sábado, diciembre 05, 2009

Pacheco Cervantes



Todos sabemos que el Premio Cervantes es el Nobel en español. Tras recibirlo, José Emilio Pacheco llega en materia de galardones a la máxima altura que un escritor pueda alcanzar si escribe en nuestra lengua. El reconocimiento es, pues, para él, pero también lo es para México, país con no pocos aportes en la vigorosa historia de este idioma común a tantos pueblos. Con éste, suman ya cuatro mexicanos con el Cervantes en la alforja; antes lo obtuvieron Octavio Paz, Carlos Fuentes y Sergio Pitol, lo que distribuye el paquete, si nos atenemos a los géneros que más han abrazado, en dos poetas (Paz y Pacheco) y dos narradores (Fuentes y Pitol). Como dato curioso, la estadística indica que a los escritores mexicanos les conviene tener un apellido con P inicial.
En el ensayo “Cuatro estaciones de la cultura mexicana” (La historia cuenta, 1998), Enrique Krauze ubica a Pacheco entre los poetas de la generación de 1968. Entre otros, aparecen en el mismo grupo Carlos Montemayor, Juan Bañuelos, Jaime Labastida, Elsa Cross, David Huerta, Jaime Augusto Shelley y Ricardo Yáñez. También en la generación del 68 destaca a los novelistas Jorge Aguilar Mora, José Agustín, René Avilés Fabila, Arturo Azuela, Parménides García Saldaña, Hernán Lara Zavala, Gustavo Sáinz y Ignacio Solares; en el ensayo, la misma generación así clasificada por Krauze resalta a Héctor Aguilar Camín, Roger Bartra, José Joaquín Blanco, Lorenzo Meyer, Carlos Monsiváis y Guillermo Sheridan. Esos son algunos de los escritores que, como digo, han aportado una obra innegablemente valiosa al español, poetas, narradores y ensayistas de una generación (si creemos en eso: que existen las generaciones) nacida, meses más o menos, entre 1940 y 1950, es decir, cuando México dizque se abría al mundo moderno y cambiaba las riendas del caballo por el volante de automóvil. Creo ver en esos escritores el tirón definitivo hacia el cosmopolitismo; en diferentes medidas, por supuesto, los autores mencionados junto a Pacheco ya no miraban tanto hacia el país como hacia el exterior. Quiero decir que para estos escritores era tan valioso lo nacional como lo foráneo y ya no era incluso necesario hacer distingos que en algún otro momento derivaron en guerras de papel como la abundantemente documentada en México en 1932: la polémica nacionalista de 1929 (FCE, 1999) de Guillermo Sheridan. Como Pacheco, los escritores de ese tándem podían ya, con todo desparpajo, oír rock, leer en inglés o francés, traducir, mover a sus personajes por calles y ya no por brechas, mezclar géneros, experimentar con estructuras, describir sin velo escenas sexuales, preocuparse por las minorías y dialogar con el arte pop, entre otras novedades.
Como sus contemporáneos, Pacheco es un escritor todoterreno. El género de su mayor dominio es la poesía, pero tiene cuentos estimables, un par de novelas y una muchedumbre de textos críticos publicados igualmente en una muchedumbre de revistas y periódicos; en esto sólo es superado por su amigo y casi hermano Monsiváis, aunque Pacheco se diferencia de aquél en un mayor ceñimiento al ensayo literario breve y no a la todología manejada por el autor de Escenas de pudor y liviandad.
Los premios son siempre bienvenidos por todo escritor, o por casi todo escritor, y más si son como el Cervantes, que no surge por convocatoria ni obliga a la revisión de una obra específica. El máximo premio para un escritor de lengua española es concedido por trayectoria, como el Nobel, así que quien lo recibe quizá puede soñarlo, pero, se supone, no operar para que se lo den. El monto en metálico, 125 mil euros, no es nada despreciable, y esta cantidad se suma a la difusión que recibe la obra del galardonado. Pacheco estaba en la FIL cuando recibió la noticia, lo que de inmediato colocó sus declaraciones en el centro de la atención y cotizó a la alza sus autógrafos. Con el Cervantes, Pacheco gana además otra ubicación; sale de la vitrina de escritores mexicanos y se coloca en la que también ocupan Carpentier, Borges, Onetti, Sabato, Roa Bastos, Bioy Casares, Vargas Llosa, Cela, Mutis, Gelman, entre otros ganadores del premio que recibirá el 23 de abril de 2010 en la Universidad de Alcalá de Henares. Tal vez Pacheco parezca poco junto a monstruos como Carpentier o Borges (¿quién no parece poco junto a Borges?) o Vargas Llosa, o junto al mismo Paz. Tengo para mí que su obra vale, más que por su tamaño, por la congruencia de su sentido humanista, por ser ventana siempre abierta a la reflexión: mirador apuntado sin descanso hacia el corazón del hombre, es decir, obra que compendia las virtudes de su generación.