sábado, febrero 28, 2009

Inventos de Poe



Cuando un genio comete una genialidad cualquier pelagatos advierte que ese hecho genial no implicaba tanto genio, sino sentido común, pues seguramente se ha tratado de algo más o menos evidente y al alcance de cualquier capacidad mediocre. Eso fue lo que hizo Poe: descubrió el cuento y, al descubrirlo, lo problematizó y de paso inventó un nuevo tipo de lector. Casi nada. De golpe, con “Los asesinatos de la calle Morgue” se echó como tres pájaros de un solo resorterazo. Les paso revista.
1) Antes de Poe, se sabe, el relato breve ya existía, pues eso de contar mentiras con personajes ficticios es tan viejo como la milenaria humanidad. Pero, ¿qué era el cuento antes de Poe? Era, como ahora, una historia breve y con pocos personajes. Se les atribuye a ciertos estudiosos alemanes del XVIII-XIX la pesquisa de la tradición oral germana en pueblos chicos y grandes, lo que dio como resultado la compilación de un corpus narrativo espectacular, tan rico que algunas de sus piezas llegaron hasta las manos de Disney, quien las adaptó a monitos y les sacó una plusvalía digna de monopolio. Esas historias con tamaño de cuento basaban su encanto en la anécdota, pero al haber sido concebidas por “el pueblo” tenían un cierto estatus de producto espontáneo, ajeno a una intencionalidad propiamente literaria. De alguna manera eso lo llegó a Poe, quien, como todo buen genio, le dio una vuelta de tuerca genial a lo ya hecho. Tengo para mí que aquí jugó un papel decisivo su intuición; el bostoniano (me refiero al escritor, no el zapato) sospechó que esa forma sucinta, el cuento popular, contenía en potencia la especie más tensa y explosiva de la creación literaria. Fue allí cuando, al alimón, se atrevió a dos osadías: legislar sobre el cuento y, para los escépticos, ejecutarlo. Cuando un genio anda de vena, no para: pudo haber escrito un cuento sobre novios despechados o sobre granjeros en bancarrota, pero no; lo que hizo fue un cuento policial, y así, en unas cuantas páginas, inventó un género, un subgénero y unas reglas de juego. Dijo, grosso modo, que el cuento debe contar una sola historia, ser breve, sumar pocos personajes, exigir la lectura de un tirón, mantener alta y fija la intensidad y ofrecer un final congruente y sorpresivo. En pocas palabras, y como decimos los laguneros, se la bañó.
2) Lo que antes había sido distracción involuntaria de los pueblos (el cuento, digamos, folclórico), por culpa de Poe devino endemoniada forma de la literatura, desafío de la escritura. La confección de cuentos ya no iba a ser la misma, sin duda, y nació específicamente, al lado de las grandes y nacientes urbes, lo policial, lo detectivesco, además de que lo terrorífico alcanzó nuevos registros. Muchos agradecieron el aporte, pero otros tantos, al saber que el cuento ya no iba a ser esa cosa ligera y relajada de antes, consideraron que Poe marcó pautas que el tiempo se encargaría pronto de abolir. Han pasado más de 150 años desde que el norteamericano planteó su travesura y ya vemos que, hasta donde se puede percibir, su creatura goza de cabal salud.
3) Decir que Poe inventó un nuevo tipo de lector no es ocurrencia mía. Cómo va a ser ocurrencia mía, si la cabeza no suele darme para tanto. Fue Borges (¿quién más podría ser?) el que lo declaró. Desde “Los asesinatos de la calle Morgue” los lectores fueron otros, como si de repente hubieran perdido la virginidad. Gracias al primer relato policial, apuntó el argentino, los receptores de narrativa se hicieron desconfiados, rejegos, mañosos, al grado de que ya no leen nada sin suspicacia. Tan trucha está el lector actual luego de adiestrarse en el cuento policiaco que, señala Borges, si el Quijote hubiera sido escrito después de Poe los lectores entrecerrarían los ojos para preguntarse, desde el principio, ¿por qué el autor plantea que no puede acordarse de aquel lugar de La Mancha? En síntesis, hubo mucho de nuevo en literatura luego de Poe, ese genio vigente.
o
Nota del editor: texto leído en el homenaje a Poe celebrado en el Icocult Laguna y organizado por el Programa Salas de Lectura y el Taller de grabado El Chanate; participamos Salvador Álvarez de la Fuente, Miguel Canseco (de quien es el grabado que encabeza este post) y yo.

viernes, febrero 27, 2009

Ricardo Acosta en Moscú



Hoy 27 de febrero La Laguna estará presente en Moscú. No lo hará de manera turística, deportiva o comercial, sino por medio del arte. El joven pianista Ricardo Acosta Murguía (Torreón, 1993), quien apenas cursa el tercero de secundaria, participará en el quinceavo Festival Internacional de Jóvenes Solistas en Moscú, donde interpretará el Concierto para piano No. 2 de Dmitri Shostakovich bajo la dirección del Maestro Orlov Dmitri Mixailovich y la Orquesta Sinfónica Estatal de Moscú. No se trata, por supuesto, de un logro casual, pues casi toda la vida de Ricardo y buena parte de la de sus padres ha sido dedicada al propósito de que este lagunero alcance el brillo técnico que sólo se puede lograr frente a maestros y públicos de grandes ligas.
El caso de Ricardo Acosta es un buen ejemplo de condiciones favorables y bien aprovechadas, lo que a muchos padres nos sirve de modelo. Es talentoso, sin duda, como millones de niños en todo México, ¿pero de qué sirve ese talento si no hay alguien que lo apoye? Ricardo, por fortuna, ha recibido siempre el respaldo de sus padres y sus hermanos, de suerte que hoy, tras un esfuerzo físico, económico y moral inmensos, es motivo de orgullo no sólo para su familia, sino para toda nuestra región. Ricardo es un ejemplo de fe en el arte, de confianza en los hijos y de apoyo sin coto a las virtudes creativas del ser humano en este país por lo común mezquino y hasta hostil con casi todos, incluidos los niños.
Pese a su breve edad, Ricardo ostenta ya un currículum poderoso: inició sus clases de música y piano a la edad de cuatro años con la maestra Lily Solís en Torreón. Desde 1999 es alumno de la maestra Mariana Chabukiani, pianista y concertista de la Camerata de Coahuila. A partir de entonces ha participado regularmente en diferentes recitales en esta ciudad con obras de varios autores y estilos. Ha participado en diferentes concursos nacionales e internacionales como Open Piano Competition en Oakland, y en el Segundo Concurso Nacional “Petrof-Symphony-Pearl River” en Colima. En el mes de junio del 2006 fue seleccionado para participar en el Tercer Festival Internacional de Música “Moscú recibe a sus amigos” auspiciado por Vladimir Spivakov y el gobierno Ruso; allí tocó obras de Manuel M. Ponce. En junio del 2005 fue seleccionado para participar en la Academia de la Universidad de Indiana en Bloomington, para pianistas jóvenes, donde fue el alumno de menor edad de su generación. Durante ese curso recibió instrucción magistral por parte de pianistas como Karen Taylor, Gustavo Cardinal, Christopher Harding, Daniel Schene y Menahem Pressler. En julio del 2007 fue seleccionado para el curso de la Interlochen School of Arts (Michigan) en donde recibió instrucción de Anna Soukiassan; allí fue aceptado nuevamente para el verano del 2008, esta vez bajo la tutela de Martha A. Fisher. En tres ocasiones ha sido invitado por el maestro Ramón Shade a participar como solista en la Camerana de Coahuila. En 2009-2010 seguirá sus estudios musicales con especialidad en piano por tres años también en la Interlochen School of Arts, esto como antesala de su ingreso al conservatorio donde proseguirá sus estudios profesionales.
Me permito la imprudencia de reflexionar sobre la relación padres-hijos y su vinculación con el apoyo al talento. Es frecuente, y aquí sin pena puedo hablar en primera persona, que los padres desfallezcamos en el fragor de la supervivencia y dejemos a los hijos a merced de la educación convencional. Sé que no es fácil hallar tiempo y/o recursos para darles una formación que vaya más allá de lo ordinario, pero no dedicarles tiempo, no escuchar el llamado de sus capacidades, es desperdiciar potencialidades únicas e irremplazables. Ricardo y sus padres son una muestra de negación a las inercias fatalistas. Por ello, que reciban muchos aplausos aquí y en Moscú.

jueves, febrero 26, 2009

La historia castigadora



Por estos días ha sonado recio el tema de la culpabilidad por la narcoviolencia. Todo parece un duelazo de ping-pong inocuo en el que los chipocludos de la polaca hablan como locos y ninguno oye. Mientras, los atarantados mexicanos que ni tenemos velas para nuestros entierros seguimos la marcha, trabajamos como podemos y en lo que podemos, sobrevivimos a los embates de la anarquía chirinolera en la que sobrenada el país.
Los dichos de Germán Martínez, embusteramente airado como siempre, apuntaron con dedo acusador hacia los sexenios del PRI. A Fox le vio las manos limpias, por eso recargó las tintas en los gobiernos del tricolor que dejaron hacer y dejaron pasar para beneplácito de la delincuencia organizada. De inmediato, con tremenda granizada declarativa se le fueron encima los Beltrones y los Gamboas, quienes incurrieron en la obviedad de culpar a uno de los muchos culpables: a Fox. El zipizape parecía muy trabado y condenado al olvido hasta que se levantó la figura gordezuela y engominada del secretario de Gobernación, quien señaló, no se sabe si consciente o inconscientemente, que en el sexenio pasado hubo “omisiones” en el combate al narcotráfico, lo que daba como resultado una “paz simulada, sin sustento”.
Según La Jornada, “El responsable de la política interna pidió ir más allá de la memoria de corto plazo, porque los problemas de inseguridad estaban soterrados en la sociedad desde hace mucho; es decir, advirtió, la violencia ya estaba implícita, la seguridad ya estaba perdida desde antes. El problema de la inseguridad, de la amenaza del narcotráfico, de los secuestros, ya estaba latente, lo que pasa es que no habían sido enfrentados con fuerza para que salieran sus efectos más dramáticos a flote”. O sea que, burros como somos, nunca vimos que el cáncer habitaba ya en el cuerpo de la nación, pues nadie lo había encarado para tratar de extirparlo. No es sino hasta el actual sexenio, se infiere, que nos damos cuenta del estropicio gracias a la voluntad quirúrgica del calderonismo. En otras palabras, la culpa para los enemigos y, claro está, las buenas políticas y los logros para los cuates.
Por supuesto, el secretario Gómez Mont fue cuestionado luego de incluir a Fox en el racimo de los culpables: ¿hay posibilidades de castigar a Fox por sus peligrosas omisiones? La respuesta parece más de Corín Tellado que de un ministro del interior, como les dicen en otros países a los homólogos del abogado Gómez Mont: “Hasta donde yo entiendo, la política va poniendo a todos en su lugar. Del pasado tomemos lo que necesitamos para aprender; ¡hombre!, no nos quedemos anclados en eso. Todos tenemos que entrarle”. El pasado, entonces, sólo servirá para dar lecciones al presente, no para ubicar en él la culpa por destrozos infligidos a toda una nación. Eso significa que, si nos atenemos a la teoría en la que el pasado sólo sirve para que aprendamos de él, los que ahora son presente y en el futuro serán pasado pueden dormir tranquilos, pues la historia (no la ley, no la justicia) se encargará de ponerlos en su lugar.
Sin culpables concretos en el horizonte, el país puede estar confiado en que la situación empeorará. Gran parte del caos y la violencia tiene su base en la impunidad, y por lo que dijo el secretario Gómez Mont no se ve la hora en la que del Estado surja una mínima disposición al deslinde de responsabilidades. Se puede decir que un presidente fue omiso y puso en peligro de muerte a un país, pero en ningún momento se insinúa un procedimiento real, no metafórico, no vinculado a la historia como magister vitae, mediante el cual se establezca un castigo. Salida cómoda: la riegan crasamente y como pena capital sólo queda impuesto un hipotético mal recuerdo. Si la historia es la única que castiga, cualquiera estará dispuesto a labrar fechorías.

