosa de Claudio. La conoce a los veintiún años en un baile y se convierten en una afortunada pareja pequeñoburguesa: “nos contábamos las respectivas historias, que no eran, vale reconocerlo, demasiado apasionantes”. Benedetti les aporta la pasión del tango que los seduce. Hace en tres párrafos una descripción del baile que es un poema. El tango los lleva a la cama y al amor. Hacia el final de la novela la fortuna de ambos se vuelve material pecuniario cuando Claudio, jugando a la ruleta en un casino, gana tanto dinero que los hace pensar en casarse.
Al final, cuando parece que la afortunada vida pequeñoburguesa de Claudio será sacudida por un imprevisto que lo lleve a lo extraordinario, se impone su fortuna pequeñoburguesa. Había abordado un avión, como dije antes, que lo llevaría a Quito para participar en un seminario internacional de diseño gráfico al que lo había enviado su empresa. (Subrayo el su porque a los asalariados los patrones les hacen creer que el lugar donde venden sus capacidades es su empresa.) A bordo de la nave aérea aparece Rita como azafata. El profesionista triunfador recibe las caricias de ella y en tanto conversan el comandante del avión anuncia el tiempo que tardarán para llegar a Mictlan. Claudio se alarma. ¿Mictlan? No sabe qué lugar es ése. Y a donde se dirigía él es a Quito. “¿No íbamos a Quito?”, le pregunta a la azafata Rita. “Ibamos, sí. Ahora vamos a Mictlan”, le responde ella.
El lector informado sabe que Claudio tiene razón en alarmarse, aunque no sepa qué lugar es ése. Porque el lector informado sabe que Mictlan en la mitología azteca es la región de los muertos. Mas no hay razón para alarmarse, aunque haya razón para alarmarse, porque ese destino inesperado, como la presencia de Rita, es un sueño. Lo que le ocurre a Claudio es una pesadilla pero lo que nos espera a todos no es un sueño, porque al final, literalmente al final, todos iremos a Mictlan, lugar de los muertos.

Andamios (1997)
Andamios es un libro valioso porque contiene lo que es consustancial a la obra de Benedetti, el amor a lo mejor del ser humano, entre ello, el amor a la libertad, a la lucha por la libertad, a la integridad que inyectan los ideales creados por la vocación de justicia; también a la habilidad para crear belleza. Andamios reconoce la capacidad humana para crear belleza y la evidencia en sí mismo.
Andamios es un libro de Mario Benedetti donde confluyen, como ríos que forman la gran corriente de una ficción narrativa, cartas, artículos periodísticos, sueños, poemas, crónicas de viaje, mensajes de fax, mensajes de suicidas. Se crea con esos afluentes el torrente literario que es la vida de Javier, un exiliado que salió de Uruguay a causa de la dictadura que asoló de 1973 a 1985, con bestial crueldad, a esa nación sudamericana y regresa después de doce años y ahora navega tratando de ajustarse a un país que ya no es el que dejó, aunque debe reconocer que tampoco él es el mismo Javier que salió al exilio.
Siguiendo al propio Benedetti en su “Andamio preliminar”, nos hemos referido antes a Andamios como libro y no como novela porque al empezar aquel breve prólogo de poco más de dos páginas, el autor uruguayo hace una advertencia ambivalente. Dice: “no estoy muy seguro de que este libro sea una novela propiamente dicha (o propiamente escrita)”. El “propiamente escrita” implica que sí es novela. Los materiales que también hemos mencionado antes (cartas, crónicas, mensajes de suicidas, etcétera) podrían explicar la advertencia de Benedetti, sin embargo la articulación narrativa con que son ensamblados los diversos textos, sus tonos y el entreveramiento de sus inflexiones salidos de una voz relatora no dejan duda de que al leer Andamios el lector camina por los senderos de una novela. La disyunción o juego de palabras de “o propiamente escrita”, propuesta por el autor, lo confirma. Al jugar con el giro lingüístico del adverbio propiamente parece que Benedetti admite que el libro es una novela, aunque sus sistemas no quepan en la arquitectura tradicional. Aunque, impropiamente, es novela. Así, Andamios es la novela que no fue para ser. A pesar de la advertencia del autor uno acaba con la satisfacción de haber metido su curiosidad de lector a los interiores de los personajes y de haberlos visto actuar en sus escenarios. Andamios es una novela porque su lector convive con personajes y visita lugares de letras en páginas que van articulando una narración no convencional pero gozosa para los ojos que gustan el perderse en la ficción escrita.