miércoles, febrero 25, 2009

Gerardo Segura y su thriller saltillense



Una llamada telefónica me trajo desde Saltillo la voz de Gerardo Segura. Era 2003 o 2004, no recuerdo con precisión. Hasta entonces, Segura era para mí el nombre de un escritor saltillense, el ágil e inteligente entrevistador de Todos somos culpables, el único libro que de él conocía hasta aquel momento. Fue grato saber que detrás del nombre y detrás del currículum se atrincheraba una voz cordial, atenta, educada o, como dicen mis mayores, de “finísima persona”.
El tiempo y mis frecuentes viajes a la capital de nuestro estado sirvieron para perfilarme con más detalle a Segura. Editor, maestro, corrector, periodista y promotor cultural, es sobre todo escritor, narrador. En cualquiera de sus oficios Segura es un trabajador infatigable, uno de esos sujetos que le exprimen más de 24 horas al día y mantienen siempre muchísimas ollas en la lumbre, tantas que parece ubicuo. Puede ser, por ejemplo, que en este momento esté en el Teatro Nazas, cierto, pero también, no sé cómo, en su taller de testimonio en Monclova, o presentado un libro en Piedras Negras, o vigilando unas pruebas de imprenta en Monterrey, o recorriendo con Taibo alguna parte de la geografía norteña. Así es él, uno de esos cabrones que, como decía Roberto Arlt, ganan las batallas por “prepotencia de trabajo”. Además, es de los pocos saltillenses verdaderamente interesados en la literatura lagunera y un profesional del buen trato a sus colegas, lo cual siempre se agradece en un medio acostumbrado a la indiferencia o a la bravuconería.
Las palabras de las que me he servido para definirlo y describir mi relación con él de ninguna manera contaminan el parecer que me nace tras la lectura de ¿Quién te crees que eres? (en lo sucesivo QCE), novela publicada en 2008 con el sello del Icocult Saltillo. Dados los antecedentes que tengo sobre Segura, fanático de la ficción policial, esperé que QCE bordara ese género. No es así, pero en efecto camina por una subespecie no tan lejana: la del thriller. El resultado es un coctel de peripecias que, con suspenso incluido, aran el terreno de la fatalidad y la ironía, de la socarrona visión del homo saltillensis, de la atmósfera de pueblo grande y semilustrado que todavía conserva la capital coahuilense.
Gerardo Segura nació en Saltillo hacia 1955. Estudió Letras Españolas y ha publicado, entre otros, Historias de la Historia, el ya mencionado Todos somos culpables, Yo siempre estoy esperando que los muertos se levanten, Nadie sueña e Inventiva en Coahuila. Su labor de editor es amplísima, como lo puede demostrar el catálogo reciente de la bibliografía aportada por la Universidad Autónoma de Coahuila.
Ahora, con QCE, Segura añade una novela más a su producción narrativa. Lo hace con brillo, pues articuló un relato cuyos ingredientes logran lo fundamental en un proyecto novelístico: atrapar al lector con una amplia redada de palabras, hacerlo con todos los condimentos propios de un platillo que aspira a ser completo. QCE narra entonces la investigación que debe emprender Paz Navarro, el protagonista, para localizar a una inglesa que residió en Saltillo en los tiempos de bonanza del muy ficcionalizado Banco Purcell. Paz, quien carga en sus lomos un divorcio fresco que le apachurra el ánimo, entra al laberíntico pasado saltillense mediante entrevistas e investigación documental, todo para que a la mitad del camino le ocurran desgracias promovidas por quienes no desean que logre dar con el paradero de miss Mary Mauttn, la misteriosa ciudadana de origen inglés que alguna vez trabajó cerca, en el terreno de este thriller, de don Guillermo Purcell.
Celebro la historia, los enredos en los que se ve envuelto el personaje vertebral de la novela, pero más, mucho más, la chispeante y pícara prosa que asume la voz narrativa. En efecto, de poco serviría el relato sobre la pesquisa si no llevara encima el aderezo de la palabra burlona que en más de un momento termina por llevarnos a la carcajada. Paz Navarro está tan fastidiado por la mala suerte que trae una autoestima localizada más abajo que sus calcetines. Ese es el motivo que refiere al título del libro: cada vez que Paz hurga, interroga, escudriña en los papeles o a las personas que puedan darle pistas para localizar los rastros dejados por miss Mauttn en Saltillo, se le viene encima un sentimiento de derrota que sin defecto lo lleva a plantearse la pregunta: ¿quién te crees que eres? Pese a ello, y estimulado por la amistad con Mauricio, quien le ha hecho el encarguito de localizar las huellas de miss Mauttn, Paz logra ingresar al dédalo del pasado saltillense y a tropezones halla algunos rastros.
En el trayecto, entre caída y caída, entre madriza y madriza, los lectores asistimos a una disección moral de Saltillo. Como Borges a Buenos Aires, Paz no está unido a Saltillo por el amor, sino por el espanto, y es por eso que la quiere tanto. Y es que amar a una ciudad es como amar a una mujer: la prueba de fuego es mantenerse unido a ella aunque se le haya visto sin maquillaje, desgreñada en las mañanas o haciendo del dos. Lo mismo se puede decir del hombre, claro, pero la ciudad es femenina y uno aprende a quererla, como Paz a Saltillo, pese a sus amaneceres ojerosos y pintados.
Los escondijos físicos y espirituales de Saltillo enmarcan, pues, la trama, pero soy de esos lectores que en esta novela seguramente optarán por preferir las pinceladas filosóficas del personaje, un higadito que termina siendo harto jocoso en el entrevero de la investigación y el suspense.
Digo que Paz incurre en sabrosas filosofarías y creo no errar sin baso en ese rasgo gran parte de la fortuna que tiene QCE. Mientras investiga, insisto, topa con innumerables seres, paisajes y situaciones, y de todo colige oportunas opiniones, como cuando deriva, por sed de cerveza, en una piquera de pésima muerte que vende trago pese a la ley seca: “Lo de ‘privado’ era eufemismo, porque allí bebía medio Saltillo. Prostitutas de tercera, policías privados y públicos, borrachos crónicos, artistas insomnes, suicidas en recesión, divorciadas chamorrudas, normalistas desempleados, traileros de paso, periodistas chayoteros, charros cantores y charros sindicales. Un sitio maravilloso para un profesional de la noche. Como yo”. O aquella pincelada en la que don Fonso nos habla del paisaje sexual saltillense: “Caray —observó en tono reflexivo—, cómo hay jotos en Saltillo. Lo malo es que son jotos de la cabeza, que es la peor forma de la mariconería; si fueran de la cola nada más, allá ellos. Pero eso de no tener palabra…”.
Nada puedo adelantar, por el género al que responde, sobre el desenlace de QCE. Sólo puedo asegurar que Segura se maneja seguro de cabo a rabo, con un temple narrativo y un humor tan agridulce como los boleros, ese género musical que, por cierto, también acude a las páginas de esta novela que recomiendo con sincero gusto.
o
Nota del editor: texto leído ayer durante la presentación de ¿Quién te crees que eres? celebrada en el Teatro Nazas.

domingo, febrero 22, 2009

Cuento nuestro de cada día



La gente suele platicar cuentos, no novelas. La novela, más que leerla y platicarla, la vive. Cuando a alguien le preguntan cómo le fue, no es infrecuente que diga más o menos esto: “Bien, fui con fulano y nos topamos a perengano, luego entramos al restaurante equis y qué crees, vimos un pleito a gritos de una pareja, así que luego llegó la policía…”. La historia no se alarga mucho, hace simplemente el recorte de un momento, extrae lo básico del hecho y lo presenta con la mayor dosis de verosimilitud posible. Eso es, en estado casi espérmico, un cuento. Por supuesto que a la hora de narrar un cuento, es decir, de escribirlo, hay que pensar de una manera más fría los detalles, pues la escritura no puede ser organizada igual que la conversación. Pero el caso es, en esencia, el mismo: elegimos los detalles más significativos de un hecho, tratamos de compactarlos y luego los contamos con las cejas levantadas, para ganar la expectación de quien nos oye o quien nos lee. En ese sentido, aunque el cuento es un artefacto literario se parece mucho a lo que habitualmente hace cualquiera cuando platica en la sobremesa o cuando acaba de llegar.
He intentado explicar y explicarme por qué la gente que lee lee más novelas que cuentos. Tras años y años de pensarlo, sigo sin una respuesta satisfactoria. Todo se queda en especulación, en vago intento de respuesta. Dos de los más poderosos novelistas latinoamericanos, Vargas Llosa y García Márquez, me han servido para intuir qué pasa. El peruano ha reiterado en incontables ocasiones (se lo oí como cuatro veces en diferentes mesas de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara) que la novela, al plantearnos una especie de vida sucedánea o algo así, nos enriquece, nos permite salir de nuestro pobre destino único e incanjeable. No tengo a la vista sus palabras textuales, pero dice más o menos eso. El colombiano, por otra parte, al bordar algunos comentarios sobre el cuento (comentarios que ahora tengo a la vista y citaré tal cual) señala que “El cuento parece ser el género natural de la humanidad por su incorporación espontánea a la vida cotidiana. Tal vez lo inventó sin saberlo el primer hombre de las cavernas que salió a cazar una tarde y no regresó hasta el día siguiente con la excusa de haber librado un combate a muerte con una fiera enloquecida por el hambre. En cambio, lo que hizo su mujer cuando se dio cuenta de que el heroísmo de su hombre no era más que un cuento chino pudo ser la primera y quizás la novela más larga del siglo de piedra”. Eso está en el breve artículo titulado “¿Todo cuento es un cuento chino?”.
Me interesa detener la mirada en la afirmación que abre el párrafo: “El cuento parece ser el género natural de la humanidad por su incorporación espontánea a la vida cotidiana”. Si es así, la gente ya sabe cuentos, los hace a diario, los cuenta y se los cuentan en cualquier lado. En cambio, la novela es menos cotidiana, pues nadie toleraría tres, cuatro, diez horas seguidas oyendo las peripecias de otro. Para aguantar eso es necesario leerlo, avanzar por capítulos, consumir información por tramos. Todo es, como todo, más complejo, pero es válido ese sencillo intento de comprender, a partir de dos afirmaciones autorizadas, por qué el cuento no circula tanto como la novela.
En el terreno de la dificultad, he leído que muchos grandes narradores han tenido serios problemas con el cuento. La gente suele creer que es un asunto más sencillo, pero al ver lo que dice nada menos que García Márquez notaremos que la sencillez y la dificultad también suelen ser mal asignadas a uno u otro género; dice el autor de Cien años de soledad: “Escribir una novela es pegar ladrillos. Escribir un cuento es vaciar en concreto. No sé de quién es esa frase certera. La he escuchado y repetido desde hace tanto tiempo sin que nadie la reclame, que a lo mejor termino creyendo que es mía. Hay otra comparación que es pariente pobre de la anterior: el cuento es una flecha en el centro del blanco y la novela es cazar conejos. En todo caso esta pregunta del lector ofrece una buena ocasión para dar vueltas una vez más, como siempre, sobre las diferencias de dos géneros literarios distintos y sin embargo confundibles. Una razón de eso puede ser el despiste de atribuirle las diferencias a la longitud del texto, con distinciones de géneros entre cuento corto y cuento largo. La diferencia es válida entre un cuento y otro, pero no entre cuento y novela”. Y abunda más abajo: “La intensidad y la unidad interna son esenciales en un cuento y no tanto en la novela, que por fortuna tiene otros recursos para convencer. Por lo mismo, cuando uno acaba de leer un cuento puede imaginarse lo que se le ocurra del antes y el después, y todo eso seguirá siendo parte de la materia y la magia de lo que leyó. La novela, en cambio, debe llevar todo dentro. Podría decirse, sin tirar la toalla, que la diferencia en última instancia podría ser tan subjetiva como tantas bellezas de la vida real”.
He leído, reitero, opiniones de los novelistas más famosos y en todos los casos muestran respeto y a veces hasta reverencia cuando hablan del cuento. La mayoría tiene novelas que gozan de éxito comercial, y tiene también cuentos por lo regular olvidados, ocultos, casi marginales. Pero todos coinciden en afirmar, como García Márquez, que en la novela se sueltan más la greña, que operan con mayor relajación, mientras que en el cuento se ven desafiados y muchas veces, por qué no confesarlo, vencidos.
Pese a todo, pese a la segregación racista que a veces se ensaña contra él, confío en que el cuento no morirá, pues se trata de algo inherente a la condición humana.

sábado, febrero 21, 2009

Tiempo para Mempo



Pasé el mediodía del 23 de mayo de 2004, mi cumpleaños cuarenta, en un restaurante de Tucumán, Argentina. Acompañado por David Lagmanovich y su esposa, y los ensayistas Enrique Foffani y Juan Pablo Neyret, la charla nos llevó, no sé cómo, al soneto, y allí pude recordar el de Renato Leduc titulado “Tiempo” que luego cantaron José José y Marco Antonio Muñiz. En esa pieza poética, dije, se rima con la palabra "tiempo", que no tiene consonante, es decir, palabra que le rime. Para mi asombro, la pavorosa erudición de David no lo conocía, y lo glosé como pude: doce de sus versos terminan en la palabra tiempo, que no tiene consonante… y todo eso (“Sabia virtud de conocer el tiempo; / a tiempo amar y desatarse a tiempo…”). David, con su ingenio habitual, acuñó un endecasílabo veloz: “Lo comparto con Giardinelli, Mempo”. Reímos, porque en efecto “Mempo” rima juguetonamente con “tiempo”.
Recuerdo la anécdota porque a propósito de lo que vivimos ahora, la militarización, he querido releer Luna caliente. Hace algunos años le hinqué el ojo, y escribí una reseña que quizá, si la rehidrato, convide a su lectura. Sé que es una novela breve y espléndida. Vaya entonces “Luna caliente o el horror en Resistencia”:
Sabía de ella desde el ochenta y tantos, cuando le otorgaron un premio de novela en México, pero no la había encontrado en nuestras desnutridas librerías. Hace unas semanas la compré en una edición de bolsillo y su lectura me confirmó su éxito de hace dos décadas: Luna caliente, novela corta del escritor Mempo Giardinelli (Resistencia, Chaco, Argentina, 1947), en una obra de arte torneada con la arcilla del horror. Su extraordinaria trama, para empezar, es una rara y viscosa y atractiva mezcolanza de relato negro, político, erótico y hasta filosófico, lo que permite leerla de un alucinado jalón, virtud que en estos tiempos de apremio es muy agradecible.
Giardinelli no es muy conocido en México. Su ficha internética declara que ha publicado La revolución en bicicleta (novela, 1980), El cielo con las manos (novela, 1981), Vidas ejemplares (cuentos, 1982), El género negro (ensayo, 1984), Qué solos se quedan los muertos (novela, 1985), El castigo de Dios (cuentos, 1994), Santo oficio de la memoria (novela, VIII Premio Internacional “Rómulo Gallegos” 1993) e Imposible equilibrio (novela, 1995). Fundó y dirigió la revista Puro cuento entre 1986 y 1992.
Luna caliente narra, en tiempo objetivo, dos o tres días en la vida de Ramiro, doctor en derecho graduado en una universidad francesa. Ramiro habita su mejor momento: tiene un título rimbombante, ha regresado al Chaco tras ocho años de ausencia y sabe que es joven y capaz, así que nada parece impedir su ascenso rápido en la vida pública de aquella ardiente zona del noreste argentino, precisamente donde el país de las pampas se junta con las voraces selvas del Paraguay. El joven exitoso es invitado a cenar en casa de un doctor que fue amigo de su padre, y allí, entre bocado y bocado, reencuentra a Araceli, ahora una adolescente de trece años que, como el Tadzio de Muerte en Venecia, despierta, en el pegajoso clima del Chaco, los confusos y bochornosos instintos del protagonista, un Gustav von Aschenbach criollo.
Lo que sigue en la trama es imprevisible, y a partir de allí irrumpe el horror: en la madrugada, Ramiro abusa de Araceli y cree matarla para evitar que hable. Al tratar de huir, el padre alcohólico de la adolescente, sin saber del siniestro, sigue a Ramiro y le pide buscar una tabernucha para continuar tomando cañas. Es el 77, los sorprende la policía represora de la dictadura, pero al no hallar evidencia de nada, los deja ir. La trama se complica en este punto: Ramiro elimina al viejo dipsómano y prosigue su huida. Todo le deja ver que, según lo sucedido, puede desviar la atención sobre el asesino de Araceli (inculpar a su padre) y luego dejar correr la hipótesis de que el médico se suicidó. Pero el asunto no es sencillo: los sabuesos de la policía argentina de esos tiempos negros y teñidos de sangre por la represión política le dicen que si confiesa el sistema lo ayudará, pues como doctor graduado en Francia puede servir al régimen dentro de la universidad. Ramiro no coopera, pues está obsesionado en no delatarse. La noveleta sufre otra vuelta de tuerca con la reaparición, vivita y seductora, de Araceli, quien por su precoz voracidad sexual encubre a Ramiro y todo se complica más.
Dejó la trama en este punto, para no regalar demasiado el magnífico cierre de la historia. Lo importante, en todo caso, y más allá de la brillante sucesión de los acontecimientos que ya enumeré, es admirar la forma en la que Ramiro, el profesionista equilibrado, el abogado con futuro luminoso, el joven de éxito seguro, se desfigura cuando aúllan en él las hienas del deseo. Como en Muerte en Venecia, insisto, la rectitud que impone la Cultura con mayúscula se ve bruscamente trastrocada por la insubordinación del ello, del salvajismo íntimo que, lo queramos o no, es parte inherente de la condición humana. Por eso Giardinelli, en una pausa reflexiva de la narración, anota que “Un hombre en el límite es capaz de todo. Y él [Ramiro] había llegado al límite”.
Luna caliente es una novela corta excepcional. Ahora que han tenido tanta resonancia mediática los crímenes pasionales e impulsivos, leer esta ficción de Mempo Giardinelli es una experiencia tan placentera como abrumadora.
o
Luna caliente, Mempo Giardinelli, Byblos, Barcelona, 2005, 156 pp.

viernes, febrero 20, 2009

Por un millón de euros



En el muladar informativo a veces es difícil encontrar notas que de verdad nos alienten a seguir, que nos infundan fe, esperanza y calidad en el consumo de datos. En México ya no salimos de lo mismo: todo es matazón y sinvergüenzada, rompimiento de marcas olímpicas en la competencia denominada ajusticiamiento de cristianos, dimes y diretes de secretarios de Estado parásitos, palabras optimistas de un comodino Felipe Calderón que nos llama cobardes por tenerle miedo al miedo, y así. Por eso, y para que no se enfade Rodolfo Elizondo Torres, secretario de Turismo, pongo los ojos por hoy en otro lado, muy lejos de la crudelia realidad que nos ladra por doquier.
Recuerdo que hace años gran parte de la información internacional nos llegaba por la vía del cine. Entre película y película (a mí me tocó la modalidad de tres cintas distintas al hilo por un solo pago) pasaban además documentales muy interesantes, con notas generalmente sabrosas, lo que en Milenio suelen acomodar en la sección Tendencias. Recuerdo más que nada al Noticiero Mexicano, con producción de Manuel Barbachano Ponce, dirección de Carlos Loret de Mola y narración de Fernando Marcos, el mismo míster que poco después fue eterno comentarista de futbol y que solía terminar las transmisiones con su editorial de cuatro palabras (Gerardo García Muñoz me ha dicho que alguna vez Marcos polemizó con Carlos Albert, y las cuatro palabras finales fueron un puyazo contra su compañero de locución: “Usted me cae mal”). Bueno, así nos llegaba la información, con meses de retraso, pero con eso ya nos creíamos cosmopolitas y teníamos de qué platicar con la perrada.
Ahora, la superabundancia de notas curiosas de todos los escondrijos del orbe es parte de la rutina informativa. Estamos al día sobre los acontecimientos importantes e idiotas que ocurren en el mundo y más allá de él, como los dos sobre los que leí ayer, un dechado de cómo se maneja ahora lo que antes era rollo privadísimo. Resulta (esta palabra se la aprendí a una tía cuando estaba a punto de soltar un chisme) que en Italia una chica de nombre Raffaella Fico, ex participante del Big Brother, ha decidido abrir una subasta para abrir, valga la rebuznancia, el cofrecito de su virginidad. Para los caballeros es una estupenda noticia, lástima que la lorenza Raffaella puso muy alta la canasta: un millón de euros cobrará al primer v(c)aliente que se anime a darle para comprar sus tunas. Lo importante de esta nota sin importancia es que la señorita Fico es en efecto señorita (dizque) y tiene una apariencia de muy pellizcable melocotón. Es, para acabar pronto, una bestia, tanto que Thalía es una gárgola junto a ella. “Quiero ver si alguien desembolsa esta suma para tenerme”, ha declarado, y también que desea comprar una casa en Roma y un curso de actuación. Ya estoy oyendo a muchos mexicanos: “Si yo fuera Slim, seguro que me trueno un milloncejo en la Raffita”.
El otro caso es el de la británica Jade Goody, también ex participante del Big Brother, quien ha mercado sus últimos días de vida. Hace seis meses le diagnosticaron cáncer cervical y por ello decidió vender su agonía a una cadena de televisión; cotizó ese raro producto en un millón de euros, plata con la que desea asegurar la educación de sus futuros huérfanos. “Quiero que mis dos preciosos hijos sean bautizados, para que cuando yo me muera sepan que su mamá está en el cielo. Soy una ignorante, pero mis niños no lo serán. Tendrán la mejor educación y sabrán que es todo gracias a su mamá”, señaló.
El show de la información sigue y seguirá dando noticias frescas, listas para hacernos olvidar crisis y balazos. Aunque todo es parte de lo mismo: la sociedad del espectáculo, el mundo como parodia infinita.