Andamios, seguramente igual que el resto de obras de Benedetti, es un libro valioso porque reúne algunos de los mejores rasgos del ser humano, el amor a la libertad, la fidelidad a la lucha popular, la vocación de justicia, la habilidad para crear belleza y más en el contexto de un Uruguay recién salido de una dictadura cruel y encarrilado en una democracia endeble minada por los vicios del capitalismo. Rocío, la nueva pareja del protagonista Javier, mujer de militancia política radical, se pasó diez años sufriendo la cárcel y la tortura como consecuencia de su lucha antidictatorial. Ahora, cuando yace en la cama al lado del hombre que fuma plácidamente, desahoga su inquietud por las condiciones del mundo absurdo que los rodea después de todo, es decir, un después de todo que significa años de resistencia, encierro carcelario, tortura y exilio. Rosario le dice a Javier: “Pero en el futuro no estamos solamente vos y yo. Abro el diario, miro la tele, y me parece estar inmóvil, aletargada, en un rincón de la catástrofe.” Sentirse inmóvil “en un rincón de la catástrofe” es tener conciencia de que el mundo está contrahecho y de que la propia humanidad tiene la capacidad de corregirlo y que cada uno tiene el compromiso de afanarse en esa tarea.
Entre las intimidades generadas por el amor o el apetito sexual de los personajes de esta novela de Benedetti, personajes que en su mayoría tuvieron una militancia política radical de izquierda, discurre, no podía ser de otra manera por la condición de personajes ricos en ideología marxista (Javier dice jugando con las palabras y desplegando una verdad: “No hay Marx que por bien no venga”), discurre, digo, el análisis que de su circunstancia hacen, no es análisis académico ni especulación sociológica sino apreciaciones de militantes salidos de la praxis. Estos militantes en reposo analizan desde la condición de un mendigo de Montevideo hasta el poder de la FIFA (siglas que no necesitan ser descodificadas) y hasta el propio cuerpo, el cuerpo humano, el cuerpo que alberga al yo, el cuerpo en su significación con otro cuerpo, el de la mujer amada, por el que es y en el que es. Andamios resulta así una novela de la pasión amorosa y de la pasión política y en ella se encuentran tres poemas al cuerpo, residencia de las pasiones y de la existencia. Su cuerpo le arranca a Javier, protagonista de Andamios tres poemas de un gozo humano renacentista.

Conclusión
Es ejemplar para quienes se dediquen a la literatura o no, sean artistas o no, el compromiso del escritor Mario Benedetti con lo mejor de la humanidad, con las capacidades que la dignifican. Su vida mostró que se puede triunfar en la literatura, como seguramente en todo, sin genuflexiones indignas ni zigzagueos coquetos coreografiados para agradar a los poderes que pueblan el mundo de humillados y ofendidos, expoliados y sacrificados.
Este escritor uruguayo nacido en 1920 vivió y vive para mostrar que en los tiempos de desaliento ideológico, de atonía revolucionaria, de desconfianza en las capacidades humanas, siempre hay un compañero con palabra y conducta dignas, reconfortantes y estimuladoras.
La línea de dignidad de Benedetti no se descompuso con sinuosidades, quiebres ni fisuras. Reintegrado a su patria como algunos personajes de Andamios, la novela mencionada, después del prolongado exilio que fue una persecución política, una represión de nombre específico, exilio, Benedetti siguió siendo paradigma principalmente para quienes seguimos pensando que es posible cambiar al hombre que han formado las pasadas épocas de la humanidad, cambiarlo para que sea un mejor ser humano. Quienes creemos esto vemos en el ejemplo de Benedetti y la parte de la humanidad que es como él, que siguen en pie los andamios de la voluntad y de la ideología que servirán para edificar al hombre nuevo. Para edificar una obra o reconstruirla primero se deben alzar los andamios. Los mejores en la humanidad siguen trabajando en el armado de los andamios.
Otros andamios podemos ver en la persona y la obra de Benedetti, los andamios que sirven para edificar la conciencia social del escritor, una conciencia que no es como la del albañil que alza paredes, ni la del minero que socava la tierra ni la del conductor de tráiler carguero porque el producto del trabajo de ellos no afecta la conciencia de los demás. La obra del escritor sí modifica, aunque él no se lo proponga, la manera que el lector tiene de ver la realidad, de analizarla y de acomodarse en ella. La literatura rediseña líneas de conducta.
El ejemplar autor uruguayo dedicó innumerables páginas a reflexionar sobre la tarea del escritor y el sentido de la obra literaria en el contexto de pobreza popular, gobiernos oligárquicos, dictaduras militares y dependencias transnacionales que han asolado a Latinoamérica y sus palabras permanecen como andamios que pueden servir al escritor para construir sus personajes, sus diálogos, sus relaciones, sus escenarios y sus historias. Para concluir aclaremos que ni la obra analítica y crítica de los ensayos de Benedetti, ni su narrativa derivan hacia el panfleto. La estética es una expresión del humanismo y los tamaños de la sumisión y de la libertad son opcionales, cada quien le fija fronteras y litorales. Cada quién determina qué tanto se doblega o qué tanto vive erguido. Tal y como la Revolución Cubana mostró que la dignidad nacional se puede rescatar, Benedetti muestra que la dignidad del artista y del ser humano tiene la medida que cada quien quiera darle. La relectura o la lectura de los libros de Mario Benedetti pueden confirmar estas afirmaciones.