jueves, febrero 19, 2009

Política del porque sí



El 17 de julio de 2008 fue “subido” a You Tube un video del partido Nueva Alianza (http://www.youtube.com/watch?v=7Jwm8c6cY3w). Su elocuencia me asombró, pues en 21 segundos logra sintetizar el hoyo de inmundicia en el que se revuelcan los partidos mexicanos. Para quien no lo pueda ver y oír en internet, el comercial comienza con la imagen de Jorge Kahwagi, ese ajonjolí de todos los fangos que lo mismo sale en el Big Brother que se pelea con el Cibernético y discursea en la Cámara. El también millonetas y ex boxeador cherry nos hace un comentario, como si nos interesara: “Muchas veces me han preguntado que por qué Nueva Alianza”. Luego aparece a cuadro una chica de blusa rosa que parece responderle: “Porque es diferente yyyyy…”; al decir la conjunción copulativa hay un corte que prorrumpe en música guapachosa, como salsa, y el jingle “Porque sí, porque sí, porque sí, Nueva Alianza es mi generación, porque sí, porque sí, porque sí, Nueva Alianza por la educación”, y al final vuelve Kahwagi a cuadro y simplemente declara, con cara de que es obvio, tontos: “Porque sí”. Cuando ocurre el jingle, hay que acotar, un grupo de jóvenes ejecutan una especie de coreografía bochornosa, como de chimpancés alegres ante el sorpresivo descubrimiento de un bananal.
Describo así, con pelos, el espot porque no lo había visto y me parece que, aunque relativamente viejo ya, resume implacablemente, insito, los grados de trogloditismo a los que llegó hace tiempo nuestra propaganda. Como ya nadie les cree, como ni ellos mismos aceptan la sinceridad de sus palabras, los partidos han amerdizado en la simplonería más babotas posible. Es el cinismo, la inescrupulosidad, la locura casi. ¿O sea que, si alguien nos pregunta por qué militamos en un partido y no en otro, nuestra respuesta puede ser llanamente “porque sí”? Aprendí hace como cuarenta años (tengo 44) que esa respuesta es de niños, que las preguntas no podemos responderlas de esa forma: porque sí, porque no, ya que esa respuesta no responde nada. Pero Kahwagi arroja luz, y deslumbra: está en Nueva Alianza, oh, “porque sí”, que es casi como decir “porque se me hinchan”, como los niños que hacen berrinche y les ganan a sus padres hasta conseguir la cajita feliz de esta semana.
Fuera de bromas (¿se puede opinar sobre esos espots sin bromas?), la propaganda política que se nos viene como avalancha nepalense deberá encarar un desafío mayúsculo en las elecciones. ¿Qué deben hacer los partidos para conmover un poco, un poquito, un poquititito siquiera al electorado en estos tiempos de oscuridad, en este medievo con computadoras? ¿Con qué guantes entrarle al erizo que es ahora el potencial votante? Yo no veo cómo. La bajeza de nuestra clase política sin clase ha alcanzado ya las máximas alturas, de suerte que, óigase bien, ningún discurso, por sincero, pensado y congruente que parezca logra mover un músculo esperanzado en el rostro de la ciudadanía. Como Jesús Ortega, quien ni con sus tremendos dotes de antiactor y su chinita-chef logra sacarnos una pizca de confianza; o Peña Nieto, quien ni con Angélica Rivera ni ahora con Lucero y su poderoso caderón alcanza a convencernos de la grandeza alcanzada por el gobierno mexiquense. Los ejemplos son muchos, y al viejo espot de Nueva Alianza donde se pavonea Kahwagi lo uso de ejemplo sólo porque recién me lo mandó Heriberto y porque me pareció una joya de la peligrosa vacuidad a la que hemos llegado.
En el México convulso, traspasado por balas de alto calibre, herido por granadas de fragmentación, atado a la pobreza y al pavor, los espots son algo así como el Manual de Carreño en Sodoma y Gomorra. De todos modos, irremediablemente, unos deben difundirlos y otros, la mayoría, consumirlos. La explicación de esa perversidad quizá sea más sencilla de lo que creemos: porque sí.

miércoles, febrero 18, 2009

Cartilla extraviada



No recuerdo la página, pero sí el pasaje. Está en El pez en el agua, de Mario Vargas Llosa. Al referirse a ciertos amigos o conocidos suyos, intelectuales para más señas, el peruano recordó que solían hacer bromas crueles, juegos de palabras despiadados, malévolas comparaciones. Eso se daba, por supuesto, en un contexto de conversación relajada, amistosa, un terreno donde el humor negro goza de muy buena recepción entre los intelectuales. Al escribir eso, y sin asumir una etiqueta (la de “intelectual”) que forzosamente suena ridícula cuando alguien se la aplica a sí mismo, pensé que muchos de mis amigos y yo solemos hacer lo mismo: quien escribe, quien lee, quien de alguna manera anda metido en trotes de crítica y creación acostumbra hacer comentarios inhumanos sobre todo, de ahí que muchas veces resulte chocante a la gente alejada de ese mundillo.
Con recursos pobres de imaginación y de escritura, he incurrido e incurriré en el desliz del humor negro narrativo. Sin embargo, hay dos o tres temas en los que no me permito el lujo de esa desfachatez. Uno de ellos, ahora convertido en la peor de las miserias nacionales, es el de la violencia. Como cualquier mexicano más o menos bien nacido, meneo y meneo la cabeza en señal de negación, como quien concluye con impotencia que esto está ahora más allá de la comprensión, que esto ya no es vida, que estamos no cerca del infierno, sino en él. En él, cierto, porque poco a poco quedamos arrinconados, metidos en cubiles, con el pánico anudado en los cogotes. ¿En qué momento, como se pregunta Santiago Zavala en Conversación en La Catedral, se jodió lo que se nos jodió? ¿Qué hemos hecho mal para merecer esta endiablada caricatura de país?
Comento lo del humor ácido y la antisolemnidad hiriente que goza de amplia aceptación en el gremio de los intelectuales porque si en un ambiente de esos alguien recuerda la Cartilla moral de Alfonso Reyes no pasaría, lo aseguro, un segundo antes de que los sarcasmos despiadados le llovieran sobre la mollera. Me temo, sin embargo, que debemos ocupar la cabeza en algo que de verdad nos vuelva la mirada al nacionalismo más elemental, al mínimo sentido de patria que hasta los más relajados deben observar si no queremos que el país se nos escurra de las manos, si es que no se ha escurrido ya sin que nos hayamos dado cuenta.
Este es el párrafo de presentación sobre el contexto de aquel tratadito alfonsino: “A solicitud de Jaime Torres Bodet, entonces secretario de Educación Pública, Alfonso Reyes redactó, en 1944, un breve texto que llamó Cartilla moral. La cartilla resume algunas de las más ilustres opiniones sobre la materia, de pensadores de la Grecia Clásica, por ejemplo, a la que don Alfonso era tan aficionado, y está escrita con sencillez, cortesía y claridad tan deliberadas que se antoja hecha para ser leída en voz alta a los niños o a educandos adultos. No es, ciertamente, un escrito moderno o de actualidad, pero tiene, en cambio, una gravedad rotunda que añade al valor de la exposición ética la ilustración histórica indirecta de la solemnidad con que, hasta hace relativamente poco tiempo, se trataron estas cuestiones. La cartilla se ofrece al maestro y a todas las personas, pues, no tanto como un cuerpo de doctrina, sino como testimonio pedagógico de uno de nuestros mejores escritores, Alfonso Reyes, de quien se ha dicho que fue ‘la versión mexicana de la cultura universal’”.
Podemos abrir con utilidad cualquier parte de la Cartilla moral, aunque ya no sirva de mucho; pese a ello, en medio del caos, sin brújula, entre los rumores y la sangre, Alfonso Reyes sigue siendo un bálsamo, un tónico contra la total desesperanza.

domingo, febrero 15, 2009

Boff mira la crisis



La crisis económica que se nos viene encima es menos grave, creo, que una de sus excrecencias: la delincuencia. Por incapacidad, porque uno sólo es inventor de narraciones y no sociólogo ni economista ni profesional de la politología (esa especialidad que ahora puede ser considerada como neochamanismo, sentido común expresado con cara de profundidad), apelo a otros que viven de escudriñar los pliegues de la realidad para sacar luego conclusiones orientadoras. Uno de esos observadores para mí confiables es, desde hace muchos años, el ex franciscano Leonardo Boff. De él encontré hace algunos días un artículo que, puesto como telón de fondo, enmarca perfectamente el estado de las desgracias regionales.
Boff, brasileño nacido en 1938, es filósofo y fue uno de los principales promotores de la llamada “teología de la liberación”. Sus posiciones, la mayoría de signo radical y profundamente crítico, lo llevaron poco a poco a tener encontronazos con el vaticano, lo que a la postre derivó en su decisión de colgar los hábitos. En su palmarés figura la publicación de más de cien libros, conferencias en las mejores universidades del mundo y varios reconocimientos.
Como tantos, quizá como todos en nuestro país, he tratado de hallar una explicación más o menos sencilla a los aires de brutalidad que ahora soplan. No encuentro la cuadratura, pero la intuición me orilla a pensar que el gran culpable es una especie de megatendencia de pensamiento, una manera de ser global que nos llevó a preferir, sin filtro humanístico ninguno, la cultura de la individualidad y el lujo estéril, el apego perruno a lo superficial y el desprecio de cualquier gesto solidario. Si detrás de todo está el afán voraz de poder económico, ¿qué podíamos esperar ahora que la lumbre llegó a los aparejos? Boff lo explica muy bien. Recomiendo que lo leamos (“El hoyo perfecto”):
Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique y uno de los más agudos analistas de la situación mundial, llamó a la actual crisis económico-financiera “la crisis perfecta”. Putin, en Davos, la llamó “la tempestad perfecta”. Yo por mi parte la llamaría “el hoyo perfecto”. El grupo que compone la Iniciativa Carta de la Tierra (M. Gorbachev, S. Rockfeller, M. Strong y yo mismo, entre otros) advertía hace años: “no podemos continuar por el camino ya andado, por más llano que se presente, pues más delante se encuentra un hoyo abismal”. Como un estribillo lo repetía también el Foro Social Mundial, desde su primera edición en Porto Alegre en el año 2001.
Pues bien, ha llegado el momento en que el hoyo ha aparecido. Dentro de él han caído grandes bancos, fábricas tradicionales, inmensas corporaciones transnacionales. Fortunas personales de miles de millones de dólares se han unido al barro de su fondo. Stephen Roach, del banco Morgan Stanley, también afectado, confesó: “Se equivocó Wall Street. Se equivocaron los reguladores. Se equivocaron las agencias de evaluación de riesgo. Nos equivocamos todos”. Pero no tuvo la humildad de reconocer: “Acertó el Foro Social Mundial. Acertaron los ambientalistas. Acertaron grandes nombres del pensamiento ecológico como J. Lovelock, E. Wilson y E. Morin”.
En otras palabras, los que se imaginaban señores del mundo —hasta el punto de decretar alguno de ellos el final de la historia—, que sostenían la imposibilidad de toda alternativa y que en sus concilios ecuménico-económicos promulgaron los dogmas de la perfecta autorregulación de los mercados y de la única vía, la del capitalismo globalizado, han perdido ahora todo su latín. Andan tan confusos y perplejos como un borracho por una calle oscura. El Foro Social Mundial, sin orgullo pero con sinceridad, puede decir: “nuestro diagnóstico era correcto. No tenemos todavía la alternativa pero una cosa es segura: este tipo de mundo ya no tiene capacidad para seguir y proyectar un futuro de inclusión y de esperanza para la humanidad y para toda la comunidad de vida”. Si continúa, puede poner fin a la vida humana y herir gravemente a la Pachamama, la Madre Tierra.
Sus ideólogos tal vez no crean ya en dogmas y se contenten con el catecismo neoliberal, pero andan buscando un chivo expiatorio. Dicen: “No es el capitalismo en sí el que está en crisis. Es el capitalismo de corte norteamericano que gasta un dinero que no tiene en cosas que la gente no necesita”. Uno de sus sacerdotes, Ken Rosen, de la Universidad de Berkeley, por lo menos ha reconocido: “El modelo de Estados Unidos está equivocado. Si todo el mundo utilizase el mismo modelo, nosotros ya no existiríamos”.
Hay aquí un engaño evidente. La razón de la crisis no está solamente en el capitalismo estadounidense como si hubiera otro capitalismo correcto y humano. La razón está en la lógica misma del capitalismo. Ya J. Chirac y una gama considerable de científicos han reconocido que si los países opulentos situados en el Norte quisiesen generalizar su bienestar a toda la humanidad, necesitaríamos por lo menos tres Tierras iguales al actual.
El capitalismo es, por su propia naturaleza, voraz, acumulador, depredador de la naturaleza, creador de desigualdades y sin sentido de solidaridad hacia las generaciones actuales y mucho menos hacia las futuras. No se le quita la ferocidad a un lobo haciéndole algunas caricias o limándole los dientes. El lobo es feroz por naturaleza. Igualmente, el capitalismo, poco importa el sitio donde se realice, ya sea en Estados Unidos, en Europa, en Japón o en Brasil, cosifica todas las cosas, la Tierra, la naturaleza, los seres vivos y también a los humanos. Todo forma parte del mercado, y de todo se puede hacer negocio. Este modo de habitar el mundo regido solamente por la razón utilitarista ha cavado el hoyo perfecto. Y ha caído en él.
La cuestión no es económica. Es moral y espiritual. Solo saldremos del hoyo a partir de otra relación con la naturaleza, sintiéndonos parte de ella y viviendo la inteligencia del corazón que nos hace amar y respetar la vida y a cada ser. De lo contrario, continuaremos en el hoyo en el que el capitalismo nos ha metido.

sábado, febrero 14, 2009

Diluvio sobre Maciel



No era para menos. Y no por la historia de la amante, del hijo y del espíritu poco santo que lo habitaba, que al final eso es lo de menos, sino por uno de esos pecados que no merecen perdón de nadie y sí cárcel e ignominia: su pederastia. Por ello, aunque la atención haya sido encaminada al desliz muy perdonable de sus tratos con una mujer adulta, lo fundamental no deja de ser que Marcial Maciel Degollado, con sus desviaciones sexuales, lastimó la vida de niños. Eso es aberrante aquí y en Saturno, aunque algunos de sus fieles sigan en la buenísima onda de negar y/o perdonar, recurso cómodo de quienes, al no haber padecido en carne propia el abuso pederasta, por fanatismo se niegan a creer en lo ya probado: que Maciel fue una mayúscula falacia.
Los comentarios periodísticos recientes se han ubicado, todos, en la condena. Dos me han llamado mucho la atención. El que la semana pasada publicó en Milenio Juan Ignacio Zavala, quien se fue directo a la póstuma yugular del michoacano (el michoacano de Cotija, no el de Morelia, su cuñado) y remarcó que las conductas de Maciel son indefectiblemente imperdonables, sin atenuante ninguna. Y el que ayer publicó en Excélsior Francisco Martín Moreno, quien la semana pasada había dado una entrevista a Milenio sobre el mismo tema. Con el título “¿Perdón a Maciel? ¿Perdón a un pederasta?”, el escritor e historiador pone el acento en lo fundamental, y sobre Maciel señala que “fue un ‘padre’, ¿qué padre, no..?, pervertido, corrupto, prostituido, desencaminador de almas, inmoral, degenerado, maligno, violador de niños y niñas, un endiablado sujeto desnaturalizado, vicioso, ignorante del menor sentimiento de pudor y de piedad, un representante de Dios, un depredador de vidas inocentes como las de aquellos chiquillos que fueron obligados a masturbarlo y a quienes después penetró villanamente destruyendo para siempre cada vida, de lo cual se consoló pidiéndole perdón al Señor… Si el sacerdote es una persona que ejerce como intermediario entre el ser humano y la divinidad, ¿cómo esperar que semejante autoridad espiritual se utilice para penetrar analmente a chiquillos inocentes que están naciendo a la vida? El ‘padre’, el miserable padre Maciel, debería haber sido juzgado y condenado con todas las agravantes consignadas en la ley: premeditación, alevosía y ventaja, pero además por haber abusado sexualmente de menores con arreglo a su supuesta figura divina en lugar de ‘servir a todo el pueblo de Dios en su búsqueda de la santidad y en su empeño apostólico por anunciar el Evangelio…’”.
Más adelante, sin bajar el tono de su arremetida, el autor de México acribillado explica: “Si se llegó a descubrir la paternidad del ‘padre’ Maciel fue porque en la actualidad existe una división interna producto de las luchas por el poder económico de la orden y, en ningún caso, porque los legionarios hubieran decidido motu proprio confesar semejantes crímenes cometidos por un hombre de la Iglesia. Que quede claro: la verdad se supo gracias a la quiebra financiera mundial que debió haber afectado igualmente a los legionarios que hoy luchan por controlar el inmenso poder de la orden. El surgimiento repentino de una de las hijas de Maciel, no pasará mucho tiempo antes de que aparezcan más aberraciones como la presente, es parte de la guerra sucia que se libra entre los legionarios, sin que la divulgación de la nota responda a un proceso de purificación de la orden manchada ya de por vida urbi et orbi…”.
Por un lado, pues, hay un merecido fustigamiento a la conducta depravada de un sujeto que supuestamente vivía en olor de santidad y más bien era maligno; por otro, la sospecha de que las revelaciones no tienen vinculación con un deseo de aseo moral, sino de simple reacomodo mafioso en torno a lo que verdaderamente importa: el dinero, siempre el cochino dinero.

viernes, febrero 13, 2009

La daga según Jorge Méndez



La daga, obra del recientemente fallecido Víctor Hugo Rascón Banda, será presentada hoy, mañana y pasado mañana en el Teatro Garibay. Ya hizo seis presentaciones y seguirá en cartelera durante todo este mes, así que hay poco tiempo para verla. El montaje corresponde a la Agrupación Teatral La División del Norte, que tiene como director a Jorge Méndez, de quien siempre he subrayado que es uno de los mejores maestros de arte dramático en La Laguna y uno de los pocos que ha sostenido una carrera amplia, congruente y apegada al trabajo escénico con una dramaturgia humana, demasiado humana.
Con pocos recursos y con actores cuyas trayectorias apenas amanecen, Méndez ha logrado meternos a la atmósfera de la carnicería que es el centro de esta obra escrita por Rascón Banda. La combinación de eficacia narrativa y economía de medios permite que los tres vértices temáticos de la obra queden al descubierto, desnudos ante el espectador. Me refiero al machismo (y su derivación hacia la homosexualidad), el alcoholismo y la violencia. Esos son, a mi juicio, los ejes de esta puesta dramática, ejes que se mezclan en un discurso hilvanado entre el humor populachero y la crudeza, entre la barbajanada hiriente y la risa. No es para menos, si pensamos que ese es uno de los rasgos distintivos de esos comercios populares en los que la compra-venta se ve siempre impregnada por el chismorreo y la maledicencia.
Román (Homero Guerrero), es el dueño de la carnicería; se trata de un tipo rústico, fortachón, dicharachero y conquistador, briago de tiempo completo y echón como pocos. Con él trabaja El Mudo (Édgar Eloy Delgadillo), joven cuya discapacidad lo aherroja en la cárcel de la ignorancia y al martirio de los insultos que perpetra contra él, sobre todo, su patrón Román. Al negocito llega Chela (Marisol Díaz de la Serna), chamaca que regentea una estética unisex y hace favores venéreos al carnicero. La dinámica vulgar y simple del lugar se ve alterada con la aparición de René (Sergio Escajeda), gimnasta olímpico mexicano, triunfador y amigo de andanzas juveniles de Román. La trama nos lleva al enredo de conversaciones entrecortadas, elípticas, de agresividad tosca y gratuita, rasgo que suelen tener las charlas en espacios donde el alcohol inunda almas primarias. Los contornos bisexuales insinuados al principio y luego materializados entre Román y René provocan un interés creciente y ponen sobre la mesa el gran tema de la hipocresía. Se trata, pues, de una historia en apariencia sencilla, simple en su pellejo, con la mayor parte de sus malicias colocadas como guiños entre los parlamentos. La daga-fetiche de Román es como un personaje más, símbolo fálico al que debemos poner atención, pues gravitará en el clímax de la obra.
El ritmo es uno de los varios aciertos de la dirección. Los actores han sido colocados con tino y la fuerza del trabajo actoral armoniza muy bien en el conjunto. Homero Guerrero hace un buen machín de barrio, da el tipo, aunque todavía acusa leves altibajos cuando su personaje lo obliga a tocar un registro más solemne. Édgar Eloy Delgadillo luce espléndido como El Mudo, pobrediablo convincente a fuerza de expresiones que no pasan de la seña y la muy mal atendida guturalidad. El mejor desempeño actoral lo hace, a mi ver, Marisol Díaz con su sexosa ligadora; ella es ya una actriz que promete. A Sergio Escajeda lo siento algo débil, como falto aún de trabajo con la voz, aunque tiene una presencia grata, apta en este momento para papeles de joven sensible. La daga convocó, entre otros, a Sergio Gómez (director asistente), Francisco Lira (quien hizo una excelente reproducción de “El buey desollado” de Rembrandt), Carlos de la Rosa (fotografía), Juan Antonio de Alba (apoyo logístico) Óscar Calderas (iluminación), Gilberto Ibarra (carpintería), Enrique Tavares (audio). La producción ejecutiva es del Teatro Nazas y la general es del Icocult Laguna.
Todo este conjunto ha conseguido una meritoria puesta en escena. Hay que verla y felicitar a Jorge Méndez, el director de teatro con el trabajo continuo más largo en la historia reciente del teatro lagunero.

jueves, febrero 12, 2009

El origen de los cronopios



Dos efemérides se juntan este 12 de febrero: el 200 aniversario del nacimiento de Charles Darwin y el 25 luctuoso de Cortázar. Esa es la razón del título siamés que encabeza esta incómoda entrega de Ruta Norte, incómoda porque poco o nada hay de común entre el más grande naturalista de la historia y una de las cumbres de la literatura contemporánea. Pese al riesgo de preparar una ensalada que no quede bien ni con la biología ni con la literatura, atrevo una modesta recordación de tan admirados personajes.
Salvo los conocimientos elementales que me ayudan a distinguir entre un caballo y un perico y un tiburón, ignoro todo lo concerniente a la fascinante especialidad de la ciencia biológica. Por selección natural, es decir, porque nunca tuve aptitudes para ello, fui desplazado de esa asignatura desde la mismísima secundaria, así que soy como plancton en materia de capacidad para la biología. Eso no fue obstáculo para que hace varias eras geológicas, como a mis 25 o 26, yo leyera con gusto de aficionado norteño El origen de las especies en la edicioncita popular que todavía conservo. Fue de esas pocas lecturas hechas sin apetito literario, sólo por el afán de, en aquel caso, entablar trato directo con las teorías de una lumbrera. Una especie de gen escaso en mi ser, pero algo influyente, me mueve a ver con interés, desde chico, documentales sobre la vida en la naturaleza. No olvido, por ejemplo, el programa Reino salvaje que transmitían, todavía en blanco y negro, en cadena nacional cuando yo era niño e inmortal. Hoy, ya con más variedad en el bufet, no soy tan mal televidente de Animal Planet, Nat Geo, Discovery Channel y el Canal del Congreso, donde con frecuencia sintonizo programación sobre fauna en estado silvestre. Eso explica por qué la figura de Darwin se me impone; aunque pocos lo recuerden en su cumpleaños, ese viejo Santoclós de la genialidad científica es sin duda el mandón de la disciplina que abrazó. Aunque antes de sus aportes hay un conocimiento acumulado de innegable importancia, fue el biólogo inglés quien partió de un hachazo la historia del saber naturalista, pues sus conclusiones sentaron la base para un entendimiento de la vida y la evolución sin supersticiones chicas y grandes que lo mismo explicaban la presencia del hombre con encueradas parejas primigenias o con seres paridos por la luna mañosamente embarazada por el sol. Como en otros casos parecidos de científicos superdotados, la obra de Darwin es una hazaña de la inteligencia humana, un enorme e inextinguible poema nacido de la duda.
No menor a Darwin, aunque en otros trajines, Julio Cortázar se nos adelantó (perdón por la imagen de orador pagado en sepelio mexicano) en 1984. La suya es, como bien lo saben quienes leen literatura no mercenaria, una obra innovadora, refrescante, atrevida desde cualquier ángulo. Cortázar es a las letras castellanas lo que Picasso es a la pintura moderna: un eterno gambusino, un buscador incesante de formas originales. Pero el cronopio argentino era más que cáscara, desde luego, al grado de que, aunque maravilloso en el plano de lo formal, al mismo tiempo es emoción, humanidad, sangre y hueso. Sus cuentos —he dicho siempre que ellos contituyen su mejor aporte— son una prueba irrecusable de que el juego puede estar presente en todo momento, pero sin dejar al margen el apetito por hallar en las historias un fleco de la cruda realidad, por más fantasioso que luzca sobre la página. Y digo “realidad” no en el sentido panfletario de la palabra, pues Cortázar siempre estuvo muy lejos de la literatura misional; si alguna tuvo, su misión fue hacer buena literatura, destruir/construir la forma y hundir la vista, con dolor y asombro, en los entresijos de la condición humana.
Sé que la mezcolanza Darwin-Cortázar es algo osada. No importa: los genios habitan la misma eternidad.

miércoles, febrero 11, 2009

Juventud en exxxtasis



Parece que la brecha generacional de hoy es, más bien, un abismo generacional: lo que a los adultos nos alarma, pasa inadvertido o apenas hace sonreír de escepticismo a los mugrosos chamacos. No sé si llamar a eso “crisis de valores” o de cualquier otra forma similar más o menos conservadora o asustadiza. Prefiero ser descriptivo y que otros saquen conclusiones, para no caer en ridículas posturas carloscuauhtemocsanchistas, es decir, aleccionadoras, con tufo a padre Marcial Maciel cuando no estaba en lo mero suyo, trepado en el guayabo con su amante bandida.
La semana pasada el superatleta Michael Phelps, quien ganó en Beijing medallas como si le salieran en la veintera de los cacahuatitos estilo japonés, fue exhibido por un pasquín londinense; el nadador aparece con un tubo donde hoy, aclaró la información, los jóvenes inhalan mota. Disculpen mi ignorancia, pero ese aparato nunca lo había visto; en mis tiempos, la mostaza se tramitaba hacia los pulmones a carrujo limpio, con el cigarro forjado a punta de papel arroz y un poco de saliva, como taquito de yerba (de preferencia lerdense). El escándalo no demoró: un paradigma del deporte fue pillado en prácticas motorolas, poniéndose bien acá con un churro de la verde servido en el aditamento mágico que le habían facilitado en una fiesta donde circuló de todo. El tritón tuvo que admitir el “error” y declarar que había sido “estúpido”, eso para conservar intactos sus millonarios patrocinios.
Una semana después, con precisión de cronómetro, del otro rey de los pasados olímpicos, el velocista jamaiquino Usaian Bolt, circula en internet la foto en la que se le ve de espaldas en una discoteca y adherida frente a él una bailarina colgada asimismo de su cuello, patiabierta y a todas luces jariosa, en plan chango, como haciendo capiruchos con un balero, en una especie de pasito ensartador. Bolt, sin átomo de moralina, declaró inmediatamente que no se sentía culpable de nada: “No he hecho nada malo. Me gusta la música y disfruto bailando. La chica me seguía y nos lo hemos pasado en grande. No he de dar explicaciones a nadie. No ha ocurrido algo de lo que deba lamentarme”.
Hasta allí los dos casos. En el segundo, el de Bolt, bestia de la velocidad que se tragó los cien metros olímpicos en un suspiro, tuve la ocurrencia de asomar una mirada distraída a las opiniones de los lectores, la mayoría jóvenes. Pese a la redacción, generalmente tosca en esos escaparates de la escritura veloz y sin pelos en la lengua, dan pistas acerca del perfil moral que tienen los internautas. Traigo algunos ejemplos firmados con seudónimo, lo que equivale al anonimato (respeto la forma; El Universal):
“No veo cual sea la noticia, no tenía ninguna carrera al día siguiente o algo así, fue con una mujer no con un hombre, está joven, trae lana, estaba en un congal, de verdad que ya no hallan ni que publicar que suene a escándalo, por lo menos este no es y ni al caso que lo comparen con lo de Phelps, ese wey si la regó gacho...”
“¿Y eso que? Han de querer que este corriendo los 365 dias del año...”
“Finalmente son seres humanos como cualquiera y ademas ambos estan muy jovenes y con ganas de hacer lo que cualquiera a su edad hace. Esa doble moral!!! que miedo...”
“Doble moral? ja, ja, ja, señores, estos deportistas son muy buenos haciendo lo que saben hacer, son lo mejor de lo mejor, fuera de ámbito deportivo son personas comúnes y corrientes que lo mismo se les antoja una chela que una chava, y?????”
“Bien por esos jóvenes extraordinarios que son Phelps y Bolt... Sus acertadas decisiones lúdico-eróticas nos confirman que son personas normales...”. O sea, triunfa la cachondería casi por unanimidad. Que Bolt siga la fiesta.

domingo, febrero 08, 2009

Guardadito de Cortázar



Llegará el día, estoy seguro, en el que los escritores ya no dejen un solo papel a la posteridad, salvo los que hayan publicado. Quiero decir que ya no dejarán borradores tachonados, textos a medio cocinar, cuentos o poemas con los que no quedaron muy contentos u obras maestras incomprendidas. Ya ni correspondencia heredarán los escritores, a menos que dejen passwords a la vista y alguien quiera entretenerse con cartas apuradas, mal escritas y varios kilos de spam no eliminado.
Lo anterior viene a mi imaginación aguafiestas por una nota que esta semana recibí como reenvío gracias al escritor argentino Juan Pablo Neyret. Es de Página 12, periódico de Buenos Aires. Da gusto, claro que da gusto saber que Cortázar vivió la era precomputacional y dejó un baúl de los recuerdos, pues si hubiera vivido en ésta ignoro si alguien caería en la cuenta de hurgar en la PC vieja y descontinuada del gran cronopio, lo que significa que buena parte del futuro de las investigaciones literarias definitivamente requerirá los servicios brindados por los técnicos en computación que ayuden a convertir “viejos” formatos en documentos actualizados. Será un lío.
Más fácil, sin duda, será ser Aurora Bernárdez y hallar en una cómoda todo o buena parte de todo lo que Cortazar dejó inédito, recortado, perdido o cuidadosamente olvidado para que el porvenir le permitiera tener una edición sorpresa en su 25 aniversario luctuoso. El caso es que estos papeles de Cortázar aparecieron como en un cuento de Cortázar, luego de haber vivido anidados en una especie de archivo muerto provisional. Tomo un amplio trozo de la nota, y desde ya me relamo los bigotes nomás de imaginar el sabor de los vinillos que añejaron en la cava de madera mientras su autor se daba tiempo para morir y de inmediato pasar a formar parte de la selecta inmortalidad. Va un fragmento, pues, de la nota “Los papeles ocultos”:
Una cómoda que permaneció ignorada por años, bajo llave, sin provocar jamás siquiera curiosidad. La decisión de investigarla, unos días antes de Navidad. La sorpresa cuando, a duras penas, se puede abrir, por la gran cantidad de papeles que hay en su interior. El tesoro que aparece y que reluce amarillento: cientos de papeles inéditos de Julio Cortázar, desde un discurso escolar hasta un capítulo inédito de Libro de Manuel o tres nuevas historias de cronopios. Podría ser parte de uno de sus cuentos; ocurrió de verdad, un par de años atrás, y pronto el valioso contenido aparecerá editado bajo el acertado título de Papeles inesperados.
La noticia fue revelada ayer por el diario español El País: Aurora Bernárdez, viuda, albacea y heredera universal de Cortázar, abrió la cómoda del tesoro el 23 de diciembre de 2006. El mueble había sido conservado por la madre del escritor y contenía papeles que Cortázar habría querido quemar en algún momento. El material hallado es tan abundante que conformará un libro de 450 páginas, compilado en colaboración con la viuda y Carles Álvarez, estudioso del autor. La editorial Alfaguara lo editará en mayo próximo, en forma simultánea en España y la Argentina.
Entre estos Papeles inesperados hay once relatos nunca incluidos en obra alguna —entre ellos, uno llamado “Los gatos”, fechado en enero de 1948 y, por lo tanto, uno de los más antiguos que se conservan del escritor—, trece poemas hasta ahora desconocidos, un capítulo inédito de Libro de Manuel, que al parecer no fue incluido “por redundante y por su alto contenido erótico”. Hay más: once nuevos episodios del personaje que protagonizó Un tal Lucas, suerte de alter ego de Cortázar. Entre éstos, Álvarez rescata especialmente “Lucas, las cartas que recibe” y “Lucas, sus erratas”: un Lucas obsesionado con las erratas termina convencido de que degeneran en ratas y encarga a un miniaturista japonés una ratera especial para cazarlas.
Entre los cajones de la cómoda mágica aparecieron también tres historias de cronopios que quedaron sueltas: “Never stop the press”, “Vialidad” y “Almuerzo”, que fueron presentadas la semana pasada en edición de bibliófilo. El hallazgo también incluye un texto titulado “Discurso del Día de la Independencia”, que en 1938 Cortázar recitó a sus compañeros y profesores, y otro discurso que pronunció en el acto en que recibió la nacionalidad francesa. Y una decena de textos que dedicó a personalidades como el sociólogo Ángel Rama o la cantante Susana Rinaldi, más escritos donde el autor de Rayuela dispara sus inquietudes en la pintura, la escultura o la fotografía.
En medio de estos Papeles inesperados, Bernárdez y Álvarez tuvieron que abrir un capítulo especial dedicado a “textos inclasificables”, aquellos “puro Cortázar”: juegos verbales fascinantes que llegan a la categoría de epigramas. Allí aparecen también las cuatro “autoentrevistas”, donde el escritor es interpelado por un dúo sarcástico que relativiza todo lo que dice: los buscavidas porteños Calac y Polanco, que acompañaron a Cortázar desde su novela 62, modelo para armar. (…)
Julia Saltzmann, editora responsable de Alfaguara en Buenos Aires, precisó el valor literario del hallazgo que pronto podrá leerse en forma de libro: “El arco vivencial de Cortázar aquí reflejado va desde principios de los años ’30 hasta casi 1984; por eso nos permite ver desde el personaje más engolado hasta el más lúdico, del Cortázar profesor de provincias al más político, comprometido y crítico”, explicó. “Para mí es, junto con la correspondencia, el otro gran texto autobiográfico, donde se ve la formación de la persona y del escritor, del ‘pre-Cortázar’ al Cortázar famoso”.
El abundante material incluye muchos géneros y muchas épocas y estilos de escritura, por eso Saltzmann destaca el valor añadido de estos “múltiples Cortázar”: “A través de estos textos se puede viajar de esa prosa grandilocuente juvenil del personaje, con un punto incluso cursi, a esa liberación retórica del castellano que personificó, en uno de los casos más extraordinarios en la literatura del siglo XX”, analizó la editora. El próximo jueves se cumplen 25 años de la muerte del autor que propuso varios recorridos de lecturas posibles para su novela fundamental. Ahora sigue jugando con el tiempo y el espacio a través de un hallazgo inesperado en una cómoda.

sábado, febrero 07, 2009

Justicia a la medida



¿Cuántos miles de casos delincuenciales quedan archivados en una carpeta judicial, en algún recoveco de periódico, perdidos en el ciberespacio o evaporados en la fugacidad de la radio y la televisión? ¿Cuántos más ni siquiera alcanzan esa efímera difusión? A tales inmundicias ha llegado la justicia en México que sólo son resueltos, asombrosa, eficaz, expeditamente resueltos, los delitos que dejan “mala imagen” a un gobierno municipal, estatal o federal, de donde se puede colegir que, para dar con los culpables, es necesario ser víctima peculiar, pues no cualquiera atrae los reflectores y, consecuentemente, una prontísima resolución del caso a favor de los afectados.
Tres delitos recientes ilustran lo que quiero explicar: el secuestro del joven Alejandro Martí, los granadazos en Morelia y, recién, el asesinato del científico francés que trabajaba en la UAM. Apenas se convirtieron en noticia incómoda, los tres fueron resueltos satisfactoriamente, como si nada, más fácil que en un programa de Los ángeles de Charlie.
Como recordaremos, el famoso caso Martí se convirtió en el principal pedrusco en el zapato del sistema de seguridad mexicano durante 2008. Fue un crimen horrible, tanto como tantos que a diario son cometidos en el país, pero dada su notoriedad el empresario que perdió a su hijo tuvo muchos escaparates y atención especializada hasta del mismísimo Felipe Calderón. Luego de que el tema se asentó en los predios del escándalo hubo, mágicamente, increíbles resultados. Cayó parte de la banda que, eso dijeron las autoridades, operó el secuestro y la ulterior ejecución del joven. Todo quedó en laberinto, en barroca explicación, en sospechoso resultado. Da la impresión de que nadie tomó en serio lo descubierto por las autoridades, pero sirvió con toda puntualidad a los fines mediáticos que refulgían como prioritarios: en unas semanas todo fue olvidado y ya nadie en su juicio consideraría lógico plantear la posibilidad de que hay muchos chivos expiatorios metidos de oquis en esa olla.
El día del Grito fueron detonadas dos granadas de fragmentación en Morelia. Se trató, a todas luces, de un acto terrorista, quizá el primero de esa índole en nuestro país. Fue, sin duda, uno de los momentos más tristes del 2008, pues de golpe pasamos a un estadio de cavernarismo que jamás imaginamos presenciar, lo que puso contra la pared a las autoridades, pues prácticamente no hubo ciudadano que no mostrara consternación ante la inseguridad que habíamos alcanzado aquella noche. Una semana después, los presuntos culpables estaban detenidos y declarando, con amabilidad, que ellos habían sido los culpables, como si fueran farderos o mariposeros y no terroristas: en unas semanas todo fue olvidado y ya nadie en su juicio consideraría lógico plantear la posibilidad de que hay muchos chivos expiatorios metidos de oquis en esa olla.
La semana pasada, un ciudadano de origen francés sacó euros en una casa de cambio del aeropuerto capitalino. Era una eminencia en biología, un sujeto pacífico y muy respetado entre los académicos de su rama en la Universidad Autónoma Metropolitana. A él, ya sabemos, lo siguieron unos pillos, le exigieron el dinero, lo amagaron, se defendió y le dispararon varios balazos. Luego de algunos días, murió. Poco después hubo, mágicamente, increíbles resultados, pues con lujo de calidad investigativa cayeron los culpables: en unas semanas todo será olvidado y ya nadie en su juicio considerará lógico plantear la posibilidad de que hay muchos chivos expiatorios metidos de oquis en esa olla. Así está la justicia en México: de lágrimas, risas y horror.

viernes, febrero 06, 2009

El verdadero Santo



Por andar opinando sobre Marcial Maciel, un santo que no resultó santo sino sordero de dios y titán de la cachondería ensotanada, torcida e impune, debí guardar hasta hoy un homenaje al verdadero Santo que ayer cumplió 25 años de muerto. Rodolfo Guzmán Huerta, el enmascarado de plata, fue y será el mero mero chipocludo (fino término que debemos a Héctor Lechuga y Chucho Salinas) de la lucha libre mexicana de endenantes e icono instalado en las más altas esferas de la popularidad cinematográfica generada en Churrubusco Films. El fenómeno de su fama ha sido estudiado con gravedad por los más picudos sociólogos, comunicadores, hermeneutas y demás, y en general han sacado en claro que fue un personaje que arraigó en el imaginario mexicano gracias a varios factores: el poder de convocatoria de la lucha libre, la emergencia del cine como fenómeno de masas, el oportunismo de la heroicidad autóctona y la simplonería sublime/ridícula de las historias en las que el encapuchado se batió a muerte contra las fuerzas del Mal, dicho lo anterior con prudencia para no incurrir en involuntarios humorismos.
En efecto, la sopa que hizo del Santo un superhéroe de la mexicaniza combinó elementos irrepetibles. Hasta la sencillez bisilábica y eufónica de su nombre ayudó a fijar el mito, además de que la palabra santo, per se, invoca las virtudes de la bondad y la justicia, lo cual no era de poca importancia en una sociedad ya habituada a padecer todo tipo de ojeteces proveniente del poder kafkiano que nos gobernaba. Las películas (por llamarlas de algún modo) del Santo eran brutalmente maniqueas, delirantes y burdas, pero se impusieron a un público casi virgen en materia de heroísmo bajo en calorías. A la gente le valía gáver que las tramas fueran más surrealistas que un paraguas en la mesa de disecciones; aplaudía, eso sí, que hubiera un cabrón capaz de ponerse a las patadas contra los sansones del crimen. Obviamente, los niños fuimos, como dicen los mercadólogos, el “público meta” de ese luchador social (luchador en sentido estricto y traslaticio), y en primera persona puedo asegurar que ningún héroe de nuestras barriobajeras infancias lograba convencernos, como el Santo, de su indeclinable anhelo de luchar, sin interés, por esa extraña y escasa vaina llamada Justicia.
En una sociedad sin libros, con pocas teles, sin tantas publicaciones impresas como las que ahora tenemos, el cine en el cine era el santuario (santuario deriva de santo) en el que se edificaban las admiraciones más profundas. Así pues, domingo tras domingo (hablo en primera persona) los niños de Gómez nos apersonábamos en la sala del Elba, del Palacio y un poco después del Roma y del Continental para ver las gestas de ese hombre que, en solemnes palabras de Augusto Benedico al final de cada film, luchaba por el bien sin que le importase ningún pago, que daba la cara (es un decir) por los desvalidos para enfrentar a los malos de la película (también sin metáfora), que lograba derrotar a zombies, pleonásticas mujeres-vampiro, cerebros del mal, científicos locos, computadoras-ropero que hacían permanente ruidito de tortillería, maldiciones egipcias, cazadores de cabezas, marcianos que habían llegado ya y llegaron bailando el chachachá, momias de Guanajuato y demás sabandijas expelidas por la mariguanísima imaginación de los guionistas. Ante tamañas amenazas, es lógico que un tipo capaz de hacerles frente se iba a encaramar en los cuernos de la gloria. Tan necesitados estábamos —estamos aún— de esos símbolos de justicia que a los niños no nos importó la basura argumental ni la jodidez escenográfica ni la prehalloweeneana rudimentariedad de los disfraces de Chácharas y Juguetes, sino el alto propósito que movía al Santo: hacer el bien sin mirar a quién.
A 25 años de su muerte, en mi recuerdo veo alejarse el Porsche descapotado que conduce, triunfal y bien chingón, el enmascarado de plata. Lo veo y no puedo evitar que mi corazoncito grite: ¡Sant-to, San-to, San-to!

jueves, febrero 05, 2009

Ley Marcial



A estas alturas ya podemos cifrar el caso del legionario mayor en una ley, la Ley Marcial: a toda represión se le opone una fuerza contraria igual a la debilidad de la ya de por sí debilucha carne. No es física, y la ley puede sonar a boutade simple y llanamente porque eso pretende ser, aunque se ponga cejijunta y embusteramente doctoral. Más allá de que el fenómeno haga ley o no, lo cierto es que resulta verdaderamente perro arrecholar en los tapancos del alma los méndigos apetitos del quiubolequé. El botón máximo que hoy puede sonrojar a la cristiandad, acaso con sincera pena, es el de Marcial Maciel Degollado, chucha cuerera, como sabemos, de la orden religiosa Legionarios de Cristo.
Ayer, todos los espacios noticiosos de internet adelantaron lo que hoy aparece en las páginas de los periódicos: que el michoacano (o sea Maciel, no otro michoacano) nos salió más cogeloncito de lo que creíamos. Pero nadie se sorprendería con ese cable, dado que, como se supo años atrás, el famoso líder espiritual le atizaba con fe a ciertas prácticas que asustarían incluso al Maligno, dado que involucraban a inocentes de corta edad. Así pues, el condimento principal de la nota que este día recorre el mundo es la paternidad subterránea de Maciel, su tenencia de una “amante”.
A estas alturas, pues, la reputación de Maciel ha quedado convertida en lazo de cochino, sin agraviar a los cochinos. Los errores, reconocidos por el Vaticano y por la orden, hunden en el desprestigio la figura de este personaje que en unos pocos meses pasó de ser mandón poderosísimo a víctima de su poder económico y de su moral supuestamente blindada contra todo ataque de la tentación. Maciel tiene, a su favor, la muerte que lo arropó en 2008, lo que le evita la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser. En su contra, sin embargo, pesa un feo tatuaje histórico que marca como pocos el rostro de una obra que, se quiera o no, queda mancillada por las trapacerías sexuales de su creador y cabecilla.
Sin moralina, por supuesto, debemos admitir que una canita al aire se la echa hasta el más macizo de los macizos, pero que un religioso tan estricto y conservador sea hoy suma y exemplo de degenerados raya en lo grotesco. La cloaca que despide pestíferos efluvios —las andanzas barbazules de Maciel— ha sido iluminada poco a poco, de suerte que, para muchos, Maciel es paradigma de desviados, un Anacleto Morones de (alza)cuello blanco: “Informaciones aparecidas en prensa y bitácoras en Internet de medios católicos habían señalado que Maciel, de nacionalidad mexicana, había tenido una doble vida durante muchos años y algunos miembros de la orden habrían dicho en privado que tuvo una relación de la que nació al menos un hijo”.
El caso Maciel, antes sólo abusador de menores y ahora también padre (en dos de los principales sentidos de la palabra “padre”) sordero, pone otra vez sobre la mesa de debates la pertinencia de aplicar, con todo rigor, leyes laicas a los sacerdotes pederastas, más, mucho más si tienen un grado jerárquico como el alcanzado alguna vez por el hijo ¿predilecto? de Cotija. Ya no es aceptable, entonces, esto: “En el 2006, el Papa Benedicto XVI ordenó a Maciel que se retirara a una vida de ‘oración y penitencia’, tras años de acusaciones de que había acosado sexualmente a seminaristas durante décadas. En ese momento, se convirtió en una de las personalidades más destacadas en ser acusada por abusos sexuales”. Si gusta, el alto clero puede decir misa, pero la “oración” y la “penitencia” deben hacerse a la sombra, tras los barrotes de una cárcel como cualquier otra, no bajo el manto protector de una institución que, al solapar y/o acolchonar los castigos, lo único que hace es convertirse en cómplice de patanes. Monstruoso el caso de Maciel: tan lejos de dios; tan cerca de tantas solitarias tentaciones.

miércoles, febrero 04, 2009

Propaganda con touchdown



El domingo pasado estaba bien vulgarote con mis cacahuatotes, con mi cervezota, con mis amigotes y con mis parientotes echándome el supertazón en una televisionzota (o televisionsota, que no hay jurisprudencia ortográfica sobre ese aumentativo), es decir, estaba como cualquier ciudadano del mundo cuando a la brava, sin decir agua va, el canal interrumpió su señal para recetar urbi et orbi una sobredosis de anuncios políticos de casi infumable producción. Mi primera reacción fue el desconcierto. Pensé que se trataba de un error, pero cuando la situación se repitió (en ese momento atacaban con furia los Aceleros de Písbur, como les dicen en mi barrio) vi clarito que en realidad era una estrategia propagandística muy bien orquestada por las televisoras. Ante tan buena puntada no cupe de alegría: por fin nuestro duopolio mediático había dejado de ser la mierda que tradicionalmente es, y con gran inteligencia diseñó un plan de cobertura política digno de un pueblo güevón al que no le interesan los choros electorales ni en licuado.
Sé bien hoy que las televisoras están siendo acribilladas. Sus críticos les atribuyen infantilismo, encono, golpismo, maldad, rencor, pues al haberse quedado sin el pastelote de los espots parece que andan enfurruñadas como adolescentes a los que les quitaron el celular, como Peñas Nietos a los que no les concedieron la candidatura o como Fabiruchis a los que no les han dado para sus tunas. Quienes se obstinan en ver una jugada berrinchuda de Televisa y TV Azteca señalan que, a la malagueña salerosa, los dos leviatanes de la comunicación en México acordaron en lo oscurito (cancha en la que suelen dar grandes batallas, hay que reconocerlo) la transmisión de cortes para cuchilear (perdón por ese tecnicismo del argot canino) al público telenviciado contra los partidos políticos y el IFE. El analista Javier Corral ha llegado al exceso de calificar el hecho como “porrismo mediático”.
Pero no. Tanto Televisa como TV Azteca han decidido poner fin a su proverbial ruindad y aunque sea de manera muy poco delicada le abrieron un paréntesis, por fin, a la política en medio de las frivolidades que nada dejan. Fue así como tuvieron la chula ocurrencia de armar una campaña de seducción subliminal que permitiera a la ciudadanía en pleno una oportunidad mínima de adoctrinamiento. Algún genial estratega de los medios vio con claridad que hacía falta un México más politizado, más conciente, más participativo. Como la tele jamás hará nada para dar aunque sea una embarrada de politización seria, el plan fue aprovechar la producción de los partidos y del IFE para encajarla en medio de las trasmisiones que gozan de millones y millones de televidentes. Por primera vez en nuestra historia, pues, un anuncio del IFE, del PRI, del PAN, del PRD y demás fue visto por cantidades inauditas de público. Es de suponer que muchos mexicanos mentaron madres, pero también es lógico inferir que al calor de las chelas y de los pases interceptados algo se quedó en la memoria colectiva. El plan, entonces, no es tan malo, aunque el mecanismo nos parezca ahora un tanto burdo o estúpido. Si así no fuera, los anuncios de los partidos estarían condenados, como siempre, a horarios y canales de octava categoría, a segmentos televisivos en los que competirían contra fajas, pomadas reductivas y métodos para ponerse bien mameyes en una semana. Con la maravillosa idea de pasar la propaganda en medio del supertazón o de programas semejantes, las televisoras han aprovechado la cautividad del público y su embriaguez real o metafórica, lo que sirve sobremanera para inocular cualquier información subliminal, en este caso política.
Cierto que Televisa y TV Azteca han sido y son, en general, basura, las dos empresas más antidemocráticas que arrastrarse puedan en el reino de este país, pero lo que hicieron el fin de semana es una prueba, contra Darwin, de que son manejadas por seres humanos, aunque usted no lo crea.

lunes, febrero 02, 2009

El bosque de René



Córrale, todavía quedan ejemplares de Nomádica 40, que contiene, entre otros, “Los osos y su mirada”, comentario de Paco Valdés Perezgasga sobre el Ursus americanus de la Sierra Picachos, en Nuevo León; y “Adaptaciones de los chapulines” de la Reserva de la Biosfera de Mapimí (en este caso como tema biológico, no político). Además, como en algunos números recientes de Nomádica he tratado de establecer una vinculación entre literatura y flora/fauna, comparto aquí el más reciente que espero sirva de gancho y no de lo contrario; lleva el título que encabeza esta entrega de Ruta Norte:
En la visita que hizo a Torreón hacia octubre de 2007, René Avilés Favila me dejó, aparte de una grata impresión de conversador repleto de anécdotas e información sobre los pequeños y grandes enconos del mundillo cultural capitalino, un par de libros. Uno de ellos fue la edición, todavía fresca de tinta en aquel momento, de El bosque de los prodigios (bestiario prehispánico y otras aberraciones), obra que sin duda pertenece a la genealogía que en América Latina tiene como piedra angular al Manual de zoología fantástica, de Borges. Ya en otro momento dentro de estas páginas nomádicas he recordado que en México hay, por lo menos, dos autores que no están tan a la zaga del escritor argentino: Juan José Arreola, con su Bestiario, y Eduardo Lizalde, con su Manual de flora fantástica. A ellos podemos agregar, aunque el registro de sus microprosas es algo distinto, La oveja negra y demás fábulas, de Augusto Monterroso.
La peculiaridad de El bosque de los prodigios (libro que por cierto se suma a la reunión de las obras completas que Editorial Patria viene haciendo de Avilés Fabila) está planteada en el subtítulo. Si Borges comenta los rasgos de muchos seres de diferentes mitologías y Arreola escoge bestias de distintos nichos ambientales, el autor de Los juegos centra su mirada en la exuberancia de las mitologías americanas antes de la llegada de los españoles. No le faltan, pues, prodigios a su obra, ya que si algo tuvieron las culturas precolombinas fueron seres imaginarios que “encarnaban” seres y fenómenos visibles e invisibles.
Apegado al registro asentado por Borges en su Manual…, Avilés Fabila aborda con ironía a cada uno de sus seres. El diapasón o tono de esta prosa, creo, tuvo como principal difusor a Borges en Latinoamérica, pero en más de una ocasión se ha insistido que ese enfoque socarrón es una herencia de Marcel Schwob, de suerte que, por ejemplo, la Historia universal de la infamia es impensable sin las Vidas imaginarias escritas por el francés. A esa cadena de influencias se suma El bosque… de Avilés Fabila, y dado que domina bien el registro irónico, las numerosas entidades mágicas que pueblan su libro nos llevan de la mano hacia esa forma de la escritura que parece estar lejos del humor, pero que definitivamente lo busca y lo alcanza. Veamos algunos casos:
En “El árbol asesino” (ya el mismo título refleja el ameno disparate), se afirma que “Ninguno de ellos proyectaba sombra y las plantas no crecían a su alrededor. Una especie de pino de ramas oscuras, largas y flexibles que se agitaban como tentáculos de pulpo. Al tener cerca a su víctima, humana o animal, los brazos lo atrapaban y le sorbían la sangre. Por ello no requerían de agua para sobrevivir”.
El libro alcanza puntos de hilarante ebullición en más de una página. Y es justificable: al aplicar al mundo prehispánico la lógica cartesiana que supuestamente ya tenemos, el resultado es la risa; en “El pez de agua”, el autor resume lo que describió un fraile franciscano: “Es un pez que tiene todas las características del medio donde habita: el agua. Es inodoro, incoloro y carece de sabor, lo que significa que las carnes, la sangre y la osamenta del animal son de agua y en consecuencia no es posible verlo. Alguna vez, narra el religioso, lo tuvo en las manos, lo sintió, entre desconcertado y asqueado y violentamente lo devolvió a su elemento. Le pareció una ‘cosa del diablo’, pues se trataba de un ‘pez invisible a los ojos’, una criatura demoniaca”.
Más allá de la documentación existente, como no es un libro de historia ni de zoología el lector acepta el convenio de las hipérboles o las conjeturas sobre los seres enlistados, de ahí que, como en “El guajolote parlante de los aztecas”, importe menos la referencia documental, si la hay, que los rasgos atribuidos al animal por la conseja populachera: “Ave codiciada (…) los mexicas o los tlaxcaltecas llegaban a adquirirla en el mercado de Tlatelolco. Muchos guajolotes parlantes eran dueños de un gran repertorio de palabras escuchadas a lo largo de su vida. Entre más vocablos sabían, más alto era el precio solicitado”.
Más de un placer depara El bosque de los prodigios al lector que allí se adentre. No vacilo en concluir que este libro no desmerece frente a sus notables antecesores.